Carnerero 1832

José María de Carnerero: «Gran Laboratorio de traducciones dramáticas, tomadas por empresa»

Cartas Españolas V, n.º 52 (17 de mayo de 1832), 192–194.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 93–96.

 

Hemos oído hablar de un establecimiento que puede ejercer una influencia extraordinaria en la suerte del numeroso enjambre de traductorzuelos que abastecen a los teatros de la Corte. Si las noticias que nos han llegado no son apócrifas, la cosa ha de entenderse del modo siguiente. Un especulador de aquellos que hilan delgado se propone mandar traer cuantas comedias, tragedias, melodramas y piezas de todos géneros salgan a lucir en los teatros de París, y que se crea pueden ser fructíferas en los de por acá. Hecho este acopio, y establecida esta regularidad en el recibo de los dramas salientes, se fijará una oficina de distribución, en la que se reparta el trabajo y a cada autorcete le quepa en suerte la traducción de la obra que se le designe. Para saber qué obras son las que merecen el honor de la traducción, habrá un gran elector, hombre de sindéresis, versado en los resultados escénicos, y que formará su lista de piezas escogidas. Entonces cada quisque de los electos para acometer este trabajo, recibirá su folleto, llevaráselo a su posada, y allí manoteará a su sabor el Cormon y el Taboada para dar cima y cabo a su transmisión literaria; con lo que, concluida que sea, y sin más demora ni episodios, el empresario del Gran Laboratorio Dramático le entregará el contingente establecido para cada pieza. No estamos aún ciertos de la cuota establecida en cada género, ni si la prosa será remunerada con menos garbo que el verso; ni tampoco sabemos si, como es de presumir, se fijará para todo ello un reglamento bien académico, y mejor condicionado. Lo que hay, por de pronto, es que con el ayuda de este invento, los traductores que en el estado actual del teatro tienen cuando trabajan un porvenir incierto y lento en esto de la cobranza, se encontrarán el pago muy rápido y expedito, pues se asegura que traducción hecha, dinero en mano; lo que cumple perfectamente con la regla del toma y daca, que en punto a traducir no debe ofrecer menos severidad que la que suele exigir el sastre que trae el vestido, o el zapatero que concluye sus zapatos, o si se quiere, el carbonero que no fía su carbón. La condición de los traductores en el día es verdaderamente lastimosa, y no puede menos de horripilar a cuantos tienen sangre en las venas. Concluye uno de ellos su manuscrito, bueno por supuesto a todas luces, como lo prueban los que diariamente se representan; y ¿qué sucede?… Que pudiera hacerse un poema en veinte cantos para referir la inmensidad de tribulaciones que en pos le esperan. Entre V. con la admisión del drama, con el turno de su representación; [193] con las inesperadas dificultades y complicaciones que la retardan; con la escabrosa distribución de papeles, de suerte que no haya luego lo que se llama tranquillas; y en fin con tantos periodos, intervalos y embarazos como acontecen en esta fatigosa profesión. Es el cuento de nunca acabar. Todo esto desaparece en el Gran Laboratorio Dramático; todo acredita al pensamiento de luminosísimo y expedito.

Algunos espíritus pusilánimes echan sin embargo sus cuentas, y recelan que este proyecto traiga consigo un agiotaje que acabe por dar completamente al traste con esta parte de la moderna literatura. Y el temorcillo no es del todo infundado, porque además de que son muchos los que traducirán barato y aprisa, el empresario tendrá en su mano la alza y baja de los fondos traductorescos. El día, por ejemplo, en que este moderno Rothschild literario se descuelgue en la bolsa escénica con una gran emisión de hojas traducidas (como quien dice, v. g., ciento cincuenta o doscientas comedias de un golpe), es muy de pensar que este nuevo papel caiga en un descrédito formidable. No sería extraño que hubiese comedia de cinco actos que degenerase en un valor de veinte o treinta reales; en cuyo caso mal andaría el oficio, siendo así que ya en el día no anda muy brillante, que digamos. En tiempos de Lope una comedia valía siempre sobre cuarenta duros, suma en aquella época algún tanto cuanto admisible y decorosa; el negocio, hace unos treinta años, había mejorado, pues si era en la época de los Besugos, sabido es que las piezas solían retribuir a sus autores sus veinticinco doblones. Pero como esto era subirse a mayores, y no conviene pagar tan caro a Talía, que al cabo es una mujerzuela atrevida, y a veces deslenguada, habíase rebajado de nuevo la tara, de suerte que hay drama completo, con sus cinco divisiones y todos los aditamentos concernientes, que ha obtenido por mucho logro sus quinientos realejos. Verdad es que el siglo, a la par de ilustrado, es estricto y mercantil, y el arte dramático, como otras muchas cosas, ha ido a menos en esto de remuneración pecuniaria; contingencia nada sorprendente por la penuria de los tiempos y por la extraordinaria y prodigiosa concurrencia de traductores y poetillas, cuyas tareas, y las de un amanuense, han acabado casi por ser iguales en resultados sonantes.

De todos modos, al par que para debido conocimiento de la inmensa raza de traductores damos este aviso, reputamos útil y caritativo aconsejarles que no se dejen dominar exclusivamente por los impulsos del hambre; y vayan a ponerse a discreción del nuevo banquero que Pegaso les acarrea. Bueno será que se penetren más que nunca de la dignidad de su oficio, y que planten pies en pared para tenerse firmes, y no abaratar el género en términos absolutamente inadmisibles y degradantes. Una coalición de traductores sería muy del caso, en tan crítica circunstancia; y por el bien del Parnaso dramático moderno, por la vindicta pública, por el honor de las tablas, en que también son de carne y hueso los que trabajan para ellas, les conjuramos a que se respeten, a que no transijan con remuneraciones hebraicas, a que hagan valer sus puntadas, y a que no acaben de enlodazar el arsenal dramático de sus gálicas producciones. Si estas desgraciadamente [194] han de ser el archivo exclusivo de las obras nuevas que aparezcan en la escena, no se añadan a tal penalidad otras mayores y mucho más lastimosas. Traductores queridísimos, creednos: los amagos del cólera–morbo dramático existen desgraciadamente entre vosotros; o preveníos contra sus estragos progresivos, o estad ciertos de que en vuestro gremio no va a quedar títere con cabeza. ¿Qué se dirá de vosotros si tal sucediere? ¿Cuáles serán vuestros futuros destinos? ¡Oh mengua!

Si a oprobio tal llegáis a sucumbir,

Mejor fuera remar que traducir.