Hermann_prólogo

Hermann el Alemán: prólogo–dedicatoria a la traducción de la Retórica y la Poética de Aristóteles (1256)

María Wenceslada de Diego, El Salterio de Hermann el Alemán, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1993.

Fuente: J. C. Santoyo, Sobre la traducción: textos clásicos y medievales, León, Universidad de León, 2011, 223–224.

 

[223] La presente obra, traducción de la Retórica de Aristóteles, y de su Poética, hecha del árabe al latín, y que yo había comenzado hace mucho tiempo por inspiración del venerable padre Juan, obispo de Burgos y canciller del rey de Castilla, debido a las muchas ocupaciones que vinieron sobre mí, no me fue posible llevar a cabo hasta ahora. Reciban, pues, la obra, entre las demás naciones, los adelantados latinos, para que, según mi parecer y de acuerdo con el nivel de nuestro tiempo, los celosos cultivadores de la parte de la filosofía racional posean el necesario complemento de la materia lógica según la dispuso Aristóteles. […]

Y nadie se extrañe o indigne de la dificultad y aun de la rudeza de la traducción, pues con mucha más dificultad y rudeza se hizo la traducción del griego al árabe. Y así Alfarabi, que fue el primero que intentó con sus glosas una interpretación de la Retórica, pasando de largo sobre muchos ejemplos griegos, no los incluyó a causa de la oscuridad de los mismos, y por la misma razón expuso otros muchos dudosamente. Y si hemos de creer a Avicena y a Averroes, también por esta causa no concluyó su comentario. E igualmente estos dos autores, al final de los tratados que compusieron siguiendo a Aristóteles, se expresan en estos términos: «Esto es lo que pudimos extraer y entender de la traducción que llegó a nosotros de aquellos volúmenes». De aquí que estos dos libros se hayan descuidado también entre los árabes, y apenas pude hallar a alguien que quisiese, sumándose a mi interés, trabajar en ellos con más ahínco.

Sean, pues, indulgentes aquellos que, quizá no sin mérito, puedan tachar de imperfecto este mi trabajo. Y si no les llenase, pueden, si les place, desecharlo. No obstante, cuerdamente les aconsejo que prefieran tener estos códices así traducidos a ignorarlos, pues nada hay más ajeno a la cultura que la mera privación; mas, por el contrario, si ya se tiene algo, de cualquier modo que sea, a la postre mediante paulatino enriquecimiento, se podrá alcanzar más fácilmente la meta de la ansiada perfección. Algo semejante a lo que ocurre con el libro a Nicómaco, al que los latinos denominan Ética de Aristóteles, pues con arreglo a mis fuerzas también vertí esa obra del árabe al latín si bien más tarde el reverendo padre maestro Roberto Grosseteste, de sutil inteligencia, obispo de Lincoln, de la prístina [224] fuente de donde había manado, es decir, del griego, la tradujo más cumplidamente y, junto con las glosas de los griegos, la comentó añadiéndole notas de su propia cosecha.

Esperemos, pues, que surja alguien más, el cual, generoso de toda su ciencia, se complazca en hacer lo mismo con estos opúsculos elaborados primero, aunque más flojamente, por nosotros.