Fray Luis de León: prólogo a Cantar de cantares (ca. 1561)

Fuente: Fray Luis de León, Cantar de cantares. Edición de José Manuel Blecua, Madrid, Gredos, 1994, 43–53.

 

Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor, ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las condiciones e ingenio del que es amado. De lo uno y de lo otro tenemos clara experiencia. Cierto es que Dios ama, y cada uno que no esté muy ciego lo puede conocer en sí por los señalados beneficios que de su mano continuamente recibe: el ser, la vida, el gobierno de ella y el amparo de su favor, que en ningún tiempo ni lugar nos desampara. Que Dios se precie más de esto que de otra cosa, y que le sea propio el amor entre todas sus virtudes, vese en sus obras, que todas se ordenan a solo este fin, que es hacer repartimiento y poner en posesión de sus grandes bienes a las criaturas, haciendo que su semejanza de Él resplandezca en todas, y midiéndose a sí a la medida de cada una de ellas para ser gozado de ellas, que, como dijimos, es obra propia y natural del amor.

Señaladamente se descubre este beneficio y amor de Dios en el hombre, al cual crió en el principio a su imagen y semejanza, como a otro Dios, y a la postre se hizo Dios a la figura y usanza suya, volviéndose hombre últimamente por naturaleza, y mucho antes por trato y conversación, como se ve claramente en todo discurso y proceso de las Sagradas Letras; en las cuales, por esta causa, es cosa maravillosa el cuidado que pone el Espíritu Santo y todo esto a fin de que no nos extrañemos de él, y que por agradecimiento, por afición o por vergüenza, hagamos lo que nos manda, que es aquello en que consiste nuestra mayor felicidad y buena andanza. De semejantes argumentos y muestras están llenas las historias sagradas, los sermones y oraciones proféticas y los versos y canciones del salmista, y asimismo los consejos de la sabiduría y, finalmente, toda la vida y doctrina de Jesucristo luz y verdad, y todo el bien y esperanza nuestra.

Pues entre las otras obras y tratados divinos, una es la canción suavísima que Salomón, profeta y rey, compuso, en la cual, debajo de una égloga pastoril, más que en ninguna otra Escritura, se muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas pasiones y sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos más blandos y más tiernos: ruega y llora y pide celos; vase como desesperado y vuelve luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta de contento, ya publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y árboles de ellos, a los animales y a las fuentes, de la pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amorosos fuegos de los demás amantes, los encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias congojas que el ausencia y el temor en ellos causan, juntamente con los celos y sospechas que entre ellos se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría. Y, en breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen, aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano, y dichos con el mayor primor de palabras, blandura de requiebros, extrañeza de bellas comparaciones que jamás se escribió ni oyó. A cuya causa la lección de este libro es dificultosa a todos y peligrosa a los mancebos y a los que aún no están muy adelantados y muy firmes en la virtud; porque en ninguna Escritura se exprimió la pasión del amor con más fuerza y sentido que en ésta. Y así, acerca de los hebreos, no tienen licencia para leer este libro y otros algunos de la ley los que fueren menores de cuarenta años. Del peligro no hay que tratar; la virtud y valor de Vmd. nos hace bien seguros. La dificultad, que es mucha, trabajaré yo de quitar cuanto alcanzaren mis fuerzas, que son bien pequeñas.

Cosa sabida y confesada por todos es que en estos Cantares, como en persona de Salomón y de su esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amorosos requiebros, explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entrañable amor que siempre tuvo a su Iglesia, con otros misterios de gran secreto y de gran peso. En este sentido que es espiritual no tengo que tocar, que de él hay escritos grandes libros por personas santísimas y muy doctas que, ricos del mismo Espíritu que habló en este libro, entendieron gran parte de su secreto, y como lo entendieron lo pusieron en sus escrituras, que están llenas de espíritu y de regalo. Así que en esta parte no hay que decir, o porque está ya dicho, o porque es negocio prolijo y de grande espacio.

Solamente trabajaré en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas y, al parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su Esposa, que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no por eso carece de grandes dificultades, como luego veremos.

Porque se ha de entender que este libro en su primer origen se ofreció en metro, y es todo él una égloga pastoril, donde con palabras y lenguaje de pastores, hablan Salomón y su Esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea. Hace dificultoso su entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos, mayormente de amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas; aunque, a la verdad, entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden maravillosamente a los afectos que explican, los cuales nacen unos de otros por natural concierto. Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo, enseñoreado de alguna vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto como se siente y aun eso que se puede no lo dice todo, sino a partes y cortadamente, una vez el principio de la razón y otras el fin sin el principio; que así como el que ama siente mucho lo que dice, así le parece que, en apuntándolo, está por los demás entendido; y la pasión con su fuerza y con increíble presteza le arrebata la lengua y el corazón de un afecto en otro; y de aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también desconcertadas entre sí porque responden al movimiento que hace la pasión en el ánimo del que las dice, la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas; como juzgaría por cosa de desvarío y de mal seso los meneos de los que bailan el que viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual es mucho de advertir en este libro y en todos los semejantes.

Lo segundo que pone oscuridad es ser la lengua hebrea en que se escribió, de su propiedad y condición, lengua de pocas palabras y de cortas razones, y ésas llenas de diversidad de sentidos; y juntamente con esto por ser el estilo y juicio de las cosas en aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica ahora; de donde nace parecernos nuevas, y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de que usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quieren más loar la belleza y gentileza de las facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre, y los dientes a un rebaño de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad cada lengua y cada gente tenga sus propiedades de hablar, adonde la costumbre usada y recibida hace que sea primor y gentileza, lo que en otra lengua y a otras gentes parecería muy tosco, y así es de creer que todo esto que ahora, por su novedad y por ser ajeno de nuestro uso, tanto nos ofende y desagrada, era todo el buen hablar y toda la cortesanía de aquel tiempo entre aquella gente. Que claro es que Salomón era no solamente muy sabio, sino rey e hijo de rey, y que cuando no lo alcanzara por letras y por doctrina, por la crianza sola y por el trato de su corte y casa supiera hablar su lengua mejor y más cortesanamente que otro ninguno.

Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua palabra por palabra el texto de este libro, en la segunda, declaro con brevedad no cada palabra por sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin que quede claro su sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y después de él su declaración. Acerca de lo primero procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las traducciones griegas y latinas que de él hay, que son muchas, y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en muchas cosas. De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que no hace corra el hilo del decir, pudiéndolo hacer fácilmente con mudar algunas palabras y añadir algunas otras; lo cual yo no hice por lo que he dicho, y porque entiendo ser diferente el oficio del que traslada, mayormente Escrituras de tanto peso, del que las explica y declara. El que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones que las originales que son y tienen los originales, sin limitarlas a su propio sentido y parecer, para que los que leyeren la traslación puedan entender toda la variedad de sentidos a que da ocasión el original, si se leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pareciere. Que el extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entiende, y el guardar la sentencia que más agrada, jugar con las palabras añadiendo y quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo propio oficio es; y nosotros usamos de él después de puesto cada un capítulo en la declaración que se sigue. Bien es verdad que, trasladando el texto, no pudimos tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad de nuestra lengua nos forzó a que añadiésemos alguna palabrilla, que sin ella quedara oscurísimo el sentido; pero éstas son pocas; y las que son van encerradas entre dos rayas de esta manera [ ].

Vmd. reciba en todo esto mi voluntad, que lo demás a mí no me satisface mucho, ni curo que satisfaga a otros. Bástame haber cumplido con lo que se me mandó, que es lo que en todas las cosas más pretendo y deseo.