Felipe David y Otero: «El traductor»
Elisabeth Polier de Bottens, Madame de Montolieu, Carolina de Lichtfield. Puesta en castellano por D. F. D. O. Segunda impresión, Madrid, Imprenta Real, 1802, I, III–XX.
Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 351–353.
[III] Carolina de Lichtfield, novela escrita en francés, suena compuesta por Madama de *** y publicada por el traductor del Werther.
Es el Werther otra novelita del poeta alemán Goethe, consejero íntimo del duque de Weymar; y ha merecido tales créditos, a lo menos en su traducción francesa, que el editor de la Carolina no toma para darse a conocer otro nombre ni dictado que traductor de aquélla, [iv] de la cual se hace mención en el segundo tomo de ésta. El traductor del Werther es el ciudadano Aubrí; pero no he podido averiguar quién sea la ingeniosa autora de Carolina de Lichtfield, y sólo sé que ha publicado otras novelas igualmente celebradas. A la verdad, esta averiguación no importa mucho a los lectores, los cuales deben contentarse con que la obra sea entretenida y honesta, y que divierta decentemente, pues con esto solo producirá algún aprovechamiento. […]
[XI] Dióse a luz la Carolina el año de 1786, en el cual tuvo dos ediciones en París, y otra a lo menos el siguiente: la primera en 12º que suena de Londres: la segunda igualmente [XII] en 12º por los libreros asociados de París; y la tercera en 16º con estampas, que suena también en Londres y es de la colección de Cazin; de forma que logró tal aceptación que en menos de dos años se imprimió tres veces solamente en París. Reimprimióse allí en tres tomitos en 12º con estampas el año 1796, que fue el mismo en que se publicó la primera edición castellana. Los papeles literarios franceses de aquel tiempo hicieron de ella muchos encomios; y otra prueba de su celebridad es haberse grabado [XIII] estampas de varios pasajes y asuntos suyos, las cuales se venden y andan sueltas en colección, separadamente de la obra y en tamaño grande.
Quizá debía yo dejar aquí la pluma sin hablar de la traducción, pero quiero decir algo de mi trabajo. Una de las grandes bellezas del original consiste en el encanto del estilo, encanto que así como en general es poco conocido, es también lo más difícil de volver a otro idioma: no parece dable escribir con más soltura, más primor y gallardía. El original [XIV] encanta; pero ¿la traducción?… «El traducir de una lengua en otra (dice Cervantes) como no sea de las reinas de las lenguas griega y latina, me parece que es como quien mira los tapices flamencos al revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se ven con la lisura y la tez de la haz».* Así es que se [XV] columbran los personajes, el asunto y los colores, pero todo en confuso: desaparece la exactitud del dibujo, el brillo de los matices y la limpieza de la ejecución. Yo me he esmerado en que la mía saliese como una estampa respecto a una pintura, que puede todo conservarlo excepto el colorido; y aun para que tenga algo de esto he iluminado lo mejor que he podido mis cuadros, procurando darles los propios colores que tienen en el original. [XVI] Sería vanidad pensar que he acertado en los más; pero ruego a los señores críticos que gusten ejercer su talento en esta traducción, se sirvan primero ensayarse en traducir algunas hojas del original; y si quedasen justamente satisfechos de su trabajo, censuren entonces el mío. También he procurado corregir esta segunda edición, en lo cual no ha dejado de servirme un sujeto que ha hecho particular estudio de la lengua castellana, y que en medio de sus ocupaciones se encargó de pasar la vista por la obrita y darle algunos [XVII] toques. Muchos más necesitaba. Al enmendarla yo, noté errores muy substanciales de imprenta y hallé defectos en el lenguaje. En cuanto a la impresión, sale ahora mucho más correcta. En el estilo se ha mejorado algo; pero conozco que aún queda bastante que pide corrección. Algunos defectos que veo no acierto a enmendarlos sin faltar a la gracia y a la fuerza de expresión del original: otros no alcanzo a verlos, y éstos sin duda serán en mayor número. Sirva de disculpa de algunos la dificultad de la [XVIII] obra. Pocas he leído tan difíciles para su versión como ésta. He traducido los pensamientos más bien que las palabras y, en vez de atarme a la letra, he trabajado con la posible libertad, bien que atendiendo siempre a no alterar el sentido y cuidando sobre todo de no acomodarla a nuestras costumbres, pues que se trata de pintar las de Prusia y no las de España.
Este mismo cuidado, el no ser común en las novelas castellanas el modo de dialogar cortado, rápido y a medias frases, como en esta y otras muchísimas de afuera: [XIX] el usar, quizá con demasía, de todas las figuras retóricas y del estilo declamatorio para la simple narración, y aun el modo, estoy por decir, de concebir los pensamientos; todo esto, digo, dará tal vez un sabor extranjero a la traducción. Mas, por una parte, no he encontrado obras nuestras que pudiesen servirme de modelo, a no echar mano de algunos retazos de comedias; y por otro lado juzgo que no es aquel sabor un defecto en las traducciones. Así pensaba también el segundo traductor francés del D. Quijote, que dice deben oler [XX] algo a sus originales;** pero entiéndase que esto ha de ser sin excederse y sin perjuicio de las voces, y mayormente de la frase, que siempre ha de quedar pura y castiza. Dichoso el traductor que esto consiga.
* Don Quijote, parte segunda, capítulo lxii. Don Esteban de Villegas, en el prólogo a su traducción de Boecio, dice lo mismo en estos términos: «Las traducciones son de la condición de los tapices vueltos al revés, que descubren las figuras, pero llenas de borlas y de hilachos». Atribuye Villegas esta comparación a don Diego Hurtado de Mendoza sin citar la obra en que está; y en las que yo he leído suyas no la he hallado. D’Alembert, que también la trae, la tomó sin duda de Cervantes.
** On y trouvera (dans la traduction du Don Quixotte) quelques endroits qui sentent encore l’espagnol: mais outre qu’il y a des choses qui échapent, j’ai crû qu’une traduction doit toujours conserver quelque odeur de son original, et que c’est trop entreprendre que de s’écarter entièrement du caractère de son auteur. Édition d’Amsterdam, 1700.