Pinilla

La traducción de textos científicos y técnicos en el siglo XVIII

Julia Pinilla Martínez (Universitat de València)

 

Contextualización histórica y social del siglo XVIII

El cambio de siglo se inició con la llegada al trono de España de una nueva dinastía procedente de Francia. La casa de Austria fue sustituida por la monarquía borbónica, lo que provocó una guerra civil y europea a la que se daría el nombre de Guerra de Sucesión (1701–1713). El primer rey Borbón fue Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, que reinaría bajo el nombre de Felipe V. Esta transición produjo cambios en todos los órdenes de la vida española, políticos en un principio y más tarde sociales. El origen francés de la nueva dinastía, su modo de hacer y su lengua fueron calando poco a poco en la élite intelectual española hasta que esta influencia culminó en la segunda mitad del siglo, en el periodo de la Ilustración. Este movimiento intelectual realizó un gran esfuerzo de innovación, con el fin de desarrollar la ciencia y la técnica en España y difundir los avances científico–técnicos que se producían en otros países. Conviene recordar aquí, no obstante, el movimiento de los Novatores de finales del siglo XVII y principios del XVIII cuyas ideas ya avanzaban los cambios que sucederían más tarde en el mundo de la ciencia en España, tal y como exponen Martínez Vidal y Pardo Tomás (2003: 108):

la renovación científica no tuvo su punto de partida en la obra de Feijoo, ni en la llegada de los Borbones, sino que sus orígenes se hallaban en las últimas décadas del siglo XVII, cuando una serie de médicos, matemáticos y filósofos naturales que la sociedad de su tiempo conoció con el despectivo nombre de novatores, rompió abiertamente con las ideas tradicionales y optó, a partir de la conciencia explícita del retraso científico español, por incorporarse a la modernidad que se gestaba en la Europa de más allá de nuestras fronteras.

 

El francés, lengua vehicular de las ciencias en Europa en el siglo XVIII

La creación de las Academias de la lengua en Europa en el siglo XVII consagró las lenguas vernáculas y contribuyó a dejar el latín relegado, cada vez más, a determinados ámbitos. Las ciencias necesitaban una lengua que divulgase los avances científicos y técnicos que se producían. El prestigio adquirido por la lengua francesa en el siglo XVII, así como su presencia en algunas cortes reales, la convirtió en el sustituto del latín y vehículo de transmisión de la ciencia y la técnica. Los científicos crearon redes epistolares con el objeto de recabar información que les ayudase en sus investigaciones. Para ello necesitaban un lingua franca para comunicarse, la cual sería el francés. Solo los países del norte de Europa continuarían utilizando el latín durante el siglo XVIII.

El Setecientos vio florecer asimismo las Academias de Ciencias en Europa, en las cuales se reflejaría el modelo de academia francesa y se adoptaría su lengua. Un caso paradigmático de este proceso fue la Academia de Ciencias de Berlín, también conocida como Academia Prusiana de las Ciencias, la cual fue fundada en 1700 siguiendo el consejo del filósofo alemán Gottfried Leibniz, que fue nombrado su presidente. Las lenguas de uso eran el latín y el alemán; sin embargo, esta última contaba con el inconveniente de no ser entendida fuera de los límites germanos (Hassler 1988: 71). En 1740, se refundó la Academia y se adoptó el modelo francés y su lengua. Federico II de Prusia puso al frente al científico francés Pierre–Louis Moreau de Maupertuis para llevar a cabo el cambio. Desde ese momento todas las memorias se publicaron en francés. Maupertuis eligió para la función de historiógrafo y secretario perpetuo de la institución a un descendiente de hugonotes franceses, Samuel Formey, una de cuyas misiones consistía en traducir al francés las memorias escritas en alemán o en latín para su publicación.

El estudio de ocho volúmenes de la Histoire de l’Académie Royale des Sciences et Belles Lettres de Berlín publicados entre 1748 y 1770 es esclarecedor a este respecto. Sobre un total de 178 memorias, se tradujeron 23 –14 del latín y 9 del alemán–, cifra cuantitativamente poco importante que pone de relieve el uso mayoritario de la lengua francesa entre los científicos y su consolidación como lengua de transmisión (Pinilla 2013). Pero no solo los científicos alemanes escribieron sus obras en la nueva lengua de la ciencia; otro ejemplo es el del italiano Ferdinando Galiani, economista, filósofo y diplomático. Tras una larga estancia en París, redactó en francés los Dialogues sur le commerce des bleds (Londres, 1770), traducidos unos años más tarde al español (Madrid, 1775). Estos dos ejemplos revelan que, a partir de la segunda mitad del siglo, la lengua francesa se había consolidado como lengua científica desplazando al latín cada vez menos presente.

Las distintas Academias españolas no adoptaron el francés como primera lengua para la publicación de las memorias, sin embargo, este será de suma importancia pues las nuevas ciencias llegaron a los lectores españoles a través de la traducción de la versión francesa de las obras origen escritas en inglés, alemán, italiano o latín.

 

Las Sociedades Económicas de Amigos del País

A partir de mediados de siglo, fundamentalmente bajo el reinado de Carlos III (1759–1788), vieron la luz iniciativas destinadas a fomentar el progreso del país. Una de ellas fue la figura del «pensionado», a saber, científicos españoles enviados por el gobierno a realizar estancias de estudios junto con los mejores de su campo, generalmente a París, excepto los de medicina que también se desplazaban a Montpellier, otro de los focos importantes de conocimientos médicos.

Paralelamente a las medidas tomadas por el gobierno se fueron constituyendo tertulias de hombres cultos preocupados y deseosos de colaborar en la transformación del país. Estas reuniones de eruditos dieron su fruto en la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País, las cuales tenían como misión el fomento del estudio para la mejora de la industria y de la ciencia a través de concursos e impulsar la regeneración de la agricultura. La primera sociedad se creó en 1765 a instancia de Javier María Munibe, conde de Peñaflorida, con el nombre de Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. Entre sus prioridades destacan la mejora de las técnicas agrarias, así como la formación de los terratenientes, la economía y la promoción de la industria.

Uno de los ministros ilustrados de Carlos III, Pedro Rodríguez de Campomanes, publicó en 1774 su Discurso sobre el fomento de la industria popular en el que se interesaba por la función práctica que debían llevar a cabo las Sociedades mediante la publicación de memorias que estimulasen la producción en España de ciertos productos en vez de importarlos de otros países. Campomanes pone como ejemplo a la Sociedad Vascongada:

observaciones solo se pueden hacer por unos cuerpos patrióticos, formados a imitación de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País; reduciendo á experimentos y cálculos todos estos aprovechamientos y economias. Cuyas comparaciones no es posible las hagan las gentes rústicas; ni que pueda asegurarse su certeza y exactitud, sin la concurrencia y auxîlio de las personas distinguidas y zelosas de cada Provincia, unidas en sociedades y correspondencias, que reduzcan á memorias académicas sus observaciones, y las vayan comunicando continuamente al público. (1774: lix)1

Al año siguiente se fundó la Sociedad Económica Matritense –siguiendo el modelo de la Vascongada–cuyas memorias estaban divididas en tres secciones, a saber, Agricultura, Industria y Artes y Oficios. Estas secciones abarcaban los campos necesarios para el desarrollo del país, la mejora de su economía y su modernización. Debido a ello, las Sociedades se fueron implantando en localidades esparcidas por todo el territorio y con distinta actividad, aunque algunas solo llegaron a redactar sus estatutos. De la importancia de estas instituciones da cuenta el estudio ya clásico de Demerson y Aguilar Piñal (1974) donde se relacionan 107 Sociedades creadas entre 1765 y 1808.

La importante labor realizada por estas instituciones se reflejó en sus memorias, en las que se daba cabida a traducciones mayoritariamente del francés, como la Memoria sobre los distintos modos de administrar la electricidad de Pierre Jean Claude Mauduyt de la Varenne (Segovia, 1786), traducida por el capitán Vicente Alcalá Galiano o el Arte de descubrir y hacer el carbón mineral (Valladolid, Viuda de Santander, s. a.) que el maestro de francés José María Nicolás de Saint Pastous, tradujo de la Enyclopédie, y que debería fecharse en 1786.2

Lo expuesto hasta aquí, aunque someramente, evidencia la importancia de estas instituciones; no obstante, no se puede obviar el esfuerzo del ilustrado Campomanes en pro de la formación de los artesanos. En su Apéndice a la educación popular, expone claramente que la finalidad es el desarrollo y restablecimiento de los oficios, con el fin de elaborar en España aquellos productos cuya importación generaba quebranto económico a las industrias españolas. Para evitarlo aconseja traducir el diccionario enciclopédico, publicando separadamente cada tratado de modo que no resulte demasiado oneroso para los artesanos la adquisición de dichas obras:

Los libros de las artes, y de la enciclopedia son costosos; ni es accesible á los artesanos comprarlos, y hacer un gasto considerable, formando una librería superflua. / A cada uno le basta tener el libro de su oficio: estudiarle y entenderle con perfeccion; ayudado del dibuxo, y socorrido de la explicación, y demostración de viva voz del mas sobresaliente artista, como profesor o maestro. Esta explicación necesariamente se ha de hacer en nuestro idioma. Asi no son de utilidad inmediata los tratados de las artes y oficios, mientras no se traducen en lengua española. (Campomanes 1776: 287)

Campomanes añade una de las máximas seguidas por algunos de los traductores técnicos del XVIII, como Jerónimo Sánchez Núñez, a saber, consultar a los artesanos la terminología propia de cada oficio: «La traducción, en lo que mira á la propiedad del oficio, debe consultarse con los peritos en él, á sin de que subministren las voces propias del arte, que comunmente ignoran los literatos» (1776: 288), como hizo asimismo el padre Esteban de Terreros y Pando para la elaboración de su Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa latina e italiana (Madrid, Viuda de Ibarra, 1786–1793).

 

El Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos

Si bien el siglo XIX fue la época del auge de las publicaciones periódicas y revistas, a finales del siglo XVIII se fundó el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos, creado por orden de Manuel Godoy, a la sazón Secretario de Estado, y publicado entre 1797 y 1808. Esta empresa formaba parte de un proyecto mayor, el «Plan general de educación económico y político» que Godoy encargó a Juan Bautista Virio, cónsul general en Hamburgo por aquellas fechas. Virio redactó el «Prospecto» del Semanario, en el que exponía la necesidad de fomentar las artes y las manufacturas. Para conseguir este fin era imprescindible contar con un canal que hiciera llegar lo que se publicaba a los lugares más recónditos, sobre todo a los labradores que no sabían leer. Nadie mejor que los párrocos para cumplir esa misión, a semejanza de lo que se hacía en otros países. El contenido del Semanario debía proceder de distintas fuentes: en primer lugar, de las autóctonas, para difundir los conocimientos y métodos de las distintas provincias del reino; en segundo lugar, de los mejores periódicos extranjeros.3

En el análisis del primer volumen (1797), observamos que las remisiones a Francia son constantes tanto por la cantidad de autores nombrados, como por la referencia a este país en las notas a pie de página y en el cuerpo del texto. En algunos casos, los títulos de los artículos remiten explícitamente a la fuente, sin mencionar al traductor. Así, en el ámbito de la legislación se mencionan una Petición hecha al gobierno de Francia sobre que se multipliquen los árboles dentro de los pueblos, en sus inmediaciones, y singularmente en los Cimenterios; la Ley de la república francesa que manden se quiten todos los años las orugas de los árboles; los Avisos de la comisión de subsistencias y provisiones de la república francesa, sobre la conservación de las harinas. Y en el de la agricultura, un Extracto de las observaciones de J. D. Pasteur sobre el plantío de árboles en uno de los paseos de París; unas Observaciones acerca de la construcción y régimen de los establos por el C. Dralet, correspondiente en la sociedad de agricultura de París en Mersan; un Modo de acodar las higueras por interceptación de la savia, y de conseguir higos con abundancia en el invierno siguiente, conservando los árboles, por el C. Mallet.4.

En otros casos, los autores se mencionan en las notas al pie y se significan por su relevancia o función en las instituciones. En el Aviso á los labradores sobre la elección de terrenos y semillas (1797: I, 33) la fuente es un «corresponsal» de la Sociedad de Agricultura de París, Huvier, del que no hemos encontrado información alguna.

En el apartado de veterinaria, el autor de la obra traducida como De las viruelas del ganado lanar es el «ciudadano Chavert, director de la antigua escuela de Veterinaria de París» (1797: I, 72). En cuanto a los artículos técnicos como el Arte de hacer xabon en las fábricas y casas particulares, las autoridades son «tres químicos célebres […] Darcet, Pelletier y Lelievre, todos del Instituto nacional de Francia» (p. 7). Es de destacar el artículo sobre el sarampión, redactado a partir del de «Rougeole» del Cours d’agriculture de François Rozier. Cabe la posibilidad de que el traductor fuera el secretario, aunque no tenemos la certeza pues no hemos encontrado ningún documento que corrobore nuestra hipótesis.

Las publicaciones periódicas editadas en Francia constituyen otra de las fuentes del Semanario. Las obras consultadas por el redactor proceden, en el campo de la agricultura de las Memorias de la sociedad de agricultura de París y de la Feuille du cultivateur. Esta última tuvo una gran actividad pues publicó dos números semanales entre 1790 y 1804 (9 vols). En el ámbito de las artes técnicas, las fuentes fueron el Journal des arts et manufactures publié sous la direction de la Commission exécutive d’agriculture et des arts, publicación mensual de 1795 a 1797 (3 tomos), los Annales de Chimie ou Recueil de mémoires concernant la chimie et les arts qui en dépendent, de los que se publicaron cuatro volúmenes por año entre 1789 y 1815, y el Journal Encyclopédique publicado en Lieja de 1756 a 1793.

Con la breve descripción del Semanario, constatamos el esfuerzo realizado para mejorar las técnicas de trabajo tanto de los jornaleros como de los artesanos en España a la estela de lo que sucedía en el país vecino.

 

Traducciones de obras técnicas

El llamado Siglo de las Luces se caracterizó en Francia entre otras cosas por su espíritu enciclopédico, crítico y categorizador del mundo. A la obra enciclopédica por excelencia de Diderot y D’Alembert se sumaron otras de gran importancia, aunque menos conocidas del gran público como la Description des Arts et Métiers cuyos destinatarios eran los artesanos. La Description fue un proyecto enciclopédico de la Académie Royale des Sciences. A finales del siglo XVII, un grupo de eruditos se propuso describir y publicar las distintas artes con el fin de contribuir al desarrollo de las manufacturas francesas. Se trata de un trabajo ambicioso que incluía dibujos y grabados. Sin embargo, la empresa sufrió distintos contratiempos y los primeros tratados no se publicaron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVIII. En 1709, el físico René–Antoine de Réaumur inició el proyecto, reunió gran cantidad de información y mandó grabar las láminas. Pero el interés decayó y a su muerte todavía no se había publicado tratado alguno. La documentación reunida por Réaumur, incluidos los dibujos y las láminas, se legó a la Académie Royale des Sciences. En 1758 Henri–Louis Duhamel du Monceau se hizo cargo del material, con la finalidad de llevar a término su publicación. Esta se retrasó todavía algunos años pues una acusación de plagio estalló contra los editores–libreros de la Enciclopédie al querer utilizar las láminas reunidas por Réaumur. A pesar de todos los escollos encontrados por el camino, entre 1761 y 1782 se publicaron ochenta títulos, muchos de los cuales fueron traducidos al español. El interés de los ilustrados españoles y de las instituciones, como hemos mencionado, favoreció que se tradujeran algunos de estos tratados técnicos, especialmente aquellos cuyo contenido podía ser de utilidad a las manufacturas españolas.

Se mencionan a continuación algunas de las traducciones de estos tratados técnicos publicadas en España, en muchos casos obra de Miguel Jerónimo Suárez Núñez (si no se especifica lo contrario, es él el traductor): de François–Alexandre de Garsault, Arte de barbero–peluquero–bañero que contiene el modo de cortar los cabellos (Madrid, Andrés Ramírez, 1771) por Manuel García Santos y Noriega; de Delormois, Arte de hacer las indianas de Inglaterra (Madrid, Imprenta Real, 1771); de Jean Antoine Nollet, Arte de sombrerero (Madrid, A. Ramírez, 1771); de Pierre-Joseph Macquer, Arte de la tintura de sedas (Madrid, Blas Román, 1771); de autor anónimo, Arte de cultivar las moreras (Madrid, Pedro Marín, 1776); de Duhamel du Monceau, Arte de cerero (Madrid, P. Marín, 1777); de Jerôme de la Lande, Arte de hacer el papel según se fabrica en Francia, en Holanda, en la China y en el Japon (Madrid, P. Marín, 1778); de Jean–Gaffin Gallon y Duhamel du Monceau, Arte de convertir el cobre en latón por medio de la piedra calamina (Madrid, P. Marín, 1779); de Balthasar–Georges Sage, Arte de ensayar oro y plata (Madrid, Joaquín Ibarra, 1785) por Casimiro Gómez Ortega; de Jean-Félix Watin, Arte de dorar (Madrid, Imprenta Real, 1793) por cierto D. M. de E. P.

También las obras de arquitectura fueron objeto de traducción en el XVIII, aunque su presencia es mejor que la de las obras técnicas. Son dignas de mención el Compendio de los diez libros de arquitectura de Vitruvio (Madrid, Gabriel Ramírez, 1761) de Claude Perrault, obra de José de Castañeda; el Modo de hacer incombustibles los edificios, sin aumentar el coste de su construcción (Madrid, Pantaleón Aznar, 1776) de Félix–François d’Espié, vertido por Joaquín de Sotomayor; y el, Tratado elemental de los cortes de cantería o Arte de la montea (Madrid, José García, 1795) de Simonin y C.–M. Delagardette traducido por Fausto Martínez de la Torre y José Asensio.

Estas tres traducciones representan una muestra heterogénea del afán traductor del siglo. La primera es el compendio de la obra de Vitrubio, arquitecto romano del siglo I a. C. y referente clásico del mundo arquitectónico. La segunda, sin embargo, aborda el debate técnico presente en el momento en que se publicó: la construcción de las bóvedas tabicadas (Fortea Luna & López Bernal 2001: 25). Ambas obras van destinadas a lectores cultos, arquitectos o estudiantes de arquitectura. Por el contrario, la tercera de las traducciones, el Tratado elemental de los cortes de cantería, es un manual para enseñar el oficio a los aprendices de canteros. La distribución de su contenido lo convierte en una obra pedagógica de gran valía al contar con tres elementos que se complementan, las láminas, la explicación de las mismas y un Diccionario.5 Se trata de un método ante todo visual (láminas) para cuya explicación se utiliza una terminología normalizada ya en los diccionarios de la época.

No podemos terminar el capítulo sobre las traducciones técnicas sin dedicar unas líneas a Miguel Jerónimo Suárez Núñez (1733–1791) y su magna obra Memorias instructivas y curiosas. Suárez Núñez fue, sin temor a equivocarnos, el traductor que más obras técnicas vertió. Corroboramos nuestra afirmación con las palabras de Aguilar Piñal (2006: 87): «[Publicó] 26 obras de tecnología aplicada a la agricultura, a la industria y al comercio de otras tantas obras de autores franceses, como Mollet, Macquer, Duhamel, Delormois, Ribacourt [sic] y otros, ilustradas siempre con láminas explicativas de las máquinas propuestas». Entre las actividades que desempeñó a lo largo de su vida, deseamos destacar una directamente relacionada con sus traducciones. Siempre según Aguilar Piñal (2006: 94–95), visitó las fábricas del país para conocer la situación en que estas se encontraban, «enseñando algunas novedades industriales» y algunas de Francia (Montpellier, Carcasona y Marsella) y adquiriendo la formación necesaria para la traducción de los tratados técnicos, especialmente los que trataban sobre las tinturas y los tejidos.

Los tratados se publicaron semanalmente, al inicio, y se vendían «según prospecto y por entregas». Un ejemplo de la venta por entregas es la traducción del Art de raffiner le sucre de Duhamel du Monceau (París, 1764). La traducción de este tratado fue publicada en tres memorias distintas recogidas en el tomo VI (1780): Memoria LXII. Arte de refinar el azúcar, según se practica en Francia, Olanda, y otras partes; Memoria LXIII. Continuacion del arte de refinar el azúcar y Memoria LXIV. Conclusion del arte de refinar el azúcar. La fuente, en este caso, fue la Collection des Arts et Métiers y, por ende, la Académie Royale des Sciences de París, aunque no fue la única.

El proyecto de Suárez Núñez era ambicioso y para ello tradujo trabajos publicados en las Academias de mayor prestigio del siglo XVIII, como se refleja en el título: Memorias instructivas y curiosas sobre agricultura, comercio, industria, economía, chymica, botanica, historia natural, &c. sacadas de las que hasta hoy han publicado varios autores extrangeros y señaladamente las Reales Academias y Sociedades de Francia, Inglaterra, Alemania, Prusia y Suecia. La colección, en 12 vols., se publicó entre 1778 y 1791 en la imprenta madrileña de Pedro Marín. Los cuatro primeros volúmenes contienen memorias referidas a distintos campos técnicos, sin un orden preciso. Algún tratado puede ser objeto de varias memorias, como la que hemos señalado más arriba o las tres últimas del tomo IV sobre el Arte de la vidriera: Memoria L: Sobre el vidrio, y los esmaltes; Memoria LI. Continuación del Arte de Vidriera y Memoria LII. Conclusion del Arte de Vidriera. La obra origen de estas memorias es un tratado del siglo XVII, titulado L’Arte Vetraria publicado en 1612 y escrito en italiano por Antonio Neri, botánico florentino, alquimista y artesano del vidrio. Fue traducido a diversas lenguas, entre ellas al latín por el inglés Christopher Merret, médico y naturalista, y al alemán por Johann Kunckle, alquimista y químico experimental. Ambos traductores completaron el tratado con sus observaciones acerca de las técnicas originales de Neri. Ya en el siglo XVIII, se publicaron varias ediciones en francés, una de ellas, de 1752, procedía del alemán y es seguramente la que utilizó Suárez Núñez. El Arte de la vidriera ilustra el recorrido que tuvieron algunas obras antes de llegar a nuestro país a través del francés.

La alquimia en tanto que disciplina experimental y filosófica derivó, poco a poco, en una nueva ciencia, la química, que alcanzaría su madurez en el siglo XIX. Nuestro traductor no fue insensible a este progreso y publicó entre 1780 y 1785 la versión de la Chimie expérimentale et raisonnée (1773) del científico francés Antoine Baumé. Suárez Núñez tituló las memorias Lecciones de química experimental y necesitó cuatro tomos para completar su traducción. Este trabajo difiere de las memorias anteriores por su extensión y por los destinatarios. Las Memorias están pensadas para artesanos; dando un salto cualitativo, el traductor amplía el abanico de sus lectores con las Lecciones de química, cuyo objetivo parecer ser, de forma preferente, la instrucción de los jóvenes.

 

Traducciones de obras de química

La química supuso un avance notable en distintos ámbitos tanto científicos como técnicos. Durante casi todo el siglo, las plantas fueron la materia prima para la tintura de los tejidos. La química y la traducción de obras sobre esta ciencia cambió esta práctica técnica (véanse Bertomeu Sánchez & Muñoz Bello 2009 y Muñoz Bello 2015). En 1789, el químico francés Claude Louis Berthollet presentó una memoria sobre los Eléments de l’art de la teinture que Pedro Gutiérrez Bueno (1745–1826), químico y farmacéutico, tradujo por encargo de Manuel Godoy. La memoria exponía «las primeras tentativas en el Arte del blanqueo» según figura en el prólogo del tratado que publicó Berthollet unos años más tarde. Se trata del Arte del blanqueo por medio del ácido muriático oxigenado (Madrid, Imprenta Real, 1795–1796, 2 vols.). El traductor Domingo García Fernández (1759–1829) fue un químico español pensionado en París, conocedor de las técnicas tintóreas empleadas en Francia en la manufactura de los Gobelinos. A su regreso a España dedicó su actividad a la química aplicada a las artes, y buena muestra de ello es la traducción de la obra de Berthollet.

Por las mismas fechas se publicó el Arte de fabricar el salino y la potasa, publicado de orden del Rey de Francia (Madrid, A. Espinosa, 1795) de Antoine–Laurent Lavoisier, traducido por Juan Manuel Munárriz (1761–1831), militar del arma de artillería y matemático, a quien se debe la versión de dos de las obras de Lavoisier. La ya citada, como su propio título indica, estaba dirigida a las industrias con el fin aprender a fabricar dichas sales y no tener que importar los productos de otros países:

Mi empeño de dar en castellano el Arte de fabricar el Salino y la Potasa, no ha tenido otro principio menos justo, que el deseo de introducir en nuestra España la abundancia de aquellas sales, y verla libre por este medio del tributo que las Naciones extranjeras, igualmente que en otros ramos, la tienen impuesto en las Cenizas Grabeladas y la Potasa. (Munárriz 1795: prólogo)

La segunda fue el Tratado elemental de química presentado baxo nuevo orden (Madrid, Imprenta Real, 1798, 2 vols.) en la cual Munárriz sigue pensando en la mejora de la industria. Lo que varía, en nuestra opinión, son los destinatarios, pues confiesa que sus lectores serán «la estudiosa juventud española» por lo tanto, ya no se habla de artesanos sino de los jóvenes en general. Pone al alcance de los estudiantes una obra que él considera que «hará época en los anales de los conocimientos útiles: que será consultada de la posteridad con veneración y aprovechamiento; y que encierra el germen de quantos descubrimientos restan por hacer en este ramo importante de la Física, y el mas transcendental á la industria y manufacturas» (Munárriz 1798: prólogo).

El último tratado sobre artes técnicas y química que presentamos en este estudio estaba destinado a los orfebres. Fue escrito por el farmacéutico francés Pierre de Ribaucourt, quien trabajó asimismo con el químico Antoine Baumé, cuya obra ya se ha mencionado. Se trata de Elementos de quimica docimastica para uso de los plateros, ensayadores, apartadores y afinadores ó, Theoria quimica de todas las operaciones que se practican en las artes de la plateria, de ensayos y de afinaciones (Madrid, Antonio Fernández, 1791). El traductor fue también en esta ocasión Suárez Núñez, quien unos años antes, en 1784, había dado otra versión de una obra de química, cuyos destinatarios directos ya no eran los artesanos: los Elementos de quimica–theorica de Pierre–Joseph Macquer (Madrid, Pedro Marín).

En los últimos veinte años del siglo se tradujeron las obras punteras de los grandes químicos franceses como Antoine–François Fourcroy: su Filosofía química ò verdades fundamentales de la química moderna dispuestas con nuevo orden (Barcelona, Manuel Tejero, 1789) fue traducida por el médico catalán Francisco Piguillem y Verdacer (1771–1826). Por su parte, el médico y profesor de química Higinio Antonio Lorente vertió los tres tomos de los Elementos de química (Madrid, Viuda e Hijo de Marín, 1793–1794) del químico y divulgador de las ciencias Jean–Antoine Chaptal.

Toda ciencia necesita una nomenclatura, primer paso para su aprendizaje y conocimiento, y la química tuvo que crear la suya estableciendo para ello un método para nombrar sus elementos. El farmacéutico Pedro Gutiérrez Bueno tradujo en 1788 el Método de la nueva nomenclatura química propuesto por MM. de Morveau, Lavoisier, Bertholet, y De Fourcroy a la Academia de Ciencias de París (Madrid, A. de Sancha). El traductor describe en el prólogo la manera en que ha resuelto las dificultades de traducción de la terminología. En primer lugar, defiende los neologismos creados por los químicos franceses pues han de servir «á todos Paises y facilitar la comunicación de los trabajos de los Profesores y Aficionados» y en segundo lugar, justifica las decisiones que él mismo ha tomado, a saber, mantener la voz original, modificarla para evitar la polisemia, así como recurrir a las voces latinas:

segun he juzgado mas conveniente, he dexado unas veces la voz original como estaba, diciendo: acetate, acetite, baryte […] con los mismos caracteres que estaban escritas. Alguna vez, para evitar una significación siniestra, he añadido á la voz alguna cosa que la pudiese libertar de este peligro. Por esta razón, en vez de la palabra azote que se aplica al gas flogistico, digo azoote, que en nuestro idioma significa cosa muy diversa. / Quando la voz francesa no hacia el mejor sonido, no hallé inconveniente en aproximarme mas á la voz latina que la acompaña. Asi es, que en vez de la palabra francesa sulphure, pongo sulufurete, que tiene mas analogía con la latina sulphuretum.

En 1703 se publicó la traducción de la obra del químico, farmacéutico y médico francés Nicolas Lemery: Curso chymico del doctor Nicolas Lemery, en el qual se enseña el modo de hazer las operaciones mas usuales de la medicina (Madrid, Juan García Infanzón). Conviene poner de relieve la gran acogida que tuvo el texto origen desde mediados del Seiscientos, pues fue traducido a diversas lenguas. Como se indica en el título y por la formación del autor, el ámbito relacionado con la química era en este caso la medicina y por extensión la farmacia. Su traductor fue el boticario Félix Palacios y Bayá (1677-1737).

Hemos mencionado los distintos ámbitos en los cuales la química estuvo directamente relacionada durante el siglo XVIII, las artes técnicas, la formación dirigida a diferentes tipos de lectores, la farmacia y, para concluir este apartado, la historia natural. La traducción que nos sirve de ejemplo se publicó en tres volúmenes en 1793: Elementos de historia natural y de química por M. de Fourcroy […] traducidos de la quinta edicion del año de 1792 por D. T. L. y A. (Madrid, Antonio Espinosa). La obra origen pertenece a A.–F. Fourcroy, al que ya se ha mencionado, aunque no hemos descifrado a quién pertenecen las siglas del traductor.

 

Traducciones de obras de ciencias naturales: agricultura, silvicultura y botánica

El siglo XVIII estuvo marcado en la agricultura por dos impulsos: la necesidad imperiosa de modernizar e implantar nuevos métodos agrícolas en el plano técnico y una reforma agraria que contemplara disposiciones legales para protegerla. Este último punto culminó en el Informe sobre la Ley Agraria de Gaspar Melchor de Jovellanos, que fue presentado al Consejo de Castilla en 1795 pero que no dio lugar a ley alguna en ese momento, si bien detallaba con precisión las deficiencias de la agricultura en España. La siguiente corriente de pensamiento vino de Francia: la fisiocracia. Se trataba de una teoría económica que consideraba que únicamente las actividades agrícolas eran generadoras de riqueza pues se producía más de los que se necesitaba. Esto permitía arrendar las tierras a granjeros, creando con ello un excedente llamado «produit net», que permitiría el bienestar de la población. Su máximo representante fue el economista François Quesnay y su obra más representativa el Essai sur l’administration des terres (París, 1754). La literatura agrícola fue extensa, por lo que en este estudio nos limitaremos a señalar las traducciones de las obras más importantes.

En 1720, Francisco de la Torre y Ocón (1660–1727), traductor de lenguas del Consejo de la Inquisición y capellán del Consejo de Indias (véase Cazorla 2012 y 2020), publicó en Madrid su traducción de la Economía general de la casa de campo veinte años más tarde que la obra origen del agrónomo francés Louis Liger d’Auxerre. La finalidad de esta traducción será una constante a lo largo del siglo: ser útil al país para sacarlo del atraso en que se encontraba dicha actividad y mejorar la vida de los agricultores. Los conceptos de «utilidad» y «progreso» serán retomados en la segunda mitad del siglo por los ilustrados hasta convertirse en un lugar común ya a finales del siglo.

Cabe destacar que, a diferencia de la química, donde los traductores eran científicos en su mayoría, en agricultura habrá que esperar a finales de siglo para encontrar una traducción sobre agricultura realizada por un especialista, el botánico Casimiro Gómez Ortega del que se tratará al final de este apartado. En cuanto a De la Torre y Ocón, no era agrónomo, y esta fue su única obra en el ámbito de la agricultura. Su actividad intelectual se volcó en el campo de la lingüística y de la lexicografía teniendo como objetivo el aprendizaje de lenguas.

La siguiente traducción es obra de un desconocido, José Orguiri, publicada por primera vez en Pamplona en 1735 y luego en Madrid, en 1768 y 1786. Se trata de las Curiosidades de la naturaleza y del arte, sobre la vegetacion, ó la Agricultura y Jardinería en su perfeccion. El autor, Pierre Le Lorrain de Vallemont, fue un religioso sin formación agronómica que escribió esta única obra sobre ciencias naturales de gran repercusión. Publicada en 1705, alcanzó numerosas reediciones a lo largo del siglo.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, los métodos agrícolas ingleses tuvieron gran influencia en Europa, consolidando las nuevas ideas sobre agricultura. El agrónomo francés Duhamel du Monceau tradujo al francés la obra de referencia de la nueva agricultura del inglés Jethro Tull. En 1750 se publicó la traducción francesa y un año más tarde (1751) vio la luz la versión en español. Su traductor fue Miguel José de Aoiz de la Torre (1699–1753), secretario de Interpretación de Lenguas y de la embajada de España en París, con el título Tratado del cultivo de las tierras, según los principios de Mons. Tull, inglès. Compuesto en francés por Mr. Duhamel de Monceau (Madrid, José de Orga). El volumen incluía en apéndice dos capítulos del Libro de agricultura de Abu Zacharia (Ibn al Awwam), agrónomo andalusí del siglo XII, traducidos por el arabista Miguel Casiri (1710–1791) y Campomanes.

José Antonio Valcárcel (1713–1801) publicó a lo largo de treinta años la adaptación al español de la obra del inglés Thomas Hale, a partir de la versión francesa que de ella hizo Jean–Baptiste Dupuy–Demportes completándola con extractos de otros autores (Le gentilhomme cultivateur, ou corps complet d’agriculture, París, 1761–1767). El resultado fue, pues, una obra distinta del original inglés, y así queda reflejado en el título: Agricultura general, y gobierno de la casa de campo […]. Compuesta del Noble agricultor de M. Dupuy, de los autores que mejor han tratado de esta Arte, y de otras varias observaciones particulares, con diversas estampas (Valencia, José Esteban, 1765–1795, 10 vols).

El Curso completo ó diccionario universal de agricultura […]. Escrito en francés por una sociedad de agrónomos, y ordenado por el abate Rozier se publicó en Madrid (Imprenta Real) entre 1797 y 1803. La relación de su traductor Juan Álvarez Guerra (1770–1845) con la materia se limitó a su pertenencia a la Clase de agricultura de la Sociedad Económica Matritense. Escribió diversos tratados sobre esta actividad antes de emprender la traducción de esta gran obra por su contenido y su extensión (16 vols.). Siguiendo el espíritu enciclopédico ilustrado de la época, Álvarez Guerra decidió traducirla después de leer varios artículos para documentarse sobre la apicultura con el fin de redactar un escrito para fomentar esta actividad. Observamos de nuevo que autor y traductor no tienen la misma formación. El presbítero F. Rozier era botánico y agrónomo, mientras que Álvarez Guerra fue esencialmente un político sin formación en ciencias naturales.

La última obra sobre agricultura que presentamos puede considerarse un verdadero tratado de agricultura, pues recoge la experiencia acumulada por el autor mediante el estudio práctico de esta disciplina. A partir de la traducción de Tull, Duhamel du Monceau siguió experimentando en sus tierras y fruto de esa actividad vieron la luz sus Éléments d’Agriculture publicados en París en 1762. Una de las figuras destacadas de la botánica española, Casimiro Gómez Ortega (1741–1818) fue el encargado de realizar la traducción que se publicó en Madrid (José Collado) en 1805 y reeditó en 1813, con el título Elementos teórico–prácticos de Agricultura traducidos del francés e ilustrados con notas y aplicaciones a la labranza de España. Esta obra de agricultura se distingue de las demás aquí presentadas por la formación del autor y el traductor, especialistas ambos en la materia tratada y dirigida a un público no labrador sino a los propietarios de las haciendas.

El nombre de estos dos botánicos está, asimismo, unido en la obra más importante que se publicó en Europa en el Setecientos sobre silvicultura. España sufría desde principios de siglo una deforestación progresiva debido a la necesidad de madera para la industria, materia prima en sus distintas formas. Carbón para alimentar los hornos de las vidrieras, sin olvidar las grandes batallas que se libraban en el mar, para lo cual se necesitaban navíos cuya construcción mermaba los bosques. A pesar de ello, la poca literatura que había al respecto se limitaba a los árboles frutales, siempre desde la óptica de la agricultura. Ante esta situación, el conde de Campomanes, miembro del Consejo de Castilla, encargó a Gómez Ortega la traducción del conjunto de obras sobre el cultivo de los árboles del autor francés. Duhamel du Monceau publicó un tratado de silvicultura (Traité complet des bois et forêts) compuesto de cinco títulos de los cuales se tradujeron tres, publicados en Madrid por Joaquín Ibarra. El primero en traducirse fue un tratado de botánica, La Physica de los arboles (1772, 2 vols.), que empieza por una Disertación acerca de los métodos Botánicos publicada separadamente el mismo año. Con esta obra se pretende dar a conocer la nomenclatura, elemento imprescindible para iniciar cualquier estudio científico. En el segundo de los títulos, Tratado de las siembras y plantíos de los árboles y de su cultivo; ó Medios de multiplicar y criar árboles (1773) está pensado para la reforestación, la producción de materia prima; el tercero, el Tratado del cuidado y aprovechamiento de los montes y bosques, corta, poda, beneficio y uso de sus maderas y leñas (1773–1774, 2 vols.) es la continuación lógica del anterior y aquí se trata del mantenimiento y la «cosecha» de las plantaciones. Estos cinco volúmenes forman un todo en el que se reflexiona e instruye sobre los aspectos necesarios para obtener beneficios y subvenir a las necesidades apremiantes del momento.

No deseamos acabar este apartado sin mencionar dos de las grandes obras francesas sobre historia natural traducidas al español. En primer lugar, la Histoire naturelle, générale et particulière, avec la description du cabinet du Roi (1749–1789) compuesta por el erudito francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon en 36 volúmenes siguiendo el espíritu enciclopédico del siglo. Mucho se ha escrito ya sobre el autor y su obra; en este estudio nos limitaremos a señalar los distintos traductores que tuvo. En 1773, Alonso Ruiz de Piña publicó la traducción de uno de los libros donde trata de la Historia natural del hombre escrita en francés por el Conde de Buffon (Madrid, Andrés Ortega, 2 vols.). La traducción de la obra completa (21 vols.) fue llevada a cabo por el ilustrado José Clavijo y Fajardo (1726–1806) entre 1785 y 1805, editada en Madrid por Joaquín Ibarra: Historia natural, general y particular escrita en francés por el conde de Buffon. La tercera es un compendio de la obra de Buffon que realizó el naturalista francés René–Richard–Louis Castel. En el título declara haber utilizado la clasificación de Linneo, que prevaleció sobre la del francés Tournefort. El encargado de esta traducción fue el escolapio Pedro Estala (1757–1815) y el título Compendio de la historia natural de Buffon, clasificado según el sistema de Linéo por Renato Ricardo Castel (Madrid, Villalpando, 1802–1807, 20 vols.).

La traducción de la extensa obra del padre Noël–Antoine Pluche Spectacle de la nature, ou Entretiens sur les particularités de l’histoire naturelle qui ont paru les plus propres à rendre les jeunes gens curieux et à leur former l’esprit (9 vols.), un referente de la historia natural si tenemos en cuenta que fue traducida a diversas lenguas en Europa entre las cuales el español. Su traductor no fue menos importante, el filólogo y lexicógrafo jesuita Esteban de Terreros y Pando (1707–1782). Entre 1753 y 1755 aparecieron los 16 volúmenes del Espectaculo de la Naturaleza, o Conversaciones acerca de las particularidades de la Historia Natural (Madrid, Gabriel Ramírez). Como es sabido, Terreros fue anotando las voces especializadas, que le servirían más tarde para una de las obras lexicográficas españolas más importantes el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana (Madrid, 1786–1788).

 

Traducciones de obras médicas

Aunque hemos reservado el último lugar para las traducciones de obras médicas, estas fueron mayoritarias dentro de las ciencias traducidas (véanse Gómez de Enterría 2003 y Pinilla Martínez 2017a). A decir de Gómez de Enterría (2003: 39) «disciplinas como Medicina, Cirugía y Farmacia […] ocupan un puesto destacado dentro del corpus de obras traducidas, con un tanto por ciento de versiones muy elevado». Ahora bien, esto no sucedería hasta la segunda mitad del siglo y de manera especial los treinta últimos años.

En 1720, un barco mercante, el Gran San Antonio, propagó en la ciudad de Marsella una epidemia de peste que asoló la población. Esta desdichada situación fue objeto de preocupación no solo en Francia sino también en España dando lugar al cierre de las fronteras por orden de Felipe V. Durante la epidemia, los médicos François Chicoineau y Vernier, comisarios de la facultad de Montpellier, ayudados por Soulier, también médico, escribieron una obra sobre dicha enfermedad que fue traducida y publicada en un corto espacio de tiempo (1721). Su traductor fue el militar y político aragonés Esteban Félix Carrasco: Relacion succinta tocante a los accidentes de la peste de Marsella, su pronostico y curacion: remitida al cavallero de Lañaron […] por Mesieurs Chicoineau, Verni y Soulier, Médicos diputados de la Corte de Paris para asistir a la curación de este terrible mal (Zaragoza, Herederos de Manuel Román).

Hasta mediados de la centuria se traduce lo que podríamos llamar obras de divulgación, es el caso de la traducción de la obra de Paul Dubé El medico y cirujano de los pobres, que enseña el modo de curar las enfermedades con remedios, assi internos como externos […]: obras medico–chyrurgicas […] y otros tratados curiosos que en la quinta impression diò à luz en idioma francès Mr. Dubé (Madrid, Gabriel Ramírez, 1755) por Francisco Elvira, médico de la corte.

Todos los ámbitos de la medicina interesan a los médicos–traductores. A decir de Gómez de Enterría (2003: 41), un grupo de médicos vinculados a la Corte, «acometen la tarea de adaptar y traducir los textos médicos y quirúrgicos más novedosos en la Europa del momento. Este grupo está formado entre otros, por los hermanos Juan y Félix Galisteo Xiorro, Andrés García Vázquez, Antonio Lavedán, Francisco Xavier Cascarón, Santiago García y Bartolomé Piñera y Siles».

Entre todos ellos destacan los hermanos Félix y Juan Galisteo y Xiorro, que llevaron a cabo una gran labor de traducción. Félix, cirujano, tradujo once obras entre ellas el tratado del cirujano francés Henri François Le Dran editado en dos ocasiones en 1774 y 1789 (Madrid, Pedro Marín), Tratado ò Reflexiones sacadas de la practica, acerca de las heridas de armas de fuego. A Juan, médico, se deben siete traducciones, varias de las cuales contaron con gran éxito a juzgar por el número de ediciones; el mejor ejemplo es el del Tratado de las enfermedades mas frequentes de las gentes del campo: obra compuesta a beneficio de estas, del pueblo de las villas y ciudades, obra del médico suizo Samuel Tissot, editada en Madrid por P. Marín en 1774, con reediciones en 1776, 1778, 1781, 1790 y 1795.

Antonio Lavedán (1771–1819), cirujano militar, tradujo diez obras, seis del latín y cuatro del francés. Estas últimas se publicaron a principios del siglo XIX, la primera de ellas sobre las secuelas de la peste Tratado de las enfermedades epidémicas, pútridas, malignas, contagiosas y pestilentes. Traducido y recopilado de varios autores (Madrid, Imprenta Real, 1802, 2 vols.). Al igual que Lavedán, parte del trabajo de Santiago García Tejerizo (1753–1812) se publicó en los primeros años del siglo XIX. Fue médico de la Corte y de la Real Inclusa, dedicando gran parte de su carrera a curar las fiebres de los niños expósitos y a mejorar las condiciones de las instituciones que los acogían. Tradujo ocho obras, cinco de ellas de autores ingleses, sobre todo del cirujano Benjamin Bell; la primera estaba basada en la versión al francés por Édouard Bosquillon: Tratado teórico y práctico de las úlceras. Con las disertaciones sobre el modo de tratar la inflamación; traducido de la última edición inglesa al francés y aumentado con algunas notas y las indagaciones sobre la tiña por Mr. Bosquillon […]; y del francés al castellano con notas y la adición de la Memoria sobre las Inyecciones de M. Grillon (Madrid, Manuel González, 1790).

Por su parte, Bartolomé Piñera y Siles (1753–1828), además de médico en los hospitales, fue profesor de anatomía. Tradujo cinco obras, entre las cuales se halla la de cirujano francés Antoine–Michel Le Roux Disertacion acerca de la rabia espontanea ó de causa interna, y de causa externa ó comunicada por la mordedura de animales rabiosos […] escrita en francés por Mr. Le–Roux […]; con un Discurso […] y con varias Notas […] extrácto crítico de las Indagaciones de Andry (Madrid, José Doblado, 1786).

La higiene fue motivo de preocupación en el XVIII, tanto en el ámbito civil como en el militar. En este, debido a la insalubridad y hacinamiento de los enfermos en los hospitales de campaña y a las decisiones, algunas veces erróneas, de la instalación de los campamentos. Si bien la mayoría de las traducciones sobre higiene se hicieron en el siglo XIX, Juan Galisteo y Xiorro publicó en Madrid la traducción de la obra del médico escocés John Pringle basándose en la versión francesa de la misma por Pierre–Henri Larcher: Observaciones acerca de las enfermedades del exercito en los campos y las guarniciones, con las memorias sobre las sustancias septicas y anti–sépticas […] por Mr. Pringle (Madrid, Pedro Marín, 1775, 2 vols.). Otra de las obras sobre higiene de gran recorrido fue la traducción de Bartolomé José Gallardo (1776–1852), licenciado en medicina y, con el tiempo, renombrado escritor y bibliófilo. La versión española de la obra de Jean–Baptiste Pressavin, Arte de conservar la salud y prolongar la vida ó Tratado de higiene de Mr. Pressavin, tuvo cuatro ediciones, dos en Salamanca (Francisco de Tóxar, 1800 y 1804) y dos en Madrid (M. Repullés, 1804 y F. Villalpando, 1819).

Otra de las disciplinas médicas protagonista de este siglo fue la cirugía, la cual alcanzó un nuevo estatus que se consolidaría en la centuria siguiente. En la práctica preocupaba el abuso que se hacía de las amputaciones. Por esta razón, se tradujo el tratado del médico militar suizo Johann Ulrich Bilguer, siempre desde la versión en francés del no menos importante médico suizo Samuel Tissot. El título de la traducción refleja claramente esa inquietud: Modo de remediar el abuso que hay en las amputaciones de los miembros: en el qual se manifiesta con observaciones prácticas la ligereza con que hasta ahora se ha tratado una operacion tan séria. Escrita en aleman por Mr. Vilguer […]; traducida al frances por Mr. Tissot […] sin las notas de Mr. Tissot (Madrid, Manuel Martín, 1773). Su traductor, José de la Vega, era un ayudante de cirujano del ejército que se basó en la versión francesa para llevar a término su traducción. Al obviar la parte añadida por Tissot se aprecia que la única versión que interesaba a De la Vega era la de Bilguer. Pensamos que desconocía el latín –a pesar de lo que indica el título, la obra que tradujo Tissot estaba escrita en latín, no en alemán– y que tomó del tratado aquello que interesaba a sus lectores, algo por otro lado frecuente pues las traducciones se adaptaban a la realidad de su público, en este caso español.

Las enfermedades comunes tuvieron asimismo sus traducciones, como observamos en la versión de la obra del médico militar francés Jean François Coste efectuada por el profesor de cirugía Ramón Tomé (1741–1819): Tratado práctico de la gota, en el qual se indican los medios de curar esta enfermedad. […] Traducido al español y aumentado con un Tratado de aguas minerales, publicado en Alcalá (Oficina de la Real Universidad, 1791). Por último, cabe mencionar un tipo de literatura médica cuyo objeto era la crianza de los niños presente en la traducción de Pedro Vidart, cirujano, cuya única versión registrada es una Disertación sobre las utilidades que se siguen de criar las propias madres à sus hijos […] Escrita por Mr. Landais (Madrid, Imprenta Real, 1784).

 

Traducciones de otras lenguas

Todas las obras mencionadas anteriormente tienen como lengua origen el francés. Sin embargo, la ciencia que se publicaba en Europa en inglés, alemán, italiano o latín también llegó a España a través de las traducciones, tanto a través de versiones intermedias a partir del francés o por traducción directa desde la lengua origen.

De los muchos títulos que llegaron a España a través de versiones intermedias, mencionaremos aquí algunos ejemplos. Aunque el latín ya no fuera la lengua prevalente de la ciencia en el XVIII, en Suecia se seguía publicando en dicha lengua, ejemplo de ello es la obra del químico Torbern Bergman Opuscula physica et chemica […] pleraque antea seorsim edita jum ab autore collecta, revisa et aucta (Upsala, 1779–1790), seis volúmenes que recogían sus trabajos. Poco después, el químico francés Louis–Bernard Guyton de Morveau publicó la traducción de los dos primeros volúmenes Opuscules chimiques et physiques de M. T. Bergman. Traduits par M. de Morveau. Avec des notes (Dijon, 1780 y 1785). El militar Antonio de Soto y Araujo, tomando como obra origen el texto francés, redujo todavía más el contenido de la obra del químico sueco. Tradujo únicamente las siete primeras disertaciones que aparecieron en la Imprenta Real (1794) con el título Elementos físico–químicos de la analísis general de las aguas. Obra compuesta de las siete disertaciones primeras de los opúsculos físico-químicos del ilustre Bergman (véase Pinilla 2017b).

Todo lo que se publicaba en Europa importaba. En 1784, el químico y geólogo irlandés Richard Kirwan dio a la imprenta en Londres sus Elemens of mineralogy, el año siguiente el médico francés Jacques Gibelin publicó su traducción (Elements de minéralogie) y finalmente fue Francisco Campuzano quien la vertió al español: Elementos de mineralogía (Madrid, Barco López, 1789). El italiano fue fuente de traducciones de derecho. Del jurista Massimiliano Murena se vertió su Delle publiche e private violenze (Nápoles, 1766); Jean–Claude Pingeron, periodista y traductor, puso la obra al francés aumentándola con una disertación del mismo autor: Traité des violences publiques et particulières […] auquel on a joint une dissertation du même auteur sur le devoir des juges. La versión española, obra del sacerdote y periodista Cristóbal Cladera (1760–1816), se publicó en 1785 por la imprenta madrileña de Barco López en dos opúsculos: el Tratado sobre las violencias publicas y particulares corresponde a la obra homónima de Murena; mientras que el Tratado sobre las obligaciones del juez es la disertación que Pingeron incluyó en su traducción. Se constata, por lo tanto, que Cladera se guió únicamente por la versión en francés. Apenas hemos encontrado traducciones de textos alemanes llevadas a cabo desde el alemán, pensamos que es debido a que en el siglo XVIII se traducían al francés antes de publicarse. En el ejemplo que señalamos a continuación, no hemos encontrado el texto origen. Christian Gottlieb Selle, médico y filósofo alemán, escribió una obra sobre la introducción al estudio de la naturaleza y de la medicina. Adamantios Coray, filólogo, traductor y médico, publicó su traducción en 1795 Introduction à l’étude de la nature et de la médecine, traduite de l’allemand d’après la seconde édition corrigée et augmentée de M. Selle.  Cinco años más tarde vio la luz la versión de Francisco Bonafon, a la sazón profesor de medicina, Introduccion al estudio de la naturaleza y de la medicina (Madrid, Real Arbitrio de Beneficencia, 1800).

Entre las lenguas origen de traducciones de tratados técnicos y científicos hemos recopilado algunas traducciones del latín, inglés e italiano. En cambio, no hemos hallado ninguna del alemán. Como traducciones directas del latín pueden mencionarse dos obras del ámbito de la cirugía. Entre 1747 y 1750 se publicó en Madrid (Carlos Rey) la traducción de las Institutiones chirurgicae del anatomista, cirujano y botánico alemán Lorenz Heister como Instituciones chirurgicas, ó Cirugia completa universal, donde se tratan, con la mayor claridad, todas las cosas pertenecientes á esta ciencia. La obra, compuesta de 4 volúmenes, tuvo dos ediciones más en el siglo XVIII (1770–1775 y 1781–1785) y una facsimilar (Vitoria, 2004). El traductor fue el cirujano Andrés García Vázquez, director del Real Colegio de San Fernando de cirujanos de Madrid. El médico Félix Antonio Eguía y Reguera tradujo un recetario médico destinado a la cirujía editado en Madrid en cuatro ocasiones (1750, 1752, 1758 y 1785), el Formulario ó recetario quirürgico […] traducido del latin al castellano con muchas etimologias.

Las traducciones del inglés abarcaron más campos de especialidad. En ingeniería civil se tradujo la obra del ingeniero y matemático alemán de nacimiento −cuya carrera desarrolló en Inglaterra− John Muller Tratado de fortificacion ó Arte de construir los edificios militares (Barcelona, Yomás Piferrer, 1769, 2 vols.). Miguel Sánchez Taramas (1733–1799) fue un militar e ingeniero que solo tradujo esta importante obra a la que añadió «numerosos planos de puentes que fueron utilizados por diferentes maestros de obras y arquitectos para la construcción de otros puentes y pantanos e incluso referencias históricas relacionadas con la fortificación» (Carrillo de Albornoz s. a.). La química empezó a estar presente en todos los ámbitos, uno de ellos la agricultura. Movido quizá por ese interés científico, C. Gómez Ortega tradujo del inglés los Elementos naturales y chymicos de agricultura (Madrid, M. Escribano, 1775) del sueco Gustaf Gyllemborg, que el autor había compuesto originalmente en latín. Gómez Ortega fue asimismo el traductor de La nueva Farmacopea del Real Colegio de Médicos de Londres, y su análisis (Madrid, Vda. de Joaquín Ibarra, 1797) del médico Robert White por su «utilidad».

El italiano tuvo importancia principalmente en el campo del derecho. Es el caso de la traducción de Juan Manuel Girón profesor de teología y jurisprudencia (según figura en la portada del libro) de la obra del jurista Carlo Targa Ponderazioni sopra le contrattazioni marittime (1692) con el título Reflexiones sobre los contratos marítimos, sacadas del derecho civil y canónico, del Consulado del mar, y de los usos marítimos, con las fórmulas de los tales Contratos, que se publicó en Madrid en 1753 (F. Javier García) y 1758.

En un ámbito totalmente distinto, la instrucción de las capas de la sociedad menos formadas, se sitúa la siguiente traducción de la ilustrada Josefa Amar y Borbón (1749–1833). En 1778, se publicó en Zaragoza (Blas Miedes) por encargo de la Sociedad Aragonesa de Amigos del País el discurso del botánico italiano Francesco Griselini; la traducción, titulada Discurso sobre el problema de si corresponde a los Parrocos y Curas de las aldeas el instruir a los labradores en los buenos elementos de la economía campestre, tuvo varias ediciones hasta 1785. Este discurso entronca con la función del Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos, como se ha señalada anteriormente.

 

Conclusiones

El XVIII es un siglo tan rico en acontecimientos y dinámico que únicamente se puede trazar en estas pocas páginas un esbozo de lo que supuso para la Historia de la traducción científica y técnica. Cabe destacar la visión de las instituciones que se crearon a lo largo de la centuria sobre las necesidades del país y los medios que pusieron al alcance de unos pocos, es verdad, para formarse y contribuir a paliar las diferencias existentes, tanto en la ciencia como en la técnica, con Europa. La conciencia de ese atraso y la necesidad de sacar al país de esta situación favoreció la traducción en todos los campos del saber. Hemos mostrado cómo las traducciones colmaban algunos vacíos existentes en las técnicas. En cuanto a las ciencias, hemos seleccionado las que nos han parecido más “relevantes” del momento, especialmente la química por ser una ciencia nueva sin por ello relegar a las demás pues consideramos que todas contribuyeron a mejorar el país.

Deseamos poner de relieve el esfuerzo realizado para formar a las distintas capas de la sociedad, desde los labradores hasta los jóvenes científicos utilizando para ello las traducciones. En cuanto a los traductores, hemos comprobado que, en las ciencias, salvo alguna excepción, fueron científicos lo que llevaron a cabo las traducciones. Incidir, asimismo, en el respeto de los traductores por los textos origen a pesar de las modificaciones realizadas. Aunque pueda parecer una contradicción, no lo es, porque la función primera de las traducciones era su «utilidad»; por lo tanto, toda información considerada irrelevante para sus lectores, como situaciones que solo se daban en el país de origen o se omitían o se cambiaban por su equivalente en España si lo había. Por último, deseamos hacer hincapié en la importancia de la Historia de la traducción científica y técnica para entender los avances producidos en la ciencia española; las traducciones contribuyeron a la evolución de la sociedad ganándose con ello un lugar en la Historia.

 

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  1. Tanto en las citas como en los títulos de las traducciones mencionadas se ha respetado la grafía original.
  2. En la Gaceta de Madrid n.º 7, 1786, p. 57 figura la referencia de dicha traducción en el apartado correspondiente al 26 de diciembre de 1786.
  3. La revista se publicó todos los jueves ininterrumpidamente y llegó a conformar 23 tomos.
  4. Bajo el epígrafe Agricultura hemos agrupado diversas actividades, como jardinería, cuidado de los animales de granja o economía doméstica
  5. El título de este apartado del tratado es Diccionario del corte de las piedras ó difinicion de las voces peculiares del Arte de la Montea, y de los términos de Geometria, Arquitectura, &c. empleados en esta Obra.