Ardavín 1921

Luis Fernández Ardavín: «Nota del traductor»

Paul Verlaine, Fiestas galantes. Romanzas sin palabras, Madrid, Mundo Latino, 1921, 173–177.

 

[173] ¿Se puede traducir a Verlaine? Sí, puesto que otros poetas españoles –Carrere, Díez Canedo, Bacarisse– lo han hecho con envidiable acierto. Pero a nadie se le oculta la enorme dificultad de esta empresa, que si anima y estimula por sí misma, surge, en cambio de la magnitud del empeño al considerar nuestra gran responsabilidad.

Ya es labor espinosa trasladar al espíritu español, recto, entero, nada moldeable, sin gamas ni modalidades de segundo plano, la personalísima torturación espiritual del genial poeta, reflejo y espíritu de la espiritualidad moderna y suprasensible del gran pueblo francés; pero erizada de mayores imposibilidades se ofrece la versión de la forma, de una lengua –la francesa y más especialmente parisién–, donde todo es matiz [174], imprecisión y vaguedad, donde una palabra encierra cien sentidos diferentes, a otra lengua –la española, que no admite más que una aplicación rigurosa y donde cada voz expresa una superabundancia de contenido. Con lo cual, lector español, has de resignarte a conocer a un Verlaine más concreto, de concepto más preciso, de silueta más recortada y acusada: la lengua de Cervantes nunca podrá darte la fusión con Verlaine. El castellano carece de aquella flexibilidad musical, alada y vaporosa, que flota, como un nimbo, sobe las rimas que acabas de leer.

Mas pese a todo, hemos procurado, hasta donde nuestra capacidad nos permitía, anteponer la fidelidad en la versión, el respeto riguroso al maestro, a nuestra vanidad personal de traductor que, en algún momento, pudo proporcionarnos un éxito fácil: no caer en la tentación ha sido nuestro lema al traducir; mas, entiéndase bien, huyendo siempre del prosaísmo. […]

[175] Deber es de sus traductores, según entendemos, dedicarse con todo amor a procurar la más exacta versión que le sea dado, y no acumular aportaciones de investigación o de fantasía que [176] agranden la caótica bruma que envuelve la figura del maestro.