Teodoro Llorente: «Enrique Heine y su Libro de los Cantares»
Poesías de Heine. Libro de los Cantares. Traducción en verso, precedida de un prólogo por Teodoro Llorente, Barcelona, Daniel Cortezo, 1885, VII–LIII («Biblioteca Arte y Letras»).
[XLVIII] No he de juzgar yo los ensayos que desde entonces se han hecho en España para traducir a Heine: diré solamente que, sino todas, la mayor parte de estas versiones no proceden del original alemán, sino de la traducción francesa, lo cual, si no es obstáculo insuperable para el acierto, lo dificulta mucho.* El fallo supremo del público no ha sancionado como definitivas las traducciones hasta el día publicadas, y deja abierto el camino a los que, por afición a estos trabajos, aunque desconfiados de salir airosos donde otros tropezaron, emprendemos tan ardua tarea. Por lo que a mí toca, aliéntame la indulgencia con que ha sido tolerado mayor atrevimiento: en quien ha puesto la mano en el Fausto de Goethe, no parecerá tan grave desacato rehacer en nuestro idioma las poesías de Heine. Debo confesar, sin embargo, que la obra no es menos ardua: hay en el vate de Dusseldorf` una difícil facilidad que engaña. Le caracterizan la naturalidad de la expresión, la limpidez del estilo, la sobriedad del lenguaje, la ausencia completa de toda ampulosidad, de toda afectación, de toda vana retórica. Son sus canciones, de muy pocos versos casi todas ellas, como diminutas y transparentes copas de purísimo cristal de Bohemia, con elegancia suma talladas, en las que brilla y centellea un sorbo de licor, dulce y embriagador, unas veces, como la ambrosía de los dioses, amargo otras veces, como el absintio de los hombres. Servido en el rústico cacharro de una mala traducción, ha de perder la mitad de su atractivo por lo menos. La dificultad de conservar el laconismo y la pulcritud de esa forma, tan artística y tan natural al mismo tiempo, es el escollo en que han tropezado todos los que han traducido a Heine en castellano. Tiene la lengua alemana copiosísimo caudal de palabras compuestas; expresa con una sola de ellas las ideas más complejas; pinta un cuadro con una sola pincelada. Esto le da cierta semejanza con la griega, y permite, como aquel idioma, enriquecer el lenguaje poético con frases de sorprendente belleza, que adquieren tanta flexibilidad como brillantez cuando maneja ese idioma un artista de la palabra como el autor del Intermezzo. Hed aquí un ejemplo: en El Mar del Norte nos dice que bebiendo en la taberna de Bremen, ve dentro del vaso todo lo que sueña su fantasía, y sobre todo ello, la imagen de su amada: Das Engelköpfchen auf Rheinweingoldgrund, «aquella cabeza–de–ángel, sobre el–fondo–de–oro del–vino–del–Rhin». Cuatro palabras no más, y un solo verso en el texto original: pruebe el lector a decir lo mismo en castellano, y verá cómo necesita dos versos por lo menos y una docena de palabras.
[XLIX] Una traducción en verso no puede ser más que una aproximación a la obra traducida; puede quedar el traductor a cien leguas de ella; puede acercarse mucho, pero nunca bastante para cumplir completamente su propósito. Hay también diversas maneras de hacer estas traducciones, desde la imitación y la paráfrasis, que sólo toma los pensamientos capitales del autor para darles expresión distinta, hasta la [L] traducción ceñida y literal, que adopta la misma forma métrica del original y ligue su frase y su dicción, en cuanto es posible. En mi sentir la traducción poética exige la reproducción exacta de los pensamientos y las imágenes de la obra traducida, pero también la incubación propia de esas imágenes y esos pensamientos en el idioma del traductor. No basta poner palabras castellanas en lugar de las alemanas, ni substituir la sintaxis de una lengua por la de otra: hay que adivinar cómo hubiera dicho en castellano el autor alemán lo que se intenta traducir, si en lugar de su idioma natal hubiera hablado el nuestro. Este procedimiento es el que usé en la traducción del Fausto; y el mismo he seguido ahora, porque alguna objeción que se me ha hecho no ha podido convencerme de que fuera vicioso o improcedente.
* El mismo Museo Universal insertó en 1867, núm.º XVIII y siguientes, una traducción del Intermezzo, en verso, de D. Manuel Gil Sanz; lleva la fecha de 1861. En 1873 se publicó en Madrid, con el título extraño e impropio de Joyas prusianas, Poemas de Enrique Heine, un volumen de traducciones, también en verso, de D. Manuel María Fernández: este escritor tiene la franqueza de confesar que traduce del francés. Contiene su obra el Intermedio, el Regreso y la Nueva Primavera. El mismo año, en uno de los tomitos de la Biblioteca Universal, entre otras Poesías líricas alemanas, vertidas al castellano por Jaime Clark, se incluyeron cincuenta y un cantares y siete romances o leyendas de nuestro poeta. Son estas versiones muy superiores a las anteriores por estar más ceñidas al texto original y mejor comprendido el sentimiento del autor, pero es pobre la forma poética castellana. La acreditada Biblioteca Clásica, que publica D. Luis Navarro, ha dado en 1883 un tomo de traducciones en verso de obras de Heine, con el título de Poemas y Fantasías. Comprende el Intermezzo, El Mar del Norte, El Regreso, Nueva Primavera y Hojas caídas, y es el traductor el joven y aventajado poeta valenciano, mi querido amigo D. José J. Herrero, que se propone dar en un segundo tomo, Alta Troll, Germania, el Romancero y otras obras del mismo autor. No he podido ver una traducción del Intermezzo publicada, según me dicen, en una revista literaria, por D. Ángel Rodríguez Chaves; ni otra del reputado literato americano Sr. Pérez Bonalde. Éste va a publicar en Nueva York todo el Buch der Lieder, traducido en verso.