Navarro 1790

¿Juan Navarro?: «Prólogo»

François–Thomas Baculard d’Arnaud, Eufemia, o el triunfo de la religión. Drama dividido en tres actos. Su autor M. D’Arnaud. Traducido del francás al castellano, Madrid, Antonio Espinosa, 1790, 6 pp. sin numerar.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 248–250.

 

[1] Este drama es feliz producción del célebre poeta francés M. d’Arnaud. Es una pieza perfecta en todas sus partes y original en su género. Su principal objeto es hacer ver del modo más patético cómo la gracia vencedora triunfa de la más dominante pasión del corazón humano; por eso oportunamente le intituló su autor El triunfo de la religión. El estilo con que lo persuade en su original es vivo, enérgico, brillante, y que a un tiempo insinúa e introduce suavemente las razones en el entendimiento y hace que las abrace amorosamente la voluntad; pero el mismo hecho de ser en su original tan cabal esta pieza, hace temer que cotejada con esta traducción, diga alguno: O quantum haec Niobe, Niobe distabat ab illa! O como dijo Virgilio Malvezzi cuando leyó sus obras traducidas en otros idiomas: Questi non ci traducono, ma ci tradiscono. Mas quien sabe lo difícil que es copiar de un idioma a otro no solo el alma del concepto, sino también la violencia con que se explica, habrá de disimular los defectos que hallare en esta traducción. Las obras de los PP. Crisóstomo, Nacianceno, Atanasio y otros, jamás [2] en el idioma latino han podido conservar la nativa elegancia que en el original griego, si creemos a los autores que los poseen ambos y que han hecho de estas obras y de sus traducciones un exacto y cuidadoso careo. Pero sobre esta dificultad trascendental y común en toda traducción, y que para superarla han escrito tratados didácticos muchos y clarísimos autores, como lo son: el Ilmo. Huet, Enrico Estéfano, Jacobo Biko, Juan Gaspar Sviceri, M. Ducange, el señor Andilly, el Ilmo. presidente Cousin y M. Lestargo, hay un particular embarazo en la presente traducción: este es traducir del verso de un idioma al verso de otro. Se hallarán sin duda muchos que sean hábiles, y aun excelentes traductores en la prosa; mas si se aplican a traducir en verso, no lo serán medianos, aun cuando les concedamos para su idioma nativo numen poético.

El Ilmo. P. Mtro. Feijoo, que era excelente traductor de la prosa francesa a la castellana, como lo manifiesta en muchas partes de sus obras, siempre que se le ofrecía traducir de verso a verso, se valía de otro, como él mismo confiesa en muchas partes. No puede atribuirse esto a que carecía de numen poético, pues sabemos que la Conversión [3] y desengaño de un pecador y La conciencia en metáfora de reloj son obras suyas. Acaso probó la dificultad y, conociendo que este género de traducción, sobre el trabajo pide mucha morosidad, que no se podía conciliar con su fogoso genio y veloz talento, abandonaría esta ocupación, dejándola a otro, para seguir él sin embarazo el rápido vuelo de su pluma. Sea lo que fuere de esta conjetura, lo cierto es que él mismo conoce la dificultad de traducir de verso a verso por estas palabras: «La gracia, esplendor y hermosura de un idioma son tan inherentes en las composiciones poéticas al mismo idioma, que cuando se intenta transferirlas a otro diverso, casi enteramente pierden su valor; como en gran parte pierden su virtud las plantas medicinales, trasladadas del suelo nativo y propio para ellas a otro, que les es extraño e incompetente».

Este mayor grado de dificultad, que se ha dicho hay en la traducción en verso a verso, asciende a un punto muy superior cuando se traduce del verso francés al español. Esta arduidad nace del diverso y aun opuesto gusto que han seguido los poetas de ambas naciones en sus composiciones. Dos [4] cualidades símbolas bien fácilmente se unen; pero si son opuestas, las destruye quien quiere unirlas. Esto sucede efectivamente entre las propiedades adherentes al verso español y francés; aquél es remontado, artificioso, lleno de voces exóticas, alusiones y figuras; y éste sencillo, llano, natural y que abunda de frases usuales, comunes y simples. Bien claro es lo difícil de unir propiedades tan opuestas. El P. José Francisco Isla fue habilísimo y diestrísimo traductor, de modo que muchas veces nos da con más gracia, claridad y energía, explicado en la traducción el concepto original, como podrá verse en su traducción de la vida del gran Teodosio; con todo confiesa esta mayor dificultad que halla en la versión del verso francés al español en unos pocos que tuvo que traducir en la Historia de España, escrita por el P. Duchesne. Es preciso confesar que la presente traducción ha salido mucho más dilatada que su original. M. Lestargo citado no quiere que el traductor se ligue con servidumbre a las voces y expresiones originales. Con arreglo a esta instrucción se empezó y continuó en gran parte esta traducción, y por esta causa ha salido algo más difusa que su original. Además, que es difícil [5] y aun imposible, que saque una traducción castellana el mismo número de versos que el original francés; porque el endecasílabo de esta nación consta de trece sílabas y el castellano de once, y es mucha la ventaja de dos sílabas en cada pie para que se pueda decir lo mismo en una lengua que en otra sin aumentarlos. En efecto el referido P. Isla sucumbió a esta dificultad aumentando muchos pies en su traducción, como él mismo lo confiesa en el lugar citado. El haber ponderado hasta aquí las dificultades que hay en la traducción de esta pieza, ha sido con el solo designio de que los lectores sean indulgentes en los defectos que hallaren. No es fácil caminar sin tropiezo por un camino donde se cuentan los precipicios por los pasos, y más cuando el caminante tiene poco conocimiento del terreno. El de la poesía es poco pisado del traductor que está destinado a empleos más serios; pero esta misma ligación pide de justicia alguna honesta diversión en otro género de estudio menos laborioso, que sin ser tarea, deje de ser ociosidad. Semejante satisfacción dio la décima musa de nuestros siglos Juana Inés de la Cruz, en iguales circunstancias por aquellos versos: «Recibid aquesos rasgos, &c.».

[6] El citado P. Mabillon no reprueba en los religiosos la aplicación a la poesía; antes bien con testimonio de Cicerón, la tiene por muy útil, «si con bellas imágenes, figuras, voces y periodos se representan con hermosura, viveza y energía las importantes verdades de la moral cristiana, se ilustran las virtudes y se inspira en los lectores un verdadero amor a ellas y horror a los vicios». Estoy cierto que el crítico más rígido colocará en esta clase de poesías este drama.

Para su exacta y natural representación pone su autor la siguiente nota, a la que en lo posible va arreglada esta traducción: el rasgo pequeño indica una leve suspensión; el mayor una notable. Estas leves interrupciones de la representación empleadas con oportunidad y tiempo, darán mucha viveza a la acción y al afecto, y son no menos necesarias en las decoraciones, que en la lección los puntos, comas, &c. Vale.