Agustín de Hipona (Tagaste, 354–Hipona, 430)
Escritor latino. Santo, padre y doctor de la Iglesia. En Cartago estudió filosofía y literatura de la Roma antigua, leyendo y comentando el Hortensio de Cicerón, texto que tuvo una enorme influencia en su filosofía en los años de la madurez. Tras ser nombrado en 396 obispo de Hipona, en 401 redactó las Confesiones, donde narra su itinerario espiritual hacia Dios y la fe cristiana. En 413 compuso La ciudad de Dios, a la que hay que añadir la redacción, en 416, del tratado De la Trinidad, acaso sus obras más conocidas. La primera edición de sus obras fue la de Erasmo de Rotterdam (Basilea, 1489–1497), reimpresa varias veces (Basilea, 1528–1529; París, 1555; Basilea, 1569; Venecia, 1584; Colonia, 1616). A esta edición siguió la de los Benedictinos de San Mauro (París, 1679–1700, 11 vols.), reimprimida en Verona (1734), Augsburgo (1756–1769), París (1836–1839) y, finalmente, incorporada por Migne a la Patrologia Latina (París, 1845–1849, vols. 32–47). El último volumen de la reimpresión de Migne contiene notables estudios previos sobre la historia literaria de las ediciones, procedentes de la obra de Schoenemann (1792–1794). Son importantes las ediciones críticas aparecidas en el «Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum» y en el «Corpus Christianorum Latinorum».
Resulta muy destacada la influencia que su obra ha ejercido en el mundo occidental. Fueron discípulos suyos los hispanos Orosio y Consencio; influyó en san Paulino de Nola y en Próspero de Aquitania; lo citan san Gregorio Magno, san Isidoro de Sevilla, san Ildefonso de Toledo, Beda el Venerable, Alcuino de York, Remigio de Auxerre, san Anselmo de Carterbury, Hugo de San Víctor, san Bernardo de Claraval, Isaac de la Estrella, Pedro Lombardo y Graciano, entre otros. Se renovó su pensamiento con san Buenaventura, santo Tomás de Aquino y Juan Duns Escoto. Petrarca llevaba consigo siempre un ejemplar de las Confesiones. Su influencia fue esencial en la mística del siglo XV, en la Reforma protestante del XVI y la católica del concilio de Trento, como muestran Nicolás de Cusa, Erasmo, Vives, Lutero, Melanchton, Calvino y Giordano Bruno. El precedente más claro de los Ensayos de Montaigne son las Confesiones. A través de la interpretación de Jansenio influyó en la escuela de Port–Royal. Fue comentado por san Francisco de Sales, Saint–Cyran, Descartes, Pascal, Arnauld, Mme. de Sévigné, Racine, Bossuet y Fénelon. El movimiento romántico destacó la valoración de todo lo cordial y afectivo, tal como testimonian Kierkegaard y Sainte–Beuve. En el siglo XIX volvió a él John Henry Newman, y Wittgenstein, Arendt y Heidegger se sirvieron de él en el siglo XX.
Su influencia ha sido abundante en las letras hispanas. Aparece citado ya en el siglo XIII por Alfonso X el Sabio, y está presente también en el siglo XV en Clemente Sánchez de Vercial, Alfonso Martínez de Toledo, Diego de Valera, fray Martín de Córdoba, fray Hernando de Talavera, fray Vicente de Burgos, Rodrigo Fernández de Santaella o Gonzalo García de Santa María. Entre los humanistas lo apreciaba J. L. Vives, que escribió en 1522 un amplio comentario a La ciudad de Dios. Fue citado abundantemente por fray Bartolomé de las Casas y por fray Domingo de Soto, así como por numerosos cosmógrafos e historiadores españoles del Renacimiento, como Alonso de Chaves, Alonso de Santa Cruz, fray Juan González de Mendoza y José de Acosta. La mística española del XVI se impregnó de su espíritu, en especial fray Luis de León. Acompañó inseparablemente a santo Tomás de Villanueva, a santa Teresa de Jesús y a fray Luis de Granada. También influyó en fray Antonio de Guevara, Juan Justiniano, fray Martín de Castañega, fray Dionisio Vázquez, Cristóbal de Villalón, Jorge de Montemayor, Jaime Montañés, fray Pedro Malón de Chaide, Ana de Jesús y fray Alonso de Cabrera.
A mediados del siglo XVI se preparó la primera traducción completa al castellano de las Confesiones, obra de Sebastián Toscano (Amberes, 1555). También en Amberes, en 1596, fue publicada la versión de Pedro de Rivadeneira, «la mejor de las traducciones de libros ascéticos dadas a la estampa en lengua castellana», según Menéndez Pelayo. El mismo Rivadeneira había trasladado ya al castellano, en 1594, los Soliloquios. De estas traducciones se hicieron reimpresiones en los siglos XVIII y XIX. En 1614 se publicó en Madrid la versión castellana de Antonio de Roys y Rozas de La ciudad de Dios, en tres volúmenes, reimpresa en Amberes en 1676 y en Valencia en 1871. Fue imitado por Lope de Vega y por Quevedo e influyó en Calderón de la Barca y en sor Juana Inés de la Cruz. Su pensamiento se plasmó no sólo en ascéticos y religiosos (fray Juan de los Ángeles, Francisco Terrones del Caño, fray Juan Márquez, Miguel Ruiz, Antonio Panes) sino también en historiadores y cronistas (Antonio de Herrera y Tordesillas, Agustín de Rojas Villadrando, Pedro Chirino, fray Prudencio de Sandoval). En el siglo XVIII Francisco Antonio de Gante y Eugenio Ceballos publicaron sendas traducciones de las Confesiones, fechadas en 1723 (M., Rodríguez Franco) y 1793 (M., Vda. e hijo de Marín), respectivamente. El citado Ceballos trasladó de nuevo al castellano los Soliloquios (M., J. Ortega e Hijos de Ibarra, 1788) y tradujo por primera vez los cuatro Libros de la doctrina cristiana (M., Benito Cano, 1792), obras que fueron reimpresas en el XIX. Dan signos de su recepción las obras de Antonio Palomino y Velasco, Benito Jerónimo Feijoo, José Francisco de Isla y fray Joaquín Bolaños, entre otros. En el siglo XIX se hicieron eco de su obra Juan Valera, Gustavo Adolfo Bécquer, Benito Pérez Galdós, Ricardo Palma, Marcelino Menéndez Pelayo, Clarín (Leopoldo Alas) y José Toribio Medina.
En el siglo XX la Federación Agustiniana Española (FAE) promovió la traducción castellana de todos sus escritos en la «Biblioteca de Autores Cristianos» (BAC), la cual ha publicado la mayor parte de sus obras (Madrid, 1946–2001, 41 vols.), en algunos casos con reediciones, tanto en la propia BAC como en otros sellos. Entre los traductores de esta colección se hallan Luis Arias, Teodoro Calvo, Victorino Capánaga, Lope Cilleruelo, Ramiro Flórez, Miguel Fuertes Lanero, Amador del Fueyo, Félix García, Pío de Luis, Manuel A. Marcos, Balbino Martín Pérez, José Morán, José M.ª Ozaeta, Teófilo Prieto, Vicente Rabanal y Santos Santamarta del Río. Las Confesiones será, con todo, el texto agustiniano más traducido en el XX, vertido, entre otros, por José Cosgaya (M., BAC, 1997), Olegario García de la Fuente (M., Akal, 1986), Montserrat Oromí (Santa Perpètua de Mogoda, Brontes, 2013), Lorenzo Riber (M., Aguilar, 1942), Pedro Rodríguez de Santidrián (M., Alianza, 2001, con varias reed.), Valentín M. Sánchez Ruiz (M., Apostolado de la Prensa, 1964; reed. Burgos, Monte Carmelo, 2012 y 2014), Primitivo Tineo (M., Ciudad Nueva, 2003), Agustín Uña (M., Tecnos, 2006, con varias reed.), Pedro A. Urbina (M., Palabra, 2002) y Ángel Custodio Vega (M., Editorial Católica, 1946; nueva ed. San Lorenzo de El Escorial, Ediciones Escurialenses, 2015).
Se ha recuperado también en época reciente la versión de P. de Rivadeneira, completada con la de Á. C. Vega (B., Austral, 2017). A este traductor, junto con V. Capánaga, se debe el volumen formado por Las confesiones y Contra los académicos (B., RBA, 2010; varias reed.), y una versión reducida de Las confesiones por José Ramón Ayllón ha sido publicada por Palabra (M., 2014). Ese mismo espíritu divulgador se halla en volúmenes como Las páginas más bellas de San Agustín (Burgos, Monte Carmelo, 2008), en edición de José Manuel Fernández Carneiro, o la Antología de San Agustín (M., Fundación Maior, 2016), preparada por Francisco J. Montero y Antonio Zamora Solís. Otras obras han sido objeto de atención en los últimos años: así, puede mencionarse una nueva versión de La ciudad de Dios por Ana Pérez Vega y Pablo Toribio Pérez (M., CSIC, 2013) o Sobre la vida feliz (Palma, J. J. Olañeta, 2008) en versión de Francesc Gutiérrez.
Respecto a las traducciones a otras lenguas españolas, no fue hasta 1923 cuando apareció en Barcelona (Barcino) la primera traducción catalana, la realizada por Xavier d’Olot de La ciutat de Déu. En la misma editorial se publicó en 1926 la traducción de los Sermons por Joaquim Balcells, y en 1928–1929 la de las Confessions por Rossend Llatas. Josep Maria Llovera dio en 1931 (B., Ll. Gili) una nueva versión de las Confessions. En 1982 Joan Pegueroles publicó la versión catalana de los Soliloquis (B., Laia); de 1991 es la versión de las Confessions del poeta y filólogo Miquel Dolç (B., Facultat de Teologia de Catalunya) y la traducción de los diálogos filosóficos Dels acadèmics de Josep Batalla (B., Fundació Bernat Metge). En 1999 Miquel Estradé, Alexandre Olivar y Just M. Llorens vertieron el Comentari a la primera carta de sant Joan (B., Abadia de Montserrat), mientras que Jaume Medina publicó en 2001 la traducción catalana del tratado La Trinitat (B., Edicions 62). Se debe a Orixe (Nicolás Ormaetxea) una versión en euskera de las Confesiones (Agustin gurenaren aitorkizunak), publicada en 1956 (Zarautz, Itxaropena; reed. en 1991). El mismo año Imanol Unzurrunzaga dio una antología de textos agustinianos con el título San Agustinen hainbat idazlan (Bilbao, Klasikoak). La filosofía española del siglo XX ha experimentado un renovado interés por el pensamiento agustiniano; Miguel de Unamuno, Xavier Zubiri, Julián Marías y Pedro Laín Entralgo han sido los pioneros en dar signos de tal recepción.
Bibliografía
Allan D. Fitzgerald (dir.), Diccionario de San Agustín. San Agustín a través del tiempo. Trad. De C. Ruiz–Garrido, Burgos, Monte Carmelo, 2001.
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Marcelino Menéndez Pelayo, Biblioteca de traductores españoles, Madrid, CSIC, 1953, IV.
Adolfo Muñoz Alonso, Presencia intelectual de San Agustín, Madrid, Librería Editorial Augustinus, 1961.
Jean–Joseph–François Poujoulat, Historia de San Agustín: su vida, sus obras, su siglo, influencia de su genio, Madrid, Biblioteca Universal de Autores Católicos, 1853.
Francisco Arenas–Dolz
[Actualización por Francisco Lafarga]