Clavijo 1785

José Clavijo y Fajardo: «Prólogo del traductor»

Georges–Louis Leclerc, conde de Buffon, Historia natural, general y particular, escrita en francés por el Conde de Buffon, Intendente del Real Gabinete, y del Jardín Botánico del Rey Cristianísimo, y Miembro de las Academias Francesa y de las Ciencias, y traducida por D. José Clavijo y Fajardo, Vice–director del Real Gabinete de Historia Natural, Madrid, Viuda de Ibarra, 1785, I, iii–lxxiii.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 257–260.

 

[iii] En el año de 1777 se dignó el Rey nuestro Señor de emplearme en su Real Gabinete de Historia Natural, para formar los índices de las producciones y curiosidades que a la sazón existían en él y que sucesivamente se fueron enriqueciendo. […] El deseo de desempeñar estos objetos me hizo dedicar desde luego a buscar los equivalentes castellanos de las voces latinas y francesas de historia natural, en cuyos idiomas están escritas por lo común las mejores obras que tratan de esta ciencia. No dejaba de ser ardua la empresa, pues muchos de los españoles que han tratado de los varios ramos de la historia natural escribieron sus obras en latín; otros españolizaron las voces latinas de los mixtos de que trataban, y otros en fin adoptaron indistintamente los nombres con que eran conocidos en la provincias o reinos en que escribían o en que se criaban las mismas producciones, [iv] sin darlas la correspondencia latina que hubiera podido fijar su inteligencia. Ni era menor obstáculo la confusión que se nota en todos los diccionarios, aun los más acreditados, en cuanto a las correspondencias castellanas de las voces latinas y francesas de historia natural, pues a veces se incluyen bajo de un mismo nombre dos o tres producciones o mixtos diversos, y a veces a una misma producción se le dan nombres distintos, correspondientes a dos o tres diversos géneros o especies. Sin embargo de esta y otras muchas dificultades, a fuerza de constancia, de una aplicación continua de más de nueve años a leer y cotejar con los autores latinos y franceses cuantos libros castellanos he podido adquirir o reconocer que traten de historia natural, conseguí formar un mediano vocabulario de esta ciencia, el cual me ha sido bastante útil.

Mi primer pensamiento, cuando ya tuve formado este vocabulario de historia natural en los idiomas castellano, latino y francés, fue darle a luz para que se utilizasen de él los que estudian esta facultad en los autores latinos y con más frecuencia en los franceses, por haberme hecho conocer la experiencia lo difícil que es hallar los verdaderos equivalentes de las voces de historia natural en el idioma patrio, si no precede una larga y penosa investigación. […]

[v] En este concepto y para suplir aquella falta [de obras de historia natural en España] me pareció que [vi] el más claro testimonio que podía dar de mi gratitud a nuestro augusto Soberano y el mayor servicio que podía hacer a mi patria era traducir para instrucción de la juventud la mejor obra de historia natural que, a juicio de los sabios, se conociese; y no [vii] quedándome, en este supuesto, arbitrio para la elección, pues toda Europa [viii] da unánimemente la preferencia a la Historia Natural, general y particular del conde de Buffon, sabio a quien veneran las naciones bajo el [ix] glorioso nombre del Plinio francés, emprendí la traducción de esta obra, de la cual y de su mérito hablaré adelante. […]

[lxvii] § VI. Advertencias en orden a esta traducción. Aunque poco, no puedo dejar de hablar de mi traducción, para la cual confieso ingenuamente que necesito de toda la indulgencia de mis lectores. Desde que me determiné a poner en castellano la Historia Natural del conde de Buffon, conocí que el estilo de este admirable escritor debía humillar mi amor propio, pues era preciso que mi traducción fuese copia muy débil de un original excelente; pero mi gratitud exigía de mí este sacrificio, y el deseo de ser útil en algo a mi nación me hizo apartar la consideración de que emprendía un asunto arduo a todas luces. Sé que todo traductor contrae una deuda, la cual no debe pagar en la misma moneda sino en la misma cantidad; pero aun esto es para mí harto difícil en la obra del conde de Buffon, cuyo estilo es noble, elegante, claro y armonioso, porque si no son pocos [lxviii] los hombres que poseen estas cualidades en su estilo, a lo menos conozco que no me han cabido en suerte si las da la naturaleza, ni he sabido adquirirlas si se consiguen con la aplicación.

Aun suponiendo, como quieren algunos, que todas las lenguas sean a propósito para todo género de obras y de estilos, debe un traductor encontrar dificultades casi insuperables. Las lenguas castellana y francesa son, sin disputa, aptas para escribir la Historia Natural; pero no lo son igualmente ambas para expresar una misma idea, y así es indispensable, cuando se traduce de cualquiera de las dos, sacrificar en unos parajes la energía a la nobleza y en otros la exactitud a la índole del idioma en que se traduce. Además, por muy versado que sea un traductor en las dos lenguas, no debe lisonjearse de hallar siempre equivalentes exactos, pues a veces solo encontrará voces que se aproximen y a veces también no podrá usar de las más propias, por haber muchas que, siendo enérgicas y cultas en un idioma, sus equivalentes en otros son indecentes o bajas. Ejemplos de esto tenemos en las voces onos, boucolos y sibootes, el jumento, el vaquero y el porquerizo, que son de las más nobles y enérgicas que hay en la lengua griega, y cuyos equivalentes en castellano y en francés no serían tolerables en un estilo medianamente culto; y aun por esto los traductores de Virgilio han usado la voz bucólicas, [lxix] como lo observa Boileau Despréaux y no conversaciones de vaqueros, que es su propio equivalente. Agrégase a esto que en una obra de historia natural, en que precisamente se ha de hablar de las partes internas y externas de los animales, de su generación, organización, etc. no es pequeña dificultad tratar estas materias de modo que no se omita lo preciso para la instrucción ni se falte a la decencia.

Así por el particular cuidado que he puesto en penetrar el sentido del original como porque, no fiándome de mí mismo, me he valido de amigos muy instruidos para cotejar con el original mi traducción, estoy persuadido a que esta es fiel; pero debo prevenir que no se ha de buscar en ella aquella energía, concisión, pureza y hermosura que admiran los franceses y toda la Europa literaria en el estilo de Mr. de Buffon, ya porque el de la obra que traduzco tanto como tiene de fluido al leerle tiene de difícil y escabroso para traducirle en nuestro idioma, y mucho más siendo una obra voluminosa, en que no bastaría una mediana vida para corregir escrupulosamente la versión, y ya porque como dice un célebre autor de nuestros días y no lo ignoran los prácticos de este ejercicio: «En un pedazo de elocuencia o de poesía, en que se acalora la imaginación o toma parte la voluntad, puede el traductor penetrarse bastantemente de los pensamientos y afectos del autor para apropiárselos y expresarlos con libertad y calor; pero en una obra dilatada, en que la narración es tranquila y de pura instrucción, casi es forzoso seguir paso a paso [lxx] el modelo, no solamente en el orden de las ideas sino también en la forma que las ha dado». Es verdad que en la obra de que tratamos hay multitud de descripciones tan varias y floridas como la misma naturaleza; pero también espero que en ellas será donde, si no me engaño, aparezca con menos defectos mi trabajo. En conclusión, en todo aquello en que la índole de nuestra lengua se adapta a la del idioma francés, me he acomodado cuanto me ha sido posible al estilo del autor; en lo demás he procurado evitar no menos la sujeción servil que la demasiada licencia.

Estoy muy lejos de querer por mi antojo trucar ni desfigurar mi modelo, si no me obliga a ello la necesidad. Mr. de Buffon hizo una retractación de sus Épocas de la Naturaleza, y por lo mismo sería infructuoso y tal vez nocivo traducirlas. El objeto de un traductor debe ser trasladar al idioma patrio, para beneficio de su nación, lo bueno que hay escrito en otras lenguas; pero no el traducir cosas que, además de no ser útiles ni instructivas, pueden traer perjuicio y principalmente en materia de religión. Yo haré lo que las abejas, las cuales recogen de los nectarios y estigmas de las flores la miel, la cera y la própolis y dejan lo demás.

[lxxi] En la teórica de la Tierra suele el autor tratar de evidencia sus conjeturas o las consecuencias que saca de varias observaciones, pudiendo estas ser ciertas, como ya he dicho, sin serlo las inducciones. Para no amontonar notas, a fin de moderar semejantes expresiones en un sistema o hipótesis en que todo es problemático, me he tomado la licencia de hacer lo mismo que hubiera hecho sin duda el autor, después de su respuesta a la Facultad de Teología, poniendo en lugar de es evidente, es constante, no admite duda, las frases hay apariencias, puede discurrirse y otras semejantes, que manifiestan incertidumbre. […]

Modernamente ha hecho el conde de Buffon varias correcciones y adiciones a sus obras, y unas y otras he colocado en los parajes a que corresponden. Si la corrección y adición ha sido de pocas palabras, o solamente de algún guarismo, como en las tablas de las probabilidades de la vida, he hecho sencillamente [lxxii] la corrección o la adición en el mismo paraje en que estaba el error; pero cuando una u otra ha sido algo difusa la he puesto separada en el paraje o capítulo a que corresponde, con el título Adición o Corrección del autor. En la publicación de los tratados de esta obra no observó su autor orden metódico, sino que los trabajó o dio a luz interpolados o por vía de suplemento. Yo los he coordinado y daré a luz según el orden que me parece más acomodado para mis lectores.

Otras advertencias pudiera hacer relativas a esta traducción, pero las dejaré para los tomos a que corresponden. Solamente añadiré que no tengo el orgullo de creer que mi traducción es perfecta; que, lejos de esta ridícula presunción, estoy persuadido a que habrá en ella muchos defectos y que, si se me advirtieran, tengo quizá demasiada docilidad para confesarlos y corregirlos, sin detenerme en el modo áspero o suave con que se me manifiesten, pues en esto cada censor se acomodará a su educación o a su índole.