Llorente 1882

Teodoro Llorente: «Carta que puede servir de prólogo para esta traducción. A Vicente W. Querol»

Johann Wolfgang von Goethe, Fausto. Tragedia de Juan Wolfango Goethe traducida por D. Teodoro Llorente, Barcelona, E. Doménech y Cía., 1882, i–xxviii («Biblioteca Arte y Letras»).

 

[i] Tu famoso Doctor sale de nuevo a campaña, por esas tierras españolas, vestido a la usanza de los galones de Cervantes, de Lope y Calderón: gallarda usanza, si la gentil ropilla no le ajusta desgarbadamente por los pecados de un mal sastre de remiendos. […]

[iii] En nuestro punzante afán, hallábamos pálidas, desabridas, insuficientes las traducciones españolas o francesas de esos autores, queríamos penetrar más adentro en sus obras fascinadoras, comprender y forzar su sentido literal, encontrar y absorber la médula de su pensamiento; y cuando veíamos ante nosotros el texto original, aquellas palabras exóticas y enrevesadas, henchidas de sílabas impronunciables, nos provocaban y atraían, como a Edipo la Esfinge tebana, y con el arranque de la mocedad nos lanzábamos a descifrar aquellas para nosotros sacratísimas letras. ¿Para qué las gramáticas, empedradas de reglas enfadosas, ni los ordenados vocabularios? Nuestra impaciencia no consentía más que el indispensable lexicón para buscar el sentido de las palabras desconocidas. […]

[iv] Presentábase como imperdonable profanación todo apartamiento, no ya de la idea del [v] autor, sino de la expresión o del molde en que la vaciara: consideraba libertad excesiva y hasta licencia pecaminosa todo aquello en que la frase traducida se separaba –como había de separarse muchas veces en una versión rimada– del texto original. Esto, aparte de la difícil compresión de algún punto obscuro [….], impúsome un trabajo minucioso, reflexivo, frío, de corrección y de lima, con el cual no sé si habrá granado o perdido la traducción. Habrá ganado, desde luego, en fidelidad y en expresión exacta; pero me ha sucedido con frecuencia tener que sacrificar a esas condiciones los versos que me parecían más agradables, tener que rehacer con dificultad trabajosa trozos en los que había corrido fácil la pluma, dándoles cierto carácter de naturalidad espontánea.

[xxiv] La traducción en prosa de un libro escrito en versos podrá satisfacer al conocedor consumado, que rehace en su imaginación la obra primitiva, pero no contentará a la generalidad del público. ¡Extraño encanto el del ritmo y la rima! Parece cosa pueril, artificiosa, insignificante, y sin embargo responde a algo tan propio de nuestro ser, que sin ella pierde gran parte de su atractivo la poesía, aunque parece que ésta consista en cualidades más sustanciales e intimas del pensamiento. Por eso nos deja siempre fríos y descontentos cualquier obra poética traducida en prosa. Lo peor del caso es que, si aun en prosa difícilmente se traducen esas obras, trasladar los versos de un idioma a otro, sin desnaturalizarlos por completo, es casi imposible. Preciso sería, para hacerlo bien, que fuese tan poeta el traductor como el traducido. […] [xxv] Algo más osado que M. Nerval, arriesgo yo la traducción en verso. […]

[xxvii] Posible es que, impresionados algunos de mis lectores por el tono enfático y la disposición aparatosa de las escenas de la ópera, queden sorprendidos y descontentos de la natural sencillez con que esas mismas escenas se presentan en el [xxviii] poema; pero pronto quedará vencida esa prevención por la superioridad de un arte tan profundo como parco, si por fortuna he acertado a trasladar al castellano con exactitud el pensamiento del autor, y de una manera aproximada el tono que dio a su expresión. No es difícil lo primero; sí lo segundo; y en vencer esa dificultad me he esforzado. Impedir que decaiga en trivial lo natural, solo es dado a ingenio de mucha valía, y desconfío de haberlo conseguido. Mi propósito ha sido dar carta de ciudadanía en nuestra patria literaria a la gran creación de Goethe; y entiendo que para ello no basta poner en palabras castellanas elegantes y significativas, lo que escribió en lengua germánica el insigne vate: hay que acomodar la expresión a la índole peculiar de nuestra Poética; hay que darle sabor verdaderamente castellano. Tratándose de un poema de forma dramática, no podía ni debía olvidar la enseñanza de nuestro glorioso teatro, de aquel Fénix de los ingenios, de aquel ilustre Calderón, tan admirados por el mismo Goethe. El diálogo escénico está formado en España por esos modelos inmortales y paréceme que no es impropiedad ni irreverencia seguir, aunque de lejos, sus huellas para sacar a las tablas las figuras más famosas del Parnaso alemán. No quiero decir con esto que trate de añadir a la obra traducida galas impropias de ella, sino que, en la elección de metros, en el aire y en el tono de las escenas, en algunos giros del estilo, he seguido la escuela de nuestra dramática nacional, para que, como decía al principio, vistan a la usanza española los personajes de Goethe.