Sicilia 1827

Mariano José Sicilia: «Prólogo del traductor»

F.–R. de Chateaubriand, Las aventuras del último Abencerrage, por el vizconde de Chateaubriand, par de Francia, miembro de la Academia francesa; obra traducida libremente al castellano por don Mariano José Sicilia, antiguo catedrático de filosofía moral y de derecho público de la Universidad literaria de Granada, París, Librería Americana, 1827, 11–29.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 77–80.

 

Las obras del ilustre vizconde de Chateaubriand, cualquiera que sea el género en que este grande genio de nuestro siglo se haya producido, me han hecho siempre uno de sus admiradores más apasionados; en lo cual, además del mérito esencial que ellas tienen de suyo, me parece a mí que ha influido muy particularmente una cierta semejanza que encuentro yo [12] a su estilo con aquella energía original de pensamiento y con aquel género de invención inagotable que distingue a los buenos escritores españoles. Tal vez ha sido esta la causa de que todas las traducciones que se han hecho en español de algunas de sus obras se señalen por un mérito no común y por una propiedad y limpieza de dicción que no se encuentra en las más de las traducciones que se han publicado de otros autores franceses muy estimados. Yo he querido hacer la prueba de esta observación ocupándome en la traducción de la preciosa novela del [13] Último Abencerraje que acaba de darse a luz; y de tal manera me he sentido movido, como si me inspirase algún numen de los que fingían los poetas, por manera que en la abundancia de las ideas, de las imágenes y de los sentimientos que brotaban en mi fantasía a proporción que meditaba el original y trabajaba en su versión, me he visto embarazado para acertar a escoger, y no pasar la línea de las justas proporciones que debía tener esta obrita. El asunto del Abencerraje es sin duda fecundo; pero la imaginación de M. de Chateaubriand lo es infinitamente [14] más. No se pueden leer sus obras, sobre cualquier materia que sea, sin que se exciten y nazcan detrás de sus pensamientos una multitud de ideas nuevas y accesorias. La mayor parte de ellos son verdaderos gérmenes, y como una especie de polvo fecundizante que desenvuelve y hace fructificar maravillosamente la virtud reflexiva del espíritu. De aquí ha sido que, en lugar de una traducción rigorosamente literal, he hecho más bien una refundición española de esta linda novela. La lengua francesa es mucho más sencilla que la castellana, y la imaginación [15] de los franceses menos viva, aunque acaso más reglada que la de los españoles. La novela del Último Abencerraje no parece sino que ha sido concebida y pensada en español; pero aún le faltaba mucha gala para ser del todo española, lo cual no es una falta del autor, sino solo una diferencia del gusto particular de cada lengua, y de los medios, de la valentía y de las fuerzas respectivas de uno y otro idioma.

Tal vez por esta razón no se echarán menos en Francia los adornos y movimientos con que yo me he permitido avivar esta bellísima producción [16] del cantor de Atala; aunque, a lo poco que yo puedo juzgar, muchos de ellos se podrían adoptar también en francés, si se comparan a los que el autor ha empleado, tanto en la Atala, como en René y en el poema de Los mártires.

Acaso habrá podido también influir en el entusiasmo de que me he visto poseído en la traducción del Abencerraje la circunstancia de ser yo natural de Granada. El amor de la patria es una pasión fecundísima, y más de una vez he hecho en esta composición la experiencia de la verdad de aquellas cuatro líneas de [17] nuestro autor en su prólogo, cuando dice: «Fácilmente se verá que esta novela es la obra de un hombre que ha sentido todas las penas de la emigración, y cuyo corazón es todo de su patria».

En suma, sintiéndome aún con mayores fuerzas de las que yo hubiera querido para emprender mi trabajo, me propuse en él estos dos objetos principales.

El primero, hacer mi traducción en un estilo que ofreciese el estado actual de la lengua española, tan lejos de la construcción monótona y del color uniforme que le habían [18] dado al fin del siglo último una multitud de traducciones mal entendidas de la lengua francesa, como de aquella enmarañada y pedante estructura medio latina que le habían hecho tomar los más de los escritores del siglo XVII y de principios del XVIII. En mi concepto la fisonomía del estilo actual es la misma en el fondo que la del siglo XVI, pero más sencilla, más natural, menos dura, menos hinchada, menos libre y más simétrica, prestándose más a la razón y al sentimiento que a la travesura y al arte del ingenio. El cultivo de la filosofía y de la crítica [19] ha hecho a la lengua castellana más regular y menos afectada de lo que era en aquella época. En el día, si se me permite decirlo así, forma una especie de canto más apacible y más expresivo, pero menos lujoso y menos rico de aquella especie de trinados y gorjeos, con que lucía en otro tiempo, mucho más que el corazón, el espíritu, y en los cuales lo natural se sacrificaba casi siempre a la exageración y al esfuerzo. Nuestros lectores encontrarán en nuestra traducción muchos trozos sobre los cuales podrán tal vez realizar la justicia de estas observaciones.

[20] El segundo objeto que me he propuesto ha sido que mi traducción del Abencerraje pudiese servir al lado del original como un medio comparativo para juzgar acerca del carácter y el genio de las dos lenguas y de las dos naciones en el gusto de la elocuencia viva y patética. De esta manera la juventud estudiosa podrá comprender y adquirirse mejor el arte y el hábito de entender los libros franceses y de traducirlos, sin corromper ni empobrecer el castellano, el cual, sin temor de ofender a nadie, para las obras de imaginación y de sentimiento [21] es la lengua más rica, más noble, más armoniosa y expresiva de cuantas se hablan en la parte civilizada de los dos hemisferios. Los americanos no podrán menos de querer también tener una honrosa concurrencia en el manejo de esta lengua divina, y de aspirar a la gloria de enriquecer el mundo literario, otro tanto que el mundo comerciante, aumentando la lista de los autores clásicos españoles, de cuyos laureles los creo yo eminentemente capaces.

Tales han sido mis intenciones, pudiendo asegurar, en medio de las [22] libertades que me he permitido en este trabajo, que mi traducción es sumamente fiel y puntual, en cuanto no he omitido ni un solo pensamiento, ni una sola idea del autor. El plan de la novela, y toda su acción, es absolutamente el mismo. Las licencias que me he tomado han sido solamente para agrandar e iluminar algunas descripciones, añadir algunos retratos, desenvolver y justificar algunos sentimientos, hacer nacer algunas situaciones muy patéticas que ofrece naturalmente esta fábula, y más que todo procurarle en muchos lugares la verosimilitud [23] tan necesaria en este género de composiciones, única cosa en la cual nuestro ilustre autor ha pecado algunas veces por falta de un prolijo conocimiento de las costumbres españolas y de los tiempos y las personas que hace jugar en su novela. Si yo no hubiese corregido o paliado algunas de estas faltas, no hubiera podido sostenerse ni producir toda su brillante ilusión, vuelta al español; y si bien no he enmendado todos estos defectos, porque para ello hubiera sido menester alterar el plan de la fábula, e introducir en ella algunos interlocutores más, los lunares [24] que he dejado no saltan enteramente a la vista, y son faltas comunes que en todo caso pertenecen a la esencia de la composición, ya sea en francés, ya sea en español, o en cualquiera otra lengua.*

[25] No menos he procurado ligar y hacer más naturales algunas transiciones demasiado violentas y atropelladas en los sucesos de la novela, [26] esforzándome lo mejor que he podido para darles más unidad y correlación. Nuestros lectores podrán hacer la comparación entre la traducción y el original, y advertirán de qué manera he cuidado de llenar estos vacíos, sin desfigurar la novela, y bien al contrario dándole mayor interés y un fondo mucho más natural de verdad. En cuanto a los adornos del estilo, no he hecho otra cosa que dejarme llevar, aunque siempre con la rienda en la mano, de las vehementes y poderosas inspiraciones que la elocuencia y el incomparable genio del autor me ha [27] hecho sentir durante cincuenta días que he pasado en una especie de embeleso trabajando mi traducción. Nadie sino yo podrá saber la violencia que he tenido que hacerme para sujetar y reducir a lo justo los arrebatos que en todo este tiempo ha sufrido mi imaginación, y para observar la regla ne quid nimis. Mi grande empeño ha sido que esta novela apareciese en toda la gala y en todo el gusto español, tal como debo creer que lo hubiera hecho su noble autor si hubiese escrito en castellano.

¡Ojalá que yo no me haya engañado! En el momento del primer entusiasmo [28] es muy fácil tomar una cosa por otra. Hallándome en un país donde no me era fácil consultar un gran número de censores españoles, no he podido acudir sino a dos literatos amigos míos, cuyo sufragio me ha sido muy favorable, pero cuya estimación hacia mí habrá podido tal vez prevenir su juicio. Por este temor debiera haber permanecido no poco tiempo bajo de llave mi traducción, y aguardar un examen más frío y más severo a la vuelta de un año. Pero circunstancias y motivos, a los cuales no he podido excusarme, van a hacerla salir a luz antes de [29] tiempo, y esto me hace pedir a mis lectores toda su indulgencia, resuelto a aprovecharme de las justas críticas que pudieren hacerse de este trabajo, y a corregir todas sus faltas en otra nueva edición, si acaso fuere capaz de merecer este honor.

* Tal es, para darlas a entender de alguna manera, la falta de algún otro personaje moro, con quien se encontrase o concurriese alguna vez Aben-Hamet en un país donde, por aquel tiempo, había más de cuatro mil familias moras, y algunas de muy alta calidad. Yo he procurado mucho paliar este olvido en diversos lugares de mi traducción. Tal es también la soledad de las dos fiestas que se describen, la una en la casa de campo de don Rodrigo, y la otra en Generalife, sin haber en ellas más interlocutores que los personajes constantes de la novela. Esta falta la he salvado convenientemente en el regocijo del carmen; pero no hay medio de salvarla en la fiesta de Generalife, donde no es de creer que Lautrec y don Carlos no hubiesen tenido otros amigos que convidar, ni concurriese más señora que doña Blanca. En las costumbres y en la grande etiqueta de la alta nobleza española, esta ausencia de personajes es sumamente inverosímil. Comparándose los dos textos se verá sin embargo cuántos son los olvidos y las inconveniencias de usos y costumbres que me ha sido preciso cubrir o disimular. Algunos de estos casos los he advertido en las notas, porque no se crea que he tenido la presunción o la intemperancia de añadir sin motivo algunos incidentes que eran en la realidad precisos para paliar o hacer desaparecer estas faltas.