Rodrigo de Oviedo: «Prólogo del traductor»
Cornelio Nepote, Vidas de los varones ilustres, que escribió en latín Cornelio Nepote, traducidas en nuestro idioma por Don Rodrigo de Oviedo, Catedrático de Sintaxis en los Reales Estudios de Madrid, para el uso de ellos. Según la edición de Ámsterdam del año 1706, Madrid, Imprenta de Pedro Marín, 1774, A costa de la Real Compañía, 7–18.
Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 154–158.
[7] 1. El fin que me propuse en esta obrita, benévolo lector, fue el facilitar la inteligencia de la lengua latina, dificultosa en verdad, especialmente para niños, cuya capacidad y comprehensión es muy corta. Y porque algunos de los maestros juzgan que perjudicaría a su adelantamiento el consentirles que se valgan de traducciones y se lo prohíben con rigurosas penas, me veo precisado a manifestar en este prólogo, con evidentes y sólidas razones, la poca que tienen en pensar de esta manera.
2. Es precisa, para entender un idioma extraño, la significación de las voces, molesto el recurso al diccionario para cada una de ellas, y sumamente difícil, especialmente a un niño, elegir, entre los muchos significados que suele tener un vocablo, aquel que le corresponde en éste o el otro caso. [8] Mas en la traducción, especialmente si no es demasiado libre, con una sola ojeada se ven la fuerza de las voces, los idiotismos, las propiedades de las partes de la oración, y lo que no se había de saber en algunos días con mucha fatiga, se sabe descansadamente en pocas horas.
3. Vemos que los que en mayor edad se dedican a la lengua francesa, italiana, griega u otra, recurren a las versiones. Pocos se hallarán que no se hayan valido de este medio. ¿Con cuánta más razón lo deberán ejecutar así los niños, que aborrecen tanto el trabajo y alcanzan a discurrir poquísimo?
4. Y aun los maestros, que miran este método como perjudicial, lo practican ellos mismos, pues traducen de palabra a los principiantes el pasaje que deberán traer traducido; y hallará quien lo reflexione, que no hay más diferencia entre la traducción verbal y la escrita, sino que con ésta se conservan en la memoria las voces, y con aquélla se olvidan fácilmente, siendo por [9] consiguiente casi inútil la traducción verbal para el fin que los mismos maestros se proponen.
5. Fuera de esto, el niño, sin la versión, solo entiende materialmente (por decirlo así) lo que traduce, sin penetrar (como manifiesta la experiencia) el sentido, que es lo principal, y lo que importa saber, lo cual sucede muy al contrario teniendo el pasaje traducido a la mano.
6. No piensan así los maestros de Francia, Italia y otros reinos, que dan a sus discípulos casi todos los libros latinos con la traducción al lado, y no creo, a vista de los progresos que por este medio experimentan, deban extraviarse los hombres cuerdos del mismo camino.
7. A las causas expuestas se llega la siguiente: es incontestable que el trabajo en entender el idioma latino es grande. Esta lengua con su mucha copia de voces da qué hacer a la más tenaz memoria; y con el orden y colocación de las palabras, tan ajeno del [10] que nosotros guardamos, presenta en cada cláusula una dificultad; aprendémosla en los primeros años, cuando en entender las cosas más fáciles hallamos embarazo. ¿Por qué, pues, no hemos de minorar, en cuanto sea posible, tan gran molestia y aliviar la tierna edad de los niños de carga tan pesada, pudiendo esto lograrse por este camino? Contemplemos lo que pasa a un joven aplicado y de talento, sin este auxilio. Abre el libro, ignora la significación de las más de las palabras, acude al diccionario, halla variedad de significados, no acierta a echar mano del que debe, elige por fin con riesgo de errar, procura retener la significación elegida; y, como son muchas las voces, cuando llega a las últimas, ya se han olvidado las primeras; vuelve al vocabulario y traduce en fin el pasaje que le toca, entendiendo mal aun la letra, y quedando sin conocimiento alguno del sentido; y como ve que a tan extraordinario trabajo corresponde tan escaso fruto, aborrece semejante [11] estudio, y no es pequeña felicidad, si no saca de aquí una aversión de por vida a todo género de letras. Yo estoy creyendo que el odio que profesan muchos a las ciencias en mayor edad, no tiene otro principio, sino el pesado trabajo que les costó la gramática.
8. Y, si en todo tiempo hubiera sido más acertado servirse de las traducciones para aprender la lengua latina, ahora lo es mucho más, especialmente en la Corte. Bien saben los maestros la impaciencia con que los niños desean salir de las aulas de gramática cuanto antes; tampoco ignoran que, por más medios que se apliquen a fin de hacer estudiosa la juventud, se consigue mal: (¡y qué mucho, cuando entre los adultos, que ya conocen las utilidades y ventajas que les proporciona el trabajo, se hallan tantos holgazanes!). Debemos, pues, buscar arbitrios, si los hay, para que se adelante en menos tiempo y con el menor trabajo, y no creo haya algún medio tan eficaz [12] para tan importante fin como el uso de las versiones.
9. Para dar más fuerza a mi opinión, referiré la del sabio maestro Pedro Simón de Abril, que pongo a la letra, porque incluye la autoridad de dos hombres grandes, Cicerón y Plutarco, que son del mismo sentir. Dice así este docto maestro en el prólogo a las comedias de Terencio, que tradujo a nuestro idioma: «En lo que toca al aprender lenguas con buena traducción, cosa averiguada es entre hombres doctos ser éste el camino más llano, más fácil y más corto para sabellas. Porque Plutarco en sus Paralelos, en el exordio de la vida de Demóstenes, afirma haberle importado mucho, para aprender la lengua latina, de que tuvo necesidad, por ser maestro de Trajano, el leer en latín libros; cuyo argumento ya él lo sabía en griego, porque de esta manera las mismas cosas sabidas le hacían entender la fuerza y significación de los vocablos; y Tulio en el exordio [13] de sus Oficios, enseñando a su hijo (donde es de creer que hablaría de veras) le encarga mucho que lea unas mismas cosas, escritas en griego y en latín, para que, confiriendo la una lengua con la otra, se haga en ambas elocuente; y lo mismo dice en el primer Diálogo de Oratore en persona de Lucio Craso. Esto certifica el intérprete haber probado muchas veces por experiencia: darle a un oyente una escena de Terencio, sin traducción, de las que él no hubiese oído, y hacer experiencia de cómo la entendía, y dar el oyente muy lejos del blanco; después hacérsela estudiar por sí con la traducción; y entendella con mucha facilidad; lo cual, es de creer, será lo mismo en los demás y en las demás».
10. También piensa de la misma manera el eruditísimo don Gregorio Mayans y Siscar, cuando dice en el prólogo primero de la obra arriba citada estas palabras: «No puedo, pues, dejar de alabar al maestro Pedro Simón, que, para enseñar a sus discípulos [14] la lengua latina, tradujo y publicó las seis comedias, careando el texto con su interpretación, para que con una ojeada se entienda cualquiera palabra y el contexto entero de cualquier sentencia».
11. Ya que con tantas razones he confirmado mi opinión, voy a satisfacer el único reparo de los que siguen la contraria. Dicen éstos que con las versiones no acudirían los niños al diccionario y, por consiguiente, ignorarían el significado propio de muchas voces (porque no siempre permite nuestra lengua la traducción literal) y no se cansarían en ver en casa el pasaje latino, confiados en que con solo mirarle en el aula le sabrían; mas ambos inconvenientes se evitarían fácilmente, el primero con encargar y obligar los maestros a que se buscasen en el diccionario aquellas voces cuyo propio significado no se expresase en la versión; el segundo con hacer que, al traducir en el estudio, no viesen el castellano.
[15] 12. Creo queda bien probada la mucha utilidad que puede redundar al adelantamiento de la juventud de que se la permita el uso de las traducciones. Mas la lástima es que estamos en España muy escasos de ellas, y deberíamos dedicarnos con el mayor calor a este trabajo. Muchos autores latinos aún no están traducidos, y de los más solo hay una versión, cuando en Francia, Italia y otros reinos las hay de cada autor en gran número. Y no está aquí todo el mal, sino que las más de las nuestras están poco correctas, ya por la mudanza que hubo en nuestra lengua de algún tiempo a esta parte, ya principalmente porque, por seguir la letra, parece que se olvidaron los intérpretes del sentido del autor y de la elegancia. Vicio es éste que reina en los más.
13. Mas en un siglo en que la liberalidad de nuestro Augusto Monarca se empeña en hacer florecer todas las ciencias y artes en nuestra nación, no faltó quien también en ésta nos diese [16] una norma a que arreglarnos en las versiones, para lograr que no solo salgan mejores que las que hasta el día de hoy había en España, sino también superiores a las de otras naciones. Ya creo que habrá entendido el lector que hablo de la traducción de Salustio, que acaba de darse a luz; traducción que no sé si diga es aún más estimable por el acierto de la obra que por el elevado carácter del que la hizo; en ella se hallan hermanadas la propiedad con la elegancia, la fidelidad con la hermosura, la significación de la letra con la expresión del sentido; nada pierde en ella ninguna de las dos lenguas, y se han sabido seguir las dos tan difíciles, como importantes máximas, que hacen perfecta una traducción, que son, no atarse tanto a la letra que degenere en servil, ni tomarse tanta libertad que parezca obra distinta. Algunas traducciones se han visto que, miradas en sí, merecerían aprobación; mas haciendo cotejo con el original, se halla éste [17] muy desfigurado; otras que no faltaban en esto, mas era con lastimosa violencia de nuestra lengua. Para el traductor de Salustio estaba reservada la empresa de producir una obra que en el cotejo se hallase fiel, y mirada de por sí, elegante. ¡Ojalá los españoles nos animemos a trabajar en este asunto! Siguiendo un tan perfecto modelo, podremos esperar no solo competir con el crédito que quieren apropiarse a sí solas otras naciones, sino aun hacernos respetables con ellas. Yo soy el primero que sigo tan buena guía, pero estoy muy lejos de pensar que haya logrado imitarla, y me contentaré con que esta obrilla parezca tolerable. En el sentido, a lo menos, espero que no habrá muchos yerros, porque tuve presentes dos traducciones francesas y una italiana, que, aunque pecaban, las dos primeras por demasiado libres y la tercera por muy literal, con todo no dejaron de ayudar para la más cabal inteligencia del alma de la obra.
[18] Las notas van al fin, porque si las hubiera insertado en los lugares correspondientes, habría de haber repetídolas muchas veces, usando con mucha frecuencia el autor de unas mismas palabras. Procuré ser parco en ellas, tanto por no acrecentar gasto a los que hubieren de comprar este libro, como por no hacer vana ostentación de erudito, con risa de los sabios; aunque, con el leve trabajo de acudir a los difusos diccionarios franceses, históricos y geográficos, y a algunos tratados de mitología, pudiera mostrar una erudición portentosa a los ojos de los ignorantes.
Esto es lo que juzgué debía advertirte, benévolo lector, antes de dar principio a la obra. Ruégote, que, si no la hallares digna de alguna estimación, disculpes sus yerros, en atención a que es la primera y que mi voluntad ha sido de servir a la patria.