Foscolo, Niccolò Ugo

Foscolo, Niccolò Ugo (Zante, 1778–Turnham Green, 1827)

Poeta italiano. De padre veneciano y madre griega, nació en la isla de Zante, entonces bajo dominio de la Serenísima, y se trasladó a Venecia en 1792. Espíritu inquieto, animado por un fuerte sentimiento patriótico y una precoz vocación literaria, frecuentó los círculos jacobinos y, en 1797, le dedicó una oda a Bonaparte liberatore. Tras la cesión de Venecia a Austria, buscó refugio en Milán, donde conoció a Parini y a Monti. En 1798 inició la publicación de las Ultime lettere di Jacopo Ortis, novela epistolar inspirada en el Werther de Goethe, repleta de alusiones políticas y autobiográficas, que reelaboró a lo largo de toda su existencia. En 1802 apareció la edición completa del Ortis y, un año después, una recopilación de sus mejores versos bajo el título Poesie. De 1807 es el poema Dei sepolcri, en 295 endecasílabos sueltos, cuyo lenguaje clásicamente modelado coexiste con ideas prerrománticas. Decepcionado por la pérdida de su plaza de profesor de Elocuencia en la Universidad de Pavía, se trasladó a Florencia, donde retomó la composición de Le Grazie, poema alegórico inconcluso, y publicó la Notizia intorno a Didimo Chierico, un alter ego desencantado del poeta, además de la tragedia Ricciarda y de la traducción de A Sentimental Journey de Sterne (1813). A raíz de la derrota de Napoleón en Italia y la invasión austriaca, se instaló en Suiza (1815), donde redactó los Discorsi sulla servitù d’Italia y publicó una tercera versión del Ortis, con pocas pero decisivas variantes, y luego a Inglaterra (1816), donde desarrolló una intensa actividad como crítico y traductor, y publicó el cuarto y definitivo Ortis y la Lettera apologetica, su testamento espiritual. Sus restos fueron depositados en 1871 en la iglesia de Santa Croce (Florencia), junto a «las urnas de los fuertes» que el poeta había celebrado en sus Sepulcros. El prestigio alcanzado en vida por Foscolo se vio a menudo empañado por su temperamento impulsivo e intransigente. Ante la posteridad, sin embargo, cobra especial valor su empeño como intelectual y su moderna idea de las letras en una sociedad libre y democrática. En lo literario, su celebridad se debió a los Sepulcros y, más aún, al Ortis, que tuvo una rápida difusión dentro y fuera de Europa.

No parece casual que la primera versión en castellano apareciera en 1822 en La Habana de la mano de José Antonio Miralla, un intelectual argentino volcado en la lucha por la independencia. Su posterior edición (Buenos Aires, 1835) demuestra que el discurso ortisiano seguía vigente. En España la novela no fue publicada hasta 1833 (B., Bergnes), justo al concluir el reinado absolutista de Fernando VII, pero vio la luz anónimamente, lo que indica cierto sabor a autor «maldito» todavía. De ahí también la supresión de algunas partes más comprometidas ideológicamente. Pese a ello, la edición de Barcelona es otra prueba del valor ejemplar del Ortis para generaciones enteras de patriotas, y no es casual que coincidiera con fechas en las que Aribau lanzaba su Oda a la Pàtria. Tampoco sorprende que el Ortis figure entre los títulos de la selecta colección portátil de Antonio Bergnes de las Casas, editor empapado de humanismo, al que incluso podría atribuirse la propia traducción. En 1850 volvió a editarse el Ortis en Valencia, esta vez en la versión íntegra de Miralla, y la decisión de publicar una de las biblias del liberalismo revolucionario en la convulsa España isabelina pudo estar dictada por el nuevo estallido de motines liberales en Europa.

La figura de Foscolo, por otra parte, seguía causando admiración en la España de aquel tiempo: en menos de un lustro se publicaron tres semblanzas biográficas suyas, obra de Bergnes de las Casas (en 1839 y 1841) y de Salvatore Costanzo (1842–1843), así como la traducción del soneto–autorretrato realizada por el mencionado Costanzo, al tiempo que el catalán Pujol y Boada le rendía homenaje titulando su novela, de clara inspiración ortisiana, Hugo Fóscolo (1842). En el primer tercio del siglo XX renació el interés por el Ortis, que fue traducido por Andrés González Blanco (Valencia, Cervantes, 1919), por Cipriano Rivas Cherif (M., Calpe, 1920) y por Carlos Luis Viada y Lluch, aunque fecha y autoría de esta última versión no se hayan podido confirmar. La traducción de Rivas Cherif volvió a publicarse, significativamente, en la revista Novelas y Cuentos, justo el primer año de la II República.

Por su exquisito lenguaje, que se coloca en el surco de la más alta tradición poética italiana, la circulación de Los sepulcros fue más elitista. Pero hubo quienes se sintieron atraídos por la densidad metafórica de esos versos y su factura neoclásica: uno de ellos fue Manuel Cabanyes; otro, M. Menéndez Pelayo, su primer traductor, que consideró su versión –sujeta al metro del original– «entre las escrupulosamente corregidas» de un florilegio preparado a los diecinueve años de edad. Su magistral trabajo, publicado finalmente en 1878 en sus Estudios poéticos (M., Imprenta Central), estuvo acompañado por la polémica ya desde la misma carta–prólogo de Leopoldo A. de Cueto a Juan Valera, que reprobaba al católico Menéndez Pelayo el haber traducido «Los Sepulcros de Hugo Fóscolo, uno de los tres ilustres poetas italianos absolutamente contagiados de los rencores políticos de la Revolución Francesa», en vez de acudir a los «hermosos himnos y cantos líricos de Mamiani, de Borghi, de Manzoni, u otros semejantes».

Valera defendió a la vez la excelencia de Foscolo y la calidad de la versión, juicio más tarde compartido por el escritor Amós de Escalante. Los sepulcros se ofrecieron, en definitiva, a Menéndez Pelayo como texto ideal para sus experimentos juveniles como traductor, y lo prueban las tres redacciones inéditas que se conservan, así como las variantes aportadas a las sucesivas ediciones. El resultado de ese largo proceso debió de satisfacerle plenamente dado que, años más tarde, Los sepulcros fueron elegidos por él mismo como muestra de sus traducciones para la Antología de poetas líricos italianos de Juan Luis Estelrich (M., Fernando Fé, 1889). En la misma antología, Foscolo está representado por otros dos textos juveniles, entre ellos, Recuerdos, en traducción del propio Estelrich, quien ya había vertido una Anacreóntica foscoliana en 1874.

Las traducciones en lengua catalana no llegarían hasta los años 1920, en coincidencia con una revalorización de la lírica de Foscolo que afectó también al resto de la Península. Así, en 1920 compitieron las versiones del soneto dedicado a Florencia realizadas por Josep Fló (en catalán) para la revista L’Idea, y por Fernando Maristany (en castellano), incluida en la antología del propio Maristany Las cien mejores poesías líricas de la lengua italiana (B., Cervantes), donde vieron asimismo la luz otras tres versiones suyas de sonetos foscolianos. Pocos años después Agustí Esclasans tradujo Dels Sepulcres (en La Revista de 1927) y el juvenil himno Al Sol (en La Nau de 1928).

Tras la Guerra Civil el silencio recayó sobre el autor, con la excepción de la antología Maestros italianos de Antonio Prieto (B., Planeta, 1965), que reeditó los Sepulcros de Menéndez Pelayo y el Ortis de González Blanco. Un cambio de tendencia ha tenido lugar en las últimas décadas del siglo XX con la aparición de Jacobo Ortiz en traducción de Antonio Orsini (M., Felmar, 1975); de dos volúmenes, ambos traducidos por Angelica Valentinetti: Poemas (B., Bosch, 1983) y Las últimas cartas de Jacopo Ortis (M., Cátedra, 1993; reed. B., Círculo de Lectores, 1998, con prólogo de Ángel Crespo); y de cuatro sonetos («Di se stesso», «Alla sera», «A Zacinto» e «In morte del fratello Giovanni») en versión del poeta y traductor Julio Martínez Mesanza (Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, 1996).

 

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Daniela Aronica