Ródenas 1803

¿Pascual Genaro Ródenas?: «Advertencia»

François–René de Chateaubriand, Atala, o los amores de dos salvajes en el desierto. Por Francisco Augusto Chateaubriand. Traducción castellana, Valencia, Imprenta de José de Orga, 1803, I–IV.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 357–359.

 

En los traductores es tan disculpable como común el hablar con entusiasmo de las bellezas que trasladan a otra lengua; al menos este placer debe contársele en parte del fruto de su trabajo. Yo podría detenerme también en hacer el elogio de la Atala, sin que se entendiese que usaba de este permiso; y aun debería lisonjearme de encontrar muchos que participasen del entusiasmo que excita en mí su lectura.

El mérito de esta novelita es bien conocido en Francia, donde se han multiplicado rápidamente sus ediciones, siendo de extrañar que no se haya traducido antes en España, a pesar de la aceptación que también ha logrado entre nosotros. El deseo de ver en nuestra lengua una obra tan digna de la atención de los literatos, me hizo vencer el desaliento que al principio me retrajo de emprender su traducción.

[II] He tocado muy de cerca las dificultades que ella presenta, para lisonjeare de que no se encontrarán defectos en la que doy al público hecha en los ratos de ocio que me dejan ocupaciones más serias y desagradables. Ninguna obra de su clase es más a propósito que ésta para crear expresiones poéticas y un lenguaje parecido al del cantor de Aquiles, o al del sublime y melancólico hijo de Fingal. En la Atala la expresión más común se halla convertida en una figura, en la boca del hombre de los desiertos; porque como han hecho notar escritores famosos, el hombre de la naturaleza pone todas sus ideas en imágenes. Pero esto es cabalmente lo que hace más difícil su traducción; habiendo el traductor de caminar siempre entre dos escollos, el de ser hinchado, o el de no expresar las bellezas y gracias del original; y viéndose precisado a buscar en el lenguaje ciertos giros nuevos, que [III] es forzoso dar a la expresión, para no hacer lánguida la idea del autor o quitarla su verdadero colorido.

No es esto disculpar los defectos de mi traducción, es poner a la vista sus dificultades; y aunque pudiera decir que no he tenido para corregirla escrupulosamente todo el tiempo necesario, esto no me eximiría de la crítica, si no soy tan desgraciado, que ni crítica merezco. Al menos habré tenido la buena elección de trasladar a nuestra lengua una novela original en su clase y de un estilo y gracia singulares; y acaso mi ejemplo animará a otro a dar una traducción digna de Chateaubriand.

A pesar de todo hubiera sufocado [sic] mis deseos, si no considerase que al fin el fuego de la sensibilidad que reina en la Atala y sus descripciones nuevas y sublimes, son bellezas que nunca llegará a desfigurar una mala traducción. En vano sería yo poco correcto y poco sublime; mi pluma debía copiar cuadros dignos de [IV] Rafael o del Tiziano, y era difícil borrar enteramente sus contornos y su colorido. Bien que para mi satisfacción, bastara que los amantes de las letras y de la naturaleza se complazcan en la escena nueva e interesante, que presenta el hombre de los desiertos, y el combate de su corazón agitado entre la religión y el amor. Estas pinturas agradarán siempre a todo hombre que tenga o sensibilidad o imaginación.

Del prólogo del autor he traducido sólo lo que contemplaba preciso para dar idea de la obra, omitiendo lo que tocaba directamente a su persona. En lo demás si no he sido tan feliz como quisiera en trasladar a nuestra lengua bellezas inimitables de descripción y de sentimiento; si en mi traducción no se ve aquella magia con que en boca de Chateaubriand enternece la expresión más sencilla y tal vez la más común, al menos podré decir con La Fontaine: «On le peut, je l’essaye: qu’un autre le finisse».