La traducción de textos científicos y técnicos en los Siglos de Oro

La traducción de textos científicos y técnicos en los Siglos de Oro

María Jesús Mancho Duque (Universidad de Salamanca)

 

Marco histórico y social

La traducción de obras científicas y técnicas se inscribe en el marco cultural del Renacimiento vinculada a las manifestaciones científicas del Humanismo en el ámbito europeo. La corriente se vio favorecida por el auge de la imprenta y por la generalización de determinadas tendencias culturales, como una cierta avidez filológica y la consideración del mundo como un texto abierto, admirable por su maravillosa novedad y diversidad. Fue fundamental también la generalización de un concepto democratizador de paideia que, más allá del círculo de integrantes cultos de los claustros universitarios o eclesiásticos, alcanzaba a personas con curiosidad intelectual hacia diferentes campos del conocimiento, pero desconocedoras de la lengua latina.

El proceso progresivo de vernacularización de la ciencia (Mancho 2001 y 2004a) favoreció el desarrollo de traducciones científicas a las lenguas vulgares, que debieron vencer al principio la oposición de prejuicios lingüísticos, como la presunta inadecuación de las lenguas romances y la carencia terminológica, derivadas del uso exclusivo de la latina en este registro, además de superar el perjuicio –también económico– que suponían para la difusión prestigiosa a escala internacional. En esta empresa, el castellano tenía la ventaja de ser la lengua común de todos los españoles, hecho que potenció el traslado de muchas materias, tal y como señalaba J. de Chaves en su traducción del Tractado de la sphera de Joannes de Sacrobusto:

Quise traduzir este Tractado de la Sphera de latín en aquella lengua que a todos los de mi propria patria y tierra es muy commún, y para en testimonio de la que yo de mis padres aprendí, porque pudiesse en alguna manera aprovechar a los que pretenden y dessean saber tan sublimada sciencia y arte de la Astronomía y carecen de la lengua latina. (Chaves 1545: fol. IIIr. En todos los casos, el destacado de la cursiva es nuestro)

En la universidad hispana se mantenía la obligatoriedad oficial de la utilización del latín en la docencia, en la investigación científica académica, en el intercambio de los debates de la comunicación internacional y en la producción libraria, destinada a una minoría de lectores especializada (Kagan 1981, Rodríguez–San Pedro 2006). La lengua latina era la generalmente usada en la medicina, que se siguió empleando preferentemente en el ámbito teórico y académico hasta el siglo XVIII (Pardo Tomás 2002, Gutiérrez Rodilla 2005). No obstante, a pesar de los denodados esfuerzos de los humanistas, persistía un desconocimiento generalizado de la lengua del Lacio.

En un incipiente proceso de institucionalización científica, se crearon organismos de nueva planta (Esteban Piñeiro 2004), donde se potenció la enseñanza y la creación de textos en castellano y se fomentó la labor traductora de autores clásicos y europeos coetáneos mediante el examen sistemático de manuscritos y de documentos de archivo, con aportaciones de un elevado nivel en los saberes y en las aplicaciones técnicas. Así sucedió en la Casa de Contratación de Sevilla, creada en 1503 como centro especializado en la producción cartográfica, la preparación de pilotos para la Carrera de Indias y la atención a la complejidad organizativa del mundo americano; o en la Academia Real Matemática, creada por Felipe II en 1582, diseñada y dirigida por Juan de Herrera, que en 1625 se fundiría en el Colegio Imperial de Madrid, de la Compañía de Jesús (Valverde & Esteban Piñeiro 1999). En estas instituciones y en las Academias de Artillería y Fortificación se diseñaban nuevas profesiones que pretendían satisfacer perentorias necesidades del mercado, frente a las establecidas de acuerdo con la jerarquía tradicional de las ciencias y disciplinas planificadas en las universidades.

El interés por las materias que facilitaran el progreso de la sociedad y la modernización del país fue determinante para que el movimiento traductor cobrara importancia y se abriera paso en la vida pública, impulsado por el poder político. La actividad traductora, pujante desde la segunda mitad del siglo XVI, experimentará una decadencia rebasado el primer tercio del XVII.

La censura inquisitorial planteó dificultades a ciertas traducciones que no se adaptaban a los requisitos del poder político o religioso (Pardo Tomás 1991). Un ejemplo ilustrativo lo proporciona la traducción de la Historia de yervas y plantas, sacadas de Dioscórides anazarbeo y otros insignes autores, con los nombres griegos, latinos y españoles (Amberes, Herederos de Arnaldo Byrcman, 1557) de Leonhart Fuchs (Mancho 2005a y 2005b), uno de los padres de la botánica moderna, publicada sucesivamente con diferentes subterfugios editoriales para evitar problemas, que fue incluida en el Index de Paulo IV y en el de Valdés de 1559, y que hace aflorar un mercado de libros prohibidos.1 También la primera traducción de De re aedificatoria de Leon Battista Alberti al español, realizada por Francisco Lozano (1582), fue inserta en el Índice de Gaspar de Quiroga y Vela en 1583.

Las sedes de las traducciones científicas se situaban en la capital del reino y en las principales ciudades universitarias. Además, funcionaron potentes las prensas de Flandes, especialmente las de Amberes (Sánchez Martín 2010), dirigidas por grandes profesionales y menos coaccionadas por las trabas inquisitoriales (Bécares Botas 1999). Los intereses de una política editorial dirigida a incrementar las ventas impulsaron auténticas estrategias comerciales y la organización de proyectos a escala europea, como el Liber cosmographicus de Petrus Apianus (1524), conocido como la Cosmographia, que se tradujo a catorce idiomas antes de concluir el siglo, entre ellos el español (Amberes, Gregorio Bontino, 1548):

He tomado yo este trabajo con el mesmo afecto y desseo que tuve quando, en francés y nuestra vulgar y materna lengua de Flandes, procuré se imprimiessen los mesmos libros; conviene a saber, ayudar aprovechar por mi parte y según mi possibilidad a la república, y servir también en esto a la nobilíssima nación española. Y para que todos pudiessen gozar de los frutos y provechos d’este utilíssimo libro, trabajé de ponerlo en lengua a todos común. (Frisio1548: fol. IIr)

Por otro lado, entre las naciones del occidente europeo se mantenía una cierta competencia en la actividad traductora, como puso de manifiesto el doctor Laguna en su traducción de Dioscórides, al lamentar el retraso en nuestro país, a la vez que escribía una encendida apología de la lengua española:

Por donde yo, viendo que a todas las otras lenguas se havía comunicado este tan señalado author, salvo a la nuestra española, que, o por nuestro descuydo o por alguna siniestra constellatión, ha sido siempre la menos cultivada de todas, con ser ella la más capaz, civil y fecunda de las vulgares, […] resolvíme de hazerle de griego español. (Laguna 1555: s. p.)

O, como reconocía Miguel de Urrea, en la traducción de Vitrubio, en un evidente deseo de emulación renacentista, impregnado de nacionalismo:

Pues, por imitar a las otras naciones que tienen traduzida esta Architectura en sus lenguas, Miguel Urrea […] desseando hazer a su Magestad algún servicio y aprovechar a sus vasallos, tomaron trabajo de traduzir esta Architectura de Vitruvio de lengua latina en castellana. (Urrea 1582: 4v)

No todas las traducciones llegaron a publicarse, sino que muchas quedaron inéditas por diferentes circunstancias. Un ejemplo representativo es el de Pedro Ambrosio Ondériz, que desempeñó las cátedras de Matemáticas y Cosmografía en la Academia Real Matemática. Para proporcionar manuales a los estudiantes, tradujo al castellano los Esféricos de Teodosio de Bitinia, los Equiponderantes de Arquímedes, las Cónicas de Apolonio de Perge, los libros XI y XII de los Elementos de Euclides, así como La perspectiva y especularia de este autor, único proyecto que consiguió salir de las prensas:

Ésta es, pues, la que tenemos entre manos, la qual yo he traduzido en lengua vulgar quan fielmente pude, arrimándome al antiguo exemplar en que Euclides, excelentíssimo geómetra, la compuso. Y la razón que huvo para hazerlo fue que, como Su Magestad ordenó que en esta su Corte se leyessen las Mathemáticas en lengua castellana […] fue necessario traduzirse este libro en romance, por averse de leer, y elo yo hecho por estarme cometido a mí, por orden de Su Magestad, el sacar libros para esta nueva Academia. (Ondériz 1585: fol. IVv)

 

Direcciones del proceso traductor y lenguas de partida

En un primer momento, la atención de los traductores fue atraída por los ilustres representantes de la Antigüedad clásica en las diferentes ramas de la ciencia. Sin embargo, el desarrollo creciente del empirismo y de la revisión crítica favoreció la traducción de obras de científicos más o menos coetáneos (Santoyo 1999, Micó 2004), en una pugna por ocupar el puesto de honor reservado a los auctores, como podemos comprobar en el «Prólogo a los discretos y sabios lectores» que Jarava presenta en Hstoria de yerbas y plantas (Amberes, Herederos de Arnaldo Byrcman, 1557), con sus versiones de Dioscórides y otros autores:2

Aquí está contenido el sumario de cada yerva o planta, según Dioscórides, Galeno, Plinio, Paulo Egineta y este autor, Leonardo Fuchsio, con muchos antiguos y modernos médicos, assí por conservar la sanidad, como por curar las enfermedades han dexado escrito. (Apud Mancho 2005b: 147)

En la confrontación entre antiguos y modernos, el experimentalismo racionalista, con una visión más crítica de los autores clásicos, irá inclinando la balanza hacia los segundos y el humanismo se verá abocado inexorablemente a la especialización.3

La labor traductora fue efectuada, de entrada, desde el elevado nivel de lenguas de partida prestigiosas, como las del Humanismo científico, especialmente el latín, pues el griego era una lengua minoritariamente conocida (Ruiz Casanova 2000: 149). Ejemplo paradigmático lo representa la primera traducción al castellano de la monumental obra sobre medicina y farmacopea Peri hyles iatrikes (De materia medica), de Dioscórides, realizada por Andrés Laguna a partir del griego (1555), dedicada a Felipe II, si bien se ayudó de versiones anteriores al latín, francés e italiano, que obtuvo un gran éxito editorial, pues, tras la muerte de su autor, gozó de varias reediciones en los siglos XVI y XVII hasta convertirse en un auténtico manual para los interesados en estos temas.4 A continuación, se generaron traducciones «horizontales» (Terracini 1996: 942) desde lenguas europeas coetáneas, preferentemente romances, entre las que el italiano había gozado de un estatuto un tanto más elevado, seguida del francés y las intrapeninsulares (Ruiz Casanova 2000: 149).

En el siglo XVI no era infrecuente que, por razones de prestigio lingüístico o de motivaciones políticas y económicas, escritores portugueses realizaran versiones al español (Fernández Sánchez & Sabio Pinilla 2003: 217), lengua familiar para muchos de ellos. Alguno, como Pedro Núñez, afamado matemático y cosmógrafo vinculado a los descubrimientos geográficos, llevó a cabo la autotraducción de un tratado de álgebra, escrito inicialmente en portugués: Libro de Álgebra en Arithmética y Geometría, Amberes, Herederos de Arnoldo Birckman, 1567 (Mancho 2014).5

Otros traslados de versiones latinas propias respondían a encargos concretos, como sucedió con Diego del Castillo (Santoyo 1999), que tradujo del latín un Tratado de cuentas (Burgos, Alonso de Melgar, 1522), primer estudio de contabilidad en castellano, por indicación imperial (Quirós García 2012):

Y, d’esta causa, Vuestra Magestad me mandó que bolviesse de latín en nuestro romance castellano el tratado que en días passados hize, para saber de qué manera tienen de dar cuenta los tutores y curadores, mayordomos y thesoreros, y los otros que han tenido en administración bienes agenos, porque los legos que en adelante tuvieren administración de tales bienes puedan saber cómo se tienen de aver en dar cuenta d’ellos, y d’esta manera la obra será universal, y se aprovecharán todos d’ella. (Castillo 1522: fol. Iv)

Lo mismo ocurrió con un texto sobre la peste de Luis Mercado, escrito primero en latín y al año siguiente en castellano: Libro en que se trata con claridad la naturaleza, causas, providencia, y verdadera orden y modo de curar la enfermedad vulgar, y peste (Madrid, Imp. del Ldo. Castro, 1599) (Gutiérrez Rodilla 2010).

En otros casos las traslaciones se insertan en un contexto militar, como la Pratica manuale di arteglieria (Venetia, Pietro Dusinelli, 1586), de Luis Collado, Ingeniero del Real Ejército de Lombardía y Piamonte, que apareció seis años más tarde en Milán vertida al castellano, considerablemente ampliada por el propio autor y dedicada a Felipe II.

En dirección opuesta, también se vertieron obras españolas a otras lenguas, como la de Gabriel Alonso de Herrera, el Libro de Agricultura que es de la labrança y criança, y de muchas otras particularidades y provechos del campo (Valladolid, 1513), principal contribución española a la literatura agronómica del Renacimiento, con doce ediciones conocidas en el siglo XVI y cuatro en el XVII, que se tradujo posiblemente al latín, al italiano (seis ediciones), al portugués (dos), una al francés y otra parcialmente al inglés (Quirós García 2015).6

En el ámbito de la cosmografía, la Suma de Geographía (Sevilla, 1519) de Fernández de Enciso, primera descripción sistemática del Nuevo Mundo, que suscitó dos nuevas ediciones en el XVI, fue traducida al inglés en 1578. En el marco de la internacionalmente reconocida escuela sevillana de la Casa de Contratación, el Arte de navegar (Valladolid, 1545) de Pedro de Medina, examinador de pilotos y revisor del padrón real, en solo un siglo alcanzó quince ediciones en francés, cinco en holandés, tres en italiano y una en inglés. Igualmente, el Libro de la Esfera de Cortés de Albacar (Sevilla, 1551) se tradujo al inglés en 1561, con nueve ediciones sucesivas en Inglaterra hasta 1630. También el Compendio del arte de navegar (Sevilla, 1588) de Rodrigo Zamorano, enciclopedia de temas científicos y prácticos para los pilotos, con cinco ediciones hasta el final de siglo, fue traducido al inglés y publicado como apéndice al texto Certaine errors of navigation, de Edward Wright en 1610.

En la segunda mitad del XVI se traducen obras de medicina desde el español a otras lenguas europeas, como en el campo de la anatomía la Historia de la composición del cuerpo humano (Roma, 1556) de Juan Valverde de Hamusco, seguidor de Vesalio, que gozó de numerosas ediciones y versiones al latín, italiano y holandés (Gutiérrez Rodilla 2005–2006).

Importantes fueron las traducciones relativas al desarrollo americano. Así, en el área de las sustancias procedentes del Nuevo Mundo utilizadas en terapéutica, la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales de Nicolás Monardes, publicada en tres partes, en 1565, 1569 y 1574, fue traducida al latín, francés, italiano, inglés y holandés; o el Tratado de las drogas y medicinas de las Indias orientales, de Cristóbal de Acosta (Burgos, 1578), traducido al latín, italiano y francés. En lo referente al beneficio de los minerales, la obra del párroco de Potosí, Álvaro Alonso Barba, el Arte de los metales (Madrid, 1640), tratado metalúrgico por antonomasia durante más de dos siglos a escala mundial, tuvo dos ediciones inglesas, una alemana y otra italiana en el siglo XVII. Algunos autores españoles, en previsión de errores en la traducción a otras lenguas, recomiendan la fidelidad textual, especialmente en la reproducción de antropónimos y topónimos americanos, como hace López de Gómara en su advertencia «A los trasladadores» en La primera parte de la historia general de las Indias.7 En otros campos técnicos, las Medidas del Romano (Toledo, 1526) de Diego de Sagredo, primera obra de arquitectura clásica publicada fuera de Italia, se tradujo al francés en 1536; la Theórica y práctica de guerra (Madrid, 1595) de Bernardino de Mendoza se vertió al italiano en 1596, al inglés en 1597 y al francés en 1597 y 1598.

 

Temática de las traducciones

La traducción perseguía un concepto divulgativo, favorecido por el ideal pedagógico del Humanismo. Reflejaba una carencia social relativa a los contenidos científicos y un deseo de transmitir conceptos, ideas, estética, etc., que hundía sus raíces en el Medievo, en la manifestación de un proceso centrífugo (Terracini 1996: 944–945).

La temática correspondía a los avances del conocimiento y a los retos de la sociedad expansiva del Renacimiento. El interés de las materias y su necesidad de difusión, así como la excelencia del tratamiento otorgado por autores célebres, eran algunos de los motivos más esgrimidos a la hora de presentar las traducciones.

La astronomía, estudiada en las Facultades de Artes de las universidades, como la de Salamanca, donde desde finales del XVI se leía a Copérnico (Esteban Piñeiro 2006, Navarro Brotons 2002 y 2014), generó abundantes traslaciones de conocidos manuales medievales en latín, como el Libro de la Esfera de Juan de Sacrobosco (también llamado Joannes de Sacrobusto), enriquecidas por aportaciones de comentaristas modernos (Gómez Martínez 2006) y por ilustraciones personales, como las efectuadas por Jerónimo de Chaves (Tractado de la sphera, Sevilla, Juan de León, 1545), Rodrigo Sáenz de Santayana y Spinosa (La Sphera de Iuan de Sacrobosco, nueua y fielmente traduzida de latin en romance, Valladolid, Adrian Ghemart, a costa de Pedro de Corcuera, 1568), Ginés Rocamora y Torrano (Sphera del Universo, Madrid, Juan de Herrera, 1599) o Luis de Miranda (Exposición de la esfera de Juan de Sacrobosco, doctor parisiense, traduzida de latin e lengua vulgar, augmentada y enriquecida co lo que d’ella dixeron Francisco Juntino, Elias Veneto, Cristoforo Clavio y otros sus expositores y comentadores, Salamanca, Iacinto Taberniel, 1629).

Las traducciones se vieron incentivadas por los descubrimientos astronómicos y cosmográficos, así como por el auge de la cartografía, según testimonia el Teatro de la Tierra Universal de Abraham Ortelio (Amberes, Cristóbal Plantino, 1588), una de las mayores obras de carácter científico del siglo XVI y también una obra maestra de la estética del momento, que gozó de varias ediciones en la época.8

Del mismo modo, el Astronomicum Caesareum (1540), una exposición maravillosamente ilustrada de la astronomía de Ptolomeo –auténtica joya bibliográfica–, el trabajo astronómico más importante antes del De Revolutionibus de Copérnico (1543), elaborado por Pedro Apiano, matemático alemán de Carlos V, fue traducido por Alonso de Santa Cruz, cosmógrafo de la Casa de Contratación, revisor del padrón real y contino de palacio (Esteban, Vicente & Gómez 1992, Esteban Piñeiro 2000):

Pedro Apiano, alemán, varón por cierto de mucha doctrina y muy docto methemático, como lo han mostrado muchas obras que tiene escriptas en Astronomía y, prinçipalmente, el libro llamado Astronómico Cesáreo, dicho assí por avello dedicado al Emperador don Carlos, […] el qual Su Magestad mandó trasladar de latín en nuestro común hablar castellano para mejor poder entender lo que contenía açerca del movimiento de los cielos y planetas, con otras cosas muy curiosas en las sciençias de Astrología y Cosmographía. E yo hize lo que por Su Magestad me fue mandado. (Santa Cruz, antes de 1611, IIr).

A todo ello se suman otras versiones astronómicas que no alcanzaron a ver la luz, como las realizadas por Cedillo Díaz, cosmógrafo mayor del Consejo de Indias, sobre obras de Pedro Núñez (Los dos libros del Arte de navegar de Pedro Núñez de Saa, traducidos de latín en castellano por el doctor Juan Cedillo Díaz), Copérnico (Ydea Astronómica de la Fábrica del mundo y movimiento de los cuerpos celestiales) y Galileo Galilei (Discurso del fluxo y refluxo del mar de Galileo Galilei), utilizadas en sus explicaciones en la cátedra de la Academia Real Matemática (Piñeiro 2006: 380);9 o la de Juan Bautista Vélez (Traducción y Comentarios del Almagesto de Tolomeo), en el XVII, con comentarios árabes, medievales y modernos sobre Ptolomeo, pues los astrónomos españoles no desconocían las aportaciones de sus contemporáneos, ni rechazaban las nuevas teorías.

En el campo de las ciencias naturales, la botánica, estimulada por las realidades del Nuevo Mundo, acrecentó la curiosidad por los autores clásicos que trataron de plantas destinadas al uso medicinal y a la farmacopea. Destacaron las traducciones de Dioscórides –ya mencionada– llevada a cabo en 1555 por Andrés Laguna (González Manjarrés 2000, García Hourcade & Moreno Yuste 2001) y la de los 37 libros de la Naturalis historia de Plinio el Viejo, texto explicado en las universidades de Salamanca, Alcalá o Valencia (Moure 2008), realizada, después de una expedición científica pionera, por Francisco Hernández entre España y México, terminada alrededor de 1576, pero que quedó inédita hasta el siglo XX.10 También contamos con las realizadas por Jerónimo de Huerta entre 1599 y 1629)11 y por su coetáneo Leonhart Fuchs, ya citado, en 1557 (López Piñero 1994; López Piñero, López Terrada & Pardo Tomás 1998; Mancho 2005b; González Bueno 2006).

En la medicina de este período (Sánchez Granjel 1978 y 1980), se produjeron ciertas traducciones al castellano, como algunas de Francisco de Vallés, Protomédico general en la época de Felipe II, sobre el corpus hipocrático (López Piñero 2000), aunque en porcentaje menor que en otras áreas (López Piñero 1979, Gutiérrez Rodilla 2005–2006), al principio desde la lengua latina y, avanzado el Quinientos, del italiano.

Las matemáticas suscitaron enorme interés, tanto los tratados mercantiles y de contabilidad, que facilitaban la práctica judicial en la economía –así, la edición mencionada de Diego del Castillo–, como la novedosa corriente del álgebra, donde Pedro Núñez autotradujo su Libro de Álgebra en Arithmética y Geometría, como hemos indicado arriba.

Especialmente pujante fue la vertiente geométrica, en que destaca la traducción de Los dos libros de geometría práctica, de Oronce Finé, por Jerónimo Girava y su ordenación por Lastanosa, en 1553 (Mancho & Sánchez 2009, Sánchez 2015). En un siglo de preeminencia de Euclides (Dou 1990), Los seis libros primeros de la Geometría de Euclides (Sevilla, Alonso de la Barrera, 1576) fueron traducidos por primera vez en España por Rodrigo Zamorano, piloto mayor y catedrático de Cosmografía en la Casa de Contratación, y después por Luis Carduchi (Elementos geométricos de Euclides, filósofo megarense. Sus seys primeros libros, Alcalá, A. Duplastre, 1637) y Juan Cedillo (Los seis libros primeros de la Geometría de Euclides traducidos del latín al castellano), en versión que quedó inédita. Los libros XI y XII de los Elementos fueron traducidos por Pedro Ambrosio de Ondériz, cosmógrafo mayor del rey, que tampoco salieron a la luz en las prensas, pero se llegó a publicar La perspectiva y especularia del mismo autor (Madrid, Viuda de Alonso Gómez, 1585), en el marco de las actuaciones de la Academia Real Matemática.12

Interesaban mucho las aplicaciones prácticas e instrumentales en el ámbito de la astronomía, lo que explica la versión del joven Francisco Sánchez de las Brozas sobre un texto de Hugo Helt (Declaración y uso del relox español, Salamanca, Juan de Junta, 1549) acerca de un ingenio, entre reloj y astrolabio,13 muy original y difundido (Mancho 2006 y 2008). En la mecánica, destaca el Theatrum instrumentorum et machinarum, de Diego Besson, traducido primero al francés, después al alemán y finalmente al castellano (Teatro de los instrumentos y figuras matemáticas y mecánicas, Lyon, Horacio Cardon, 1602).14

Las corrientes renovadoras en la arquitectura fomentaron importantes versiones, tanto clásicas como de autores coetáneos. Las primeras de Vitrubio al castellano, realizadas por Lázaro Velasco entre 1554 y 1564 (Pizarro & Mogollón 1999) y el Primer libro por Hernán Ruiz el Joven en 1560 (Navascués 1974), no llegaron a publicarse. La primera traducción impresa del arquitecto latino fue la de Miguel de Urrea, ya mencionada (1582, aunque la cédula para la impresión está datada en 1569). Los italianos se convirtieron en la piedra angular sobre la que se edificó la nueva unión cultural europea en el ámbito arquitectónico (Mancho 2016). La traducción de los libros tercero y cuarto del famoso tratado Tutte l’opere d’architettura et prospettiva, de Sebastiano Serlio, realizada por Francisco de Villalpando (Tercero y quarto libro de Architectura de Sebastian Serlio Boloñes, Toledo, Juan de Ayala, 1552),15 con las mismas ilustraciones que el original –reeditada en 1563 y 1573–, propició el conocimiento de las más novedosas técnicas de la época. Juan Ribero de Rada tradujo los Quattri libri dell’architettura de Palladio sin que vieran la imprenta. Francisco Lozano fue el responsable de la primera versión castellana del De re aedificatoria de Alberti, con el título de Los diez libros de arquitectura de León Baptista Alberto, traduzidos de latín en romançe (Madrid, Alonso Gómez, 1582).16 Con posterioridad, aparecería traducida la Regla de las cinco órdenes de Architectura, de Jacome de Vignola, obra de Patricio Caxés (Madrid, Vicencio Carducho, 1593), el texto más consultado de los tratados arquitectónicos italianos hasta el siglo XVIII,17 y más adelante el Libro primero de la Architectura, de Palladio (Valladolid, Juan Lasso, 1625), traslación realizada por Francisco de Praves,18 representante del fin de la arquitectura clasicista de Valladolid, que dejó manuscrita la versión del libro tercero.

 

Técnica traductora: lengua y estilo

De entrada, se tuvo que desterrar el prejuicio de que traducir era una actividad socialmente impropia de un hombre cultivado y erudito (Russell 1985: 7). Los traductores de la primera mitad del XVI, denominados romancistas, trataron de superar la presunción de inferioridad de la lengua española, frente a las abiertas críticas de los partidarios del latín como lengua científica. Según avanza el siglo XVI, se asiste a la toma de conciencia de la peculiaridad de las propias lenguas vulgares y se progresa en la profesionalización de la labor traductora. Se observa en los prólogos (Mancho 2004b) una reducción de las insistentes excusas y argumentos esgrimidos por los traductores para justificar la tarea de verter al romance contenidos tradicionalmente vehiculados en latín, temerosos de la pérdida de estimación entre sus colegas. El proceso traductor adopta una dirección centrípeta (Terracini 1996: 946), que supone no solo el beneficio del lector, sino el de la lengua de llegada. La ilustración de la lengua vulgar provendrá, en buena medida, de la incorporación de textos prestigiados por temas serios, esto es mediante el establecimiento de una literatura científica (Mancho 2015 y 2016).

El estudio, cultivo y perfeccionamiento de las lenguas vernáculas se convirtió en una tarea de interés prioritario en un clima de exaltación nacionalista de los estados europeos. El enriquecimiento de la lengua española era mérito imputable a los autores que se dedicaran a tal empresa, con quienes la nación contraería deuda de agradecimiento. Uno de los métodos era, justamente, el recurso a las traducciones:

Una de las cosas en que más diligencia avrán de poner los vassallos de Vuestra Magestad es en el estudio de su propria lengua y en procurar enriquecerla, no solamente con los libros escritos de su principio en ella, sino con todos los buenos que en las otras se hallan, para que los grandes ingenios y entendimientos que esta provincia produze en tanta abundancia, tuviessen el pasto que dessean, junto con mucho acrescentamiento. (Urrea 1582: fol. 2v)

Muchos profesionales eran conscientes de la originalidad de su empresa, un valor muy apreciado en la sociedad de su momento, y en las presentaciones introductorias se jactaban de ser los primeros en trasladar determinadas materias en nuestra lengua. Así, por ejemplo, Francisco Hernández en su dedicatoria a Felipe II, en su versión de la Historia Natural de Cayo Plinio Segundo:

Yo soy el primero, Sacra Magestad, que he puesto el pecho a esta cosa y tentado esta empresa […] pues ninguno, hasta estos tiempos, havía desatado sus ñudos o trasladado en otra lengua alguna, según era menester y a la dignidad d’este autor pertenecía doctrina tan recóndita y alta. (1998: 6).

Los representantes más destacados del Humanismo científico, en su afán de fidelidad a los textos, buscan los códices más relevantes y cotejan versiones anteriores, como hizo Andrés Laguna, para poder ofrecer la interpretación más perfecta de Dioscórides realizada hasta entonces:

El doctor Juan Páez de Castro, varón de rara doctrina y digníssimo coronista cesáreo, me ayudó para la mesma empresa con un antiquíssimo códice griego y manuscripto del mesmo Dioscórides, por medio del qual restituý más de 7000 lugares, en los quales hasta agora tropeçaron todos los intérpretes de aquel author, ansí latinos como vulgares, por donde se puede justamente alabar toda España, que le tiene ya transferido y más fielmente en su lengua española, que jamás se vio en la latina, lo qual podrán fácilmente juzgar aquellos que quisieren conferir mi translatión con todas las otras. (Laguna 1555: s. p.)

Como requisito previo, se exigía a los traductores dominio de las lenguas de partida y de llegada, pero también conocimiento temático de la materia y del autor, para lo cual muchos se preparaban previamente en el área concreta de que iban a tratar.

De acuerdo con recomendaciones de la retórica clásica, la norma era traducir ad sententiam, respetando el sentido con libertad, y no palabra por palabra –verbum pro verbo–, técnica atada a la literalidad estricta de la tradición medieval:

Tomaron trabajo de traduzir esta Architectura de Vitruvio de lengua latina en castellana, en la qual tradución siempre tuvieron cuydado y principal intento de trasladar la verdad como está en el original latino, como entenderán los que cotejaren el romance con el latín. No se puede trasladar una palabra por otra, pero tiénese intento al verdadero sentido, que es la mejor manera de traduzir, como Horacio escrive en el Arte Poética. (Urrea 1582: fol. 4v)

A comienzos del XVI continúa la traducción prehumanista o latinizante del siglo XV, con cierto encorsetamiento retórico, típico de las obras universitarias. Así se advierte en la versión del Brocense (Mancho 2008), donde se revela de manera especial en el alambicamiento de la sintaxis, derivado del original latino, que requiere un ordenamiento de los elementos oracionales para captar el sentido. Sin embargo, la traducción de El cortesano de Juan Boscán (ca. 1490–1542) se constituyó en modelo y sentó las bases artísticas para la prosa castellana (Ruiz Casanova 2000: 155), lo que incluía a las traducciones. En la franja central de la centuria surge en España una generación de traductores que adapta sus presupuestos teóricos al nuevo ideal renacentista de naturalidad y elegancia expresivas reclamado para la redacción de un texto en la lengua propia, tendencia que se consolidará en la segunda mitad del siglo.

Las reflexiones metodológicas expuestas en los prólogos de estas versiones (Mancho 2004b) establecen una tipología sobria y sintética, donde se confiere primacía a los contenidos, con especial valoración de la sencillez, la claridad, la brevedad y la precisión lingüísticas, por encima de la complejidad sintáctica o el uso de oscuros tecnicismos, en pos de una austeridad en la exposición.

El nivel lingüístico en el que se adscribían estas traducciones, principalmente las relativas a las nuevas artes o técnicas, no correspondía al de las élites universitarias del saber, pero tampoco se rebajaba al del vulgo. Cobra auge un estilo medio, o mediocritas, recomendado por los erasmistas, que suponía flexibilizar los textos traducidos para adaptarlos a sus destinatarios, evitar erudición farragosa y dotarles de cierta gracia en el estilo, como hace Jarava para el uso de boticarios, barberos, etc. (Mancho 2004a, 2004c y 2005).

Progresivamente, el criterio práctico de suministrar información al lector va perdiendo supremacía y se potencia la fidelidad hacia el texto, no solo en cuanto al contenido, sino desde un punto de vista estilístico, con elegancia, propiedad y armonía, en una actitud que refleja el fervor humanista hacia los autores clásicos, como afirma hacer F. Hernández en relación a Plinio, de nuevo en su dedicatoria a Felipe II:

No es poco desenterrar un tesoro escondido por tantos siglos en las entrañas de su dificultad y adaptar nombres tan peregrinos a cosas que traemos entre las manos, y expresar en nuestra [lengua] hespañola un estilo de quien está dicho que, si las Musas hablaran, en este lenguage y no en otro lo hizieran, exprimiendo, no sólo los conceptos d’este autor, mas la fuerza de su elocuencia, el movimiento de sus labios y el susurro de sus palabras. (Hernández 1998: 6)

Con el paso del tiempo, se tolerará no sólo parafrasear, resumir o amplificar –especialmente en puntos oscuros, en los que el traductor filtra e interpreta el texto según sus propios conocimientos–, sino también embellecer el original, con lo que el proceso de traducción alcanzará niveles de creatividad. No se trataba de romanzar –como había declarado en la portada el Brocense en 1549–, sino de «poner en juego una actividad netamente creativa, que marcha paralela a la propia creación del texto original» (Torre Esteban 1987: 151). La tarea del buen traductor consistirá, por tanto, en que la traducción no sea recibida como tal, sino como una obra originariamente escrita en la lengua de llegada, en un planteamiento de gran modernidad.

El didactismo reclamó la inserción de actualizaciones de datos, comentarios, aclaraciones, notas marginales y bibliográficas, tablas, índices alfabéticos, temáticos, gráficos, mapas e imágenes ilustradoras, mediante grabados o xilografías. Las ilustraciones adquirieron notable relevancia en la botánica, en la cartografía y en la arquitectura, con exponentes de gran refinamiento, como las 600 de Laguna, o las de Ortelio y Caxesi (Rodríguez Gutiérrez de Ceballos 1985: 25), aunque no faltan excepciones, como la proporcionada por Lozano, cuya obra carece de las mismas, a pesar de contar con precedentes en la versión italiana. En otros casos, como en los de Urrea, son un tanto rudas y esquemáticas, ya que su finalidad primordial era aclarar el texto (Herráez 2008).

En el ámbito de la astronomía se incluyen bastantes imágenes de carácter eminentemente didáctico, como en la versión de Apiano. Las traducciones de Sacrobosco contienen numerosas adiciones (Gómez Martínez 20013) y sus figuras, mapas, cartas y tablas constituyen una aportación fundamental, aunque producen cierta mescolanza que tiende a oscurecer la originalidad de su contribución.

En las traducciones geométricas y en la óptica se insertan numerosos dibujos y esquemas explicativos, que ilustran teoremas y escolios en los que se estructura el contenido. Por lo que respecta a la mecánica, destaca la riqueza y detallismo de los 60 grabados de Besson, que reproducen diferentes instrumentos, máquinas, artefactos, etc. Estos elementos gráficos, además de implementar didácticamente el contenido y algunas veces aclarar puntualmente aspectos dudosos o conflictivos, confirieron a las traducciones gran valor estético.

 

El reto de los tecnicismos. La neología. Los glosarios especializados

Estaba extendida en la época la idea de que el latín era una lengua mucho más versátil y abundante de vocablos propios para cada ciencia; por ello, verter los contenidos en lengua vulgar suponía un reto De hecho, los traductores experimentan directamente una carencia léxica, que se arrastraba tradicionalmente, dado que la ciencia se había expresado habitualmente en aquella lengua.19 El traductor, al importar a su ámbito cultural un concepto nuevo, tendrá que crear, para expresarlo, una palabra nueva, o tendrá que importar con el concepto la palabra. La necesidad de conocimiento y manejo del vocabulario científico formaba parte de las exigencias intelectuales de los que pretendían acceder a los textos grecolatinos, también técnicos, con la mayor competencia comunicativa. En general, los conceptos nuevos, con las palabras que los expresen, procederán de ámbitos culturales más ricos que el del traductor» (García Yebra 1987: 98–99).] En consecuencia, se enfrentan a la dificultad de hallar una equivalencia léxica, particularmente en la traslación de los términos más marcados de cada disciplina, los conocidos como «vocablos oscuros»: «Moviome a no echar de ver los inconvenientes que d’esta empressa se me podrían seguir y a la difficultad grande que tiene este auctor, assí por ser difficultosa la materia y poco aparejada para eloqüencia, como por ser los términos d’ella tan escuros y escabrosos» (Urrea 1582: fol. 2v). En el campo de la botánica, Laguna introduce tablas y equivalencias de los nombres en griego, latín, árabe, castellano, catalán, portugués, italiano, francés y alemán, e, incluso, nombres bárbaros usados por los boticarios. Jarava incluye la versión trilingüe de los nombres de plantas (griego, latín y castellano): «ἀσπάραγος. Asparagus. Espárrago» (Mancho 2005a).

La escasez de tecnicismos en castellano provocó la aceptación de préstamos y la aparición de numerosos neologismos, en muchos casos introducidos para evitar circunloquios, de manera que se ha afirmado que el XVI es el siglo de la neología (Suso López 2003: 62). Esta apertura hacia la innovación léxica provocará el surgimiento de un vocabulario específico, en buena manera de carácter internacional, como consecuencia de su procedencia grecolatina, especialmente en el ámbito románico. La veta léxica más rica la proporcionaba el latín, aunque existiera raigambre griega en bastantes casos, como ocurre en la botánica, como se aprecia en la monumental traducción de Laguna, preocupado por los fitónimos clásicos, y también en la de Jarava (López Piñero & López Terrada 1998; Cortés Gabaudan 2004 y 2005), o en la astronomía, por ser disciplina universitaria (Carriscondo 2010). Algo similar sucede en las matemáticas y en la naciente álgebra (Mancho 2010a y b; Molina Sangüesa 2014, 2015, 2017a y 2017b): numerador, quíntuplo, superparciente, trinomio, etc. Las acuñaciones neológicas son numerosas en la arquitectura, por la fuerte impronta de la tradición clásica: columnación, displuviato, intercolumnio (Paniagua Soto 1994). La mayoría de los helenismos se introduce a través del latín, como ocurre con anfipróstilo, antéride, obscuración, epiciclo, zodíaco, aunque haya testimonios minoritarios, en el espacio astronómico y geométrico (Sánchez Martín 2009 y 2015): dicótomos, monoides, panselinos, dodecaedro, isoperímetro, tetraedro, etc.

Los préstamos del italiano son muy abundantes en la arquitectura, como diseño, modillón o zócolo (Paniagua Soto 1993; Herráez 2009 y 2010) –algunos con mínima o nula adaptación al español, como cámera, canaleto, fórnice, botacio, caveto, etc.–, y en menor medida del francés, como en la traducción de Jarava (Mancho 2004c), y del portugués.

Junto al predominio de esta tendencia culta, coexiste minoritariamente la de potenciar las denominaciones populares de una determinada realidad descrita por un autor clásico, como sucede en el ámbito de las plantas medicinales en el caso de Jarava, que conoce bien los nombres patrimoniales de las plantas del español o es capaz de asignar a denominaciones clásicas un equivalente patrimonial: yerva de gavilán, lino montesino, etc. (Mancho 2004c, Francés Causapé 2005, Cortés Gabaudan 2004 y 2005, González Bueno 2006: 169–173). Actitud similar se detecta en Lozano,20 quien prefiere sustituir los tecnicismos oscuros por palabras de uso corriente (Pascual 1987), especialmente referidas de modo metafórico a partes del cuerpo humano (Freixas 2009). Así, en su traducción de Los diez libros de arquitectura de L. B. Alberti:

Dexará entonces en medio una bóveda, la qual nós, por la semejança de vela hinchada, llamaremos cimborio a vela. (Alberti 1582: 87)

El arco consta de compostura de muchos cuños, de los quales, unos con las cabeças de abajo se assientan sobre el mismo arco; otros, assentados en la espalda, tienen el ñudo de el espinazo; otros cumplen la demás redondez de los costados. (Alberti 1582: 85)

A partir de estos núcleos léxicos, los procedimientos morfológicos de la lengua irán haciendo surgir familias especializadas en un incipiente proceso de sistematización y terminologización. El didactismo provocó la inserción de explicaciones de carácter etimológico: «chrysanthemon, como si digamos flor de oro o dorada», «La espadaña se llama en latín gladiolus, porque parece tener la hoja a manera de cuchillo». En otros casos, se trata de aclaraciones de marcado carácter didáctico. Otra característica de carácter divulgativo es la proliferación de estructuras léxicas bimembres unidas por las conjunciones «y» y «o». En bastantes ocasiones la adición del segundo elemento se debe a un deseo de aclarar el primero, generalmente un término culto, con lo que se establece un doblete sinonímico formado mediante variantes sociales: «convulsión o pasmo»; «alopecia y peladura de la cabeça»; «empíricos y esperimentadores»; «helíaco o solar».

El afán didáctico, de resabios erasmistas en algunos autores, generó la inclusión de glosas y también definiciones de términos y locuciones técnicas (Gómez Martínez 2012), a veces señalados mediante letras en el texto para facilitar su comprensión, como hizo Sánchez de las Brozas al final de alguno de los capítulos de su traducción: «Sphera recta se llama la abitación de los que biven debaxo de la equinoctial, que no tienen más alto un polo que el otro»; «Zenith se llama un punto en el cielo que corresponde derechamente con la cabeça de cada uno» (Mancho 2006).

La proliferación de tecnicismos llevó a autores y traductores a confeccionar índices, tablas y glosarios técnicos (Carriazo & Mancho 2003). Un ejemplo es el de Urrea (Herráez 2008), quien en su «Vocabulario de los nombres obscuros y difficultosos que en Vitruvio se contienen», recoge más de 300 entradas, preferentemente cultismos de raíces grecolatinas, designadores de elementos propios de la arquitectura clásica y específicamente de Vitrubio (Callebat & Fleury 1995), para los que ofrece equivalentes: «área: solar»; «lacunarios: zaquiçamis», etc. A la vez, y de manera inversa, no son pocos los lemas vulgares que van acompañados del término correspondiente clásico: «armadura de puerta, llámanse impágines». En su labor terminográfica, también incluye glosas informativas: «Frontispicio: lo más alto de toda la obra; termínase a manera de triángulo, con su corona y remates», junto a otras enciclopédicas y etimológicas, etc.21 Algunas de estas recolecciones léxicas suministraron materiales para la lexicografía monolingüe del español. Así, el vocabulario de Laguna tuvo decisiva repercusión en el Tesoro de Sebastián de Covarrubias, quien lo utiliza explícitamente como fuente en su repertorio lexicográfico.

 

Conclusiones

La traducción de textos científicos y técnicos, paulatinamente mejor valorada como actividad social según avanza el Quinientos, se convirtió en un instrumento fundamental para la democratización de los conocimientos provenientes tanto de autores clásicos, como de otros coetáneos, en paralelo a la amplitud epistemológica derivada de los descubrimientos en el mundo. Mientras los claustros universitarios o eclesiásticos permanecían vinculados a la lengua del Lacio como vehículo de la especialización científica –preferentemente teórica–, de la circulación internacional de ideas y del intercambio entre sus representantes más reconocidos, en otros nuevos lugares de transmisión del conocimiento –academias, sociedades, cenáculos y asociaciones de todo tipo–, surgidos a resultas de una cierta institucionalización de la ciencia, el romance, en este caso el castellano, fue el vehículo al que había que verter los contenidos de las nuevas disciplinas impregnadas de empirismo y de utilitarismo extendidos por todas las ramas del saber humano.

La técnica traductora evolucionó desde una rigidez lingüística continuadora de tendencias prehumanistas a adaptarse a los parámetros de naturalidad y sencillez expositiva propios de las tendencias renacentistas impulsadas por el Humanismo científico, hasta alcanzar niveles de alta calidad. En este empeño, los traductores tuvieron que enfrentarse a la deficiencia terminológica para lo que se vieron obligados a introducir numerosos neologismos, especialmente grecolatinos.

Favorecidas por los complejos intereses comerciales de las empresas editoriales, muy frecuentemente a escala europea, las traducciones científicas y técnicas contribuyeron decisivamente, en primer lugar, a cimentar la cultura occidental, a la vez que a difundirla entre capas cada vez más amplias de la sociedad; en segundo, a asentar y a dar solidez a la conciencia lingüística del Siglo de Oro, como aportación al ennoblecimiento de las lenguas vernáculas, y en concreto de la española, y, finalmente, a la constitución y enriquecimiento del léxico especializado de las artes y ciencias modernas.

 

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  1. Leonhart Fuchs publicó en Basilea en 1542 una magna obra en latín, De historia stirpium, sobre materia médica vegetal, basada en Dioscórides, con 510 espléndidos grabados de plantas, en tamaño folio, dirigida a profesionales especializados. En 1545 apareció una versión en octavo, con grabados en pequeño tamaño, así como una traducción al alemán destinada a boticarios, sanadores, drogueros, etc., con el objetivo de ayudarles a reconocer plantas medicinales. En 1549 salió en París una versión francesa, a partir de la cual, en 1557, se repite en Amberes el planteamiento en español. En la cubierta figura el nombre del autor, eminente profesor de la universidad luterana de Tübingen, reconocido por su compromiso protestante. Por temor a una probable intervención inquisitorial, se imprimió una segunda portada –con la misma fecha–, sin referencia al autor, sino solo al traductor, Jarava. Como, a pesar de estas precauciones, la obra fue incluida en los índices inquisitoriales, apareció una tercera edición en 1567, sin dos páginas conflictivas –por contener una hierba presuntamente abortiva–, en cuya cubierta se representa a un peregrino a Santiago de Compostela, con omisión total de Fuchs, Jarava y Dioscórides, en lo que se ha interpretado como una estratagema editorial.

  2. Juan de Jarava fue un médico y filósofo sevillano imbuido de pensamiento erasmista, traductor residente en Europa central, cuyos datos biográficos son escasos y reducidos a la mención de sus principales obras, publicadas en Amberes: La philosophía natural brevemente tratada (1546), una versión de los Officios, de la Amicicia y de la Senectud de Cicerón, con los Paradoxos y el Sueño de Escipión (1549) y los Apotegmas de Erasmo (1549). Sobre la Historia de yervas y plantas de Leonardo Fucsio, surgió una fuerte polémica, pues según algunos especialistas Jarava sería un pseudónimo del traductor burgalés Francisco de Enzinas, convertido al protestantismo durante su estancia en el centro de Europa (véanse, al respecto, Mancho 2004c, 2005a y 2005b). Sin embargo, investigaciones recientes (González Bueno 2006: 65–70) oponen fuertes objeciones a la autoría de Encinas y defienden de nuevo la intervención personal de Jarava.

  3. «La exaltación de lo moderno frente a lo antiguo sobre la base del progreso técnico llegó a ser un lugar común para los tratadistas de arte militar, ingeniería, arte de navegar, beneficio de los minerales y agricultura, así como para los que se ocuparon de cálculo mercantil y de las “nuevas medicinas” procedentes de América» (López Piñero 1999: 331).

  4. Pedanio Dioscórides de Anazarbo, médico griego del siglo I, es autor de un trascendental tratado de botánica medicinal, que compendia la tradición precedente con el estudio directo de la materia médica, organizada en cinco libros. La obra, que gozó de una expansión extraordinaria desde el principio y ejerció notable influjo en el mundo latino, fue traducida al siríaco y al árabe en el siglo X, y más tarde fue versionada al latín en el marco de la Escuela de Traductores de Toledo. Andrés Laguna, médico del papa Julio III, en sus viajes a Roma, pudo consultar diversos códices, así como un libro impreso en Venecia por Matthioli. Durante el siglo XVI se reeditó en 1563, 1566, 1570, 1584, 1586 y 1592; en el XVII alcanzó otras seis reediciones, e incluso en el XVIII tuvo otras cuatro, convertido en libro insustituible para los interesados en medicina y terapéutica. Existe una edición facsimilar de la «Biblioteca de Clásicos de la Medicina y la Farmacia Española» (Madrid, Fundación de Ciencias de la Salud, 1999).

  5. Salvo el prólogo, donde justifica las razones de su traducción al español: «E primeiramente a escrevi em nossa língoa portuguesa, e assi a vio Vuestra Alteza, mas despois, considerando que ho bem, quanto mais commun e universal, tanto hé mais excellente, e porque a língoa castelhana hé mais commum em toda Espanha que a nosa, por esta causa a quis trasladar em língoa castellana para nella se aver de imprimir, porque nam careça della aquella naçaõ tanto nosa vizinha, com a qual tanto communicamos e tanta amizade temos» (Pedro Núñez 1567: fols. IIIr–v). El libro está digitalizado y accesible desde el corpus del DICTER.

  6. La obra de Gabriel Alonso de Herrera, claro representante del espíritu científico del Renacimiento, se basa en tratados de agricultura latinos (Columela, Paladio) y en obras más generales, como la Naturalis Historia de Plinio el Viejo, además de algunos autores griegos. También recoge determinadas técnicas utilizadas por los musulmanes, resultado de los diez años de su estancia en Granada. Su contenido rebasa ampliamente los límites del título y comprende cuestiones de veterinaria, de medicina y de meteorología.

  7. «Algunos por ventura querrán trasladar esta historia en otra lengua, para que los de su nación entiendan las maravillas y grandeza de las Indias y conozcan que las obras ygualan, y aun sobrepujan, a la fama que d’ellas anda por todo el mundo. Yo ruego mucho a los tales, por el amor que tienen a las historias, que guarden mucho la sentencia, mirando bien la propiedad de nuestro romance, que muchas vezes ataja grandes razones con pocas palabras. Y que no quiten, ni añadan, ni muden letra a los nombres propios de indios, ni a los sobrenombres de españoles, si quieren hazer oficio de fieles traduzidores, que de otra manera es certíssimo que se corromperán los apellidos de los linajes» (López de Gómara 1554: s. p.)

  8. Abraham Ortelio, historiador, cosmógrafo de Felipe II y representante de la espléndida cartografía flamenca del XVI, publicó en 1570 el Theatrum orbis terrarum. Se trataba de un compendio de mapas terrestres de todo el mundo a pequeña escala, grabados específicamente en planchas de cobre y unidos para formar un libro con sus comentarios correspondientes, que se reeditó sucesivamente con aumento de los mapas. Considerado el primer verdadero atlas en el sentido moderno, reflejaba el mundo en una época de exploración, amplias conexiones comerciales e investigación científica. Le siguieron versiones en latín, holandés, francés, alemán, inglés, italiano y español. La española de 1588 es similar a la latina de 1584 y a otra francesa de 1587. Hubo otras dos ediciones posteriores en español: Theatro d’el orbe de la tierra de Abraham Ortello, el qual antes, el estremo dia de su vida por la postrera vez ha emendado y con nueuas tablas y commentarios augmentado y esclarecido (Imprenta Plantiniana, a costas de Iuan Baptista Vrintio, 1602) y Theatro d’el Orbe de la Tierra de Abraham Ortello: El qual (…) ha emendado y con nuevas Tablas y Commentarios augmentado y esclarecido (Amberes, Librería Plantiniana, 1612). En la actualidad, el Theatrum es considerado una joya bibliográfica.

  9. Juan Cedillo Díaz, cosmógrafo mayor del Consejo de Indias y catedrático de la Academia Real Matemática de Madrid, participó en numerosas comisiones científicas y dejó manuscritas una serie de obras, gran parte de las cuales se encuentran en la Biblioteca Digital Hispánica. Es autor de la Ydea Astronómica de la Fábrica del mundo y movimiento de los cuerpos celestiales, título que engloba dos manuscritos conservados en la Biblioteca Nacional de España, que contienen la primera traducción castellana –y a una lengua romance– de la obra De Revolutionibus de Copérnico. De su lectura se deduce la postura heliocéntrica de Cedillo, quien refleja ideas de Tycho Brahe, Giordano Bruno y Johannes Kepler. Tradujo igualmente el Discurso del fluxo y refluxo del mar de Galileo Galilei (inédito), obra que confirma el heliocentrismo de Cedillo al considerar las mareas como resultado de los movimientos de traslación y de rotación de la Tierra combinados. Asimismo, es autor de una traducción castellana del De arte atque ratione navigandi de Pedro Nunes, una de las obras más relevantes de la náutica europea del siglo XVI, y de Los seis libros primeros de la geometría de Euclides, así como de una versión del Tratado de Artillería de Tartaglia, uno de los textos más significativos de la ciencia militar europea del siglo XVI.

  10. La obra de Plinio el Viejo, dividida en treinta y siete libros, organizados en diez volúmenes, abarca una temática mucho más amplia de lo que hoy se entiende como historia natural (astronomía, matemáticas, botánica, zoología, etc.) y enseguida despertó el interés de los humanistas europeos. Los textos de Plinio fueron explicados por Nebrija en Alcalá a partir de 1513 y por Hernán Núñez, El Pinciano, en la cátedra de la Universidad de Salamanca, donde publicó una edición comentada en latín en 1544, que alcanzó varias reediciones y notable repercusión. Francisco Hernández, colegial complutense, médico de cámara de Felipe II, parece que comenzó la traducción de Plinio a partir de 1567. Nombrado protomédico general de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano por el rey, en 1570 dirigió la primera expedición científica a América, centrada especialmente en el territorio de Nueva España. A su regreso en 1577 presentó su obra a Felipe II y preparó una breve introducción que fue impresa, pero murió en 1587 antes de ver su trabajo completo publicado. Todo el material se guardó en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial. Sólo se ha conservado la traducción de los 25 primeros libros de Plinio, en la Biblioteca Nacional de Madrid. Hernández traduce, comenta –bajo el epígrafe «El intérprete»-, y con mucha frecuencia añade su propia experiencia en párrafos de verdadero interés. Su propósito era ofrecer un panorama enciclopédico de la cultura renacentista confrontándola con la de la antigüedad clásica. Se ha editado en México en los años 60-70 del siglo XX, en el marco de actividades de la UNAM, y ha merecido varias ediciones.

  11. Jerónimo de Huerta, médico de cámara de Felipe IV, llevó a cabo la traducción de Plinio en sucesivas ediciones parciales y reimpresiones (libros VII y VIII, Historia natural de los animales, Madrid, Luis Sánchez -Alcalá de Henares, Justo Sánchez Crespo, 1602-, libro IX, Libro nono de los pescados, Madrid, Pedro Madrigal, 1603). La obra completa, dedicada a Felipe IV, se publicó en dos tomos: libros I-XI (Madrid, Luis Sánchez, 1624) y libros XII-XXXVII (Madrid, Juan González, 1629). Con el correr del tiempo quedó relegada al olvido, hasta recuperar el interés en el siglo XX. En opinión de los especialistas, Hernández y Huerta, que nunca mencionó a su predecesor en la tarea traductora, partieron de textos latinos distintos y sus versiones fueron independientes. Sus estilos son también diferentes: frente a la sobriedad de Hernández, interesado por el contenido científico, la ampulosidad de Huerta impregna de barroquismo su texto. Desde esta traducción el interés por Plinio se apaga en España.

  12. Los Elementos, escritos por Euclides, constan de trece libros, en que se repasan los temas fundamentales de la geometría plana (los cuatro primeros), la teoría de la proporción (libros quinto y sexto), la aritmética (del séptimo al décimo) y la geometría del espacio (del undécimo al décimo tercero). En 1482 apareció en Venecia una edición latina que se convirtió en libro de texto de las principales escuelas europeas de matemáticas. La traducción a las lenguas importantes de Europa se produjo con pocos años de diferencia: la primera versión italiana es la de Tartaglia (Venecia, 1543); la primera francesa es de 1564 y de esa misma fecha es la alemana; en 1570 aparece la inglesa y en 1576 la española (véase, para más datos, García Ballester, López Piñero & Peset 2002, vol. III). Rodrigo Zamorano representa al matemático del siglo XVI, que, gracias a su dominio de la geometría y de las lenguas clásicas, destaca en una serie de actividades estrechamente vinculadas entre sí: la astronomía–astrología, la cosmografía, la cartografía y la navegación. La primera edición de los libros I–VI de los Elementos contó con el apoyo de Felipe II, que deseaba fomentar la publicación de las principales obras científicas en castellano. Luis Carducho es autor de la segunda versión castellana de los Seys primeros libros de los Elementos geométricos de Euclides (1637), primer texto impreso en español que recoge la existencia de logaritmos.

  13. El tratado fue escrito por Hugo Helt en latín y traducido al castellano por el joven Francisco Sánchez de las Brozas, cuando todavía no había iniciado su carrera como docente en la Universidad de Salamanca. El libro está digitalizado y accesible desde el corpus del DICTER.

  14. Besson es autor de una obra que compendia una serie de objetos mecánicos y máquinas varias, el Theatrum instrumentorum et machinarum Jacobus Bessonus excogitavit liber primus, que apareció entre 1570 y 1572. Se trata de una edición realizada con mucha premura por la represión de los hugonotes. Esta circunstancia determinó que Besson, que llegó a ser pastor protestante, emigrara a Inglaterra, donde falleció en 1573. El Theatrum fue traducido al francés (Lyon en 1578 y 1582, y Ginebra en 1584), al alemán (Nuremberg, 1585) y finalmente al castellano (Lyon, Horacio Cardon, 1602). En la dedicatoria al duque de Lerma, el impresor resalta la importancia de un contenido que recoge «los ingenios que pueden servir al público en la paz y a los capitanes y sodados en la guerra» (fol. A2r).

  15. El boloñés Sebastiano Serlio es autor de uno de los principales tratados que se difundió entre arquitectos europeos de esta época como un compendio del estilo renacentista italiano: Tutte l’opere d’architettura et prospettiva (Venecia, 1537). Fue traducido al español, en 1552, con modificaciones y notas para hacerlo más comprensible a los lectores, por Francisco de Villalpando, arquitecto, escultor y orfebre, pero también un humanista que pretendía reivindicar la profesión de arquitecto en la sociedad, además de dar a conocer las doctrinas vitruvianas a través de Serlio (véase Paniagua Soto 1990, 1993 y 1994).

  16. La obra del arquitecto genovés, compuesta de diez volúmenes, fue impresa por primera vez en Florencia en 1485 con el título Leonis Baptiste Alberti De re aedificatoria, con un prefacio de Angelo Poliziano, que dedicó la obra a Lorenzo de Medici. La primera traducción en castellano fue realizada por Francisco Lozano en Madrid, en 1582. Puede leerse en la dedicatoria a Juan Fermández de Espinosa, tesorero del Rey: «Pero uno de los que mejor escrivieron, a mi parecer, después de Vitrubio, fue León Baptista Alberto, Florentín, el qual en lengua latina compuso diez libros d’esta sciencia. Cosme Bartoli los traduxo en lengua toscana, en beneficio de su patria, y en ella los sacó a la luz. Los quales, como viniessen a mis manos, considerando el mucho provecho que de ponerlos en nuestro romance castellano resultava a los architectos de nuestra nación, y a las demás personas de España que no entienden el latín, ni tampoco la lengua italiana, assistí a la tradución d’él, con tanta fidelidad quanta me fue possible y, traduzidos, procuré imprimirle» (Lozano 1582: 5).

  17. «Heme determinado dirigir a Vuestra Alteza el libro de Viñola, que trata de la parte edificatoria de las cinco órdenes muy curiosa y cumplidamente, los quales me puse a traduzir, por mi passatiempo, de toscano en romance castellano el año de 1567, (…) para provecho de los que en estos reynos no entienden la lengua y loavan y desseavan esta impressión» (Caxés 1593: Ir).

  18. Francisco de Praves, hijo natural de Diego de Praves, arquitecto y maestro mayor de la catedral de Valladolid, según el proyecto de Juan de Herrera, trabajó con su padre en una ciudad convertida en sede de la corte entre 1601 y 1605. Tras la muerte de Herrera, se configuró un foco clasicista vallisoletano que acusaba tendencias más barrocas y que se mantuvo durante las tres primeras décadas del siglo. Estudió italiano para poder verter fielmente las obras de Palladio, como refleja el título de su traducción.

  19. «Un ámbito cultural, para enriquecerse, necesita incorporar conceptos de otros ámbitos culturales. Pero los conceptos están íntimamente ligados a las palabras, de manera que sin ellas no pueden transmitirse. […

  20. La postura de Lozano es la de otorgar claridad a los términos «obscuros», basándose en el empleo metafórico, para el que arguye antecedentes clásicos: «Varios son los géneros de las bóvedas. Hase de buscar en qué difieren entre sí y con qué líneas se constituyan. Y avré de fingir nombres para que sea fácil y en ninguna manera obscuro, como determiré ser en estos libros. Y no estoy olvidado que Ennio, poeta, llamó el cerco del cielo bóveda grandíssima, y que Servio dixo ser cavernas que aquéllas que son hechas en modo de los lados del navío. Pero pido esta gracia y merced: que en estos mis libros se tenga aquello por bien dicho que fuere a propósito y entendido claríssimamente» (Francisco Lozano 1582: 86).

  21. Este vocabulario dejó notable impronta en los repertorios arquitectónicos de los siglos XVIII y XIX, como los de Francisco Martínez, Diego Antonio Rejón de Silva, Benito Bails, Mariano Matallana, Eduardo Mariátegui o Pelayo Clairac y Sanz, entre otros.