Baeza 1926

Ricardo Baeza: «Oscar Wilde y yo»

El Sol, 25 de enero de 1926, 5–6.

 

[5] […] Dos palabras, antes de entrar en materia, sobre la traducción castellana de «Oscar Wilde y Yo», que firma don R. Cansinos–Assens.

Hace unos meses, comentando la traducción de «La tragedia, de mi vida», título con que la señora Nelken había trasladado la «Epístola: In carcere et vinculis» o sea el texto íntegro del hasta entonces truncado «De profundis», señalábamos la particularidad de que la versión estuviese hecha de la alemana y no del original inglés, sin duda para no discordar con los demás volúmenes compañeros de las «Obras escogidas» de Wilde en «Biblioteca Nueva», éstos, a su vez, traducidos de la versión francesa.

Pues bien: este nuevo libro, no ya de Wilde, sino sobre Wilde, ha corrido suerte pareja; diríase que bajo el mismo sino de los otros. Se conoce que el Sr. Cansinos–Assens, que, según parece, es sabedor de un sinfín de lenguas orientales y que creo se ha ejercitado últimamente en una versión «directa» de Juliano el Apóstata, no cuenta entre sus conocimientos lingüísticos con el del inglés. La cosa no tiene nada de particular. Se puede ser un gran escritor y hasta un gran orientalista sin saber el inglés. Y me atrevo a suponer que no lo sabe porque, de saberlo, ¿no es de presumir que habría traducido el libro de lord Douglas del texto original, en vez de utilizar para ello la versión francesa?

Claro que aquí no hay el perjuicio de forma que en las obras antes citadas de Wilde. Realmente este libro de lord Douglas lo mismo da que se traduzca del inglés que del francés, que del chino. Siempre continuará siendo una flagrante sandez, indigna de que un escritor que se estime tal ponga en ella las manos. Pero, en cambio, aquí encontramos el dolo que no había en la versión de la señora Nelken, quien se guardaba honestamente de especificar el idioma de que había traducido. El Sr. Cansinos–Assens, más denodado, ha escrito valientemente en la portada: «Traducción directa de la edición inglesa».

Desgraciadamente para la veracidad del Sr. Cansinos–Assens, ello no ha sido así. Y de esperar es que la traducción de Juliano haya visto más de cerca el griego que ésta viera el inglés. Pues basta cotejar el texto original con la traducción francesa y la española para advertir que ésta ha sido hecha en todo momento, y bien literalmente, sobre aquélla, publicada en París en 1917 bajo la firma de William Glande. Y tan palmario es ello que no se precisa lo más mínimo ser perito en la materia para echarlo de ver. Paso a paso, el Sr. Cansinos–Assens se va ciñendo textualmente a la traducción francesa, acertando cuando ésta acierta y equivocándose cuando se equivoca. No hay, seguramente, un solo pasaje en todo el libro que así no lo demuestre. Véase, por ejemplo, desde su mismo comienzo, desde la primera frase de la introducción. Dice el texto inglés: «Out of little things there may come a peck of troubles. I suppose that my first meeting with Oscar Wilde was to me [6], at that time, a little thing. By this I do not mean that I was other than glad to meet a man of Wilde’s culture and attainments, but I was not particularly impressed by him at first, and, if I had never set eyes on him, I should certainly have lost nothing». Que, con más o menos libertad en la elección de vocablos, pero ajustándose fielmente a la línea del original, supongo que habría que traducir por algo así como: «De las cosas pequeñas pueden provenir un sin fin de disturbios. Imagino que mi primer encuentro con Oscar Wilde fue para mí, a la sazón, una futesa. Con esto no quiero decir que dejara de complacerme el conocimiento de un hombre de la cultura y las dotes de Wilde, sino que, en un principio, no causó en mí una impresión particular, y que, de no haberle visto nunca, ciertamente que nada habría perdido». Veamos ahora cómo, sin ser infiel al espíritu, la traducción del Sr. Cansinos–Assens se aparta bastante de la forma al escribir: «De las causas más nimias suelen redundar los peores efectos. Es probable que mi primer encuentro con Wilde no fuera para mí, en aquella época, sino un accidente de poca monta. No es que el hecho de conocer a un hombre de su cultura y de su talento no hiciera mella alguna en mi espíritu; pero debo confesar que al principio, no hizo en mí especial impresión, y que si no se me hubiera proporcionado nunca ocasión de conocerlo no habría perdido nada». Cabe, desde luego, que un traductor español, en vena de amplificación hubiese traducido así el texto inglés que antecede. Pero cuando leemos en la traducción francesa: «Aux plus petites causes les pires effets. II est probable que ma première recontre avec Oscar Wilde ne fut pour moi, à l’époque, qu’un incident de peu d’importance. Non pas que le fait de connaître un homme d’une telle culture et d’un pareil talent me fût indifférent, mais je dois dire qu’au premier abord il ne m’impressionna pas particulièrement, et si je n’avais jamais eu l’occasion de le voir je n’y aurais certes rien perdu”, sí que ya no puede caber duda de que aquella traducción fue directamente hecha sobre ésta, dada la imposibilidad de que la fantasía de dos traductores coincidan por modo tan puntual.

Pero más claramente aún se advierte la cosa cuando ambos traductores coinciden en equivocarse, como ocurre pocas líneas más allá del párrafo citado, en que el texto reza: «How far I was wise in this determination is another affair», y el traductor francés traslada: «Ai–je eu raison? C’est mon affaire», para que el señor Cansinos–Assens le pise los talones, escribiendo: «¿Hice bien? Eso es cuenta mía»; siendo así que el sentido de la frase es muy otro, y no se advierte más equivalencia posible que: «Hasta qué punto fue cuerda esta determinación, ya es otra cosa», o algo por el estilo que venga a entrañar la duda sobre la procedencia de la determinación a que se alude, en lugar del gesto de vanidosa suficiencia que expresan la traducción francesa y la española.

Y si se requiere una muestra de mayor evidencia aún, aunque creo que las expuestas no pueden dejar lugar a incertidumbre, véase en la página 197 de la traducción española este simple jirón de frase: «Para los charlatanes, ‘tapeurs’, ‘bookmakers’ y usureros», etcétera. Estas dos palabras extranjeras subrayadas, francesa la una («tapeurs») e inglesa la otra, hacen pensar al lector que si no se tradujeron al castellano fue, sin duda, en el caso de «bookmakers», por tratarse de una palabra típicamente inglesa que designa una profesión que no tiene su análoga en España (apostador profesional en las carreras de caballos, dice el diccionario) ni su equivalencia exacta en nuestro idioma, habiéndose incorporado además al vocabulario internacional de Occidente; y, en el caso de «tapeurs», porque así debió escribirla el autor inglés en su texto, pues de otro modo no se echa de ver la razón que habría para intercalar un vocablo extranjero que tiene su significación precisa en el español de «sablistas», con la sola diferencia de que «tapeur» no es palabra admitida por la Academia Francesa, y «sablista» sí lo ha sido por la nuestra. Pero no hay tal cosa, ni al autor inglés se le ocurrió emplear este vulgarismo francés, que muy contados lectores ingleses habrían entendido. Lo que lord Douglas escribió fue lo siguiente: «For quack doctors, begging–letter writers, and certain classes of bookmakers and money–lenders», etc. Que cualquiera medianamente versado traduciría: «Para curanderos (más exactamente aún que «charlatanes»), sablistas (o «sablistas epistolares», si se quiere apurar la expresión exacta de «begging–letter writters») y ciertas clases de «bookmakers» y prestamistas», etc. ¿Qué motivo, pues, puede haber para que el Sr. Cansinos–Assens traduzca «begging–letter writers», esto es: «gente que escribe cartas mendigando» pidiendo dinero; «sableando», en una palabra), por «tapeurs»? Pues, simplemente, que M. William Claude tradujo en francés: «Pour les charlatans, les tapeurs, les bookmakers et les usuriers», etc. Y si se tiene en cuenta que el entrecomillado de «tapeurs» en la frase no es mío, sino del traductor francés, se adivinará que esas comillas, sin duda, hicieron pensar al traductor español que la palabra se encontraba así en el texto original y, por tanto, había que respetarla; cuando indudablemente lo que aquel quiso significar con las tales comillas es que la palabra era un vulgarismo, de uso casi exclusivamente colonial.

Imagino que toda la traducción estará a tenor de lo transcrito, y que lo citado basta, y aun sobra, para mostrar la fe que puede prestarse a aquello de «traducido directamente». Conociendo el libro de lord Douglas desde su publicación (1914), claro está que no he hecho ahora sino hojear la versión castellana y cotejar algún que otro pasaje escogido al azar. Pero seguramente que, buscando, podrían hallarse «gazapos» de mayor bulto, aunque no que demostrasen más patentemente cuál ha sido el texto seguido en su traducción por el Sr. Cansinos–Assens, cosa que bien salta a los ojos línea por línea. Una prueba más, si hiciera falta, son las notas –insuficientes, por otra parte– que aclaran el texto, y que son las mismas, fielmente traducidas, ni una más ni una menos, en la versión española que en la francesa. Si ésta fuese posterior a aquélla no habría modo de negar que M. Claude había traducido la versión española; pero, como antes apuntábamos, la francesa es anterior en ocho años.

Sin embargo, el Sr. Cansinos–Assens ha debido tener en sus manos el libro inglés. Pero claro está que, para el caso, como si hubiese estado en griego. Y ello demuestra que si, teniendo el texto original, prefirió el traductor trabajar sobre la versión francesa, no fue por lo que hubiera podido invocarse como atenuante, o sea la dificultad de procurarse el tal original, sino, simple y llanamente, por la ignorancia del inglés en que se encontraba el traductor. Y que tuvo a su disposición dicho original parece probarlo la inserción, en nota al pie, del texto inglés del soneto «El poeta muerto», texto que no figura en el libro francés, y cuya adición es de una graciosa ingenuidad (confiada, sin duda, en que los lectores ignoren el inglés tan cabalmente como el traductor), pues pone una vez más de manifiesto que la traducción lo puede ser de cualquiera otra lengua menos de la inglesa, con la agravante, en este caso, y esta vez de traición, no ya al inglés, sino al francés, de traducir «grille verrouillée» por «reja herrumbrosa», confundiendo «verrouillée» («cerrada con cerrojo») con «rouillée»: «mohosa», «herrumbrosa»; cuando, por otra parte, lo que reza el texto inglés es «fast locked gate»: «puerta fuertemente (y para siempre) cerrada». Como se ve, el Sr. Cansinos–Assens, si docto en lenguas orientales, no lo anda tanto en las de Occidente.

Otra prueba también de que se ha dispuesto del original inglés es que figuran en la traducción española algunas de las fotografías que adornan aquél (seis, de las catorce) y que faltan por completo en el volumen francés.

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No cabe duda que la demostración me ha ocupado más espacio del que la materia merecía, pues como antes indicaba, lo mismo da, en punto a forma y fondo que semejante ignoble libelo haya sido vertido del original inglés que de otra versión cualquiera, y tanto mejor si no lo hubiese sido nunca. Pero dos razones me han guiado para ello. En primer lugar, la conveniencia, ya que la ocasión se presentaba, de señalar esta plaga de traducciones que ha caído sobre el libro español, que, hechas todas del francés, cuando no del italiano o del catalán, se atreven a titularse fraudulentamente »versiones directas» de idiomas de conquista un poco más difícil y conocimiento menos difundido. En segundo lugar, la conveniencia también de mostrar la confianza que puede tenerse en la autoridad del traductor. Si desde la entrada se empieza faltando tan ostensiblemente a la verdad, ¿qué fe podrá prestarse a las afirmaciones ulteriores referentes a Wilde y lord Douglas? […]