Estacio, Publio Papinio (Nápoles, ca. 45–Roma, ¿96?)
Poeta latino. Su padre era maestro de renombre y poeta profesional. Hacia el año 60 toda la familia se mudó a Roma, donde su padre siguió ejerciendo su oficio. Todavía adolescente, quiso asegurarse un futuro como poeta y encontró un mecenas en la persona de Calpurnio Pisón. Pero su protector perdió la vida en el 65, junto con Lucano, Séneca y otros, tras participar en una conjura contra Nerón. Después de que su padre tomara partido a favor de Vespasiano, el joven Estacio obtuvo la protección de varios mecenas y participó con éxito en diversos certámenes poéticos. Para sus patrones y el emperador Domiciano compuso años después las Silvas. Alcanzada la estabilidad social y económica gracias a su matrimonio, hacia el año 80 se dedicó por entero a la poesía: comenzó a componer la Tebaida, poema épico sobre la historia de Eteocles y Polinices, los hijos de Edipo que se disputaron el trono de Tebas. Durante los doce años que dedicó a la composición de esta obra, la fue dando a conocer por medio de recitaciones públicas. En el prólogo manifiesta la intención de cantar también las gestas bélicas de Domiciano, pero no lo hizo. En cambio, hacia el año 89, comenzó a escribir sus Silvas, de las que publicó cuatro libros, siendo el quinto de aparición póstuma. También habían circulado a medida que las componía, al tratarse de poemas compuestos para un acontecimiento concreto o en elogio de sus protectores. Hacia el 95 comenzó la Aquileida, pero su muerte, acaecida seguramente en el 96, le impidió componer más de un libro y medio.
Tuvo éxito en vida e influyó en poetas coetáneos y posteriores. La Tebaida, según testimonios de Juvenal y del propio autor, gozó de enorme popularidad. Tras una época de decadencia, a partir del siglo IV resurgió su influencia en poetas como Ausonio, Claudiano y Sidonio Apolinar. Las Silvas, en cambio, cayeron en el olvido hasta la antigüedad tardía, cuando las imitaron Ausonio, Claudiano, Ennodio, Sidonio Apolinar, el autor anónimo del Alcestis Barcinonensis, Flavio Merobaudes, Draconcio y Paulino de Nola, e incluso escritores griegos como Menandro el Rétor o Paulo Silenciario. En la Edad Media la Tebaida contó con una enorme difusión como texto escolar entre los siglos X al XIII, demostrada por la tradición manuscrita (más de 150 manuscritos de la Tebaida, y unos cien de la Aquileida). Dante, reconociendo la fama de Estacio, lo cristianizó en los cantos 21 y 22 del Purgatorio. La llegada de la imprenta supuso la divulgación definitiva de ambas obras épicas a partir de su edición príncipe de 1470, a la que siguieron otras muchas.
En España la Tebaida la conocieron y citaron ya poetas del siglo XV como el marqués de Santillana, Juan de Mena o Juan del Encina, y más tarde Góngora, en especial en su Fábula de Polifemo y Galatea, y Manuel de Gallegos en su Gigantomaquia. Pero fue, sobre todo, fuente de la épica culta del Siglo de Oro, con algún rasgo en la Araucana de Alonso de Ercilla, y una profusa imitatio, sobre todo de las comparaciones épicas, en el Bernardo de Bernardo de Balbuena. Además, Juan de Arjona comenzó su traducción íntegra en octavas reales, terminada a su muerte por Gregorio Morillo. Pero lamentablemente quedó inédita; se conservaron sólo en tres manuscritos, hecho que la privó de difusión hasta editarla Adolfo de Castro a mediados del siglo XIX (M., Rivadeneyra, 1855; y luego M., Vda. de Hernando, 1888).
Las Silvas fueron prácticamente desconocidas a lo largo de la Edad Media, hasta que en 1417 Poggio descubrió un manuscrito en Saint Gall. Tras su impresión príncipe en 1472, seguida por otras muchas, se difundieron rápidamente, junto con el comentario que el humanista Poliziano les dedicó en 1480. Como recoge Menéndez Pelayo, en España el mismo Arjona las usó para componer la biografía de Estacio que prologa su traducción de la Tebaida, y sirvieron como modelo de poesía ocasional a casi todos los poetas del Siglo de Oro (Garcilaso, Boscán, Juan de Aldana, fray Luis de León, Quevedo). Sin embargo, sólo se han documentado tres versiones directas: primero Francisco Cascales tradujo versos del epitalamio de Stella y Violentilla en las Cartas filológicas (Murcia, 1634), mientras que Antonio Pérez Ramírez tradujo versos de la carta a Marcelo en sus Armas contra Fortuna (Valladolid, 1698). Luego aparecieron versos de Via Domitiana en el discurso 34, anónimo, publicado en el periódico madrileño El Censor (1781), y finalmente Ignacio Montes de Oca imitó el Psittacus, de forma no literal, en un poema de sus Ocios poéticos (México, 1878). Las silvas más conocidas son la mencionada 1,2 (el epitalamio), ya desde la Antigüedad tardía, y, sobre todo, la 5,4 (la plegaria al Somnus), imitada por Quevedo y también en diferentes épocas y naciones, llegando hasta Unamuno y, ya en nuestros días, en un artículo de Muñoz Molina que comienza casi igual. Quevedo inició poco después de 1621 un libro de silvas con poemas no uniformes en tema ni métrica, aunque al final se publicaron como la parte titulada «Musa IV: Erato» de su Parnaso español (1648); recreó composiciones ecfrásticas (descripciones de villas, estatuas y jardines) o celebratorias, e intentó reproducir fielmente sus motivos temáticos centrales y también sus adornos retóricos.
Sin embargo, debe decirse que desde finales del siglo XVII el aprecio por las Silvas de Estacio decayó totalmente hasta bien entrado el XX: entre 1957 y 1960 (B., Fundació Bernat Metge) se publicó su versión catalana íntegra a cargo de Germà Colón y Miquel Dolç. En castellano, la primera versión completa fue la de Francisco Torrent (M., Gredos, 1995), y su segunda edición (2002) contó con una introducción de Gabriel Laguna, que las había estudiado y divulgado en diversos artículos y en su edición crítica con traducción y comentario del libro iii (M.–Sevilla, Fundación Pastor–U. de Sevilla, 1992); en 2011 ha aparecido otra edición en un nuevo formato. El mismo Laguna (1998), junto con su aproximación a la vida y obra de Estacio, tradujo parte del Laus Pisonis (vv. 243–261) y ocho pasajes de las Silvas, además de cinco de la Tebaida y uno de la Aquileida. De esta última obra hay nueva traducción, con texto bilingüe y notas de Antonio M. Bernalte Calle (Sevilla, Padilla, 2012) y en catalán de Pere-Enric Barreda (B., Alpha, 2010). También de Via Domitiana. Silvae IV,3, con estudio e introducción de Isabel Velázquez (M., Ministerio de Fomento–CEDEX, 2006).
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Pere–Enric Barreda (†)
[Actualización por Francisco Lafarga]