Borbón 1772

[Gabriel Antonio de Borbón]: «Prólogo»

Salustio, La Conjuración de Catilina y La Guerra de Yugurta por Cayo Salustio Crispo, Madrid, por Joaquín Ibarra, 1772, 5 pp. sin numerar.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 149–151.

 

[1] Mi intento en esta traducción es que puedan los españoles sin el socorro de la lengua latina leer y entender sin tropiezo las obras de Cayo Salustio Crispo. Su hermosura, su gracia y perfección, han dado en todos los tiempos que admirar a los sabios, los cuales a una voz le han declarado por el príncipe de los historiadores romanos. Ninguno de ellos es tan grave y sublime en las sentencias, tan noble, tan numeroso, tan breve y, al mismo tiempo, tan claro en la expresión. En él tienen las palabras todo el vigor y fuerza que se les puede dar; y en su boca parece que significan más que en la de otros escritores, tan justa es la colocación y tan proprio el uso que hace de ellas. Aun por esto son casi inimitables sus primores; y no es menos difícil conservarlos en una traducción. Pero si en algún idioma puede hacerse, es en el español. A la verdad nuestra lengua, por su gravedad y nervio, es capaz de explicar con decoro y energía los más grandes pensamientos. Es rica, harmoniosa y dulce; se acomoda sin violencia al giro de frases y palabras de la latina, admite su brevedad y concisión, y se acerca más a ella que otra alguna de las vulgares. Bien conocieron esto los sabios extranjeros que juzgaron [2] desapasionadamente; y aun hubo entre ellos quien la vindicó de cierta hinchazón y fasto, que algunos le han querido injustamente atribuir.* Por otra parte, los genios españoles aman de suyo lo sublime y no se contentan con la medianía; y así nuestros escritores de mayor crédito se propusieron imitar a Salustio, con preferencia a César, Nepote, Livio y demás historiadores latinos; como se echa de ver en D. Diego de Mendoza, Juan de Mariana, D. Carlos Coloma, D. Antonio Solís y otros. Pedro Chacón y Jerónimo Zurita le ilustraron con eruditas notas;** y cuando todavía los griegos no habían renovado en el Occidente el buen gusto de la literatura, ya entre nosotros Vasco de Guzmán, a ruego del célebre Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, había hecho la traducción española de este autor, que cito algunas veces en mis notas y se halla manuscrita en la [3] Real Biblioteca del Escorial;*** obra verdaderamente grande para aquellos tiempos y de que no tuvo noticia D. Nicolás Antonio. De ella desciende la que en el año 1529 publicó el maestro Francisco Vidal y Noya, el cual, especialmente en el Yugurta, apenas hizo otra cosa que copiar a este autor, aunque no le nombra. Otra hizo Manuel Sueiro, que se imprimió en Amberes en el año 1615. Y es bien de notar la estimación con que se recibieron en España estas traducciones, pues la del maestro Vidal y Noya, o bien se llama de Vasco de Guzmán, se imprimió tres veces en poco más de treinta años.**** La desgracia es que ninguna de ellas se hiciese en el tiempo en que floreció más nuestra literatura y en que, por la misma razón, se cultivó también la lengua con mayor cuidado. Realmente todas desmerecen cotejadas con el original y distan mucho de aquel decir nervioso y preciso que caracteriza al autor. Esto me ha movido a emprender de nuevo el mismo trabajo y a experimentar si podría hacerse una traducción más digna de la lengua española y que se acercase más a la grandeza del escritor romano. Para ello, en cuanto al estilo y frase, me he propuesto seguir las huellas de nuestros escritores del siglo XVI, reconocidos generalmente por maestros de la lengua, y evitar con la atención posible las expresiones y vocablos de otros idiomas, que muchos usan sin necesidad, no debiendo esto hacerse sino cuando en español no se halla su equivalente, o no puede explicarse con propiedad y energía lo que se intenta [4] declarar. Tal vez porque huyo este escollo, habrá quien diga que doy en el opuesto, y que en mi traducción uso afectadamente de alguna voz española ya anticuada. Si se creyese afectación, la misma notaron muchos en Salustio respecto de las voces latinas. Y ojalá que con esto abriera yo camino a nuestros escritores, amantes de la riqueza y propiedad de la lengua, para que hiciesen lo mismo, y poco a poco le restituyesen aquella su nobleza y majestad que tuvo en sus mejores tiempos. No puede verse sin dolor que dejen cada día de usarse en España muchas palabras propias, enérgicas, sonoras y de una gravedad inimitable, y que se admitan en su lugar otras que ni por su origen, ni por la analogía, ni por la fuerza, ni por el sonido, ni por el número son recomendables, ni tienen más gracia que la novedad.

Para la mayor exactitud en la traducción, he procurado seguir no solo la letra, sino también el orden de las palabras y la economía y distribución de los períodos, dividiéndolos como Salustio los divide, en cuanto lo permite el sentido de la oración y el genio del idioma. De suerte que en muchos de ellos, si se cotejan, se hallará la misma estructura y los mismos apoyos y descansos con que se sostiene y suaviza la pronunciación. […]

[5] Al fin he añadido algunas notas que me han parecido oportunas. En ellas no he querido acumular erudición, sino dar luz para la mejor inteligencia de varios lugares. Donde he visto que hay dificultad en el texto, he procurado aclararla y, si me ha sido posible, con el mismo Salustio, que seguramente es su mejor intérprete; cuando no, con sus coetáneos César, Cicerón, Nepote, o con los que más se acercaron a su tiempo: Livio, Valerio Máximo, Patérculo, Asconio, Plinio el Mayor, Tácito, Floro, Suetonio y otros. En su defecto, me ha sido preciso recurrir a los siglos posteriores.

* El autor del Discours critique de divers auteurs modernes qui ont traduit, ou commenté les œuvres de Tacite, que precede a La Morale de Tacite de M. Amelot de la Houssaye: «Pour conclusion je dirai au sujet de ces trois traducteurs, que la langue espagnole est plus propre que la notre à faire parler Tacite, comme étant plus concise, plus expressive et plus grave, quoiqu’en puissent dire ceux qui par un zèle outré, veulent mettre la langue française au dessus même de la grecque et de la latine, dont elle n’est qu’un petit rejetton. Je sais bien (prosigue) qu’un de nos meilleurs et plus polis écrivains dit que tous les auteurs espagnols sont diffus, et que leur langue demande une grande étendue de pensées et de paroles; mais je suis assuré que s’il conferoit les trois versions dont je parle il pourroit convenir avec moi, etc.». M. Pluche, Spect. de la Natur. Entret. V du tome VI § Choix des langues: «La langue espagnole au contraire, renfermée dans un coin du monde n’invite personne à l’apprendre, quoique ce soit de toutes les langues vivantes celle qui a le plus d’harmonie, et qui approche le plus de la richesse de la langue grecque, soit par la diversité de ses tours, soit par la multitude de ses terminaisons toujours pleines, et par la juste longueur de ses termes, toujours sonores, etc.». Leandro de San Martín, inglés, en la dedicatoria de la traducción española de Tácito a su autor D. Carlos Coloma: «Para que se echase (dice) de ver la diferencia que hay entre la propiedad de esta lengua comparada con las demás en la brevedad, dulzura, agudeza y majestad de expresión, que son las propias dotes de Tácito […] juzgué que sería cosa muy agradable, etc.».

** Consérvanse en la Real Biblioteca del Escurial al margen de un códice que fue del mismo Zurita, y es el de la Letra O. Plut. III n. 6.

*** Letra G. Plut. III n. 11.

**** La 1.ª en Logroño por Miguel de Eguía en 1529, fol.; la 2.ª en Medina del Campo por Pedro de Castro 1548, 8.º; la 3.ª en Amberes por Martín Nucio 1554, 16.º.