Martínez de la Rosa

Francisco Martínez de la Rosa: «Advertencia»

Horacio, Traducción de la Epístola de Horacio a los Pisones sobre el Arte Poética. Por D. Francisco Martínez de la Rosa, París, Imprenta de Julio Didot, 1829, 5–8.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 84–85.

 

Esta Epístola de Horacio, la más célebre tal vez de sus obras, encierra en breve término tantos y tan útiles preceptos, que continúa reputada al cabo de veinte siglos como código del buen gusto, al que recurren frecuentemente los poetas para su enseñanza y los críticos para fundar sus fallos. No parece, sin embargo, que se propusiese su autor obra tan importante; y lejos de componer un poema didáctico, que abrazase con orden una colección completa de preceptos, solo intentó exponer algunos en esta Epístola, dirigida al cónsul Lucio Pisón y a sus dos hijos.

Esta circunstancia basta por sí sola para absolver a Horacio de varios cargos que le han hecho los que han juzgado su obra bajo un concepto que no tiene: no es un Arte poética, sino una Epístola, exenta por su propia índole de observar método riguroso, y en que ha dejado el autor correr la pluma con el desembarazo y libertad que tan bien asientan a tales escritos. Así es que Horacio, sin salir nunca del tono conveniente, luce en esta obra la amena [6] variedad de su ingenio, pasa con frecuencia del estilo grave al festivo, salta de un objeto a otro sin señalar el vínculo que los eslabona, y desciende a veces a circunstancias y pormenores triviales; en una palabra: no se presenta como un maestro grave que quiere dar lecciones, sino como un poeta fácil que escribe a sus amigos.

Mas ese mismo carácter de esta composición aumenta en sumo grado la dificultad de traducirla: no parece sino que en las lenguas vivas se percibe más el desorden y desaliño en que a veces incurre Horacio; y de cierto resalta más vivamente, por el común uso, la falta de nobleza de algunas imágenes y expresiones. Por otra parte, si se aspira a imitar la rapidez y concisión del original, se incurre casi irremediablemente en una oscuridad molesta; y si, por evitarla, se deslíen los conceptos, la traducción resulta tan desustanciada que pierde, por decirlo así, el sabor a Horacio.

Lejos estoy de lisonjearme de haber evitado uno y otro escollo en esta traducción, a pesar del esmero con que trabajé en ella, hace unos nueve años, y con que he procurado ahora darle la última mano antes de publicarla; pero sea más o menos imperfecta, he creído que sería de provecho a la juventud estudiosa (en vez de cansar su atención con las interminables disputas sobre las variantes del texto, y con la [7] diversa inteligencia que dan los autores a los puntos más dificultosos) presentar un sucinto análisis de esta obra, en que se indique la trabazón de las ideas, cuando pueda percibirse, se expliquen los pasajes oscuros, y se exponga la razón en que se funden los preceptos de Horacio; cotejándolos para su mejor inteligencia con los que antes de él había ya enseñado Aristóteles.

Ocioso parecerá acaso este trabajo a los que versados en la materia hayan desentrañado el original, y recorrido las obras de tantos célebres humanistas como han traducido y comentado esta Epístola, dentro y fuera de España;* pero probablemente no será inútil ofrecer a los alumnos una Exposición razonada y sencilla de las reglas que se les prescriben, disipando la oscuridad que pudiera detener sus pasos, y dándoles las noticias indispensables, sin abrumarlos con el peso de una molesta erudición.

* Solo de traducciones en verso castellano tengo noticia de cinco. La de Vicente Espinel, publicada por primera vez en 1591, e inclusa luego en el Parnaso español. Otra, de la misma época, hecha por don Luis Zapata, y tan poco conocida, que dice de ella el erudito don Tomás de Iriarte que «fueron inútiles sus diligencias, y que ni aun en la Biblioteca Real de Madrid pudo encontrar ese libro, que sin duda es raro», está sin embargo en la Biblioteca Real de París, donde la he hallado, unido a las Flores de poetas ilustres de Pedro de Espinosa (Y 6390). Dicha traducción de Zapata aparece impresa en Lisboa, año de 1592. La del jesuita José Morell, que salió a luz en Cataluña, a fines del siglo XVII. La que en el próximo pasado hizo el mencionado don Tomás de Iriarte. Y la que ha publicado en estos últimos años, con la versión de las demás obras de Horacio, don Javier de Burgos.