Collado 1832

Mariano Antonio Collado: «El traductor»

F. de S. de la M. Fénelon, Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulises, por M. de Fénelon. Traducidas al castellano, Valencia, Imprenta de José de Orga, octubre de 1832, I-VI.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 135–136.

 

Cualquiera que sea el mérito de la obra cuya traducción ofrecemos al público, es un hecho constante que los maestros de la lengua francesa la destinan, sin duda por la pureza del estilo, a la enseñanza de sus discípulos que empiezan a traducir por ella. Esta consideración hace más necesaria una traducción nueva, que conserve la belleza de las imágenes, trasladando con la posible exactitud las palabras; pero apartándose de la colocación material de ellas para no corromper la buena locución castellana.

Hemos dicho traducción nueva, porque desgraciadamente no han llenado este objeto las [II] publicadas hasta el día, pues adolecen de varios defectos imperdonables. El erudito D. Antonio Capmany criticó la primera que vio la luz pública y se anunció en 15 de mayo de 1798, con el juicio que era de esperar de su vasta literatura. Léase el comentario de glosas críticas y jocoserias que escribió en el mismo año con este motivo. Allí se verán los errores que comprende, no solamente en la dicción poco culta y mal gusto de la frase, sino en la inexactitud de la versión de gran número de palabras. […]

Tales defectos distan demasiado de la perfección para que puedan disimularse. Pero todavía contiene otros muchos, que podrán verse en el comentario de Capmany, el cual no es posible dejemos de recomendar a los que aspiren a traducir con perfección; porque no solamente establece reglas de exactitud, sino de pureza y buen gusto en la elocución castellana.

Otras traducciones se han publicado posteriormente; mas tampoco se encuentran exentas de [III] errores, ni corresponden al mérito del original, ni a los deseos de muchos que no pudiendo dedicarse a su lectura por desconocer la lengua francesa, apetecerían una versión correcta que pusiese a su alcance el fuego y gallardía con que describe Fénelon.

No por ello se crea que consideramos esta perfecta: no por cierto. Se leerán en ella muchos defectos; pero cúlpese a lo limitado de nuestras luces, porque tales y tantas son las dificultades que se presentan en la traducción de obras de esta clase, que es arduo el empeño de traducirlas. Las históricas, didácticas, políticas, etc., ofrecen grandes obstáculos; mas puede ser bastante el conocimiento de las dos lenguas, y de la materia que haya de tratarse, y traducirse hasta cierto punto literalmente. Pero en las ingeniosas, como lo es esta, solo debe quedar la idea, la invención, el enlace, los pensamientos y el estilo en que se escribieron; de consiguiente, ¿cuántas hay que vencer en la variedad de las imágenes, metáforas y figuras adornadas con las galas de la lengua cultivada por el que escribe? Tales versiones requieren feliz maestría en la locución, numen poético, fuego de imaginación, y estudio de la en que se traduce; porque ha de ser obra del que lo hace el gusto, propiedad y hermosura de la dicción, sin permitírsele trasladar las palabras sino las imágenes. Cuando así no se hace no se traduce, sino [IV] que con el auxilio del diccionario se calcan los verbos, artículos y demás partes de la oración, cual lo hacen los grabadores en los mapas y dibujos, según expresión del mismo Capmany.

Muchos habríamos evitado sin embargo, si nos hubiera sido dable usar de todas las licencias que se requieren para copiar con exactitud y viveza. Mas era nuestro objeto publicar una traducción que sin desviarse del texto en lo posible, para facilitar la versión de uno a otro idioma a los que se dedican a aprender el francés por la razón que hemos dado al principio, no adoleciese de los galicismos y corrompida locución que son tan frecuentes. Por ello, pues, hemos dejado correr defectos que hubiéramos procurado enmendar en otro caso.

Tal vez sea la causa principal de la multitud de malas traducciones que sirven de borrón a nuestra lengua, la falta de inteligencia de los maestros que se dedican a enseñar la francesa sin poseerla bien acaso, ni haber cultivado aquella; pues de aquí nace que se limitan a la correspondencia material de las palabras, estableciendo un gusto pésimo en el uso de ellas. […]

[VI] Hemos hecho estas indicaciones no por vana ostentación, sino como una prueba de que, si bien esta traducción no es perfecta, ni puede serlo por carecer de la suficiencia que para ello se requiere, hemos procurado desempeñarla con la pureza de lenguaje que ha estado al alcance de nuestras cortas luces. Juzgue de ello en buena hora el público ilustrado; mas persuádase también de la rectitud de nuestras intenciones, y de la sinceridad con que desde luego confesamos los errores que hayamos podido padecer, en medio de otras tareas inseparables del lugar que ocupamos.