Hickey 1789

Margarita Hickey y Pellizzoni: «Prólogo»

Poesías varias. Sagradas, morales y profanas o amorosas: con dos poemas épicos en elogio del capitán general D. Pedro Cevallos, el uno dispuesto en forma de diálogo entre la España y Neptuno: concluido este y el otro no acabado por las razones que en su prólogo se expresan; con tres tragedias francesas traducidas al castellano: una de ellas la Andrómaca de Racine, y varias piezas en prosa de otros autores, como son algunas cartas dedicatorias y discursos sobre el drama, muy curiosos e instructivos. Obras todas de una dama de esta corte, Madrid, Imprenta Real, 1789, I, iii−xiv.

Fuente: Bieses. Bibliografía de escritoras españolas.

 

[iii] Hace algunos años que, deseando ver cómo parecerían y si agradarían en España las tragedias compuestas en el gusto y método francés (tan celebradas en las demás naciones), emprendí traducir dos de los dos más estimados autores trágicos de este tiempo: la Andrómaca de Racine y la Zaira de V… Concluida mi traducción, la remití a don Agustín de Montiano y Luyando, secretario de cámara de gracia y justicia, para que su mucha instrucción, buen gusto e inteligencia en estas materias se sirviese darme su parecer, y corregir y enmendar en la obra todo lo que su buen juicio hallase necesitar de enmienda y corrección. Y después de algunos días que tuvo en su poder la Andrómaca, me la devolvió acompañada de la carta que sigue a este prólogo, con al-[iv]gunas leves y reducidas notas al margen de la misma traducción. Y aunque en la carta, después de hacerme mucho favor y aplaudir mi tarea, me dice no me aconseja me tome el trabajo de reducir a asonantes algunos consonantes que había notado en ella (y que yo había dejado por no apartarme escrupulosamente del sentido de los conceptos, pensamientos y expresiones del original), porque dice me costaría acaso mayor fatiga esto solo que el todo de la obra y en algún modo no era necesario para que pudiera darse al público; no habiéndome parecido tan dificultosa la empresa, siempre que me quisiese tomar la licencia o libertad de extender algo más los pensamientos y expresiones del original, sin faltar ni apartarme por eso de su riguroso sentido y concepto, no quise por tan poca cosa dejarla con aquel defecto, que en realidad lo es, pues peca contra las reglas del arte. Y así, extendiendo algo más los mismos pensamientos y conceptos, logré libertarla de aquella tacha en lo general, aunque no enteramente, pues en una u otra parte ha sido indispensa-[v]ble dejarlos, por no salir de la ley que rigurosamente me había impuesto de no apartarme ni poco ni mucho del sentido del poeta.

En este estado se hallaba mi traducción de la Andrómaca y por él pensaba yo ya en darla a una de las compañías de cómicos de esta corte para verla representada, cuando empezó por aquel tiempo a salir tal multitud de traducciones de piezas trágicas del francés y del italiano, singularmente de las Óperas del famoso Metastasio, que me hicieron mudar de intento o por lo menos me detuvieron y suspendieron el ánimo hasta ver si con la representación de algunas de las que frecuente y sucesivamente iban saliendo al teatro, lograba satisfacer mi curiosidad, expresada en el principio de este prólogo. Y habiendo visto que por ninguna de las que hasta ahora han llegado a mi noticia podía conseguirlo, pues las más de ellas se apartan infinito de sus originales (dejando a cada una en su lugar y mérito) por haber querido sus traductores, usando de sus ingenios, añadir y quitar en sus traducciones a su arbitrio lo que les [vi] ha parecido conveniente, a impulsos de aquella misma curiosidad que aún subsiste en mí y a persuasiones de algunas personas que se hallan movidas de la misma, me he determinado por fin a dar al público la Andrómaca del celebrado Racine; traducida al castellano tan fielmente que ni en pasaje ni en expresión alguna he querido alterarla, sin embargo de que algunos me aconsejaban lo contrario cuando la traducía, pareciéndome que sería no solamente demasiada satisfacción y aun avilantez atreverme a querer emendar, corregir y mudar obra de un autor tan justamente alabado y celebrado como Racine, pero aun también que no lograría ejecutarlo, sino desfigurar acaso, afear y echar a perder la hermosura del original, como acontece frecuentemente a los que emprenden corregir y enmendar obras ajenas, que en lugar de hermosearlas suelen quitarles la hermosura y naturalidad de sus originales.

Ejemplar y prueba de lo que aquí se expresa es la Andrómaca que comúnmente se representa en estos teatros, la que es tan desemejante de la francesa [vii] de Racine que no es posible, cotejándolas, poderse persuadir que su autor o traductor (si se le puede dar este nombre) la tomase y sacase de aquel (como el insinuado parece manifestarlo en su prólogo y se infiere de algunos pensamientos y expresiones de la copia parecidos a los del original). Pues está alterada y desfigurada en lo más principal y esencial de este género de composiciones, que es en la precisión de que sus personajes guarden y observen el carácter heroico hasta el fin y hasta el último extremo a que este puede llegar, para que su representación pueda ser útil. Porque la tal Andrómaca del autor español (que es la heroína principal de la pieza) merece bien poco o nada ese nombre, pues empezando su representación manifestando un odio implacable contra su vencedor Pirro, luego a pocos lances e instancias de este, pasa repentinamente de un extremo a otro, y del del odio y rencor va debilísimamente al del amor, y se rinde y entrega vergonzosamente al destructor de su casa, de su reino y de su esposo. Cosa muy opuesta al verdadero heroís-[viii]mo y al que Racine hace observar y guardar a su heroína en esta misma tragedia, pues la hace preferir y anteponer el morir y quitarse ella misma la vida valerosamente al hecho feo e impropio de dar la mano y casarse con el matador de su esposo y destructor de su reino y familia. Y asimismo Orestes, en el autor francés, se representa un héroe que, aun en medio de su debilidad por la pasión amorosa de que se hallaba poseído por Hermione, no se atreve a poner la mano en Pirro para matarle como su amada lo exigía de él, y se lo rogaba y pedía continua y porfiadamente; y se reduce o limita solamente a consentir que los griegos lo ejecuten y a no estorbarlo él, por complacerla y darle con eso el gusto que ella tanto deseaba de vengar con la muerte de Pirro la injuria que pretendía haber recibido de este príncipe. Pero aun ese hecho atroz no pasa en el teatro, sino que solo se relata y refiere, por no poner a la vista de los espectadores un hecho tan infame y de tan mal ejemplo, y al mismo tiempo tan impropio e indigno, no solo de un héroe, pero aun de cual-[ix]quier hombre medianamente honrado. Mas en el autor español no solo se ejecuta en el teatro esta acción sacrílega y abominable, sino que el mismo Orestes es el que a vista de todos tiene la execrable osadía de dar con su propia mano de puñaladas a Pirro en el templo, a traición y alevosamente, como pudiera hacer el pillo más despreciable y el asesino más vil y venal de la república. ¡Si estos son héroes y acciones de tales éstas, que deban ofrecerse y presentarse a un público respetable, civilizado y bien instruido, venga la razón y véalo y dígalo!, que yo me contentaré con decir solo por ahora que es verdaderamente digno de admiración y de extrañarse que no se cele sobre este particular más de lo que en él se cela, para que no se dejasen representar tales monstruosidades por las pésimas consecuencias que de sus representaciones pueden seguirse. Era menester y sería bueno que los que tienen este cuidado se hiciesen bien cargo y considerasen que el teatro es una escuela pública, a la que una gran parte de gente va a aprender, a pensar y a proceder, [x] y que por esta razón no se deben presentar en ella al pueblo sino acciones y documentos que puedan enseñarle a pensar bien y a bien proceder. Singularmente en aquellas composiciones dramáticas en que el amor hace el primer papel y en que es el agente o principal motor de la acción de la pieza, debería ponerse un escrupulosísimo cuidado para no dejar salir al público sino aquellas cuyos autores tienen habilidad, talento y discreción para saber tratar y discurrir de esta pasión con la decencia y decoro que le corresponde. Porque esta pasión, por lo mismo que es la más general y conocida de todos (generalmente hablando), es también la más delicada y dificultosa de manejarse bien y decorosamente, a causa de que los más la equivocan y confunden con el vago deseo, con el vicioso apetito, y con el abandono y libertinaje. Por cuya causa vemos salir tan frecuentemente al teatro comedias y tragedias amorosas, con unos amores tan indecentes e indecorosos que no se pueden ver representar sin rubor y bochorno, en las que solo se puede aprender la disolución, el po-[xi]co recato, la seducción y flaqueza o facilidades humanas. Y esto ya se ve y está claro y patente cuán perjudicial puede ser para tanto y tanta joven inocente que la ve representar; y que al mismo tiempo nota que por lo regular en el desenlace de las tales piezas dramáticas sale coronada de felicidad la imprudencia, desenvoltura y libertinaje.

En el número de estas puede entrar, me parece, según he oído hablar de su trama y enredo (pues no la he visto representar ni he leído), la de las Vivanderas, representada bien repetidamente en esta corte, en la que me han dicho se habla de un parto furtivo o fortuito que una de las principales heroínas de la pieza tuvo o tiene en ella, que hace el principal asunto de su trama y enlace. Dejo a la consideración y al juicio de los cuerdos y prudentes el decidir si se debe permitir la representación de casos tan obscenos, indecentes y vergonzosos; pues aunque se sabe o no se ignoran comúnmente −que por desgracia de la miseria y debilidad humana son estos harto frecuentes en el mundo−, no son estos los que se deben presentar a [xii] la vista y conocimiento de una juventud honrada y bien educada de ambos sexos que asiste con frecuencia a verlos representar, pues todo el cuidado (según toda buena razón y juicio) se debe poner en apartarla de la idea, no solo de que semejantes casos sean o puedan ser regulares y frecuentes, pero ni aun de que puedan ser posibles. Por cuyas poderosas razones no es de extrañar que algunos piadosos padres de almas hayan declamado y declamen aún tanto sobre los prejuicios que resultan o pueden resultar de asistir y concurrir a se-[xiii]mejantes representaciones, porque las miran y consideran bajo este punto de vista y con este mal aspecto. Lo que no sucedería seguramente si supiesen y tuviesen noticia de que en tales representaciones se enseñaba y estimulaba el heroísmo, el buen modo de pensar y de proceder honrosamente, el pundonor, el respeto, no el quimérico e imaginario, sino el real y verdadero, que consiste en la observancia y práctica de las virtudes morales o cristianas: la fidelidad al esposo, a los padres, al soberano, a la religión, a la patria, etc., y otros muchos asuntos que se pueden poner y tratar en una pieza dramática y que pueden servir de grandes y excelentes documentos al público. Pues en realidad, una composición dramática no es otra cosa que un poema moral y como tal debe ser bueno y doctrinal para que sea provechoso, que este es el único medio de que este género de diversión, tan precisa e indispensable en las grandes poblaciones, pueda ser y sea efectivamente a un mismo tiempo útil y delectable, dos puntos estos procurados conciliar por muchos y logrado de pocos.

[xiv] He reducido a tres actos los cinco del original por estar más en uso esto en España que lo otro. Y en esto solamente me he determinado a no seguir el original, porque la frecuente interrupción de la trama o enlace, que resulta de los cinco actos, me parece que hace algo confusa la acción.

Con la traducción de la Andrómaca presento al público algunas poesías líricas, en cuya composición he divertido a veces a mi genio y ociosidad, o falta de ocupaciones y de diversiones adaptadas a mi gusto. No he pretendido herir a nadie en ellas, y solamente la variedad de casos y de sucesos que me ha hecho ver, conocer y presenciar el trato y comunicación del mundo y de las gentes han dado motivo y ocasión a los diferentes asuntos y especies que en ellas se tocan.