Lamberto Gil: «Prólogo del traductor»
Luis de Camões, Los Lusíadas, poema épico de Luis de Camoens, que tradujo al castellano don Lamberto Gil, penitenciario en el Real Oratorio del Caballero de Gracia de esta Corte, Madrid, Imprenta de D. Miguel de Burgos, 1818, I, 5–14.
Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 74–75.
[9] Vemos pues que no solo se multiplicaron las traducciones del Camoens en los siglos XVI y XVII, sino que a fines del siglo XVIII, esto es, en aquella época en que más generales se habían hecho los conocimientos, en aquella época en que más se había perfeccionado el gusto, en aquella época en que con más empeño los soberanos protegían y los hombres de talento cultivaban la literatura y las ciencias, la Italia, la Francia, la Inglaterra procuraban enriquecerse con nuevas traducciones del Homero portugués.
Solo la España, que cuando ninguna de las demás naciones había siquiera pensado en trasladar Los Lusíadas a sus respectivos idiomas tenía ya tres traducciones en verso, es la que ahora apenas puede leerlos. Porque las traducciones antiguas, además de que, como dice Faria, son todas tan malas [10] que exceden la infelicidad de toda traducción que se hace de escritura en verso, se han hecho ya tan raras que apenas se halla un ejemplar de ninguna de ellas; y el idioma portugués (tal vez por lo mismo que es para nosotros tan fácil) se estudia en España menos que el francés, el inglés, el italiano y aun el alemán. Hemos creído pues que haríamos un servicio útil a nuestra patria si le presentábamos una nueva traducción de esta obra.
No dejamos de conocer cuán difícil es el traducir un poema, particularmente cuando la traducción se hace en verso; y quisiéramos que jamás se hubiera pensado en traducir esta clase de escritos. Las poesías, según nuestra opinión, jamás deben leerse sino en el idioma en que se escribieron, porque solo en él se conoce lo que valen, y porque su lectura debe ser la recompensa del árido trabajo que costó el aprender las lenguas. Pero ya que se ha hecho moda el traducirlo todo, ya que las demás naciones [11] se glorían de tener nuevas traducciones de este hermoso poema, ¿por qué no se ha de traducir al español, que es la única lengua a que puede trasladarse? En efecto, solo con mudar la ortografía quedará la mitad del poema en castellano, y no se necesita más que traducir la otra mitad, que es lo que nosotros hemos procurado hacer. No nos corresponde juzgar del grado de perfección que habremos dado a nuestro trabajo; pero siempre habremos hecho un servicio al público si esta traducción es, como esperamos, menos defectuosa que las anteriores.
Las traducciones antiguas son defectuosas porque los que las hicieron muchas veces parece que no entendieron bien al poeta, y le hicieron decir cosas muy ajenas de las que él había dicho; porque su versificación es tan dura que en ninguna de ellas hay media docena de octavas seguidas que puedan leerse sin lastimar los oídos del que las escucha; y porque están llenas de voces que [12] o no son castellanas, o son bajas y poco dignas de la poesía épica.
Para evitar en nuestra traducción estos escollos hemos procurado penetrarnos bien de la mente del poeta, leyéndolo en las mejores ediciones y consultando a los que lo han comentado con más acierto. Después de haber hecho cuanto estaba de nuestra parte para que la versión fuese tan exacta como fluida y armoniosa la versificación, la cotejamos octava por octava y verso por verso con las tres traducciones de Caldera, Tapia y Garcés, corrigiendo nuestra traducción según las suyas siempre que habían sido más felices que nosotros. Algunas veces no hemos tenido inconveniente en servirnos de algunas palabras anticuadas, sí, pero bien conocidas de los que manejan los poetas; palabras que no hubiéramos usado en una composición enteramente nuestra, pero que nos fue preciso emplear en esta traducción para aproximarnos en cuanto fuese posible al texto portugués. En el original [13] hay muchas octavas asonantadas, y otras compuestas de versos agudos; las hemos mudado cuando hemos podido hacerlo cómodamente, aunque otras veces las hemos dejado como están en portugués, sacrificándolo todo a la exactitud.
Algunos se han quejado de que el poeta, al describir los agradables entretenimientos de aquella isla divina que presenta en el canto ix, atendiendo solo a los sentidos alegóricos, presenta a los lectores modestos algunas imágenes poco decentes. Los antiguos traductores del Camoens, que vivieron en un siglo de tanta religión y de costumbres tan puras, no hallaron inconveniente en traducir todo aquel libro literalísimamente. Pero como cuanto más se desmoralizan los hombres tanto más delicados y escrupulosos son en el uso de las palabras, hemos creído que las circunstancias del lugar y tiempo en que se publica esta traducción exigían imperiosamente que cubriésemos algunas de aquellas imágenes con un ligero velo; y así, [14] aunque hemos conservado la idea del poeta, para expresarla hemos elegido aquellas palabras que la presentan con más rebozo y disimulo.
Como este poema está lleno de alusiones históricas, geográficas, mitológicas, etc., hemos explicado aquellos lugares que pueden ser oscuros al común de los lectores con algunas notas. Y en fin, para que nada quede que desear, añadiremos algunas noticias históricas sobre el poeta, el juicio crítico de Los Lusíadas, y una sucinta relación del viaje de Vasco de Gama a la India.