Álvarez-Buylla

José Benito Álvarez–Buylla: «Universidad y traducción en España» (1980)

Actas del IV Congreso de la Asociación Española de Estudios Anglo–Norteamericanos, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1984, 135–140

Fuente: Julio–César Santoyo, Teoría y crítica de la traducción: antología, Bellaterra, Universitat Autònoma de Barcelona, 1987, 310–314

 

[310] La lectura reciente de la traducción española de una distinguida novela inglesa atrajo mi atención de nuevo hacia el largo y complejo problema de la traducción. Los errores e impropiedades graves que salpicaban la versión castellana despertaron en mi conciencia de universitario la responsabilidad en que está incurriendo la Universidad con su retraimiento o indiferencia por este asunto que afecta gravemente a una importante parcela de nuestra cultura.

Ciertamente es un problema de difícil o imposible solución, pero esto no nos exime de intentarlo ya que si su complejidad nos detiene, su transcendencia debe impulsarnos a enfrentarlo.

El primer obstáculo que se nos opone es que, aun restringiendo nuestro análisis a la traducción literaria, es decir, la translación de un texto de un idioma-fuente a un idioma–meta, presenta varias facetas que desbordan los puros límites de la lingüística y afectan a la sicología, la antropología e incluso la filosofía de la lengua y la cultura. Decía Octavio Paz que aprender a hablar es aprender a traducir, pero aún cabría decir que cualquier forma de comunicación es una traducción. Expresar algo, sea cualquiera el sistema sígnico empleado, música, pintura o literatura, consiste en investir una sustancia de contenido en una sustancia de expresión articulada en una forma de contenido determinada. Esta situación de la traducción en el «dintel» de diferentes experiencias comunicativas, ha ocasionado que ciertos profesionales de la traducción literaria hayan pretendido negar a los lingüistas la facultad de decir su palabra sobre este problema, y que los lingüistas a su vez, inseguros del terreno que pisan, hayan rehusado invadir con autoridad este territorio. En tiempos recientes, sin embargo, esta situación se ha venido modificando sustancialmente: la [311] traducción es objeto ya de importante dedicación desde distintos ámbitos y las publicaciones se acrecen cada día: revistas, libros, congresos, etc. se aplican internacionalmente al tema de la traducción con resultados aún inciertos pero marcando un signo positivo.

No es ocasión ahora de entrar en detalle sobre los problemas teóricos y técnicos de la traducción. Georges Mounin ha expuesto diáfanamente las relaciones atribuladas y contradictorias entre la traducción y la lingüística y aunque recientemente se han registrado notables intentos por parte de algunos lingüistas como Catford para ordenar el problema desde perspectivas estrictamente lingüísticas, los resultados, aunque sugerentes, han sido incompletos. La dificultad radica en que la traducción desborda, como decíamos antes, la mera perspectiva de la lengua. Hay un momento en el que el paso del idioma-fuente al idioma–meta ha de efectuarse saltando por un terreno distinto al de ambos; hay que salir del idioma-fuente y recorrer un trecho, breve pero esencial, más allá de las estructuras profundas, al margen de la lengua misma, para penetrar luego en el idioma-meta, llevando la significación primera en la sangre para transmigrarla en el nuevo continente. Existe un punto, que podría llamarse «el umbral del signo», un mágico instante en que la significación, la aprensión ultralingüística se sustancia en una forma de contenido determinada. Aquí radica una de las claves de la traducción que está al margen de la lingüística estricta. La traducción consiste, como decíamos, en trasladar una sustancia de contenido a través de una sustancia de expresión en una forma de contenido determinada. Se trata pues de una navegación incierta a través de mares heterogéneos donde a veces las significaciones encallan, se distorsionan o se rompen. No están en habitaciones contiguas; no se pasa de puerta a puerta sino que hay que abandonar un hogar por la chimenea y penetrar en el otro descendiendo del tejado. […]

Aquí radica la inadecuación de intentar calcar la estricta metodología lingüística –estructural o de otra naturaleza– a la semántica, y de aquí se deriva igualmente el problema aparentemente insoluble de la traducción, porque la traducción se encuentra a caballo de ambos campos del contenido y la expresión, en un nivel inmediato pero distinto al puramente lingüístico, lo que hace difícil pero, quiero creer, no imposible, su mensuración. Al decir que en ciertos aspectos está más allá de la lingüística, no significa que sea problema ajeno a la lingüística ni mucho menos. La traducción literaria es necesariamente un problema lingüístico y esto es obvio, pero lo importante es reconocer que en un momento clave de su resolución se mueve en la frontera de la lingüística. Se trata pura y simplemente de admitir que hay Pirineos. Los intentos de Gardin de estructurar los campos semánticos a imitación pero al margen de las estructuras lingüísticas inicia otras direcciones que podrían afectar al problema de la traducción y propiciar nuevas soluciones. La idea no es nueva y entronca con los proyectos de lengua universal soñados por Descartes, intentados por [312] Dulgarno y elucubrados por Leibnitz. Se trata en definitiva de ordenar primeramente los conceptos y luego nominarlos adecuadamente. Las objeciones opuestas a estas fórmulas consistentes en negar la identidad de las relaciones gramaticales con las lógicas, sólo prueban que algo anda mal con el lenguaje. La lógica también podría andar descaminada pero debemos concederle, al menos en principio, su superior margen de aciertos. […]

Volviendo concretamente a la traducción, el paso de un signo a otro, de un sistema sígnico a otra cifra diferente, produce siempre necesariamente dificultades graves y ni siquiera el cercano parentesco de los códigos lingüísticos facilita las cosas a consecuencia del carácter radicalmente arbitrario del signo lingüístico. Los sistemas sígnicos musical o pictórico responden a unas sustancias de contenido peculiares que les son propias. Greimas dice que la «música tiene un significado musical», lo cual (aunque no nos importa especialmente aquí) no resulta demasiado iluminador. A diferencia de estos códigos, existe una supuesta identidad en la sustancia de contenido que las lenguas son capaces de expresar pero, examinado el problema más de cerca, encontramos que cada idioma constituye y crea una propia cosmovisión irreductible. La afirmación inicialmente expuesta de que existen diferencias entre la última sustancia de cualquier contenido y la forma de ese mismo contenido realizada en cualquier sustancia de expresión, no excluye el hecho indudable de la interacción mutua de contenido y forma. Cada lengua encierra a sus hablantes en una cosmovisión definida y excluyente que hace imposible la correspondencia paralela de significados en lenguas distintas.

No hace falta insistir más sobre estos puntos, de sobra conocidos, que inciden sobre la traducción. La traducción sería evidentemente imposible desde una perspectiva teórica, si no fuera que no lo es. La paradoja se resuelve pensando que lo imposible es la traducción perfecta y lo posible la traducción menos buena. Por otra parte la lingüística contemporánea reconoce que existen diferentes niveles de realización del acto de comunicación y por consiguiente, también, de niveles de traducción. La comunicación es un fenómeno cuyo éxito puede ser aproximado, o relativo y tener grados; y correlativamente es susceptible de perfeccionamiento.

La conclusión de esta primera parte no puede ser más que la toma de conciencia de todos los que de cerca o de lejos estamos relacionados con los problemas de la traducción, de la necesidad de intervenir decididamente en este campo. La Universidad, la Universidad española al menos, no ha concedido a la traducción la atención que merece, yo diría que ninguna atención. En alguna de nuestras Universidades, ciertamente, han montado tinglados para enseñar la traducción pero ninguno la estudia. Seamos serios. Existe en este campo una gran laguna. Pido a los universitarios un examen de conciencia sobre este punto que nos impulse a enfrentarnos abiertamente, limpiamente, serenamente, responsablemente con este problema. Las dificultades [313] teóricas y prácticas de la traducción literaria son sin duda profundas y abstrusas; yo diría que carecemos hasta de un diagnóstico claro de la enfermedad: traductor = traidor; traducción = tapiz del revés. El desafío está ahí: negarse a enfrentarlo por suponerlo inaccesible al análisis sistemático de una supuesta ciencia es además de falso, hipócrita.

Pero la traducción ofrece un segundo aspecto inmediato, que mencionábamos al principio, y consiste en su transcendencia cultural. Su incidencia en este campo es especialmente grave en países como el nuestro que dependen en gran medida para su evolución y desarrollo cultural de aportaciones foráneas que tenemos que recibir necesariamente «pasadas» por el «túnel» de la traducción. Los riesgos son sin duda considerables. Ciertamente existen diferentes niveles de conocimientos que reciben atención diferente. La Ciencia, aceptado este término latamente, suele traducirse por expertos, si no en lengua, al menos en la materia sometida a su traslación, pero aún aquí la condición de lingüista sería también requisito importante que debería exigirse al traductor. En cuanto al género literario la situación es distinta y desgraciadamente peor. Partimos de antemano de que la traducción en este campo es mucho más difícil y exigiría una especialización más rigurosa. Pues bien, aquí es donde la improvisación y la rutina imperan como fórmula corriente. No quiero entrar en detalles. La única verdad es que no existe la figura del traductor competente y responsable. No se puede siquiera hablar de intrusismo porque el campo estaba y está en abertal.

La solución no es fácil. Coinciden aquí, por otra parte, razones sociológicas que aunque invocadas a veces por razones no santas, merecen desde el punto de vista humano evidente consideración. La tarea de la traducción entre nosotros tiene un planteamiento tradicional y consuetudinario cuyo desmantelamiento podría afectar a algunas personas dignas y honestas que han intentado cumplir lealmente un sagrado deber. Detras –o delante– están las grandes Editoriales que afilan las uñas en defensa de sus grupos de traductores, inspirados por una loable devoción por sus empleados y por un menos loable interés en mantener una situación que económicamente les beneficia. […]

Estas complejas y antipáticas circunstancias aquí expuestas, no deberían hacernos desistir de intervenir en el problema a los universitarios implicados en el asunto vocacional y profesionalmente. Si por un lado nos compete y nos corresponde ahondar en la investigación de la traducción en sus dos niveles teórico y aplicado, también deberíamos individual y asociativamente intervenir en el arduo campo de la profesionalización y comercialización de la traducción, por muy penoso y desagradecido que resulte. Por otra parte, no se trata de enfrentarse con nadie. Nuestros objetivos son por ejemplo coincidentes finalmente con los de la APETI. Todos perseguimos, o deberíamos perseguir los mismos ideales: traductores, editores y público. Nuestra buena fe es evidente aunque deberíamos demostrarla en cada momento [314] Me parecen muy interesantes los intentos, ya mencionados, de algunas de nuestras Universidades, organizando Centros de Enseñanza de la Traducción, pero pecan de partir de la aceptación del planteamiento actual con lo que contribuyen más a confundir que aclarar la situación que padecemos.

En consecuencia sería conveniente que formulase una Declaración de Principios en el campo de la Traducción que implicaría asimismo el compromiso de la Universidad española, que podría establecerse de acuerdo con las bases siguientes:

Primera.– La traducción se está realizando en España sin garantías suficientes de fidelidad.

Segunda.– La sanidad y elevación cultural de un país como España, que depende en cierta medida de aportaciones foráneas traducidas, exige que este proceso se realice en la forma más idónea y perfecta posible.

Tercera.– Reconocemos las dificultades teóricas y prácticas que la Traducción impone y declaramos la necesidad de que por las Universidades españolas se preste especial atención a la investigación de este fenómeno.

Cuarta.– Resulta indispensable crear jurídica y técnicamente la figura del Traductor, exigiendo que reúna los requerimientos lingüísticos y culturales necesarios en cada caso para el cumplimiento adecuado de su elevada función.

Quinta.– Corresponde a las Universidades la creación de los Centros e Instituciones que en su día y respondiendo a las premisas anteriores, formen los traductores que, respetando los legítimos derechos adquiridos por los profesionales actuales, se dediquen en el futuro profesionalmente a esta labor con las retribuciones que las leyes determinen.