Traducciones de textos de economía en el siglo XVIII

Traducciones de textos de economía en el siglo XVIII

Pablo Cervera Ferri (Universitat de València)

 

Metodología y enfoque cronológico

La historiografía sobre el pensamiento económico en el siglo XVIII asume actualmente la amplitud cronológica, la diversidad geográfica y la dimensión multicultural de la Ilustración. Frente a la exégesis absolutista, que evalúa el éxito o el fracaso de las Luces en comparación con sus mejores exponentes en los salones de París, las universidades escocesas o la corte de Viena, contribuciones decisivas como las de Desdevises du Dézert (1897–1904), Paul Hazard (1934) o Franco Venturi (1969–1984) retrataron la pluralidad en el seno de un fenómeno cultural cosmopolita. Sus trabajos seminales son los contrafuertes del «enfoque nacional» de la historia del pensamiento económico, que se ha desarrollado en España de manera fructífera desde inicios de la década de 1980.1  Esta metodología facilita la comprensión del modo en que las ideas traspasan fronteras y son apropiadas, adaptadas o rechazadas en ámbitos diferentes a aquellos en que se gestaron. No sólo revalúa la originalidad de la Ilustración local: si tal fuera su objetivo, ya hubiera quedado satisfecho con la Historia de los heterodoxos españoles. Tampoco es un pretexto para justificar particularidades identitarias dentro de la propia monarquía hispánica, como se ha insinuado ocasionalmente desde posiciones reaccionarias. Sirve, en primer lugar, para interpretar los criterios de selección de las cambiantes directrices que sustentaron la política económica de los primeros Borbones; y, además, para explicar las resistencias ante tales giros: unas fuerzas de oposición heterogéneas, más o menos veladas e intensas, que respondieron unas veces a criterios territoriales históricos; otras, a presiones estamentales, y más frecuentemente, a la alternancia de las élites en las esferas de poder.

El enfoque nacional resulta particularmente útil para posicionar al historiador de las ideas en las recurrentes discusiones respecto al atraso y el mimetismo españoles, y en torno al aparente oxímoron de una «Ilustración católica».2 En estos debates, el análisis de las traducciones juega un papel central. 3 Éstas se emancipan de los originales, incidiendo en la cultura, la política y la práctica económica con implicaciones ajenas a la intención de sus autores. Debe tenerse en cuenta que la traducción de textos económicos era, en el siglo XVIII, un fenómeno nuevo (García Garrosa 2020). Es comprensible, en el marco del Antiguo Régimen, que estuviese condicionada por los planes de reforma, orientados desde el Consejo de Castilla o por los Ministerios, supervisada generalmente por la Secretaría de Interpretación de Lenguas (Cáceres 2004) y sometida a un proceso de doble censura, más política que dogmática (Defourneaux 1973).4 Era, en definitiva, una actividad de oficio, eventualmente oficiosa, para legitimar los sucesivos planes de gobierno. Como tal, daba escaso pábulo a la crítica, pero era permeable ante la iniciativa. Previamente expurgadas, las obras escogidas ofrecían un marco teórico, referentes prácticos y orientaciones legales para sustentar tales proyectos. Por otra parte, los traductores de la época no se ceñían a los rigurosos cánones actuales, sino que se permitían cierto margen para la adaptación (Reeder 1973). No siempre citaban al autor ni respetaban el título original. Las traslaciones parciales y las enmiendas eran habituales. La prensa periódica ofrecía traducciones por entregas que, en más de un caso, quedaron inacabadas. El recurso a versiones intermedias, desde una lengua distinta a la original, fue imprescindible para esquivar el rigor eclesiástico y, sobre todo, las fobias políticas (Domergue 1982 y 1996, Zaro 2008). De todos modos, esto no excluía la publicación excepcional de traducciones de economía en imprentas del país vecino, ni la circulación interna de obras extranjeras al margen de los cauces institucionales –los principales textos de Bossuet, de Boisguilbert o de Rousseau, por ejemplo (Martínez de Bujanda 2016)–, aunque solían hacerlo en su idioma original o en esbozos manuscritos que habían quedado pendientes de aprobación.

La economía política constituye una rama de la filosofía moral práctica, de modo que el atraso y el mimetismo deben evaluarse con relación al desarrollo de esta disciplina en la Europa ilustrada. Terence Hutchison (1988), Jonathan Israel (2001) y Vincenzo Ferrone (2009) han establecido cronologías que pueden ser sistematizadas para periodizar esta evolución (Cervera 2019a). En un primer tiempo, la «crisis de conciencia europea» (1650–1715) –que podría extenderse hasta la publicación de las Lettres philosophiques de Voltaire (1734)– consolidó el concepto de Estado nación surgido de la Paz de Westfalia y marcó su impronta en la temprana «Ilustración radical». En el terreno de la economía, este contexto nuevo inauguraba la era de los mercantilismos, en plural, porque cada nación elaboró su propia hoja de ruta para posicionarse en los platos de las balanzas de riqueza y de poder del escenario internacional (Heckscher 1983). Las estrategias estuvieron condicionadas por el acceso a los mercados coloniales, el marco político–institucional y las tradiciones culturales y religiosas, en el fundamento de sus sistemas de derecho. El comercio dejaba de ser contemplado como un mero intercambio de lo superfluo por lo necesario; abandonaba su dimensión ética para erigirse en razón de Estado, en objetivo político para estimular el poblamiento y el trabajo productivo (Perrotta 2014). Como tal, aspiraba a regirse por unas reglas universalmente válidas y transformarse en ciencia de gobierno.

La «primavera de las Luces» llegó durante el «Thirty Years Boom» (Hutchison 1988), entre 1735 y 1765: la filosofía moral natural, gestada durante la revolución científica, se proyectó en los ámbitos de la política, la educación y la economía. La conjunción del iusnaturalismo escocés con la aritmética política inglesa, que había revolucionado la práctica del comercio, derivó en la formación del «mercantilismo liberal» británico, que se erigirá en el referente de éxito. Su influencia en la Ilustración francesa fue decisiva, tanto en el pragmatismo económico del grupo de Gournay como en la reacción de la fisiocracia.5 Mientras tanto, las naciones de tradición contrarreformista, reticentes al influjo protestante, amoldaron el moderno derecho natural al humanismo católico, sentando las bases de la economía civil. Este enfoque de la economía política primaba la búsqueda de la felicidad pública sobre el objetivo de la creación de riqueza y anteponía la virtud cívica al interés propio (Bruni & Zamagni 2007). Lógicamente, priorizó el análisis de cuestiones que requerían una legitimación moral: el lujo, la ociosidad, la honra de los oficios, la institucionalización de la caridad, la salud pública, la función social de fábricas, hospitales y presidios, la educación de la juventud y el cobro de intereses en las transacciones de capital.

La década de 1765–1775 supuso una transición. Suele emplazarse la «Ilustración tardía» entre 1776, fecha de publicación de The Wealth of Nations, de la caída de Turgot y de la Declaración de Independencia americana, y la Revolución francesa (Roche & Ferrone 1998). Fue el tiempo en que la Ilustración se extendió en la esfera pública a través de la prensa periódica, los diccionarios y las enciclopedias (Astigarraga & Zabalza 2006). La fisiocracia entró en crisis y el suizo Jacques Necker asumió la administración de las Finanzas de Francia. Mientras tanto, la Iglesia católica favoreció la difusión de la economía civil italiana como alternativa a la economía política anglo–francesa. Denunció las ideas subversivas de los enciclopedistas mientras asimilaba cierto eclecticismo para combatir «la modernidad» desde dentro (Ferrone 2009). Vicent Llombart (2013) definió «el otoño de las Luces» como el periodo de desencanto ilustrado que transcurrió desde 1789 hasta el cambio de siglo. En el plano internacional, la conjunción de la crisis agraria de 1794–1800 y el crescendo bélico obligaron a repensar las reglas de juego del comercio exterior, las finanzas y la fiscalidad. La reversión de las aperturistas políticas de granos, objeto central del debate económico ilustrado, derivó en el primer debate teórico para esclarecer la relación entre las rentas de la tierra y los precios de los alimentos. Los seguidores de Smith salían a la palestra: se acercaba el tiempo del liberalismo económico.

 

El pensamiento económico español ante la crisis de conciencia europea

Este esquema cronológico facilita la interpretación de la difusión internacional de las ideas ilustradas. La crisis de conciencia europea se manifestó, en el ámbito jurídico–económico, con la adaptación de los textos fundamentales sobre el derecho civil y de gentes de Hugo Grocio y de Samuel Pufendorf a las diversas realidades nacionales. En Escocia, la escuela histórica de Gershom Carmichael asimiló estas enseñanzas y sentó las bases del futuro smithianismo. Las configuraciones nacionales del derecho público condicionaron las prácticas del comercio y, con ellas, la diversidad de los mercantilismos. Su versión más avanzada fue la aritmética política; el pragmático mercantilismo liberal británico de Child, Locke, Davenant, King, Gee, Tucker o Hume desarrolló, a lo largo de una centuria, los trabajos pioneros de John Graunt y William Petty. En Francia, el agotamiento del modelo preindustrial de Colbert, prohibicionista y reglamentista, ya era perceptible a inicios del siglo. Textos como los de Pierre–Daniel Huet, Jean–Baptiste Dubos, Jacques Savary de Bruslons o Noël Chomel quedaron desfasados por la nueva «ciencia del comercio», impulsada desde el albor del siglo de las Luces por los trabajos de Pierre Le Pesant de Boisguilbert y el entorno intelectual jansenista. Su definitivo empuje llegó en la década de 1730, con la circulación soterrada del manuscrito del Essai sur la nature du commerce en général de Richard Cantillon (entre 1728 y 1730) y la primera edición del Essai politique sur le commerce de Jean–François Melon (1734). Estos autores no solo comprendían que la riqueza procedía del trabajo productivo en todos los sectores de actividad, sino que trazaban sus interacciones en flujos circulares que explicaban la economía como un organismo vivo.

En España, sin embargo, los repudiados académicos novatores fueron los únicos en intuir el alcance de la revolución científica. Este retraso respondió básicamente al arraigo de una moral tomista revelada, heredera de la escolástica y reacia a adoptar la metodología de la filosofía natural. Durante el largo siglo XVII, los tratadistas castellanos, preocupados por la decadencia de la monarquía Habsburgo, se distanciaron del análisis monetista de la Escuela de Salamanca y repararon en las causas reales de la crisis endémica, pero no sistematizaron programas de reforma. El arbitrismo fue un mercantilismo que no merece tal apelativo, esencialmente agrarista y fiscalista. Falto de orientación, sus referentes fueron, casi exclusivamente, los geopónicos griegos y latinos. Llegado el nuevo siglo, el relevo dinástico apenas modernizó las ideas económicas. El arbitrismo encontró continuidad en el proyectismo, también de raíces patrias. En armonía con la tradición francesa, los asesores de Felipe V introdujeron un colbertismo demodé y un programa fiscal centralizador que no encontró demasiadas fricciones para cohabitar con el discurso proyectista. En este contexto de incuestionable atraso e incipiente mimetismo, es de justicia reivindicar la excepcionalidad de la Theórica y práctica de comercio y de marina de Gerónimo de Uztáriz (1724). Esta obra se fundamentó en autoridades colbertistas (Huet, Savary) y, en materia fiscal, del arbitrismo nacional y del galicanismo francés (Vauban, Louis Moréri). No obstante, es fácil reconocer la técnica de análisis de la moderna aritmética política en su tratamiento de la problemática mercantil. La segunda edición de la Theórica, cuya calidad sería apreciada por el propio Adam Smith, fue traducida al inglés (1751 y 1752), al francés (1753), al holandés (1753) y al italiano (1792). Su proyección europea ha sido extensamente estudiada (Fernández Durán 1998).

Por lo demás, el periodo que abarca hasta 1740 fue un páramo para las traducciones de economía política. Uztáriz aprobó la publicación del Comercio de Holanda, o el gran thesoro historial, y político del floreciente comercio, que los Holandeses tienen en todos los Estados, y Señorios del Mundo de Huet por el hacendista baztanés Francisco Javier Goyeneche (Madrid, Imprenta Real, 1717). Esta versión de Le grand trésor historique et politique no se basó en la edición de 1712, sino en la de La Haya (1713), como se deduce de la eliminación de una referencia a Francia tanto en el título completo corregido como en su homólogo español. Fue reimpresa con algunas modificaciones en 1746 (Madrid, Imprenta de la Gaceta). El jesuita Juan de Urtassum tradujo los Interesses de Inglaterra mal entendidos en la guerra presente con España de Dubos (México, José Bernardo de Hogal, 1728). Se ha supuesto que este segundo texto colbertista –con cinco ediciones de Ámsterdam y otra italiana entre 1703 y 1705– reproducía un tratado titulado England’s interest mistaken in the present War, aunque fue, ciertamente, una obra original del propio Dubos (Klaits 1977: 174). Los Interesses fueron también reeditados (Sevilla, Diego López de Haro, 1741). A esta corta lista debe sumarse la Economia general de la casa de campo de Louis Liger d’Auxerre (Madrid, Juan de Ariztia, 1728), por el presbítero navarro Francisco de la Torre y Ocón, protegido de Francisco Goyeneche (Antón 1988: 133). Esta traducción selectiva de Œconomie generale de la campagne, ou nouvelle maison rustique, la maniere de les entretenir & de les multiplier (París, 1700) no figura siquiera en los catálogos habituales de economía. Sus contenidos eran por completo ajenos a la moderna agronomía holandesa y británica, y apenas superaban los de la anticuada Agricultura general de Alonso de Herrera.

Durante las décadas de 1730 y 1740, la actividad traductora de textos económicos permaneció estancada. El colbertismo solo fue superado al término del reinado de Felipe V, cuando Bernardo de Ulloa publicó el Restablecimiento de las fábricas y comercio español (1740), se reeditó la Theórica de Uztáriz (1742) y Teodoro de Argumosa dio a conocer la ciencia del comercio (1743), tras cotejar el Dictionnaire Universel de Savary con el Essai politique de Melon. Mientras tanto, la primavera de la Ilustración había llegado exultante a la vecina Francia, donde la intelectualidad se mostraba ávida de la modernidad británica. Desde 1751, el mercantilismo liberal inspiró al grupo de traductores del intendente de comercio Vincent de Gournay, heredero del agrarismo pragmático de Sully y de la «ciencia política del comercio» de Boisguilbert, Cantillon y Melon. Sus escritores fueron muy críticos con el colbertismo y partidarios de la liberalización del comercio interior de granos. La reacción llegó en 1756: la fisiocracia, ciencia nueva de la economía política –aunque igualmente anticolbertista y plenamente librecambista– argumentaba la exclusividad de la tierra en la creación de valor para justificar los intereses de la debilitada nobleza terrateniente frente a la pujanza de la burguesía mercantil. El debate entre ambas posturas polarizó la escena política francesa durante dos décadas. Las Luces también se difundieron entre los economistas de cultura germánica. Ajenos a la expansión colonial de sus principales competidores europeos, los escritores cameralistas investigaron el modo de fortalecer sus respectivos principados mediante reformas eficientes en el ejército, el sistema fiscal, el urbanismo y la repoblación interior. Por su parte, la economía civil italiana llegaba a su apogeo en 1754, cuando Antonio Genovesi ocupó en Nápoles la cátedra Intieri de Comercio y Mecánica.

El proyectismo español se modernizó durante el reinado de Fernando VI con el regalismo de Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada (1740–1754): aunque nunca ocultó su inclinación francófila, se propuso recuperar la autonomía respecto a Francia, lo que explica tanto el distanciamiento del colbertismo como de las novedades editoriales que llegaban del país vecino. Con todo, su reforma de las finanzas se inspiró confesamente en el modelo francés–saboyano de única contribución. Durante el primer quinquenio de los 50 se consolidó el «partido ensenadista», una poderosa trama clientelar de jesuitas, funcionarios, militares y diaristas afines. Entre los primeros figuraba el vizcaíno Francisco Joaquín de Villarreal, autor de unos Elementos políticos (hacia 1754) inspirados en las obras de Melon y de Boisguilbert (Villarreal 1997). No obstante, solo circularon de forma manuscrita. El teólogo Juan Manuel Girón dedicó a Ensenada las Reflexiones sobre los contratos marítimos (Madrid, Francisco Javier García, 1753), una obra que el jurista genovés Carlo Targa redactó sesenta años atrás (Ponderazioni sopra la contratazione maritima, Génova, 1692). Estaba descontento con la reciente traducción al castellano del Consolat de Mar (Barcelona, Juan de Piferrer, 1732), cuyo original catalán de 1484 fue redactado con «rudeza de estilo, y extrañeza del idioma». Su censura favorable corrió a cargo de Pedro Rodríguez Campomanes, que comenzaba por entonces su prometedora andadura funcionarial. En aquel mismo año, Benito Jacinto Noboa y Lisasueta traducía las Consideraciones sobre el comercio, y la navegación de la Gran–Bretaña (Madrid, Juan de San Martín, 1753) de Joshua Gee. Utilizó la versión francesa de Jean–Baptiste de Secondat, hijo de Montesquieu (Londres, 1749), basada en la cuarta edición de The trade and navigation of Great Britain considered. Noboa, visitador de fábricas, ya había llevado a imprenta el Arte de la tintura de las lanas, y sus texidos (Madrid, Herederos de Francisco del Hierro, 1752) una versión del reciente texto homónimo de Jean Hellot (París, 1750), de la Academia de Ciencias de París.

De mayor trascendencia fue la traducción de Francisco de la Quintana de Dos discursos sobre el Govierno de los granos y cultivo de las tierras. El primero escrito en idioma francés por un Anónimo, y el segundo, en inglés, por John Nickolls (Madrid, Francisco Javier García, 1755). Su historia es compleja y ha prestado a confusiones bibliográficas. El primer opúsculo referido era el Essai sur la police générale des grains, sur leurs prix et sur les effets de l’agriculture (Londres, 1753), de Claude–Jacques Herbert, y estaba incompleto. El segundo ensayo era Remarques sur les Avantages et les Désavantages de la France et de la Grande Bretagne par rapport au Commerce, et aux autres Sources de la Puissance des États (Leiden, 1754). Lo compuso Louis–Joseph Plumard de Dangeul bajo seudónimo, como una versión libre de la edición inglesa de 1749 de A Brief Essay on the Advantages and Disadvantages which Respectively Attend France and Great Britain, with Regard to Trade, de Josiah Tucker. Los repertorios sobre la traducción en España no han reparado en que, según Edgard Depitre (1910: XIII), ambos textos del grupo de Gournay fueron publicados conjuntamente en 1754 en Dresde, con el primero –en su tercera impresión, algo anterior a las dos tiradas berlinesas del mismo año– como anexo al segundo, cuyo título fue abreviado. Quintana utilizó esta edición, datada en el año siguiente a la destitución de Ensenada. Es muy probable que su elección estuviese condicionada por la creciente popularidad en España de François Véron de Forbonnais, el escritor más prolífico de la escuela de Gournay, traductor al francés de la Theórica de Uztáriz y del Restablecimiento de Ulloa (Alimento1985, Guasti 2000). Esta obra sustentaría, en gran medida, la política de granos del conde de Aranda, anticipando la postergada «primavera de las Luces» en España, No obstante, la iniciativa traductora siguió frenada por la Instrucción de 19 de julio de 1756, que acomodaba la censura a las exigencias del Concordato con la Santa Sede, y por la anglofobia exacerbada por la Guerra de los Siete Años (1756–1763).

 

Las traducciones de economía política en la primavera de las Luces

Se ha reiterado la asociación del reinado de Carlos III al florecimiento de la traducción de textos económicos en España. Lo cierto es que este éxito debe atribuirse a la iniciativa de los dos grandes protagonistas de la política de su tiempo, Aranda y Floridablanca; e indirectamente, al conde de Campomanes, su estrecho asesor técnico. Este presentó al nuevo monarca los Discursos varios sobre el origen, naturaleza i arreglo de las Rentas Provinciales i del Comercio de la América i Colonias del Mar del Sur (1759) que incluían una traducción de Del uso de la Aritmética Política en el Comercio y la Hacienda Real de Charles Davenant, autor de la predilección de Forbonnais (Llombart 1992). Ascendido en 1762 a fiscal del Consejo de Castilla, Campomanes fue muy consciente de la importancia del aprendizaje de la experiencia británica para impulsar el restablecimiento del comercio americano. Las Reflexiones sobre el estado actual del comercio de España de Simón de Aragorri (1761) y varios escritos del consejero real Francisco Craywinkel (1760–1764) introdujeron nociones fundamentales de los Political Essays de Hume y del Essai de Cantillon. Estos textos circularon manuscritos junto a las Reflexiones sobre el Comercio Español a Indias de Campomanes entre los funcionarios de la Secretaría de Hacienda y de la Junta de Comercio, pero el ministro Esquilache no pareció interesado en darles mayor difusión.

La guerra contra Portugal entre 1762 y 1763 facilitó el ascenso de Aranda y la formación del llamado partido militar o aragonés. Capitaneado por la familia Pignatelli, su ideario económico–político era de tradición albista y declaradamente anglófilo. La identificación del aragonesismo con el austracismo ha llevado también a asociarlo con un «cameralismo blando» (Lluch 1990, 1992 y 1996). Los rasgos germánicos del pensamiento económico militar español son reconocibles en las políticas de repoblación y de urbanismo –de «policía de los pueblos»– del periodo en que Aranda ocupó la presidencia del Consejo de Castilla. Deben interpretarse en este contexto, al poco de reprimirse el levantamiento contra Esquilache, las traducciones simultáneas del francés de los cinco primeros volúmenes de las Instituciones políticas de Jakob Friedrich von Bielfeld por Domingo de la Torre y Mollinedo (Madrid, Gabriel Ramírez, 1767–1781; vol. VI de 1801), basados en la 2.ª ed. de la obra (París, 1762) y la entonces emprendida por el periodista alavés Valentín de Foronda, así como las inacabadas «Reflexiones generales sobre decadencia de la agricultura, artes y comercio en España» de Johann H. G. von Justi, de 1762, publicadas en el Correo General de España (30 de abril de 1771).

Aranda introdujo la moderna economía política en España. Contó con el apoyo incondicional del fiscal Campomanes y de Juan de Iriarte, oficial en la Secretaría de Interpretación de Lenguas, para organizar un equipo de publicistas, escogidos en las contadurías y la intendencia del ejército. Pretendía introducir subrepticiamente en España las ideas británicas para respaldar el establecimiento del libre tráfico de granos y, a más largo plazo, una reforma agraria acorde con los progresos de la ciencia agronómica. La década que transcurre hasta 1773, fecha de su destierro dorado a la embajada de París, fue decisiva en la historia de las traducciones de economía en España. Fascinado por la atrevida reforma de Turgot, discípulo de Gournay, el prócer aragonés se inclinó por el recurso a las traducciones intermedias francesas. Por entonces, las apologías del sullismo eran causa de enfrentamiento entre el grupo del intendente de comercio y los fisiócratas. Es éste el contexto en que debe interpretarse la traducción anónima del Elogio de Maximilien de Béthune, Duque de Sully, Superintendente de Hacienda y Principal Ministro en el Reynado de Enrique IV (Madrid, Imprenta Real, 1763) que Antoine–Léonard Thomas acababa de publicar en París. El Éloge académique de Sully fue una fuente primaria de las Reflexiones de don Desiderio Bueno sobre el papel intitulado: el Trigo considerado como género comerciable (Imprenta Real, 1764). Su autor era el militar Enrique Ramos Muñoz, que formó un interesante tándem con el comerciante vizcaíno Nicolás de Arriquíbar para trazar la estrategia económica arandista. Se ha especulado mucho sobre si las Reflexiones de Ramos eran una nueva traducción del Essai de Herbert, cuando en realidad fueron una impugnación de las Réflexions sur la police des grains en France et en Angleterre del fisiócrata Louis–Paul Abeille, de 1764 (Cervera 2019b).

Apenas transcurrida una semana tras la edición de este importante texto, el diarista Serafino Trigueros editaba, a requerimiento de Arriquíbar, otro texto fisiócrata de Victor Riquetti, marqués de Mirabeau: la Dissertación sobre el cultivo de trigos, que la Academia de Agricultura de la ciudad de Berna, en Suissa, premió en el año de 1760 (Madrid, Joaquín Ibarra, 1764). Reproducía íntegramente el «Prospectus donné par la Société formée à Berne, pour encourager l’agriculture et l’œconomie», incluido en la Mémoire sur l’agriculture envoyé à la très–louable Société d’Agriculture de Berne para formar la parte V de L’ami des hommes (1760). El economista vasco preparaba por entonces su Recreación política. Reflexiones sobre el Amigo de los Hombres, obra capital de la antifisiocracia del partido militar (Vitoria, Tomás Robles y Navarro, 1779). La edición de la Recreación se vio postergada, en espera de que el joven Foronda terminase la traducción de Davenant que debía anexarse. No es difícil intuir, por lo explicado hasta aquí, que Campomanes estuviese detrás de aquel encargo. En 1765, José López ofrecía, en la estela de Quintana, una segunda versión del Discurso sobre el gobierno de granos en que se demuestran la utilidad y necesidad de un libre comercio, para que tenga siempre un precio commodo, y para fomento general de la Agricultura (Madrid, Miguel Escribano), esta vez en edición exenta, aunque con algunos defectos. No se trata de una traducción del italiano del texto de Herbert –Genovesi lo tradujo ese mismo año a esta lengua– sino del original francés, puesto que López confesaba en el prólogo tener en su biblioteca aquel «texto anónimo» desde tiempo atrás. El teniente coronel Carlos Lemaur traía al público español en aquel mismo año los Elementos de comercio de Forbonnais (Madrid, Francisco Javier García). José Antonio Valcárcel también requería la protección de Aranda para emprender la costosa Agricultura General, y gobierno de la casa de campo (1765–1795), obra cumbre de la «nueva agricultura» española que estimularía las primeras traducciones al castellano de los principales tratados de Duhamel, Patullo y Dupuy.

Esquilache liberalizó la circulación del grano con la Real Pragmática de 11 de julio de 1765. A pesar de la culminación de tan intensa labor divulgativa, las malas cosechas desembocaron al año siguiente en el motín de Madrid. Aranda aprovechó esta circunstancia para alcanzar la presidencia del Consejo de Castilla. Su encumbramiento le permitiría al fin movilizar los recursos para modernizar la ley agraria, avanzar su proyecto fiscal y divulgar las ventajas del nuevo modelo comercial, Desde entonces, el programa de traducción se intensifica, siempre fiel a su línea. Nicolás de Ribera tradujo la versión de Jean–Baptiste Dupuy–Demportes de un texto de 1669 de Edward Chamberlayne, Magnae Britanniae Notitia: Or, the Present State of Great Britain: with divers Remarks Upon the Ancient State thereof (Noticia de la Gran Bretaña, con relación a su estado antiguo y presente, Madrid, J. Ibarra, 1767).6 Domingo de Marcoleta hizo lo propio con la Pintura de Inglaterra. Estado actual de su Comercio y Hacienda de George Grenville (Madrid, Blas Román,1767, 2.ª ed. en 1770 y 3.ª aumentada en 1781).7 Reeder (1973) consideraba que se basó en la edición francesa de Guyard de Troyes, hipótesis que debe descartarse, puesto que su Tableau de l’Angleterre es posterior (Londres y París, 1769). En 1768 se tradujo anónimamente la Historia del establecimiento y comercio de las colonias inglesas en la América septentrional de Georges–Marie Butel–Dumont (Madrid, J. Ibarra), publicada originalmente en 1755. En 1771, Marcoleta publicó la Demostración de los Ramos de que se componen las Rentas del Reino de Inglaterra como suplemento a la Pintura de Inglaterra (Madrid, Blas Román) y completó la revisión de los Dos Discursos de Quintana con su propia versión de las Observaciones sobre las ventajas, y desventajas de Plumard (Madrid, Blas Román). Continuó con Los intereses de Francia mal entendidos (Madrid, Blas Román, 1772), que el fisiócrata converso Ange Goudar publicó en 1756, y con la solicitada Historia y descripción de los intereses de comercio (Madrid, M. Escribano, 1772–1774), basada en la segunda edición de Les Intérêts des Nations de l’Europe de Jacques Accarias de Sérionne (París, 1767).

 

Las traducciones de economía civil en la Ilustración tardía

El trasvase de poder del partido militar al «partido civil» se produjo con precisión en la transición a la Ilustración tardía, durante el primer quinquenio de la década de 1770. Aranda fue enviado a la embajada de París en 1773, al tiempo que José Moñino, conde de Floridablanca, se aliaba con Campomanes en la fiscalía del Consejo de Castilla. A partir de entonces, la asimilación de la economía civil desde instancias oficiales redirigió la política económica y condicionó llamativamente la selección de las traducciones entre las más exitosas de la «Ilustración católica» italiana. La economía civil española se sustentó en la historia crítica (Mayans, Feijoo), la revaluación del arbitrismo, el eclecticismo católico, la tradición regalista y el enfoque jurisprudencial de la Academia de Santa Bárbara, una junta reformada en 1763 por Moñino. En adelante, el enfoque civil de la economía política se difundió desde el reformado Seminario de Nobles de Madrid (1770) y mediante las cátedras de economía fundadas en las Reales Sociedades de Amigos del País. Campomanes estableció las prioridades del plan económico del partido civil en el Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774) y el Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento (1775). También autorizó a Juan Antonio de Las Casas, el traductor de Beccaria, la publicación de los Diálogos sobre el comercio de trigo, atribuidos al Abate Galiani (Madrid, J. Ibarra, 1775), un célebre discípulo de Genovesi cuyas tesis eran todavía próximas a las del grupo de Gournay.

Floridablanca tomó posesión de la Secretaría de Estado en 1777. Su programa de reformas mantuvo cierta continuidad en materia regalista y respecto a la libertad interior del comercio de granos, pero paralizó el Expediente de ley agraria, delegando las iniciativas locales en aquellas Reales Sociedades Económicas que amoldasen sus constituciones a los mandatos del Consejo de Castilla y al modelo matritense. En consonancia, abandonó el proyecto de única contribución y emprendió una política comercial exterior más selectiva, contraria al fomento de las manufacturas de bienes de lujo y favorable a la promoción de la protoindustria para el consumo interno. Además, fue especialmente riguroso en sus medidas de fomento del empleo, partidario del control estatal del ejercicio de la caridad privada, del recogimiento de los desocupados en instituciones públicas productivas y de la reforma de los gremios para promocionar las «profesiones viles».

La postergada edición de la Recreación política del fallecido Arriquíbar salió al fin a la luz en 1779, con la traducción de «Del Uso de la Arismética Política en el Comercio y Rentas. Por el Señor Davenant en 1698». La aritmética aparece allí definida como «la ciencia y arte de razonar por números en materias relativas al gobierno». Algunas observaciones del economista bilbaíno dejan intuir que Foronda, el traductor, recurrió a la versión intermedia de Forbonnais de Of the Use of Political Arithmetick, in all Considerations about the Revenues and Trade. Esta obra iba destinada al uso de los alumnos de la díscola Económica Bascongada, reacia a adoptar las normas de la Real Sociedad Matritense. Representaba el ideario económico del partido aragonés, alejado de la pujante economía civil. La culminación de su edición y el reconocimiento público de su calidad –incluso por Sempere y Guarinos, formado en Santa Bárbara– solo se explica por el firme respaldo de Campomanes, comprometido en su confección desde el inicio. Por su parte, Foronda siguió su trayectoria militante al terminar, en 1781, su propia traducción parcial de las Instituciones políticas de Bielfeld (Burdeos, Francisco Mor); pero no sorprende, a tenor de lo explicado, que la licencia le fuese denegada en España.

Precisamente en 1779, las nuevas tesis oficialistas del pensamiento genovesiano llegaron a la enseñanza en el Real Seminario de Nobles de Madrid con las Lecciones de Economía Civil, ó de el Comercio del profesor Bernardo Danvila. Juan Antonio Hernández y Pérez de Larrea, director de la Real Sociedad Económica Aragonesa, las escogió como manual para los alumnos de la recién creada cátedra de Economía civil y Comercio (1784), a instancias de Floridablanca. Las sustituyó dos años después por la traducción canónica de las Lecciones de Comercio o bien, de Economía civil de Victorián de Villava y Aybas (Madrid, J. Ibarra, 1785–1786; 2.ª ed. Madrid, José Collado, 1804). Villava estaba familiarizado con la economía civil italiana; apenas un año antes había publicado las Reflexiones sobre la libertad del comercio de frutos del señor Cayetano Filang[i]eri (Madrid, J. Ibarra, 1784), extractadas del capítulo XI del libro II de La Scienza della legislazione (Nápoles, 1780–1783) (Astigarraga 1997 y 2007). La obra de Filangieri fue muy apreciada en el entorno manteísta. Habría que esperar a 1789 para que el abogado valenciano Jaime Rubio Pont entregase al público la primera edición en castellano (Madrid, Manuel González, 1787–1789, 5 vols.), basada en la francesa de 1784. No obstante, su ingente obra fue retirada por edicto de 7 de marzo de 1790, pasando a engrosar la lista de libros prohibidos (Índice último 1790: 293–5 y 294–6). La segunda y tercera parte del libro IV, así como el libro V del original, quedaron inéditos. Desoídas en 1796 sus protestas ante el Santo Oficio, Rubio «falleció en el camino por el disgusto que recibió» (Fuster 1830: II, 166; Cervera 2003: 404–405).

En el ínterin que transcurrió desde 1779 hasta la primera edición española de las Lecciones de Genovesi, el jurista vallisoletano Jacobo María de Espinosa y Cantabrana publicó La Nobleza comerciante. Traducción del Tratado que escribió en francés el Abate Coyer. Hecha para la utilidad de la Real Sociedad Económica de Mallorca (Madrid, J. Ibarra 1781). Sempere y Guarinos editó las Reflexiones sobre el buen gusto en las ciencias y en las artes de Ludovico Muratori (Madrid, Antonio de Sancha, 1782). Josefa Amar y Borbón, cuya petición de traducir a Genovesi fue rechazada por estar ya adjudicada, se ocupó del Discurso sobre el problema de si corresponde a los Párrocos y Curas de las aldeas el instruir a los labradores en los buenos elementos de la economía campestre (Zaragoza, Blas Miedes e Imprenta de la Sociedad, 1784–1785) del dramaturgo Francesco Griselini, responsable de la edición italiana del Dictionnaire des Arts et Métiers. El presbítero José María de Uría y Nafarrondo adaptó el Aumento del Comercio con seguridad de la conciencia de Paul Timoléon de La Forest (Madrid, J. Ibarra, 1785), de título explícito, con adiciones sobre la realidad española y bilbaína y digresiones doctrinales (Martín Rodríguez 2018). Pedro Normante y Carcavilla, el sucesor de Villava en su cátedra de la Universidad de Huesca, tradujo el Espíritu del señor Melón en su ensayo político sobre el Comercio (Zaragoza, Blas Miedes, 1786), un extracto organizado en proposiciones didácticas. Esta obrita ha suscitado mucha atención historiográfica, sobre todo por los avatares del traductor ante la Inquisición. No obstante, el Essai politique de Melon ya era sobradamente conocido en España desde tiempos de Argumosa y no se ajustaba en absoluto a la línea de pensamiento del partido civil, particularmente en lo tocante al comercio de bienes de lujo. Utilizarlo en la enseñanza, por crítica que fuese, no era una decisión acertada.

A esta lista deben agregarse tres traducciones que, como la de Arriquíbar, llegaron con retraso a sus destinatarios. La primera fue de Antonio Puig y Gelabert: los Elementos generales de Policía del cameralista Justi (Barcelona, Eulalia Piferrer, 1784), basada en la versión intermedia francesa (París, 1769). El autor fue muy cauto al puntualizar su «deseo […] de cooperar a la felicidad», en un intento de armonizar su trabajo con el lenguaje de la economía civil. La segunda, la Historia política de los establecimientos ultramarinos de las Naciones europeas. Por Eduardo Malo de Luque (Madrid, A. de Sancha, 1784–1790, 5 vols.), de Pedro Suárez de Góngora –duque de Almodóvar– se basaba en la segunda edición homónima de Guillaume–Thomas Raynal (Ginebra, 1780). El traductor la expurgó cuidadosamente y eliminó al autor de la portada, puesto que la obra había sido prohibida en 1779 (García Regueiro 1982, Martín Rodríguez 2018). La última, de Cristóbal Cladera, llevaba por título Reflexiones sobre las ventajas que resultan del comercio al Estado, por Joseph Addison (Madrid, J. Ibarra, 1785), una obra que reproducía pasajes de The Spectator (Martín Rodríguez 2019). Astigarraga (2018), al explicar la polémica entre Mariano Nifo y José Clavijo respecto a unos artículos de El Pensador en la década de 1760, ha comprobado que Addison se inspiró en los Éléments du commerce de Forbonnais.

También en aquel año decisivo de 1779, la Secretaría de Interpretación de Lenguas encomendó a Miguel Jerónimo Suárez y Núñez la dirección las Memorias instructivas, útiles y curiosas sobre Agricultura, Comercio, Industria, Economía […] (Madrid, 1779–1791). La revista publicó por entregas El comercio y el gobierno, considerados por sí mismos y en sus relaciones recíprocas de Étienne Bonnot de Condillac, entonces preceptor del infante Fernando de Parma (1783, tomo III, memorias XLI–XLIII y tomo IV, memoria XLV). Este autor era bien conocido por su Lógica, que se enseñaba en el Seminario de Nobles de Madrid. La revista se convertiría en un poderoso vehículo de transmisión de las noticias económicas europeas hasta el final de esta etapa, particularmente de Necker.

La reforma fiscal regresó al debate público tras la segunda guerra contra Inglaterra y la crisis del Banco de San Carlos. Su protagonista fue Pedro López de Lerena, protegido de Floridablanca y sucesor de Múzquiz en la secretaría de Hacienda desde 1785. Lerena propuso el establecimiento de una contribución de frutos civiles que simplificaba el modelo de rentas provinciales. La influencia de Necker en esta reforma es un hecho probado: seis traducciones, tres plagios–adaptaciones y un resumen lo convierten en el economista más traducido durante la Ilustración española (Astigarraga 2000a y 2000b). Su introducción se realizó desde una pluralidad de organismos: el Consejo de Castilla, la Junta de Comercio de Barcelona, las instituciones forales navarras y las sociedades económicas. Concretamente, se publicaron diversas versiones de Sur la législation et le commerce des grains, de 1775 (Memorias instructivas, tomo VIII, 1783, memoria LXIII), del Compte–rendu au Roi de 1781 (Memoria reservada sobre el establecimiento de Rentas Provinciales en un pie ventajoso al Público y al Estado […] por Don Domingo de la Torre Mollinedo, Madrid, Viuda de Ibarra, 1786), junto a la Mémoire de M. Necker au Roi sur l’établissement des Administrations Provinciales, y De l’administration des Finances de la France, de 1784 (Madrid, A. de Sancha, 1784–1790). Una clave infravalorada del éxito de Necker en España –y que refuerza la tesis de Astigarraga– fue su contrapropuesta al modelo fiscal de Turgot (Cervera 2019a).

El criterio de selección de las traducciones no se alteró sustancialmente en los últimos años de la Ilustración tardía. Villava presentó la Carta del Conde Carli al Marqués Maffei sobre el empleo del dinero, y Discurso del mismo sobre los Balances Económicos de las Naciones, a el qual van añadidas las Reflexiones del Marqués de Casaux sobre este mismo asunto (Madrid, Vda. de Ibarra e Hijos, 1788). Eran tres textos: Sull’impiego del denaro al Sig. Marchese Scipione Maffei (1751); Breve Ragionamento sopra i balanci economici delle nazioni (1770); y pasajes relativos a la balanza de pagos tomados de las Considérations sur quelques parties du méchanisme des Sociétés de Casaux (Londres, 1785, 5 vols.). Los primeros trataban sobre el interés del dinero, un asunto recurrente tras la crisis de los vales reales. La traducción de José Lucas Labrada de la Disertación sobre la Naturaleza y Utilidades del Comercio, escrita en italiano por el marqués de Belloni, de 1750 (Santiago, Ignacio Aguayo, 1788) debe interpretarse en ese mismo contexto. Labrada partía de la versión francesa, publicada anónimamente en La Haya en 1755, para analizar la política monetaria de los Estados Pontificios. Más interesante es la edición de las Ideas sobre la naturaleza, forma y extensión de los socorros que conviene dar a los enfermos Pobres en una Ciudad populosa. Traducidas del francés por el Capitán D. Vicente Alcalá Galiano (Segovia, Antonio Espinosa, 1787; 2.ª ed. Jerez, s. i., 1788), fiel a las Idées sur la nature (París, 1786) del fisiócrata Pierre–Samuel Dupont de Nemours. No es casual que coincida en el tiempo con el primer texto español de ideas teóricas fisiócratas: el Certamen Público de Derecho Natural, Político, y Derecho de Gentes de Manuel Joaquín del Condado, publicado en 1788 (Cervera 2019a). La difusión de la fisiocracia en España ha sido estudiada en profundidad (Lluch & Argemí 1985, Llombart 1995). La elección de este texto parece justificada, al coincidir con las propuestas de reforma del sistema asistencial del partido civil –de hecho, la traducción fue un encargo personal de Floridablanca– y proceder de un autor opuesto doctrinalmente a las enseñanzas del grupo de Gournay. Hubo que esperar a 1794 para que Manuel Belgrano, formado en el Seminario, publicase en Buenos Aires (Ramón Ruiz) el texto canónico de la fisiocracia, las Máximas generales del gobierno de un reyno agricultor. Su traducción se basó en la cuarta edición (Leiden y París, 1767–1768), reordenada por Dupont de Nemours (Lluch 1984).

 

Economía política y liberalismo económico en el otoño de las Luces

El monarca fallecía en diciembre de 1788. Jovellanos leía ante los socios de la Real Sociedad Económica Matritense su famoso Elogio de Carlos III, reivindicando a Campomanes como impulsor de la economía civil en España. Ocho meses después, la revolución estallaba en Francia. Floridablanca, ratificado por Carlos IV en su puesto, rearmó al Santo Oficio y vetó las publicaciones independientes. Las traducciones de Filangieri, Addison, Beccaria, John Armstrong, Condillac y Mably fueron proscritas. La censura no impidió, no obstante, la publicación anónima de siete Discursos políticos de David Hume (Madrid, González, 1789 [1752]), bien conocidos en España por sus versiones de Le Blanc y de Mauvillon. La «Advertencia» que los precedía delata la ineficacia de los controles. Igualmente, el valenciano Pascual Arbuxech y Escoto presentó el primer volumen de El Hombre de Estado (Madrid, Benito Cano e Imprenta Real, 1789–1791), de la versión de Robinet (París, 1757) de L’uomo di governo de Nicolò Donato (Verona, 1753). El capítulo xiv del tomo II trataba sobre precios y tasas, el comercio, las rentas del Estado y la moneda. Era un texto con «un claro mensaje liberal, favorable al comercio internacional y al lujo como creador de riqueza» (Martín Rodríguez 2018).

Ciertamente, el tiempo de la economía civil estaba contado. Volvían las revueltas del pan y la política de granos se revirtió. Campomanes limitó el comercio interior de granos con una Real Cédula de 15 de julio de 1790 y, asumiendo el fracaso, abandonó la presidencia del Consejo de Castilla. Atrás quedaba la Pragmática que promovió en 1765. Las traducciones de las Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas de Turgot, el Ensayo sobre la libertad del comercio, y de la industria de Claude Bigot de Sainte–Croix, y los Elementos de la policía de Justi, en el tomo XII de las Memorias Instructivas y Curiosas (1791), reflejan el giro editorial de la revista oficial contra las recomendaciones de corte neckeriano que inspiraron la nueva reglamentación de comercio y abastos. La versión castellana del Essai sur la liberté du commerce et de l’industrie de Bigot (Ámsterdam y París, 1775) no figura en los catálogos bibliográficos. Su edición original fue promocionada por Nicolas Baudeau, autor de pasado fisiócrata que presentó, entre otros textos, una impugnación titulada Les vrais principes de l’administration des finances opposés à ceux de M. Necker (1785). La novedosa vertiente crítica se confirmaba con la publicación de Del origen de las leyes, artes, ciencias y sus progresos en los pueblos antiguos de Antoine–Yves Goguet (Madrid, Imprenta Real, 1791–1794, 5 vols.) por el joven Álvaro Flórez Estrada y Rodrigo Camino Hevia (Almenar 1989). No obstante, la línea editorial del partido civil era persistente. Francisco de Paula del Rey editaba unas Reflexiones económico–políticas (Madrid, 1792), críticas con la traducción de Rubio de la Ciencia de la legislación de Filangieri; y Arbuxech tradujo La pública felicidad objeto de los buenos Principes (Madrid, Imprenta Real, 1790) de Ludovico Muratori, autor cuya Filosofía Moral había sido traducida por sus dos grandes referentes intelectuales, Gregorio Mayans y el médico Andrés Piquer.

Floridablanca fue cesado en febrero 1792 y Aranda recuperó efímeramente el poder; pero la opinión pública reaccionó contra su inacción ante la detención del rey de Francia y precipitó también su caída en el mes de noviembre. Godoy, el joven valido de Carlos IV, tenía el camino despejado para el ascenso. La generación de Gaspar Melchor de Jovellanos retomaría desde entonces la senda abandonada de la economía política en el otoño de las Luces, con el redescubrimiento del pensamiento smithiano. El injustamente denostado Godoy fue el artífice del aperturismo, tímido al principio, ante las ideas del liberalismo económico. Es bien sabido que Campomanes ya conocía las ideas de Smith desde 1777, solo un año tras la publicación de The Wealth of Nations; que Jovellanos lo leyó en 1778; que Bernardo Danvila relegó las enseñanzas de Francis Hutcheson, el maestro de Smith, para explicar a Condillac y a Genovesi en las aulas del Seminario de Nobles; que Alcalá Galiano había leído a Smith mientras traducía a Dupont… Tantas evidencias obligan a suponer que la adopción oficialista de la economía civil bloqueó la influencia de la escuela escocesa en España. La caída de Floridablanca, la paz con Inglaterra y la formación de la Primera Coalición contra Francia en 1792 favorecieron, definitivamente, la penetración del pensamiento británico y, poco más adelante, de los intérpretes de Smith.

En aquel año, el oficial de la Secretaría de Estado Carlos Martínez de Irujo dedicaba a Godoy el Compendio de la obra inglesa intitulada Riqueza de las Naciones (Madrid, Imprenta Real) del marqués de Condorcet. Como L’Esquisse figuraba en el Índice por su laxitud religiosa, el traductor omitió los párrafos más comprometidos y la identidad de Smith. Fue bien acogida, con dos reediciones de Madrid (1803) y Palma de Mallorca (1814), por su tono proteccionista y moderadamente agrarista (Lluch 1989). Dos años después, el abogado granadino José Alonso Ortiz dedicaba a Godoy la primera versión castellana de la obra cumbre de la literatura económica: Investigacion de la naturaleza y causas de la Riqueza de las Naciones (Valladolid, Viuda e Hijos de Santander). La historiografía ha destacado la calidad de esta traducción, basada en la octava edición de The Wealth of Nations, aunque fuese anotada y expurgada para el público español (Smith 1957, Fuentes Quintana & Perdices 1996, Lai 1999, Perdices 2000, Schwartz 2000). El círculo se cerraba con la tercera traducción del Ensayo sobre la policía general de los granos de Herbert (Madrid, Antonio Espinosa, 1795), que el aragonés Tomás Anzano presentó en defensa de la estrategia neckeriana. El debate estaba servido; pero, en esta ocasión, desde el enfoque de la economía política. El retorno de la filosofía moral práctica se confirma con las traducciones de los Principios de la Ciencia Económico–Política, traducidos del francés por D. Manuel Belgrano, del «Conde de C y Margrave de Badem» (Buenos Aires, Real Imprenta de Niños Expósitos, 1796) –un texto procedente de las Nouvelles Éphémérides Économiques (1772 y 1775), donde de nuevo intervenía Dupont de Nemours– y del Compendio elemental de los principios de Economía Política del neofisiócrata Germain Garnier (Madrid, s. i.), atribuido al hacendista Martín de Garay.

En efecto, la influencia de Smith confluyó con otras propuestas liberalizadoras, más compatibles con el lenguaje de la economía civil y de la fisiocracia. La situación de Godoy se complicó desde 1797. Saavedra lo sustituyó en 1798 y se distanció otra vez de Inglaterra. La economía civil tuvo un último repunte entre 1800 y 1804, con la publicación de la Biblioteca española económico–política de Sempere y las reediciones de las Lecciones de Danvila y de Villava. No obstante, también en 1800, el brigadier de raíces irlandesas Juan Smith Sinnot traducía los Principios de Economía Política (Madrid, Vega y Cía.) del suizo Paul–Jean Herrenschwand (De l’économie politique moderne, Londres, 1786), un texto smithiano de corte agrarista que acabaría imponiéndose en las aulas del Seminario de Nobles de Madrid en 1804. Se auguraba un tiempo nuevo.

 

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  1. Sobre sus planteamientos teóricos, consúltense Lluch (1980), Cardoso (1994) y su capítulo conjunto en Economía y economistas españoles (Lluch & Cardoso 1999). Entre otros resultados, han sido analizados los casos catalán, gallego, vasco–navarro, andaluz, aragonés y valenciano (Cervera 2019a).

  2. Buen ejemplo ofrece el profesor F. Aguilar Piñal (1996: 34), que niega la coherencia de una expresión «que pretende reconciliar lo irreconciliable. La Ilustración, como filosofía, excluye cualquier dogmatismo religioso. Como práctica política, alentó no pocas actitudes contrarias al espíritu de la Iglesia, como el regalismo, la expulsión de los jesuitas, el control de las devociones populares y la desamortización eclesiástica».

  3. La difusión del enfoque nacional en España se vio facilitada por estudios pioneros de la traducción de textos económicos de la Ilustración, destacadamente de R. S. Smith (1968), J. Reeder (1973, 1978, 2003), F. Cabrillo (1978) y G. Núñez (1981). Más recientemente, V. Llombart avanzó mucho en el análisis cualitativo de las traducciones (Lafarga 1999, Llombart 2000, Lafarga & Pegenaute 2004) y en la catalogación (2004). En el plano internacional, es obligado recordar las contribuciones de K. Carpenter (1975 y 1977) y J. Spengler (1970). Una extraordinaria contribución a este enfoque, muy reciente, es la de S. Reinert (2011): su análisis de la difusión internacional de las ideas de John Carey en la Europa ilustrada es ejemplar.

  4. Tomás de Iriarte, Domingo de Marcoleta, Cristóbal Cladera y Miguel Jerónimo Suárez Núñez trabajaron en la Secretaría o la dirigieron.

  5. La referencia mejor documentada sobre el grupo de Gournay es de Charles, Lefebvre y Théré (2011).

  6. Los catálogos atribuyen la autoría a su hijo, John Chamberlayne, conocido por sus traducciones de Pufendorf. Él reeditó aquella obra, que contó con al menos 35 ediciones en inglés hasta 1767. Lo más probable es que Ribera utilizase esta última.

  7. Astigarraga (2012) calificó a Domingo de Marcoleta como un «mediador de opinión», aunque Martín Rodríguez (2018) ha señalado que percibió también estipendios por sus traducciones. Ambas percepciones son compatibles y no contradicen su papel extraordinariamente activo entre los publicistas del grupo de Aranda.