Ramón López Soler: Los literatos de hogaño. Carta escrita a un principiante en la carrera de las letras por don Ramón Soler, Madrid, Imprenta que fue de Fuentenebro, noviembre de 1833, 60 pp.
Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 137–138.
[24] Pues no digo nada del primer paso o el primer ensayo para entrar en el santuario de [25] las letras y pertenecer al gremio de los escritores, que es la traducción francesa. Ya sé que tú conoces toda la dificultad del bien traducir, y que las traducciones, esto es, aquellas únicamente que son del todo útiles para el adelanto de las ciencias o para la ilustración general, están reservadas y deben reservarse para el último periodo de la edad, pues que con los sazonados frutos que da el otoño del saber pueden más fácilmente los escritores presentar traducciones propias, fieles y dignas de ocupar el lado de las inimitables producciones de nuestros autores clásicos. Por lo mismo ya te veo venir, y seguramente te diría que tienes mucha [26] razón; pero sábete que la señora razón, si es que no ha muerto debe estar jubilada mucho tiempo hace, y acaso decrépita e inhábil para alternar con nosotros. […] Volviendo a las traducciones, [27] y creo que acabarás de convencerte, yo conozco varios sujetos que tienen fama y nombre de literatos, cuyos nombres han lucido en letras muy gordas por todas las esquinas de Madrid, y a quienes se tiene, conoce y reverencia por autores graves y escritores profundos; pues mira, si se examina el largo catálogo de todas sus obras, y se desmenuzan y analizan todas sus tareas, no se hallará más original que el prólogo o la advertencia puesta al frente de alguna de sus traducciones, y en la mayor parte de las que han publicado, ni aun ese pequeño trabajo han querido tomarse. […]
[55] Otras veces se hace grande empresa, como por ejemplo, la traducción de novelas de sir Walter Scott o cosa semejante; y para esta grande obra se necesita nada menos que toda la cooperación, todo el celo y toda la sabiduría de una Sociedad de Literatos. Bajo una sombra tan grata y tan espaciosa, y a merced de tan respetable e ilustrado concurso, ¿cómo no [56] ha de esperarse una traducción o composición brillante, fluida, castiza y elegante? Pues ni por esas: la Sociedad de Literatos con toda su profundidad y madurez no queda exenta del cólera epidémico y contagioso que aqueja a la mayor parte de los traductores. Atraído el público con esa pomposidad y superabundancia de colaboradores y deslumbrado con esa furiosísima batería literaria, acude como moscas a la miel a suscribirse a las librerías: estas grandes empresas son siempre por suscripción. Pero a los muy pocos tomos se descubre toda la hilaza de la tramoya: la gente se cansa, los suscriptores se retiran y, retirados estos, se [57] lleva el diablo la empresa, los empresarios y los colaboradores.