Alfieri, Vittorio (Asti, 1749 –Florencia, 1803)
Dramaturgo, escritor y poeta italiano. De familia aristocrática, a los nueve años ingresó en la Real Academia de Turín para cursar la carrera militar, que abandonó en 1766. Joven rebelde y descontento con el retrógrado Piamonte, recorrió Europa en numerosos viajes, menospreciando los ambientes cortesanos y enfrascado en desordenadas lecturas: Plutarco, Machiavelli, los ilustrados franceses. Con esta formación de autodidacta se volcó, a su vuelta a Turín (1773), en la escritura. Tras un exordio satírico y anticlerical al modo de Voltaire (Giornali, redactados primero en francés; Giudizio universale), alcanzó el éxito con su primera tragedia, Cleopatra (1775), a la que siguieron muchas otras. Entre 1783 y 1785 apareció en Siena, en tres tomos, la edición Pazzini Carli de diez tragedias: Filippo, Polinice, Antigone, Virginia, Agamennone, Oreste, Rosmunda, Ottavia, Timoleone, Merope, todas en endecasílabos libres y fruto de un complejo proceso de reescritura a partir de anteriores redacciones en prosa (práctica habitual en Alfieri). De esta edición quedaron excluidas otras tragedias, ya compuestas pero sometidas a continua revisión, como La congiura de’ Pazzi y Saul. En lo sucesivo, su vida aparece más sosegada por su relación estable con Luisa Stolberg, condesa de Albany, pero su inquieta actividad de dramaturgo prosiguió, a menudo en polémica con los literatos de la época, con títulos como Agide, Sofonisba, Mirra, Don Garzia, Maria Stuarda, Bruto primo, Bruto secondo, Alceste, que completan su producción trágica, en la que destacan por su calidad Saul (1783) y Mirra (1785). Otros experimentos teatrales fueron el Abele, «tramelogedia» (neologismo de Alfieri para indicar una forma híbrida de tragedia y melodrama), y las tardías comedias, de humor satírico y algo amargo: L’uno, I pochi, I troppi, L’antidoto, La finestrina, Il divorzio.
La fama de Alfieri estuvo vinculada a su teatro trágico, controvertido por su laconismo duro y difícil, aunque admirado por su intensa energía. Sin embargo, su obra es más amplia y articulada, gracias a la poesía de las Rime, hermoso cancionero de tipo petrarquista que toca varios registros (lírico, elegíaco, cómico); y a las dieciséis Satire en tercetos, recientemente revalorizadas; sin contar los numerosos poemas de circunstancias. En cuanto a las obras en prosa, considerables en calidad y cantidad, reflejan el carácter contradictorio de Alfieri, transgresor y, a la vez, aplicado con disciplina al estudio. Las más importantes, los breves tratados Della tirannide y Del principe e delle lettere –trasfondo ideológico de su teatro– afrontan el problema de la libertad individual, incompatible con cualquier sistema político; en el diálogo La virtù sconosciuta Alfieri resuelve en parte la cuestión, refugiándose en los valores éticos y la privacidad. Durante una estancia en París siguió de cerca la edición completa y definitiva de sus tragedias (1786–1789). Su desacuerdo con las consecuencias de la Revolución francesa, antaño exaltada en versos juveniles, se reflejará en el prosímetro tardío Il Misogallo. En sus últimos años residió en Florencia, intensamente dedicado al estudio. De esta época son las comedias y la autobiografía Vita di Vittorio Alfieri scritta da esso, cumbre de la prosa italiana del siglo XVIII.
Pese a la variedad de la producción de Alfieri, en España las traducciones se centraron en su teatro trágico. De las Rime se tradujeron apenas algunos sonetos, un epigrama y la vi de sus sátiras por Juan Luis Estelrich, y figuran en su antología Poetas líricos italianos (Palma, Diputación de Baleares, 1898). De los tratados, La tiranía, en versión castellana de Carlos Chíes, se editó en Barcelona (Sopena) sin fecha, probablemente hacia 1900 (con un fragmento de Del príncipe y de las letras en apéndice); otra traducción, anónima, con prólogo de Antonio Zozaya, es de 1935 (M., SGEL). La Vita vio la luz por primera vez en castellano en 1921, en versión reducida de Pedro Pedraza y Páez (M., Renovación). La única completa de esta obra es la de Josefina Martínez Gastey (editada por Antonio Prieto en Maestros italianos; B., Planeta, 1962). En cambio, de las veintiuna tragedias se tradujeron doce (algunas, varias veces).
La poética trágica de Alfieri influyó en neoclásicos y prerrománticos españoles; asimismo las traducciones decimonónicas sintonizaron con criterios de la época muy alejados del gusto actual, que considera grandes aciertos Saul y Mirra. En el caso de Saul, la única versión en castellano completa (pero poco fiel) se debe al poeta José María de Heredia, y fue publicada póstuma en 1880 en la Revista de Cuba. La de Francisco Sánchez Barbero (M., Real Arbitrio de Beneficencia, 1805), literal en sus primeras páginas, acaba siendo una adaptación que mezcla elementos alfierianos con otros propios de Metastasio, lo que crea un producto híbrido. La de José María Quadrado, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca de Menéndez Pelayo de Santander, es una versión en prosa adaptada para una representación escolar. Más suerte tuvo Mirra, con tres versiones: la excelente de 1831 del catalán Manuel de Cabanyes, publicada en 1858 entre las Producciones escogidas de Cabanyes (B., J. Verdaguer) y modernamente reeditada por Cristina Barbolani (M., Cátedra, 1991); otra versión de un amigo suyo, Joaquín Roca y Cornet, manuscrita y casi olvidada hasta su descubrimiento, y una tercera de 1857 (París, E. Thunot), en prosa, mediocre, debida a Leopoldo Bruzzi y Santiago Infante de Palacios, también reeditada por A. Prieto en 1962.
Las restantes tragedias traducidas en el siglo XIX reflejan intereses ideológicos o estéticos, por lo que cabría dividirlas en dos grupos: las que incitan abiertamente a la rebelión ante la tiranía, traducidas por patriotas en momentos clave de la lucha por la independencia y contra el despotismo; y aquellas en las que el aliento libertario queda más encubierto, susceptibles de ser apreciadas como modelo de teatro regular neoclásico. Entre las más instrumentalizadas políticamente destaca la de Bruto primo debida a Antonio Saviñón, representada, con el título de Roma libre, en Cádiz en 1812, para celebrar las primeras Cortes constitucionales. Saviñón fue probablemente también el traductor de Polinice, mientras que otras versiones manuscritas e inéditas a él atribuidas basándose en las siglas A. de S., Sofonisba, Antigone (con el título Los hijos de Edipo) y Timoleone, no le pertenecen y su autoría le corresponde a Ángel de Santibáñez. La traducción de otra tragedia típica di libertà, Virginia, de Dionisio Solís, también fue atribuida a Saviñón (confusión generada por la coincidencia parcial de las iniciales: D. A. S. o D. S.). Sobre la única versión manuscrita de Filippo, sin fecha y con las iniciales D. R. A., prosiguen las indagaciones, que apuntan al ambiente de Cádiz en el Trienio Liberal. En el segundo grupo predominan las tragedias inspiradas en las leyendas del ciclo tebano, excepto la versión de Rosmunda de Miguel Pastorfido (M., Imprenta Nacional, 1857), de tema medieval y rasgos tremendistas. Oreste cuenta con una traducción de Solís (M., García, 1815), representada con éxito. Otra versión bastante inferior de la misma tragedia, la del jesuita expulso Antonio Gabaldón, permaneció, en cambio, desconocida hasta el descubrimiento del manuscrito por Cesáreo Calvo. Antígona tuvo tres versiones en castellano: además de la citada, otra manuscrita, anónima, se conserva en el Institut del Teatre de Barcelona; una tercera, de 1827, se debió a Manuel Bretón de los Herreros y se conserva en la Biblioteca Histórica de Madrid. En cuanto a Mérope, fue traducida en verso por Juan Eugenio Hartzenbusch en 1854 (M., Imprenta del Semanario e Ilustración; reed. por A. Prieto en 1962); una nueva versión en prosa, anónima, apareció en una antología del teatro europeo de 1934 (B., HYMSA); otra, inédita, representada en 1970 en el espacio de TV2 Teatro de siempre, tal vez se deba a Esther Benítez.
Los traductores decimonónicos de las tragedias de Alfieri, que utilizaron generalmente endecasílabos blancos asonantados, se preocuparon de modo especial por la puesta en escena, como lo demuestran las acotaciones añadidas, relativas a la gestualidad o a la declamación. En estas versiones la idea de la representación ante el público se conjuga con la fidelidad al texto original o, a veces, prevalece sobre ella; y no es casual que Dionisio Solís, uno de los traductores más conocidos, perteneciera al mundo del teatro como apuntador; ni que Isidoro Máiquez, célebre actor de la época, tuviera a gala interpretar personajes alfierianos. Algunas de estas traducciones se han perdido (como la de Agamennone por Gabaldón); otras se han conservado anónimas o sólo con las iniciales del traductor, debido seguramente a la censura inquisitorial, por lo que aún siguen sin despejarse las incógnitas en cuanto a su datación y autoría.
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Cristina Barbolani