Boccaccio, Giovanni

Boccaccio, Giovanni (Certaldo, 1313–Certaldo, 1375)

Narrador, poeta y humanista italiano, considerado, junto con Dante y Petrarca, una de las «tres coronas» de la literatura italiana. Entre 1327 y 1340 vivió en Nápoles, donde se forjó su cultura en el erudito ambiente de la corte de Roberto de Anjou. De regreso a Florencia, fue testigo directo de la peste que devastó la ciudad en 1348 y que constituye el escenario histórico y metafórico en el que se enmarca el Decamerón. Tras unos años de implicación en la política florentina y de misiones diplomáticas por cuenta de la república, en 1360 se vio envuelto en una conjura contra el régimen. A partir de esa fecha, y con excepción de algunos breves viajes por Italia, especialmente a su añorada Nápoles, se retiró a Certaldo y se dedicó a los estudios humanísticos y a la vida clerical. La obra literaria de Boccaccio se estructura cronológicamente en dos fases, separadas por el decisivo encuentro con Petrarca en 1350. La primera, con producción en italiano, incluye, además de las Rime, la Caccia di Diana (tercetos), el Filocolo (prosa), el Filostrato (octavas reales), el Teseida (octavas reales), la Commedia delle ninfe fiorentine (prosa y tercetos), la Amorosa Visione (tercetos), la Elegia di Madonna Fiammetta (prosa), el Ninfale fiesolano (octavas reales), y culmina con los cien cuentos del Decamerón, obra maestra de la prosa literaria italiana. La segunda, principalmente en latín, se articula entre textos de carácter histórico–moral (De casibus virorum illustrium, De claris mulieribus); poemas (Buccolicum Carmen); obras de erudición clásica (De montibus) y la enciclopedia mitológica Genealogia Deorum Gentilium, en quince libros. A esta segunda fase pertenece también la composición en italiano de la biografía poética Trattatello in laude di Dante y de la prosa misógina del Corbaccio.

La fama de Boccaccio se extendió rápidamente por toda Europa a partir de la anónima traducción francesa del De claris mulieribus (1401) y de la del De casibus debida a Laurent de Premierfait (1400–1409). En esos mismos años, el canciller Pero López de Ayala, estrechamente vinculado a la corona de Francia y a la corte de Aviñón, llevó a cabo la traducción castellana del De casibus (Caídas de príncipes), tal vez emulando a Premierfait, que dejó interrumpida en el capítulo xix del libro viii, probablemente a causa de su muerte. Evidentemente, el texto de Boccaccio constituía, para la política cultural europea de comienzos del siglo XV, un punto de referencia ineludible. Es significativo a tal respecto que la tarea de completar la traducción de López de Ayala recayera en otro gran político humanista castellano, Alonso de Cartagena, quien en 1422 tradujo el restante libro y medio por invitación del también canciller real Juan Alfonso de Zamora, dejando la versión estructurada en diez libros frente a los nueve del original. Otro discípulo de Ayala, Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, continuó la labor de difusión de la obra de Boccaccio en el siglo XV. De su biblioteca proceden los manuscritos Unici con las traducciones del Teseida y del De montibus (apostillado por el propio Santillana), y la traducción de la Genealogía hecha a instancias suyas por Martín de Ávila (entre 1440–1450), obra traducida asimismo parcialmente por Alonso de Madrigal, el Tostado, en Sobre los Dioses de los Gentiles (ca. 1440). El propio Santillana, en su Comedieta de Ponza (1435–1443), brinda el homenaje más bello a Boccaccio en tierras hispanas, representándolo como personaje en calidad de autor trágico del De casibus. En cuanto al De claris mulieribus, hay noticia de una versión catalana manuscrita anterior a 1483 (De les clares dones), consignada en el inventario de la biblioteca de Pero Sánchez Muñoz, mientras que una traducción parcial y disimulada del capítulo xii (Lamentaciò de Tisbe) se encuentra en el Jardí d’amor de Joan Roiç de Corella, compuesto entre 1471 y 1486.

De las obras italianas, aparte de un Ameto perdido, las primeras traducciones que circularon en España fueron catalanas: el Corbaccio, trasladado por Narcís Franch a finales del siglo XIV, la novella X 10 del Decameron, vertida a través del texto latino de Petrarca (Rerum Senilium XVII, 3) por Bernat Metge (1388) –un autor en cuyo Somni se aprecian claras huellas del Corbaccio– y el Decamerón, versión anónima íntegra fechada en 1429 (B. de Catalunya, ms. 1716), que reproduce el texto de Metge en la novella X 10. Más tarde (segunda mitad del siglo) siguió la traducción anónima castellana del Decamerón, cuyo único texto conservado (B. de El Escorial, ms. J. II. 21) contiene sólo cincuenta cuentos, articulados según una peculiar estructura novelística que sugiere la desmembración del códice original, una traducción con la que podría identificarse el Decamerón «en romance de mano» que figura en el Inventario de Isabel la Católica. La difusión manuscrita de obras traducidas aportó aún, hacia 1460, dos versiones anónimas de la Fiammetta, una en catalán y otra en castellano.

La edad tipográfica marcó la época dorada de Boccaccio en las letras castellanas: de los cinco incunables de obras italianas publicados en España, cuatro son de obras suyas: De las mujeres ilustres, en traducción anónima (Zaragoza, 1494; reimpr. en Sevilla en 1528); Caída de Príncipes, en traducción de López de Ayala y A. de Cartagena (Sevilla, 1495; con dos reed. hasta 1555); Decamerón, en traducción afín a la del manuscrito escurialense completada por otros cincuenta cuentos (Sevilla, 1496; con cuatro reed. hasta 1550) y la Fiameta, en traducción anónima (Salamanca, 1497; con dos reed. hasta 1541). El carácter marcadamente narrativo del canon tipográfico boccacciano, frente a la tradición manuscrita más orientada hacia las obras latinas, se evidencia igualmente con el notable éxito de las Trece cuestiones de amor extraídas del Filocolo, publicadas en traducción de Diego López de Ayala, y con «coplas» de Diego de Salazar (Sevilla, 1541), que tuvo tres reediciones hasta 1550. La centralidad del Decamerón dentro de este canon es incuestionable, aunque conviene subrayar que la penetración de esta obra en España no se contrapuso a la de los textos humanísticos, sino que la flanqueó. De hecho, los editores sevillanos del Decamerón también lo fueron del De casibus (mientras que los del De claris mulieribus también lo fueron de la Fiameta), al igual que en Francia Premierfait había traducido primero el De casibus y luego el Decamerón (1414).

Durante los siglos XVI y XVII la influencia de Boccaccio en las letras castellanas se manifestó en el ámbito de la novela. La Fiameta fue probable fuente de la Celestina, Tirso de Molina utilizó el esquema del Decamerón en sus Cigarrales de Toledo (1621), donde hay una famosa referencia a Cervantes como «nuestro español Bocacio»; mientras que el propio Cervantes se proponía con sus Novelas ejemplares (1613) hispanizar la tradición de la obra (no es casual el título The Spanish Decameron dado por los editores ingleses a un volumen que en 1687 reunió cinco de sus Novelas y otras cinco de Castillo Solórzano). Sin embargo, el género que más profusamente utilizó los relatos de Boccaccio fue el teatro, y muy especialmente el de Lope de Vega, ocho de cuyas comedias remiten más o menos directamente a cuentos del Decamerón, fenómeno también presente en el teatro inglés isabelino, y asociable al de la difusión de cuentos sueltos por parte de narradores españoles como Girolamo y Salvestra con sus historias de los amantes de Teruel y de Tito y Gisippo (IV, 8; X, 8).

La censura inquisitorial recayó sobre el Decamerón en 1559 y sobre el Corbaccio y la Fiammetta en 1632, lo que provocó la desaparición de Boccaccio de España hasta bien entrado el siglo XIX, y favoreció su ubicación entre los escritores inmorales y anticlericales. Esta lectura ideológica produjo un efecto inverso en los siglos XIX y XX, cuando el Decamerón volvió a aparecer en las librerías, precisamente por su presunto carácter heterodoxo y anticlerical. Ello comportó una recepción distorsionada que dio como fruto traducciones de baja calidad del Decamerón (sólo dos íntegras), casi siempre a partir del francés, salvo una parcial de Manuel Aranda y Sanjuán (B., Vda. de J. Trilla, 1888) y otra completa de Luis F. Obiols (B., Maucci, 1904).

A comienzos del siglo XX los estudios de Menéndez Pelayo, Farinelli y Bourland devolvieron a la obra de Boccaccio una perspectiva histórico–filológica, y es de estos años también la edición de Federico de Haan del Decamerón escurialense (Baltimore, 1911), y de Jaume Massó i Torrents del anónimo catalán (Nueva York, Hispanic Society of America, 1910) y la incompleta de Carles Riba (B., Barcino, 1926–1928). Una etapa importante en la misma línea coincidió con el sexto centenario de la muerte del autor (1975), en cuya ocasión aparecieron los trabajos claves de Martín de Riquer sobre la tradición catalana, de Joaquín Arce y José Blanco Jiménez sobre la tradición castellana, y de Pascual y Fernández Murga sobre las traducciones medievales de obras latinas. A partir de entonces, y en paralelo con la extraordinaria labor filológica de Vittore Branca y de su escuela en Italia (particularmente en torno a la revista Studi sul Boccaccio), la atención crítica por el autor del Decamerón experimentó un salto cualitativo, que se ha visto consolidando en trabajos filológicos y un aumento en el número y calidad de las traducciones.

Entre las del Decamerón destacan la de Pilar Gómez Bedate (B., Bruguera, 1983; varias reed.), la de María Hernández Esteban (M., Cátedra, 1994; nueva ed. en 2007, que reproduce las capitulares del manuscrito original), y la parcial, con diez cuentos, de Juan Varela–Portas (B., Castalia, 2012). En catalán están la de Francesc Vallverdú de 1984 (B., Edicions 62; varias reed.), y la realizada en la misma época por Maria Aurèlia Capmany, inédita hasta 2018 (Lleida, Punctum). En gallego, a la impresa publicada por Moisés Barcia en 2006 (Cangas do Morrazo, Rinoceronte) hay que añadir la parcial (veinte cuentos) de Xavier Rodríguez Baixeras incluida en la Biblioteca Virtual Bivir. También parcial (diez cuentos) es la edición del Dekameron en euskera con traducción de Matías Múgica (Iruñea, Igela, 2011). En esa estela el catálogo se ha abierto a otras obras como la Elegía de doña Frameta junto con el Corbacho, traducidos por P. Gómez Bedate (B., Planeta, 1989), la Vida de Dante por Carlos Alvar (M., Alianza, 1993), Las Ninfas de Fiésole por M. Hernández Esteban (M., Gredos, 1997), el Filócolo por Carmen Blanco (Gredos, 2004), Los quince libros de la genealogía de los dioses paganos por M.ª Consuelo Álvarez y Rosa M.ª Iglesias (M., Centro de Lingüística Aplicada Atenea, 2007) y las Mujeres preclaras por Violeta Díaz–Corralejo (Cátedra, 2010).

 

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Lorenzo Bartoli