García Arrieta 1800

Agustín García de Arrieta: «Advertencia del traductor»

August von Kotzebue, La misantropía y el arrepentimiento. Drama en cinco actos, en prosa, del teatro alemán de Kotz–Büe: refundido por la ciudadana Molé, actriz del teatro francés, y traducido fielmente por D. A. G. A., Madrid, Fermín Villalpando, 1800, 3–12.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 55–58.

 

[5] No puedo yo expresar todo el efecto que en mi ánimo hizo la lectura de La misantropía y el arrepentimiento; solo diré que me resolví desde luego a traducir este drama a nuestro idioma, persuadido de que debe este enriquecerse con una de las más preciosas producciones de nuestro siglo y que más honor hacen a la humanidad. Si este es un elogio desmedido, díganlo las almas sensibles a quienes tantas y tan dulces lágrimas ha costado su representación. […]

[6] Yo he sido uno de ellos, y si bien produjeron en mí los mismos efectos que en los demás espectadores el fondo y las bellísimas situaciones de la pieza, no puedo menos de confesar por otra parte lo mucho que me mortificó el verla tan estropeada, manca y cercenada por el traductor del teatro. No es para este lugar hacer una circunstanciada crítica de dicha traducción en verso, pues debería abultar mucho más que esta; y así solo me contentaré con apuntar sus más capitales defectos, y manifestar de paso la necesidad de dar al público, que tan bien ha sabido apreciar el mérito de dicha pieza, una traducción digna de él, del honor de nuestra literatura, exacta y correspondiente al mérito del original, y en el mismo estilo en que ha sido escrita y refundida para la escena francesa por la célebre actriz la ciudadana Molé.

Todos los que hayan leído la pieza francesa saben muy bien que está dividida en cinco actos; y que semejante división nada tiene de arbitraria, sino que antes bien es muy precisa para conservar la verosimilitud teatral en toda la serie y progresos de la acción, como también la unidad de esta y de lugar en todos y cada [7] uno de los referidos actos. Donde más palpablemente se ve esta necesidad es en el acto segundo, en el cual es necesario mudar el lugar de la escena, desde las inmediaciones de la quinta a un salón de esta. Nada es tan natural como dar lugar a esta mutación por medio de una pausa o intervalo que forme la división del acto primero y el segundo. Así lo pensó muy juiciosamente y lo practicó la ciudadana Molé. Mas el traductor del teatro, sin pararse en estas consideraciones, tan obvias como justas, da este primer golpe mortal a la pieza, formando de los dos primeros actos uno solo, y cometiendo el monstruoso absurdo de hacer que los personajes muden repentinamente de sitio; lo cual trunca desde luego toda la ilusión teatral.

Lo mismo digo de la reunión que ha hecho del acto cuarto y el quinto; pues aunque en estos dos, igualmente que en el primero y tercero, es estable la escena, sirven, no obstante, para dar tiempo a que sucedan los demás lances o acciones subalternas que preparan el desenlace de la principal, o a lo menos, para que se figure el espectador que pueden haber sucedido, en virtud de los intervalos que deben mediar entre acto y acto, los cuales pueden muy bien equivaler a horas en la mente de aquel. Lo contrario es atropellar la acción en sus partes, violentarla y hacerla [8] inverosímil; y esto es lo que ha hecho el traductor del teatro. ¿Y qué diremos de la supresión de escenas y de la voluntaria refundición de unas en otras? Esta es una licencia que se ha tomado más de una vez el tal traductor, con notable detrimento del plan de la pieza. […]

[9] Dejo aparte la excesiva y perjudicial libertad que se toma generalmente dicho traductor en la versión de un gran número de pasajes. Casi nunca guarda exactitud en los conceptos; unas veces suprime ideas enteras, por huir el trabajo de traducirlas; otras las altera o disloca: aquí añade de su cosecha, allí amplifica, acá cercena, acullá pospone o bien sustituye sus expresiones a las del original, de suerte que más parece remedo que traducción de comedia. Y lo más gracioso de todo es que a veces se deja traslucir que ha pretendido enmendar la plana al autor de la pieza; operación que, a ser necesaria, como no lo es, después del gran trabajo que para su arreglo ha empleado la ingeniosa e incomparable Molé, debía dejarla nuestro buen traductor para quien tuviese todo el talento y delicadeza de esta insigne actriz. […]

[10] Nada diré de la manía de traducir en verso una pieza escrita originalmente en prosa. Esto ha hecho que la dicción salga lánguida y fría, y que casi nunca exprese las ideas y sentimientos con la energía, viveza, rapidez y frescura de colorido que tienen en su original. Pongamos un ejemplo. Todo cuanto habla el Misántropo es por lo común breve, fuerte y conciso, porque su carácter es hablar muy poco, y esto sentencioso y lleno de acrimonia; sus palabras son a veces un relámpago, un rayo que despide una nube preñada de electricidad. En estos casos debe el buen traductor poner todo su conato en traducir los conceptos con la mayor exactitud y precisión, y aun con las mismas sílabas que aquellos tienen en el original, si fuese posible. Esto, aunque difícil, es practicable en prosa; mas en verso es sumamente arduo, por no decir imposible, a no componer originalmente en este estilo una mano muy hábil y ejercitada. ¿Y qué es lo que le ha sucedido a nuestro traductor? Ha querido expresar muchos de estos conceptos, en que reinan a competencia la brevedad y valentía de la dicción, y como no le cabían en uno o dos versos solos, ha tenido unas veces que amplificarlos, [11] otras los ha expresado con voces equivalentes, en lugar de las propias, porque estas no le venían al asonante; y de aquí el ripio, la perífrasis, el quid pro quo, y en fin, la languidez, la inexactitud, la frialdad y la falta de nervio.

¿Hasta cuándo ha de durar entre nosotros el prurito y ciega rutina de traducir y componer las comedias en verso, cuando las demás naciones cultas escriben ya y representan en prosa casi todas las mejores suyas? ¿Será que la prosa no es susceptible de todas las gracias del estilo, y de toda la expresión de los varios afectos del ánimo? Si la comedia es un cuadro fiel de la vida privada de los hombres; si su objeto es copiar al natural sus acontecimientos serios, funestos, alegres o ridículos; sus pasiones, sus caprichos, sus modos de tratar y conversar unos con otros sobre los varios negocios e intereses de la vida, ¿qué estilo es más natural y adecuado para pintar y expresar al vivo todo esto que la prosa? Porque al fin, en esta conversan siempre los hombres, y no en verso; y la mayor parte de los argumentos de comedia exigen ser tratados más bien en aquella que en este, pues ganan muy mucho en ello por parte de la naturalidad.

Pero no nos detengamos ya más. Lo dicho basta para dar al público una idea [12] en general de la menguada traducción que de La misantropía y el arrepentimiento ha dado al teatro su traductor. El que quiera cerciorarse de la verdad de cuanto llevo dicho, y de otros muchos defectos que omito, coteje dicha traducción con el original francés, o con la que ofrecemos fielmente arreglada y conforme a él, y echará de ver cuán trastornada y desfigurada se ha ofrecido al público dicha pieza. Sin embargo la ha recibido este con el mayor interés y entusiasmo, y solo ha dejado de asistir a su representación cuando esta se ha suspendido; lo cual es una prueba más de su gran mérito intrínseco y de que el pueblo (a quien se calumnia de bárbaro y monstruoso, porque asiste a ver representar monstruosidades, cuando no le ofrecen otra cosa) es sensible, es justo, y sabe apreciar lo bueno, de cualquier modo que se le presente. A la verdad, si siempre se representasen en el teatro dramas semejantes al de La misantropía y el arrepentimiento, a él debería acudir como a verdadera escuela de las costumbres públicas, seguro de hallar en él la más culta, útil y racional diversión.