Recursos para la traducción en los Siglos de Oro: gramáticas y diccionarios
Luis Pablo Núñez (Universidad de Granada)
1. Introducción
Las gramáticas y diccionarios fueron los recursos más relevantes a los que pudieron acudir los traductores durante los Siglos de Oro, aunque no los únicos, como hemos visto en otro capítulo al tratar los libros de diálogos y la literatura como instrumentos para la didáctica de lenguas. Aquí se ofrece un recorrido por las gramáticas y diccionarios más relevantes de estos dos siglos, especialmente cuando estas obras van dirigidas al aprendizaje de español por extranjeros o al aprendizaje de otras lenguas vernáculas por los españoles. Aunque se citan, no consideraremos las dirigidas estrictamente a españoles (Nebrija, Aldrete, Correas), ni las obras de la lingüística misionera, ya se refieran al contacto del español con otras lenguas de Hispanoamérica o con las de regiones del Pacífico.1
Para realizar esta síntesis hemos recurrido a numerosos estudios previos propios y ajenos –los cuales, por cuestiones de espacio, no podremos siempre citar–; ahora bien, aquí no solo se sintetiza lo indicado en la bibliografía existente, sino que, a la vista de los estudios más recientes y de las obras originales o sus reproducciones, se actualizan, completan y se corrigen errores que se han ido transmitiendo desde estudios anteriores. Al incluir además menciones a algunas obras raramente citadas, esperamos añadir también nuevas perspectivas.
2. Gramáticas del español y otras lenguas
Las descripciones de las lenguas vulgares de Occidente surgen fundamentalmente en el Renacimiento siguiendo el modelo de la tradición gramatical grecolatina, que se basada en las partes del discurso establecidas por Donato y Prisciano. La aplicación de los esquemas gramaticales de las lenguas clásicas a las lenguas vulgares fue toda una novedad: con ella, se las legitimó como lenguas de cultura.
No obstante, esta legitimación fue gradual. La «contienda entre el latín e ilustración del romance» llevó más de dos siglos. Si ya autores como Juan de Mena habían adoptado en el siglo XV el estilo y sintaxis latinizante para sus obras castellanas, el XVI vio en esta codificación la prueba de que las lenguas vulgares podían llegar a la misma altura que el latín, o incluso superarlo. Posteriores discusiones etimológicas y filosóficas durante el siglo XVII en torno al origen y descripción de las lenguas realzaron el valor de las lenguas vulgares, si bien el latín permaneció como lengua de referencia entre las personas instruidas. Estas no discutieron el papel de las vulgares en la literatura, pero mantuvieron la lengua latina para la comunicación internacional y buena parte de la ciencia hasta incluso el siglo XVIII.
Las descripciones de las lenguas vulgares se realizaron fundamentalmente durante el Renacimiento, como decíamos, pero los primeros intentos de reducir a reglas las lenguas vulgares se dieron ya en época medieval, mediante las gramáticas sobre el provenzal o las traducciones del Ars minor de Donato (Vàrvaro 1988: 17–18, 26–30). Habría que añadir los manuales o manières de langage, también en vulgar, pero con fines más prácticos y comerciales.
Visto así, la Grammatichetta vaticana de Leon Battista Alberti sobre la lengua toscana (ca. 1438–1441) o la Gramática castellana (1492) de Nebrija, la primera impresa en Europa sobre una lengua vernácula, podrían ser prolongaciones de aquellas, pero también fueron instrumentos con que facilitar el aprendizaje del latín: se considerará que, conociendo más la lengua vulgar, reducida a reglas, se llegará más fácilmente al aprendizaje de las reglas de la latina.
Sin embargo, la innovación de describir gramaticalmente una lengua vernácula, ya hablada y aprendida de forma natural, fue poco comprendida en su momento, como luego ocurrió con la definición de las palabras usuales (no voces oscuras) en los diccionarios monolingües: aunque a comienzos del XVI español, italiano, francés e incluso portugués ya contaban con gramáticas, otras lenguas no las tendrán impresas hasta muy posteriormente (la del islandés, por ejemplo, primera de las nórdicas, se publica en 1651; la del danés, en 1668); es por esto tan importante el periodo de los dos siglos XVI y XVII, pues en él las lenguas vernáculas europeas contaron con descripciones gramaticales por primera vez, y traductores y público en general pudieron acudir a ellas.
2.1. Gramáticas del siglo XVI
Las gramáticas del español se inician con la de Nebrija en 1492, Gramática castellana o Arte de la lengua castellana. Esta ya incluía una parte final dirigida a extranjeros que quisieran aprender nuestra lengua («Introducciones de la lengua castellana para los que de extraña lengua querrán deprender» o que «de alguna lengua peregrina querrán venir al conocimiento de la nuestra»), pero, aunque fue conocida –la cita, por ejemplo, Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua (manuscrito, ca. 1535)–, no contó con ninguna otra reimpresión en dos siglos.
Hubo que esperar a una serie de obras publicadas en Amberes y Lovaina para conocer la verdadera difusión de nuestra lengua. Aparecidas de forma anónima, como la Útil y Breve Institución para aprender los principios y fundamentos de la lengua hespañola (1555) y la Gramática de la lengua vulgar de España (1559), ambas en Lovaina, o bajo autoría, como la Gramática castellana (1558) del Licenciado Villalón, son testimonio del creciente dominio español en Europa y la pujanza de las prensas de los Países Bajos, entonces parte del imperio español: en Amberes se publicarían muchas obras literarias y gramaticales en español y por españoles, como por ejemplo La Suma y erudición en metro castellano (1550) de Francisco de Thámara, que era propiamente una breve gramática que complementaba una Instrucción latina, muy compendiosa y útil para los principiantes que quisieran «bien entender / la lengua latina». Las de Lovaina, impresas por Bartolomé Gravio, eran gramáticas escolares «sin pretensiones teóricas» (Gómez Asencio 2006: 167) que iban dirigidas a un público universitario (su imprenta estaba a pocos metros del Collegium Trillingue); por el peculiar cruce de gentes que eran entonces los Países Bajos, eran plurilingües o incluían otras lenguas en sus descripciones: la de 1555 describía de manera práctica la lengua española en español, francés y latín y la de 1559 comparaba con el francés e italiano, con especial interés hacia la pronunciación:
La x, que con grande impropiedad vulgarmente la nombran iques, io la llamo exe, conforme a su naturaleza, porque seria iques si sonasse cs, como lo suena en las lenguas griega i latina, pero en esta vulgar de España es letra tomada de los aravigos i suena como en francés la ch: como quando dizen cheualier, chiche, charbonier, i en italiano el scia, sce, sci, scio, sciu, como scigurato, scelerato, sciocco, sciuto. Desta mesma manera dezimos nosotros xabon, axedrez, coxo, xuxa i todos los demás. (1559: bjv–bijr)
Gravio también imprimió otras obras lingüísticas con español y otras lenguas, como la gramática italiana de Alberto de Gl’Acharisi Dacento, tournée de Tuscan en François (1555); mandó realizar asimismo vocabularios cuatrilingües aprovechando textos que circulaban y encargando a residentes en Lovaina las traducciones a nuevas lenguas, dando lugar a obras plurilingües, como veremos luego (en la edición del vocabulario cuatrilingüe de 1560, se dice que las equivalencias españolas fueron revisadas por «gens tres expertes, & eloquentz en leurs langues maternelles, Castiliens natifs»).
También en Amberes fueron publicadas las primeras ediciones del vocabulario de Berlaimont y las Coniugaisons, règles et instructions mout propes et necessairement pour ceux qui desirent apprendre français, italien, espagnol et flamen (1558 y 1568) del maestro de lenguas Gabriel Meurier, autor también de una Breve instruction contenante la manière de bien prononcer & lire le François, Italien, Espagnol et Flamen y otras: son muestras del caldo de cultivo intelectual que existía en Flandes durante el siglo XVI, provechoso para la publicación de obras en español con otras lenguas por los talleres de imprenta de Lovaina, o los de Birckmann, Stelsio y Plantino en Amberes.
Del estrecho contacto entre esa región y la península da muestra la obra de Baltasar de Sotomayor, Grammática con reglas muy provechosas y necesarias para aprender a leer y escriuir la lengua francesa, conferida con la castellana (Alcalá de Henares, 1565, reimpresa luego con algunos cambios, pero sin citar al autor, en Barcelona en 1647), que iba acompañada de un Vocabulario de Jacques Ledel o Liaño, primera muestra bilingüe de repertorio francés–español (véase más abajo). Ninguna de las dos partes era original: la gramática era un plagio de las Coniugaisons de Meurier, pero no ya con cuatro lenguas, como en 1558, sino dos.
Mayor originalidad se encontrará en esa época en Italia: Alessandri D’Urbino publicaba en Nápoles Il paragone della lingua Toscana e Castigliana (1560) y, pocos años más tarde, surgía la gramática del español para italianos más influyente del siglo XVI, las Osservationi della lingua castigliana de Giovanni Miranda (Venecia, 1566, con reediciones en 1567, 1569, 1583, 1584, 1586, 1595, 1622). Su fortuna fue tal que no dejó de publicarse hasta la aparición de la de Lorenzo Franciosini, que a su vez dominó todo el siglo XVII y XVIII (Grammatica spagnola e italiana, Venecia, 1624, y numerosas reediciones a largo de los siglos XVII y XVIII).
La de Urbino surgió en una corte igualmente cosmopolita de fuerte presencia española como era Nápoles, pero la descripción del español era un contrapunto a la del italiano (esto es, una gramática contrastiva o comparada), procedimiento que será luego muy usado en otras obras posteriores. La de Miranda –propiamente, Juan de Miranda, español afincado en Venecia–, escrita en italiano, iba dirigida a los italianos que querían aprender español, pero no era solamente práctica, centrada en el uso, sino también detallada (más de 400 páginas, con explicaciones y ejemplos).
Fue tan bien vista por sus contemporáneos que no tuvieron reparos en imitarla, como hicieron N. Charpentier en su Parfaicte Methode pour entendre, escrire, et parler la langue Espagnole (París, 1596–1597) o César Oudin en Grammaire et observations de la langue espagnolle recueillies et mises en François (París, 1597, con numerosas reediciones durante el siglo XVII). La mucha difusión que esta última tuvo durante el siglo XVII en el ámbito francófono y centroeuropeo –incluida Inglaterra, con la traducción al inglés de 1622 por James Wadsworth– hizo que, a través de ella, la de Miranda influyera en otras. No obstante, al realizarse estas gramáticas del XVII por autores más cultos, traductores también en buena medida de obras españolas, las reglas gramaticales fueron acompañándose de ejemplos literarios, tomados del Quijote, la Diana o el Lazarillo, sin importar que fueran registros cultos o coloquiales (véase Esteba Ramos 2005).
En cuanto al ámbito anglosajón, las principales obras para la enseñanza del español –gramáticas, diccionarios– se publicaron a fines de siglo, como la Bibliotheca Hispanica containing a Grammar, with a Dictionaire (Londres, 1591) de Richard Percyvall. Entre las gramáticas destacó la del sevillano Antonio del Corro, cuyas Reglas gramaticales para aprender la lengua española y francesa (escritas en 1586 como preceptor del futuro Enrique IV de Francia) fueron traducidas al inglés por John Thorie (The Spanish grammer: with certeine rules teaching both the Spanish and French tongues, 1590). La vida de este monje jerónimo fue apasionante, pues con treinta años marchó al extranjero en «destierro voluntario» (por no decir forzado: sur de Francia, Ginebra, Lausana, Amberes, Londres, Oxford), abrazó el protestantismo, luego el anglicanismo. Censor teológico, docente universitario, publicó muchas obras, pero para la filología destaca por su gramática. En cuanto a Thorie, alumno de Del Corro en el Christ Church College de Oxford, fue también traductor de varias obras españolas ya mencionadas en mi propio estudio sobre «Lenguas, enseñanza y traducción» (como Espejo y disciplina militar de Francisco de Valdés) y de una neerlandesa al español. El vocabulario de casi mil voces que incluyó para poder entender los ejemplos que aparecían en la gramática (a Dictionarie adioyned unto it, of all the Spanish wordes cited in this booke) fue el primer repertorio bilingüe español–inglés (véase más abajo y Alvar Ezquerra 2020: art. «Thorie»).
En lo que se refiere a gramáticas de otras lenguas dirigidas a españoles, destaca por su fecha la de Baltasar Pérez del Castillo, Arte grammática y manera de bien hablar, screbir y leer la lengua francesa (manuscrito, ca. 1563–1578), que no se llegó a publicar (Pablo Núñez 2011), y la de Francisco Trenado de Ayllon, Arte muy curiosa por la cual se enseña muy de raíz el entender y hablar la lengua italiana (Medina del Campo, 1596), que se centra especialmente en el modelo de la lengua literaria, lo que resulta muy comprensible, al haber sido Ayllon también traductor del Canzoniere de Petrarca (Ruiz Casanova 2018: 223).
2.2. Gramáticas del siglo XVII
Las gramáticas de español aumentaron en número durante el siglo XVII, pero de forma desigual según los ámbitos geográficos (fueron más numerosas en Francia). Continuaron teniendo apartados sobre letras y sonidos, partes de la oración y conjugación, pero conceptualmente varió el punto de vista: junto a la descripción del uso y el interés por la pronunciación, se potenció el carácter etimológico y comparativo, como ya hemos dicho.
Dejando a un lado las de Patón (Instituciones de la gramática española, Baeza, 1614), Correas (Trilingüe de tres artes de las tres lenguas castellana, latina i griega, todas en romanze, Salamanca, 1627) y Villar (Arte de la lengua española, reducida a reglas y preceptos de rigurosa gramática, Valencia, 1651), todas las demás –unas 45– fueron publicadas fuera la Península. Pero tampoco aparecieron muchas gramáticas de otras lenguas en la Península antes de 1700: citaremos las de Diego de Cisneros (De Grammatica francesa en español, Madrid, 1635) y Billet (Gramática francesa […] con un paralelo de la eloquencia española, y francesa, y francesa y española, Zaragoza, 1673). Durante el siglo XVIII su número crecerá.
Dirigidas a francófonos destaca la ya citada gramática de César Oudin (secretario–intérprete de lenguas modernas, autor del diccionario bilingüe español–francés más exitoso del siglo XVII y de otras obras de diálogos, refranes y traducciones de literatura), que se reeditó numerosas veces, pero se sumarán las de otros maestros de lengua, intérpretes de la corte francesa y religiosos. En otros ámbitos fueron españoles exiliados o cortesanos.
El murciano Ambrosio de Salazar fue uno de los que más obras publicó, porque se sirvió de la literatura e historia de la época para enseñar la lengua, fundamentalmente mediante diálogos: Espexo general de gramática en diálogos para saber la natural y perfecta pronunciación de la lengua castellana (Rouen, 1614), Secretos de la gramática española o abreviación della, con un tratado muy curioso, donde se contienen muchos cuentos graciosos […] y un diálogo entre dos comadres (Rouen, 1632), Thesoro de diversa lición […] en el qual ay XXII historias muy verdaderas […] con una forma de gramática muy prouechosa (París, 1637) y los Tres tratados proprios para los que dessean saber la lengua española (París, 1643). Enfrentado a César Oudin, ocupó cargos importantes en la corte francesa: fue intérprete de Enrique IV y Luis XIII y secretario de Ana de Austria.
Anterior, y también competidor directo de Oudin, fue Jean Saulnier. Hispanista, licenciado en artes, pero también autor de obras de cosmología y medicina, llegó a secretario de lenguas española e italiana en la Corte y posteriormente del príncipe de Condé. En 1608 se publicaron varias obras suyas, entre ellas L’Escole françoise et italienne, en laquelle on peut facilement apprendre à correctement escrire, prononcer et parler italien y la Introduction en la langue espagnolle par le moyen de la Françoise [avec] des colloques ou dialogues fort familiares. Bastante breves ambas –la primera de 51 y la segunda de 167 páginas–, la española con «cinco diálogos bilingües no demasiado bien traducidos» (Esteba Ramos 2005: 52), fueron retomadas en una nueva edición de 1624 (reeds. en 1635 y 1636) titulada Nouvelle grammaire italienne et espagnole, déclarée par nostre langue Françoise.
Las otras gramáticas de español publicadas en Francia fueron, cronológicamente, las Advertencias y breve método para saber leer, escribir y pronunciar la lengua castellana (París, 1615) de Lorenzo de Robles, el Arte breve y compendiossa para aprender a leer, escreuir, pronunciar y hablar la lengua española (París, 1616) del protestante Juan de Luna –ampliada luego en una traducción al inglés aparecida en 1623–, la Gramática de la lengua española, compuesta en español y francés (París, 1619) de Gerónimo de Texeda –retomada en la Methode pour entendre facilement les phrases et difficultez de la langue Espagnolle (París, 1629)–, el Ramillete de flores poéticas […] con un curioso y utilissimo methodo y reglas para sauer pronunciar, escriuir y leer bien la lengua española (Toulouse, 1620) de Alexandro de Luna, la Grammaire Espagnole abrégée (París, 1644) de Jean Doujat, la Grammaire Espagnole (París, 1659) de Claude Dupuis, Sieur des Roziers; el Abrégé de la grammaire espagnole (París, 1659) de Simón Deça de Sotomayor, la Nouvelle Methode pour apprendre facilement et en peu de temps la langue espagnole (París, 1660) de Claude Lancelot, la anónima Nouvelle grammaire espagnolle et françoise (París, 1660), la Nouvelle grammaire espagnole […] avec un vocabulaire (París, 1680 y Lyon, 1695) de Ferrus y la Nouvelle Grammaire Espagnole, mise en bon ordre et expliquée en François (Bruselas, 1697) de Francisco Sobrino.
Con la perspectiva inversa –aprendizaje del francés por parte de españoles– hay que añadir las de ¿Pedro Bonet? (Arte para aprender facilmente, y en poco tiempo, a leer, escrevir y hablar la lengua francesa, por don P. B. Maestro de lenguas, Lyon, 1672), más las de fray Diego de la Encarnación o Diego de Cisneros (su nombre laico), De Grammatica francessa, en español / Grammaire espagnolle, expliquée en François (Douai, 1624, 2.ª ed. en Madrid, 1635) y Pierre–Paul Billet (Gramática francesa […] con un paralelo de la eloquencia española, y francesa, y francesa y española, Zaragoza, 1673), que fue reeditada en Amberes, 1686, 1687 –fecha de la aprobación– y, muy aumentada, con el Arte nuevamente compuesto de la lengua francesa por la española segun la nueva correccion de Richelet de Jean–Pierre Jaron en Madrid, 1688, y reimpresión en 1708.2.
Las gramáticas aparecidas en Inglaterra durante el siglo XVII muestran el auge del español, tal y como vaticinaba Stepney en su prólogo de 1591, si bien el francés siguió siendo allí la lengua más influyente y el italiano la lengua de las personas cultas. Por esto, obras tan tardías como el Lexicon tetraglotton (1660) de James Howell o la Grammatica quadrilinguis or Brief Instructions for the French, Italian, Spanish and English Tongues (Londres, 1674) de J. Smith consideraron estas cuatro lenguas a la vez. Aunque no fuera una gramática, la aparición de la Ianua linguarum quadrilinguis: Latine, Anglice, Gallice, & Hispanice (Londres, 1617) de Bathe, con la versión inglesa por John Barbier, es otra muestra más del panorama lingüístico (colingüismo) de ese lugar y momento.
En cuanto a gramáticas, la de Minsheu, profesor de lenguas en Londres, autor y compilador de varios diccionarios relevantes que veremos después, fue una prolongación literal de la de Percyvall de unos años antes, pues A Spanish Grammar (Londres, 1599, reimpr. 1623), «es la de Percyvall «augmented», y con extractos más o menos plagiados de Meurier, del Corro, Miranda» (Sánchez Pérez 2005: 62).
Ya en el siglo XVII, la de Lewis Owen, The Key of the Spanish Tongue (Londres, 1605), se ha destacado por sus nociones de pronunciación, pues parece que aprendió español en Valladolid, pero con errores. Contiene también un pequeño vocabulario y cuatro diálogos, tres de ellos iguales a los de Stepney. La de James Wadsworth, A Grammer Spanish and English (1622), traducción de la francesa de Oudin (en su ed. de 1606), incluía también cinco diálogos de Juan de Luna; por su parte, la gramática de Luna (Arte breue i compendiossa, Londres, 1623), que originalmente se había publicado en Francia y para los franceses en 1616, fue la primera bilingüe español–inglés con páginas confrontadas. Como se puede observar, la intertextualidad y apropiación fue una constante.
En este recorrido debe anteponerse la de John Sanford, Propylaion, or An entrance to the Spanish Tongue (Londres, 1611, reimpr. 1633), un autor que ya había escrito gramáticas de otras lenguas: del francés –Le guichet françois (Oxford, 1604)–, del italiano –An introduction to the Italian tongue (1605)– y del latín. Había viajado por Europa y su gramática fue compuesta para el séquito del embajador inglés en España, al que acompañó; probablemente circuló manuscrita primero, pero la que nos ha llegado se imprimió en 1611 y de nuevo en 1633, cuando ya había fallecido.
Resta señalar la de James Howell, Gramática de la lengua inglesa prescriviendo reglas para alcançarla; Otra gramática de la lengua española o castellana (Londres, 1662), que, como indica su título, se compone propiamente de dos gramáticas: una de la lengua inglesa escrita en castellano y una gramática española para ingleses. Lexicógrafo viajero por la península ibérica, incluye como apéndices un diccionario de palabras portuguesas que no tienen relación con el español (con sus equivalentes en inglés) y «La perambulación de España y Portugal», así como otras cartas con refranes.
Las gramáticas de español del ámbito centroeuropeo se imprimieron fundamentalmente en latín y alemán (en Italia, la de Franciosini sería la preponderante). En el ámbito germánico era común que un maestro de lenguas enseñase varias lenguas románicas, como francés, español e italiano, y esto se reflejó en las obras.
En Colonia aparecieron varias gramáticas: la Instruction espagnole accentuée (1647) del maestro de lenguas Marcos Fernández, más otras en latín: la traducción de la gramática de la lengua española de César Oudin (Grammatica hispanica, 1607) y las Institutiones in linguam Hispanicam (1614) de H. Doergangk; en Leiden, también en latín, la Linguæ Hispanicæ compendiosa Institutio (1630 y 1636) de Carolus Mulerius o Karl van Muller. De este última, sin embargo, se publicó posteriormente una traducción al español y al neerlandés en Ámsterdam, cuando esta ciudad sustituyó la primacía que tuvo la imprenta de Amberes: Breve orden para enseñar y aprender el lenguaje español (Ámsterdam, 1642, no localizada) y Een korte ende ser dienstighe onderwijsinge vande Spaensche Tale / Breve y muy provechoso orden para enseñar y aprender el lenguage español, antes de agora dada por el Señor Carolus Mulerius. Y agora por un amador de la lengua español traspasado del latín en flamenco, amejorado y augmentado en muchas partes (Ámsterdam, 1648 y 1669). Si se permite un inciso de interés, Van Muller también escribió una gramática del italiano en latín (Linguæ Italicæ compendiosa Institutio, Leiden, 1631, 1641, 1653; Oxford, 1667) y otra francesa (Linguæ Gallicæ compendiosa Institutio, Leiden, 1634, 1654); al final de cada una de ellas se incluía siempre un breve coloquio familiar bilingüe como muestra de uso: en la española, es un diálogo entre un viandante y un hospedero. Fue frecuente incluir diálogos en otras muchas gramáticas, o publicarlos de forma independiente, como hicieron Oudin y otros, por el uso didáctico que señalo en mi estudio sobre «Lenguas, enseñanza y traducción.
Junto con la de Mulerius de 1630 y 1636, hay que mencionar también la breve gramática que Arnaldo de la Porte intercaló en su diccionario español y flamenco (Den Spaansen Grammatica, en el Nuevo Dictionario o thesoro de la lengua española y flamenca / Den nieuwen Dictionaris oft Schadt der Duytse en Spaensche Talen, Amberes, 1659). El anterior Compendio de la lengua española / Institutie van der Spaensche Taele, que imprimió Trognesius en Amberes (1637) y se reeditó en 1659 y 1669, se le ha atribuido.
La gramática española del madrileño Carlos Rodríguez, Linguæ Hispanicæ Compendium (Copenhague, 1662), rellena otro espacio en este panorama centroeuropeo que estamos rápidamente recorriendo: la corte danesa y el reino de Dinamarca y Noruega. Como en Suecia, «el español era conocido por las clases altas, ya que formaba parte de su educación cortesana» (Sáez Rivera 2007: 1104), y de hecho Rodríguez, profesor de español, francés e italiano como los arriba mencionados, era el maestro del príncipe heredero, futuro Cristián V. También enseñó en la Real y Ecuestre Academia de Soroe y en la Universidad de Copenhague.
El otro foco de gramáticas españolas durante la segunda mitad del el siglo XVII fue Viena, donde apareció la del maestro de lenguas Stephan o Esteban Barnabé, Unterweisung Der Spanischen Sprach (Viena, 1657), complementada con Discursos familiares con algunos proverbios, historias, y fábulas (Viena, 1660), y la Gramática o instrucción española y alemana […] con algunas sentencias, refranes, versos, y […] nomenclatura (Viena, 1666) de Mez de Braidenbach, autor también de un diccionario bilingüe en 1670. Como en otros casos, Barnabé también era autor de otras gramáticas: de la lengua francesa (1656), alemana (1658), italiana (1663, con reediciones). De Juan Antonio Zumarán o Sumaran, maestro de lenguas en Múnich, Ingolstadt y Viena, contamos con la Grammática y pronunciación alemana y española (1634) y otras obras (Pablo Núñez 2010a: I, 331–335 y II 429–431; sobre la gramática española en Alemania –siglos XVII y XVIII–, véase Wippich–Roháčková 2000).
La boda de la infanta Margarita Teresa con el emperador Leopoldo I propició la aparición de estas gramáticas y diccionarios, aunque fuera de este contexto se publicó también posteriormente la breve gramática con nomenclatura del pastor protestante Christian Gottfried Reinhardt, Der Spannish Liebende Hochdeutscher (sin lugar de impresión, pero dedicada a los consejeros de la ciudad Hamburgo, 1696, reimpr. 1703), escrita en latín a pesar del título. La enseñanza particular de español a nobles fue habitual en esta zona de Europa a finales del XVII, como la Landschafts–Akademie de Viena o en la Academia Militar de Wolfenbüttel, según nos recuerda Sánchez Pérez 2005: 111).3
Dedicamos un último apartado para algunas gramáticas plurilingües. Estas aparecieron ya a final del XVI (Bourgoing, De origine, usu et ratione vulgarium vocum linguae Gallicae, Italicae, & Hispanicae, libri primi sive A centuria una, París, 1583, un texto de erudición que se funda en la comparación de términos franceses, italianos y españoles), pero tuvieron su auge durante el XVII, al centrarse en la etimología, con el hebreo como supuesta lengua originaria de todas las demás, según los estudios bíblicos; otras, razonadas, trataron de mostrar los elementos comunes para el aprendizaje de cualquier lengua. La tendencia se corresponde también con la proliferación de diccionarios plurilingües en gran formato, como los de Minsheu, Howell, Zumarán, Megiser.
L’harmonie étymologique des langues, en laquelle, par plusieurs antiquités et etymologies de toutes sortes, se démontre évidemment que toutes les langues sont descendues de l’hébraïque (París, 1606, y reeds. en 1610, 1618, 1619, 1631) contenía ejemplos en varias lenguas y un índice plurilingüe. La Analogo–diaphora, seu Concordantia Discrepans, et Discrepantia Concordans trium linguarum, Gallicae, Italicae & Hispanicae (Oxford, 1637) del maestro de lenguas Pierre Bense–Dupuis era un tratado redactado en latín de apenas 72 páginas sobre la evolución de las lenguas romances. No obstante, fue autor de otras obras en relación con el español y con la gramática, como L’Apollon ou l’oracle de la poesie Italienne et Espagnole (París, 1644), la Clef de la langue romaine (París, 1638) o una Grammaire allemande et françoise (París, 1643, reed. en 1658 y 1674).
Otras gramáticas recogieron conjuntamente las principales lenguas vernáculas que debían aprender las personas (nobles) cultas: por ejemplo, la Grammatica trilinguis idiomati trino Italico, Gallico, Hispanico (Múnich, 1636) de Emericus Chapin, los Paralelos de las tres lenguas, castellana, francesa e italiana, dirigidos a los hijos de los señores y de toda la nobleza de España (París, 1666) de Bartolomé Labresio de la Puente o, ya en Italia, La novissima grammatica delle tre lingue italiana, francesa e spagnuola (Venecia, 1655, con varias reediciones hasta finales de siglo) de Giovanni Alessandro o Jean Alexandre Lonchamps, «detto il fiamengo», intérprete y maestro de esas lenguas (más alemán) en Roma y Milán.
La novissima grammatica fue en realidad la suma de varias obras previas: la gramática española de Lorenzo Franciosini y la francesa e italiana de Lonchamps, que circulaba ya desde 1630–1638 (Trattato della lingua francese et italiana […] nel quale con una piena e’ distinta instruzione si dichiarano tutte le regole et i fondamenti delle dette lingue, Roma, 1638), más un cuadro sinóptico de Angelo da Firenze (con correcciones de Jean Le Page), una nomenclatura y diálogos; se conserva también de Lonchamps una Instruttione della lingua tedesca et italiana (Milán, 1629; Bolonia, s. a. [ca. 1675], Viena y Turín, s. a.) y una Grammatica succinta, e chiara in Franzese esplicata […] della lingua Italiana (Roma, 1656).
En conclusión, el siglo XVII produjo una nutrida cantidad de obras. En ellas, es patente que los materiales gramaticales –y lexicográficos, como veremos a continuación en el siguiente apartado– fueron entremezclados, reaprovechados, copiados o plagiados de manera expresa o anónima por impresores y gramáticos posteriores durante estos dos siglos.
3. Diccionarios
En el periodo de dos siglos que abarca el Siglo de Oro se publicaron un gran número de repertorios léxicos, alfabéticos y temáticos, que, bajo nombres diversos –vocabularios, diccionarios, nomenclaturas, coloquios–, fueron usados para la enseñanza y aprendizaje de las lenguas vernáculas.
Es imposible señalar en este balance todos los títulos, por lo que aquí realizaremos una visión panorámica. Podemos clasificarlos de acuerdo con las lenguas contenidas o según las familias o tradiciones textuales que formaron, las finalidades que perseguían, sus formatos y el tipo de usuario al que iban dirigidos.
Estas familias estuvieron también ligadas a áreas geográficas: ciertas obras surgieron en un determinado lugar y tuvieron mayor éxito allí (por ejemplo, Países Bajos, Centroeuropa, norte de Italia y Baviera), aunque llegaron a extenderse por toda Europa, de acuerdo con los circuitos del libro; la imprenta también fomentó este uso más local o difuso según la labor de ciertos impresores.
3.1. De los diccionarios latinos a los repertorios bilingües y plurilingües
Los diccionarios bilingües con la lengua latina, ya sean de esta puesta en paralelo con la española, italiana, francesa o inglesa, fueron obras cultas que perseguían el aprendizaje del latín a través del auxilio de la vernácula, como ya hemos dicho. No obstante, resultaron clave para conducir al desarrollo de la bilingüe y multilingüe de las lenguas modernas.
Estas obras que incluían el latín (diccionarios, gramáticas, nomenclaturas, cartillas) supusieron el afianzamiento gradual de las lenguas vulgares y no las trataremos aquí. No obstante, no hay que olvidar la importancia que tuvieron las obras de Nebrija (en el caso de la lexicografía latino–española)4 y las publicadas por los Estienne o las de Rider–Holyoke para la historia de la lexicografía y gramática en Europa: si, en el caso de la latino–francesa, el Dictionnaire françois–latin (1539) había partido del Thesaurus linguæ latinæ (1532) y se acabó convirtiendo en un Thresor de la langue françoyse (1606) a través de las ediciones revisadas por Du Puys y Nicot, en el caso de la latino–inglesa, el diccionario de Richard Huloet (Abcedarium anglicolatinum, 1552) y la Bibliotheca Scholastica (1589) de John Rider, con el añadido en 1617 del Dictionarie Etymologicall de Thomas Holyoke, fueron las fuentes de posteriores diccionarios. Tampoco hay que olvidar que siguieron siendo publicadas a lo largo de los dos siglos e incluso del siglo XVIII, con los mismos procesos de ampliación que se dieron en las otras ramas bilingües.
Dentro de la tradición culta humanística en donde se incorporan las lenguas vulgares, destaca el diccionario de Ambrosio Calepino. Este era en origen un repertorio latino con citas textuales de autores (autoridades) que, con el paso de las décadas, fue aumentando de grosor y de lenguas: se convirtió en un diccionario políglota hasta sumar un total de once lenguas, si bien las versiones más extendidas tuvieron siete. La fortuna de este gran volumen en folio fue enorme y así puede encontrarse en prácticamente todas las bibliotecas importantes de Europa. Para más información sobre esta obra, junto con el estudio clásico de Labarre (1975), puede verse Pablo Núñez (2010: I, 257–297).
El Thesaurus Ciceronianus de Mario Nizzoli es otra obra que ha de verse dentro de ese mismo marco renacentista de depuración de los textos clásicos –en este caso, los de Cicerón– a la que también se añadieron equivalencias en lenguas vernáculas. Con ánimo comparativo y etimológico, pueden añadirse los también políglotas Thesaurus Polyglottus (1603) de Hieronymus Megiser y el Thesaurus Linguarum (1606, 1608) de Heinrich Decimator.
3.2. Diccionarios bilingües español–italiano
La lexicografía español–italiano surge tempranamente debido a las estrechas relaciones políticas y culturales entre Castilla y Aragón con los territorios italianos. Los primeros repertorios léxicos con español e italiano se publicaron en Venecia: Cristóbal Escobar tomó los diccionarios de Nebrija y, añadiendo la traducción al siciliano de cada entrada más algunas otras, lo publicó con el nombre de Vocabularium Nebrissense ex siciliensi sermone in latinum L. Christophoro Scobare Bethico interprete traductum (Venecia, 1519) y Vocabularium ex latino sermone in siciliensem et hispaniensem denuo traductum (Venecia, 1520).
Dejando a un lado los glosarios de Francesco Alunno (1543) y de Alfonso de Ulloa (1553, 1556), cronológicamente debe citarse el manuscrito de Nicholao Landucci de 1562, Vocabulario Español, Italiano, Frances y Vyzcaino, que, entre los tres repertorios bilingües separados que incluye (español–italiano, español–francés y español–vasco) incorpora un Dictionarium Linguę Toscane. De nuevo, tomando como base una selección de voces del Nebrija, pone al lado las equivalencias en cada una de las otras lenguas (véanse Gallina 1959: 121–130 y Pablo Núñez 2009). Manuscrito de uso personal, al no imprimirse, no tuvo ninguna difusión ni repercusión.
El bilingüe más representativo del siglo XVI será, no obstante, el Vocabulario de las lenguas toscana y castellana (Sevilla, 1570) de Cristóbal de Las Casas, tanto por su extensión como por la difusión que tuvo (dieciséis ediciones hasta 1622, la mayor parte aparecidas en Venecia salvo un par en Sevilla). Asimismo, porque dio a los españoles un instrumento con que aprender el toscano, al incluir una «Introducción para leer y pronunciar bien las lenguas toscana y castellana». Su importancia decayó cuando fue literalmente absorbido por el Vocabolario italiano e spagnolo (Roma, 1620) de Lorenzo Franciosini, que dominó con gran éxito todo el siglo XVII debido a la amplitud de su macroestructura y la riqueza de su microestructura, al servirse de fuentes anteriores como los Tesoros de César Oudin y Covarrubias, más del Vocabulario della Crusca (Venecia, 1612), cuyas entradas en ocasiones tradujo (no olvidemos que es en esos años cuando surgen los primeros diccionarios monolingües).
3.3. Diccionarios bilingües español–francés
La lexicografía hispano–francesa tiene como antecedentes los pequeños vocabularios trilingües para aprender francés, español y flamenco (1520, 1530) impresos en Amberes por W. Vorsterman (véase Pablo Núñez 2010a: 47 y 64–90) y los plurilingües derivados del Berlaimont y Vocabulista, pero las primeras muestras propiamente bilingües las encontramos en el manuscrito de Landucci (1562), arriba citado, y el Vocabulario de los vocablos (Alcalá de Henares, 1565) de Jacques Ledel o Liaño. Este acompañaba a la gramática de Baltasar de Sotomayor (Corcuera & Gaspar 1999) y, como aquella, era poco original, pues era una adaptación con ligeros añadidos del vocabulario de Berlaimont, probablemente de su edición de 1562. Es relevante, a pesar de ello, por su fecha temprana y por haberse imprimido en la península. El matrimonio de Felipe II con Isabel de Valois en 1560 motivó también la realización de la ya citada Gramática francesa en español de Baltasar Pérez del Castillo, que quedó manuscrita.
Habría que esperar más de treinta años a otro suceso político propiciatorio –la boda en Flandes del archiduque Alberto con Isabel Clara Eugenia– para que se publicara un diccionario verdaderamente amplio, trilingüe con latín (porque se basaba en el Dictionnaire françois–latin de Estienne ampliado por Du Puys en 1573, 1584), el Recueil de dictionaires françoys, espaignolz et latins (Bruselas, 1599) de Heinrich Hornkens.
El siglo XVII fue mucho más rico en obras: tras el diccionario del médico de la corte francesa Jean Pallet o Palet, Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa (París, 1604 y nuevamente en Bruselas, 1606–1607), se publicó el Tesoro de las dos lenguas española y francesa del secretario e intérprete real César Oudin, que mantuvo su hegemonía durante todo el resto de siglo (ediciones en París, 1607, 1616, 1621–1622, 1645, 1660; Bruselas, 1624–1625, 1660 y Lyon, 1675). No solo fue relevante por la calidad de la obra en sí, sino también por la influencia que ejerció sobre otras contemporáneas y posteriores, que la tomaron como base o directamente la plagiaron, como la de Vittori, el citado Franciosini, Trognesio, Mez de Braidenbach (1670) o, ya en el siglo XVIII, Sobrino (Diccionario nuevo de las lenguas española y francesa, Bruselas, 1705) y Stevens (A Dictionary English and Spanish, Londres, 1705) (Steiner 1970: 59–60). Además, César Oudin fue autor de una exitosa gramática, unos diálogos, refranes y varias traducciones de obras literarias, entre las que destaca la que hizo de Don Quijote (primera parte, 1614). Su hijo, Antoine Oudin, fue otro lexicógrafo relevante.5
No obstante, para deshacer algunos malentendidos bibliográficos, mencionemos en esta apretada síntesis, a favor de Girolamo Vittori y su Tesoro de las tres lenguas francesa, italiana y española (ediciones en 1609, 1616–1617, 1627, 1637, 1644 y 1671), que su papel fue el de «traductor de este diccionario español y francés, en lengua italiana, usando las voces corrientes en los mejores escritores que han escrito en esta lengua toscana» (1609: ã2v) (aunque para las voces francesas también recurrió al diccionario francés–latín de Nicot y para las italianas, posteriormente, al Dittionario toscano de A. Politi, 1613). En cuanto a Trognesio, que propiamente era el impresor de El grande Dictionario y Thesoro de las tres lenguas española, francesa y flamenca (Amberes, 1639, 1640, 1642, 1646), hizo lo mismo, mandó añadir las equivalencias neerlandesas, pero calló el autor de la obra que le servía de base, que era Oudin (si bien escribe su nombre en un medallón de la portada como reclamo de autoridad). Como consecuencia, se crearon dos diccionarios trilingües, uno con francés–español–italiano y otro con español–francés–neerlandés, que distribuyeron indirectamente la obra de Oudin por otros territorios: Italia y los Países Bajos.
3.4. Diccionarios bilingües español–inglés
Los primeros repertorios léxicos bilingües con español e inglés surgen a mediados y a finales del siglo XVI, en consonancia con los condicionantes históricos de amistad (matrimonio de Felipe II con María Tudor en 1554) u hostilidad (expedición de la Armada Invencible contra Isabel I, 1588) entre las dos naciones. Eran The boke of Englysse and Spanisshe (Londres, ¿1554?), una nomenclatura basada en uno de aquellos políglotas que ya vimos arriba, un Vocabulista de siete lenguas de 1548, y el Libro muy provechoso para saber la manera de leer y screvir, y hablar angleis y español (Londres, 1554), ambos anónimos.
Dejando a un lado el glosario español–inglés incluido al final de The Spanish Grammer de John Thorie (Londres, 1590) y la nomenclatura de The Spanish Schoolemaster (Londres, 1591 y reimpr. 1619) de William Stepney, el diccionario bilingüe español–inglés más relevante del XVI fue el del político Richard Percyvall, incluido en la Bibliotheca Hispanica (Londres, 1591), un repertorio de unas 12.500 entradas basado en los diccionarios de Nebrija, Las Casas y en un manuscrito inédito cedido por Thomas D’Oylie o Doyley, «a friend of the group of Spanish translators at Oxford» (Steiner 1970: 18). Se trata, no obstante, de una obra unidireccional.
La primera obra bidireccional llegaría poco después con A dictionarie in Spanish and English first published into the English tongue by Ric. Perciuale […], now enlarged (Londres, 1599, 2.ª ed. en 1623) de John Minsheu. Esta es una reelaboración de la obra de Percyvall, pero sin las equivalencias latinas que aquel incluía, con nuevos términos y con una parte inglés–español. No obstante, tampoco es totalmente una obra original, pues se basa en la inversión de la parte español–inglés y en la suma de añadidos tomados de otros diccionarios anteriores. Esta forma de trabajo ha hecho recaer en las espaldas de Minsheu el calificativo de «multiplagiario», pero, si uno considera la miseria en la que vivió y sus lecturas de diccionarios a la luz de las velas, como dice en algún prólogo, más la honestidad al marcar sus añadidos, sus mejoras como recopilador realmente fueron una aportación a la lexicografía hispano–inglesa.
Además, a Minsheu se le deben también otras obras, como los Pleasant and Delightfull Dialogues in Spanish and English (Londres, 1599 y 1623) y el Ductor in linguas o Guide Into Tongues (1617 y 1625), monumental diccionario políglota en once lenguas basado en los manuscritos reunidos por François du Jon para la realización de su Etymologicum anglicanum (publicado póstumamente en 1743, véase Collison 1971: 77). Su primera edición, vendida mediante suscripción, incluía además un «Vocabularium hispanico–latinum et anglicum» basado en el de 1599, pero muy ampliado.
La lexicografía hispano–inglesa del siglo XVII finaliza con el Lexicon Tetraglotton (Londres, 1659–1660) de James Howell, prolífico escritor de obras «for forreners to learn English». Autor de una gramática de la lengua inglesa, su diccionario, muy rico en locuciones, contenía equivalentes en francés, italiano y español, junto con una nomenclatura (basada en la de Noviliers de 1629), unos proverbios y unos modelos para hacer cartas en partes independientes. A pesar de sus fuentes, era un buen lexicógrafo y tenía intuición lingüística, lo que se demuestra en sus abundantes y precisas equivalencias.
Como se ha visto, la lexicografía hispano–inglesa no tuvo en el XVII más representación que estas obras plurilingües: la reforma religiosa inglesa y el creciente poder de Isabel I no alentaron obras bilingües.
3.5. Diccionarios bilingües español–alemán
La lexicografía bilingüe con el español y alemán es bastante tardía, a pesar del vínculo político y familiar de la casa Habsburgo y la corona española. La lengua española fue, sin embargo, muy conocida en la corte de Viena; también en Baviera, por la influencia de los jesuitas y carmelitas. Lo demuestra el que esta lengua se estudiara en universidades como Giessen y Helmstedt y el que fueran imprimidas en Viena obras literarias y religiosas en español (Messner 2000a cita una frase del emperador agradeciendo el envío de obras «para poderme exercitar en la lengua española»):
El primer diccionario bilingüe fue el de Nicolas Mez de Braidenbach, Diccionario muy copioso de la lengua española y alemana (Viena, 1670), unidireccional español–alemán, publicado como consecuencia de la boda en 1667 del emperador Leopoldo I con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV (Corvo 2008: 122). Del mismo autor hay dos publicaciones anteriores, una Gramática o instrucción española y alemana (Viena, 1666), que incluía también una nomenclatura, y una bilingüe francés–alemán titulada Fontaine de la Langue Françoise, avec Six Discours François & Allemans, quelques lettres morales […] & Sentences choisies (Viena, 1665).
La concurrencia de esas otras lenguas, francés, italiano e incluso checo y latín, fueron habituales en la corte vienesa, como testimonian las obras gramaticales y lexicográficas de Esteban Barnabé, Nathanael Düez, Levinus Hulsius y Juan Antonio Zumarán: su diccionario con cinco lenguas, aparecido en 1626, fue reeditado años después por Joannes a Schweitzeren con el título Thesaurus quinque Germanicæ, Latinæ, Hispanicæ, Gallicæ et Italicæ linguarum fundamentalis (Viena, 1665).6
3.6. Diccionarios bilingües español–neerlandés
La lexicografía español–neerlandés surgió temprano, como ya vimos al mencionar los vocabularios trilingües de Amberes de 1520 y 1530, y se intensificó con las posesiones de la corona hispánica en Flandes desde los reinados de Carlos V y Felipe II. Esta presencia política y militar hizo que el español fuera una lengua corriente en la corte de Bruselas (Verdonk 1980, 2001) y, con ello, también la aparición de diccionarios.
Así, encontramos algunos testimonios menores en el último tercio del siglo XVI: por un lado, un vocabulario bilingüe español–neerlandés en el último pliego de un Barlaimont cuatrilingüe editado en Gante en 1568 («Petit Vocabulaire Hespagnol Flamen»), de nuevo reimprimido en 1573; por otro, un Vocabulario flamenco manuscrito neerlandés–español realizado entre 1578 y 1615 (véase Pablo Núñez 2008 y 2010a: 181–188, Alvar Ezquerra 2015).
El Vocabulario en español y en flamenco muy provechoso para deprender entrambas lenguas de Jan Colijn de Thovoyon, con prólogo fechado en 1576, durante el periodo de guerra con España, pero no publicado hasta muchas décadas más tarde en Ámsterdam, está en la línea de esos primeros repertorios que vimos, pues se compone de tres partes, una primera temática y dos alfabéticas, con verbos «a la orden del Nebrissense», que fue su fuente.
Hay que esperar al siglo XVII para tener ya diccionarios con cierta envergadura: primero, el del soldado español Juan Francisco Rodríguez, Nievwen dictionaris om te leeren de Nederlandtsche ende Spaensche talen (Amberes, 1634), impreso por Cesar Trognesio, luego incluido a continuación del llamado «Anónimo de Amberes» de 1639 como una parte más; más tarde, el Nuevo Dictionario, o thesoro de la lengua española y flamenca (Amberes, 1659) de Arnaldo de La Porte o Arnold van der Poorte, que plagiaba la parte español–francés–neerlandés del anónimo de 1639, quitando las voces francesas, pero contenía una breve Grammatica española de 23 páginas. La incorporación de partes gramaticales a los diccionarios fue, como hemos visto a lo largo del capítulo, algo constante.
3.7. Repertorios plurilingües
3.7.1. Pequeños manuales de conversación, diálogos y léxico usual
Si bien hemos visto que para la enseñanza–aprendizaje del latín derivaron obras plurilingües, para la enseñanza de una lengua vulgar con fines comerciales o viajes surgieron también otros repertorios con dos y más lenguas que tuvieron una amplia difusión. Se diferenciaban en sus formatos, pues, frente a los grandes in–folio latinos vistos arriba, estos eran de tamaño reducido, en cuarto, octavo apaisado o dozavo, para poderse llevar en el bolsillo (o, como se decía en la época, como libros de faltriquera).
La aparición de estos repertorios plurilingües con lenguas modernas surge, pues, por otras vías, pero tan antiguas como las de los latinos: aparecieron ya a finales del siglo XIV y XV con las lenguas germánicas –alto alemán y bajo alemán o neerlandés– en una compleja tradición textual que no podemos narrar aquí (para una descripción detallada, véase Pablo Núñez 2010a: 47–253).
De entre las varias familias o tradiciones, destaca la derivada del vocabulario de Noël de Berlaimont (o Barlaimont, Barlainmont, Berlemont, Barlamont). Este fue un maestro de escuela en Amberes, donde enseñaba francés. Realizó un libro de conjugaciones y otro con diálogos, que iba complementado con oraciones cristianas y un vocabulario siguiendo el orden alfabético del neerlandés (Vocabulaire […] pour aprendre legierement a bien lire escrire, et parler Fransoys & Flameng lequel est miz tout la plus part par personnaiges). A pesar del título, lo más apreciado en su época fueron los diálogos, lo que motivó que las ediciones posteriores se titularan Coloquios, Diálogos, Colloquia, eliminando su propósito escolar originario y dirigiéndose a comerciantes y viajeros. Originalmente bilingüe francés–neerlandés (primera ed. conservada, 1527), tuvo una fortuna inmensa y llegó a publicarse en más de doscientas veinte ocasiones, fundamentalmente en los Países Bajos. Pasó de 84 a 448 páginas al irse añadiendo lenguas en distintas ediciones (hasta veinte, si incluimos las versiones con árabe, turco, malayo y malgache de 1603); con adaptaciones, llegó incluso a principios del siglo XIX (Pablo Núñez 2012).
Otra tradición textual exitosa fue la del Solemnissimus Vocabulista o Vochabuolista. Fue publicada por primera vez en 1477 con el título de Introito e porta de quele che voleno imparare e comprender todescho a latino cioe taliano, aunque luego también fue conocido como Quinque linguarum utilissimus vocabulista – Sex/Septem/Octo linguarum […] dilucidissimus dictionarius.
Procedente de los manuscritos usados para facilitar el contacto entre mercaderes venecianos y bávaros, fue añadiendo nuevas lenguas con las nuevas ediciones y pasó de bilingüe a plurilingüe hasta incluir doce diferentes. En total, llegó a publicarse 96 veces en ediciones de dos a ocho lenguas hasta 1652. Apareció mayormente en Italia, Centroeuropa y Francia, pero apenas en los Países Bajos, porque la competencia con el Berlaimont prácticamente la excluyó.
En este brevísimo repaso por las obras políglotas con fines comerciales han de citarse los pequeños manuales tardíos de Voltoire –Le Marchand (1607), L’Interprect (1620) y los Tesoros de las tres lenguas, francesa, española y vasca (1642, 1684 y varias ediciones sin año)– que compartían también formatos e intenciones comunicativas similares.
3.7.2. Nomenclaturas
Entre los vocabularios plurilingües debemos también mencionar las nomenclaturas, repertorios donde las voces se ordenan no ya alfabéticamente, sino por temas o ámbitos, como hacía el Vocabulista visto arriba en su primera parte.
Debe tenerse en cuenta que existió un gran número de nomenclaturas –también para la enseñanza de las lenguas cultas, latín y griego–, pero aquí solo mencionaremos las que incluían lenguas vulgares. No obstante, su número fue tan grande y el plagio que hubo entre ellas tan acusado, que no merece la pena detenerse más que en las originales.7
Con ánimo de dar solo unas muestras, entre las nomenclaturas del siglo XVI y XVII más relevantes pueden recordarse las del holandés Hadrianus Junius, cuyo Nomenclator (Amberes, 1567) agrupaba las voces de «todas las cosas» en 85 capítulos, partiendo de la lengua latina y dando equivalencias en griego, alemán, neerlandés, francés, italiano, español e inglés. Hubo muchas ediciones, al menos hasta 1721, algunas reestructuradas, otras abreviadas y con incorporación de glosarios.
La Nomenclatura italiana, francese e spagnuola (Venecia, 1629) de Alexandre de Noviliers Clavel o Alessandro de Novilieri, maestro de lenguas en Padua, fue importante por incluir muchos términos –unos 6.500, repartidos en más de cuatrocientas páginas– y por incorporar a veces una explicación o definición de estos; también porque James Howell, autor de un importante diccionario cuatrilingüe en 1659–1660 (véase más abajo), añadió el inglés y la incorporó a su obra. Probablemente las características tan especiales de esta nomenclatura trilingüe se deban a que se basó directamente en diccionarios, como el de César Oudin o Vittori, de los que extrajo directamente las voces y definiciones.
Pueden por último también citarse algunas otras, como el Nomenclátor del citado Oudin, que contó con numerosas ediciones durante el siglo XVII (1604, 1608, 1611, 1622, 1633, 1675), el Vocabulario del humanista (Valencia, 1569) de Lorenzo Palmireno o la nomenclatura por imágenes de Comenius (Orbis sensualium pictus, Núremberg, 1658), primero bilingüe latín–alemán y luego con otras lenguas, reimpresa hasta el siglo XIX.
4. Conclusiones
A lo largo de este capítulo hemos tratado de sintetizar la historia de la gramática y de la lexicografía del español en relación con otras lenguas europeas durante doscientos años; sin embargo, es evidente que, a pesar de las muchas obras mencionadas, muchas otras lenguas y apreciaciones no han podido incluirse.
El primer punto que llama la atención es que la codificación gramatical y lexicográfica –esto es, la realización de diccionarios– fue en muchos casos paralela: cronológicamente, surgieron en gran medida en las mismas fechas para una misma lengua (el caso del español, con la gramática y vocabularios de Nebrija a finales del siglo XV, es el ejemplo más claro).
Fue frecuente que un mismo autor realizara una gramática y una compilación de léxico (llámese diccionario o nomenclatura, como ocurrió con César Oudin). La unión de gramáticas y vocabularios en un mismo volumen fue también usual, pues eran vistos como materiales complementarios para la didáctica y el aprendizaje (junto con textos de diálogos o literarios: posteriormente, la literatura sirvió para ejemplificar las explicaciones gramaticales o para obtener citas de autores –autoridades– en diccionarios). Cuando un autor no publicaba gramática y diccionario juntos por haberlos redactado en años distintos, fueron a veces los impresores quienes los vendieron unidos, si no los encargados de promover nuevas obras (como el impresor Bartolomé Gravio en Lovaina) o reeditarlas con o sin permiso de los autores (como Lacavallería en Barcelona, Trognesio en Amberes o Foppens en Bruselas).
En la Europa de los siglos XVI y XVII destacaron ciertas ciudades europeas con fuerte dinamismo económico. A través de sus prensas se crearon gramáticas y diccionarios por intérpretes en la corte, profesores de lenguas locales o españoles exiliados que se difundieron a través de los circuitos comerciales del momento (ferias, factores, librerías): Venecia, Amberes, París, Lyon, Augsburgo, Roma, Nápoles compusieron textos en español y divulgaron la lengua española en sí. La pertenencia o dependencia de algunas de esas tierras a la Corona hispánica y la fuerza militar lógicamente también favoreció su difusión. Contradictoriamente, la producción editorial peninsular no proporcionó a los españoles más que unas pocas obras en las lenguas de los países de su alrededor y escasos métodos con los que aprenderlas: habría que esperar al siglo XVIII para encontrarlas en mayor número (y especialmente sobre la lengua francesa, lengua dominante en ese periodo).
En lo que respecta a la lexicografía, se puede concluir que los diccionarios bilingües con el español y las lenguas modernas debieron de ser los instrumentos más relevantes para los traductores durante los Siglos de Oro: el siglo XVI vio nacer los primeros repertorios, al amparo de los diccionarios de Nebrija, largamente imitados; el siglo XVII los vio crecer en número, usados de forma cada vez más amplia. La labor acumulativa –de equivalencias, de lenguas– y el desarrollo de la lexicografía monolingüe a principio del XVII promoverá una técnica lexicográfica más depurada.
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