Moratín 1797

Leandro Fernández de Moratín: «Carta a Manuel Godoy de 12 de abril de 1797»

L. Fernández de Moratín, Epistolario. Edición de René Andioc. Madrid, Castalia, 1973, 222–227.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 298–299.

 

[222] Excmo. Sr.

La Secretaría de la Interpretación de Lenguas está calificada por declaración de S. M. (que Dios guarde) expedida en 20 de diciembre de 1790, por de la clase, grado y honor que las Secretarías de sus Consejos y Tribunales Superiores, sin diferencia alguna.

Por lo que toca a su objeto, a la suficiencia y práctica que han de concurrir en los oficiales que la componen y el mérito que debe darse a sus tareas, basta considerar que si en otras Oficinas Reales se exige únicamente de sus empleados un mediano talento, una buena letra y algunos conocimientos de aritmética, en esta, el talento, los buenos principios, la aplicación y estudio que se necesitan son tan superiores, que no admite la más remota comparación con las otras.

En ella se han de entender y traducir en buen lenguaje y estilo castellano cuantos documentos se presenten no solo en latín, sino en todos los idiomas de Europa y tal vez algunos de Asia y África, como se ha verificado ya no pocas veces.

Se ha de tener conocimiento, para esto, de los dialectos provinciales de varias naciones, de sus costumbres, sus leyes, sus fórmulas y estilos forenses, hasta de sus adagios, idiotismos y expresiones vulgares, con otras circunstancias de que están llenos muchos de los documentos que en ella se despachan.

Se han de tener nociones justas de la historia universal y particular, de la geografía moderna y su correspondencia con la antigua, del derecho civil y canónico, de los tratados, leyes y prácticas de comercio, de las voces técnicas de las artes y sus operaciones mecánicas, puesto [223] que apenas habrá ciencia o facultad alguna de la cual no ocurra despachar en el curso del año papeles e instrumentos que exigen de parte del traductor toda la inteligencia necesaria de la materia que se trata en ellos.

Es menester, igualmente, una práctica y conocimiento singular en la paleografía para leer los pergaminos, bulas y diplomas antiguos o extranjeros, o escritos en caracteres tan difíciles que muchas veces es mayor el trabajo de leerlos que el de interpretarlos.

Todo esto (y no pondero nada) necesitan saber los oficiales de la Secretaría de la Interpretación.

Pues, ¿cuál premio le parece a V. E. que tienen estos hombres? Nada más que la tercera parte de los derechos que en ella se cobran y a proporción de lo que trabajan, cuya suma total no pasará de catorce mil reales al año, que repartida entre todos ellos no iguala su suerte con la del trabajador más infeliz. Así es que, no pudiendo ser oficiales en ella sino sujetos de buena educación, de una instrucción nada vulgar y que hayan seguido a costa de dispendios y estudio una carrera literaria, si abrazan este destino es por necesidad, no por elección; duran en él mientras su mala fortuna les obliga a ello, no se aplican como debieran porque no piensan en permanecer y disgustados con razón del escaso e incierto premio que se les da y de la vejez dolorosa y triste que les aguarda, luego que hallan proporción de asegurarse en otra parte el sustento se van y el secretario tiene que buscar otros (y es difícil hallarlos), tiene que instruirlos de nuevo, logra tal vez hacerlos útiles y en el momento en que ya empiezan a servirle de algo se van también.