Cordero

Miguel Cordero del Campillo: «Sobre la traducción»

Las Ciencias 34: 4 (1969), 273–280

Fuente: Julio–César Santoyo, Teoría y crítica de la traducción: antología, Bellaterra, Universitat Autònoma de Barcelona, 1987, 269–275

 

[269] ¿Cuáles son las bases para lograr una traducción correcta? No es fácil contestar a esta pregunta sin incitar la controversia. Ortega y Gasset, siguiendo a Schleiermacher, señalaba que pueden darse dos modos de traducir: traer el autor al lenguaje del lector o bien realizar lo inverso. El primer supuesto es realizar una traducción impropia, según él, algo así como una copia o paráfrasis del original. Como diría Cervantes, esto no tiene mérito ni dificultades especiales y es poco más que copiar o transcribir palabras de un documento a otro. Y, sin embargo, habría que decir que ni siquiera esta tarea es fácil, puesto que voces que tienen un significado aparentemente similar expresan nociones relativamente diferentes, en ocasiones. Bastaría recordar el propio ejemplo orteguiano, cuando enfrenta la palabra alemana «Wald» con su equivalente español «bosque» y señala la disparidad existente entre lo que entendemos germanos e hispanos por tal. Incluso cuando se traduce dentro del propio idioma, como ocurre al actualizar textos antiguos, resulta comprometida la elección de vocablos, pues si debe evitarse el arcaísmo, no es menos cierto que también hay que huir de la rigurosa «puesta al día», para evitar caer en lo que Knox calificó de indigestión.

Para Ortega y Gasset, «sólo cuando arrancamos al lector de sus hábitos lingüísticos y le obligamos a moverse dentro de los del autor, hay propiamente traducción». Eso no significa, de ningún modo, que la traducción haya de sonar a lengua extraña, puesto que, como han señalado figuras tan distintas como Cervantes y Martí, la buena traducción[270] debe plantear la duda de cuál es el original y cuál es la obra traducida.

Estas exigencias tienen plena validez en el campo de las humanidades. ¿Puede alguien imaginarse lo que es traducir un poema buscando simplemente una equivalencia de las frases? Otra cosa ocurre con la traducción técnica, en la que, si bien debe preservarse la gracia del original, la exactitud debe adquirir una vigencia primordial, porque, como se ha dicho, las traducciones defectuosas, «particularmente en el campo de la química y de la medicina, pueden, literalmente, conducir a un desastre».

En definitiva, es preciso respetar el estilo del autor, para no producir una obra mecanicista y sí, en cambio, recoger las ideas plasmándolas en el idioma propio con la lozanía y los matices que les imprimió el autor. Es obvio que las dificultades son enormes en ocasiones, porque el lenguaje, en último término, no es sino el hábito que nos permite vestir las ideas, y éstas, quiérase o no, siempre son un poco prisioneras de aquél. En el fondo, pues, conviene que la ecuación pensamiento/expresión sea lo más equilibrada posible. Ello exige que el traductor penetre radicalmente en el espíritu del autor para actuar, como si dijéramos, desde dentro del mismo, y ser, de algún modo, coautor.

Si se me pidiera que relacionara las condiciones mínimas que debe reunir un traductor aceptable, diría que son las siguientes:

  1. Dominio de la propia lengua.
  2. Amplio conocimiento de la extranjera.
  3. Profunda información sobre el tema tratado.
  4. Gusto estético, que le permita ejercer una higiene mental, para liberarse de la servidumbre que impone el idioma del que se traduce y le evite caer en el literalismo.

No es fácil reunir todas estas cualificaciones, y por eso se ha podido decir que traducir es traicionar (Traduttore, traditore), o, con [271] frase cervantina, que una traducción es algo parecido a la imagen de un tapiz flamenco visto por el lado del revés. El fenómeno se ha agravado porque, como ha dicho Flamand, cualquier persona que conoce un idioma se cree capaz de traducir. No es extraño que la opinión que se tiene del traductor en muchos círculos sea, en boca de Gingold , la de una «persona con un conocimiento superficial de la ciencia, unos pocos y baratos diccionarios, limitada capacidad mecanográfica e ilimitada osadía». Sin duda, los «espontáneos» de la traducción han causado mucho daño al prestigio de esta noble tarea, a la que Ortega y Gasset, tantas veces citado, invita a los autores «para completar su obra personal». Ciertamente, para muchos, un buen traductor puede compartir la gloria de la creación original.

 

Los traductores

Las considerables dificultades y los tópicos más o menos peyorativos que todavía tienen vigencia han impedido que el traductor alcance la estimación y la remuneración debidas. Por ello, el traductor profesional, es decir, la persona que obtiene todos sus ingresos de su actividad traductora, no es una figura frecuente más que en las sociedades desarrolladas. Acaso haya influido no poco el autodidactismo a que fuerza la inexistencia de escuelas de traductores, pues, si bien hay escuelas de idiomas con profusión, ya hemos visto que no basta el conocimiento de lenguas para realizar satisfactoriamente las funciones de un traductor.

En el mundo comercial, científico y técnico existe, sin embargo, un tipo de traductor en parte (part–time translator), que, a falta de trabajo suficiente para ser dedicado plenamente a esta actividad, tiene que dividir su tiempo entre la interpretación de textos o de conversaciones, tareas burocráticas o de organización. No obstante, determinados organismos oficiales y grandes empresas utilizan los servicios de traductores, bien sea autónomos (free–lance translators), bien incluidos en nómina (in–translators), cuya misión puede ser muy variada. Los más cualificados, además del conocimiento de idiomas, tienen que ser expertos en las materias que traducen y poseer un cierto sentido crítico y selectivo, para clasificar y valorar las materias. La permanencia del traductor junto a la persona que solicita sus servicios tiene considerables ventajas, pues la discusión de los significados puede impedir errores de bulto, de los que han llegado a hacerse famosos muchísimos, en todas las ciencias. Aparte pueden existir organizaciones [272] especializadas en traducciones, con personal (out–translators) cooperador. El más grave inconveniente de este tipo de traductor es la necesidad que tiene de verter textos de naturaleza sumamente variada, lo que acentúa el riesgo de que produzca traducciones incorrectas.

La naturaleza del trabajo y la finalidad perseguida imprimen particularidades a la labor del traductor. Cuando se pretende, simplemente, adquirir una cierta información sobre el contenido de un texto, el rendimiento del traductor aumenta considerablemente con el uso del magnetófono. Pero cuando el texto va a destinarse a la publicación, o cuando de la redacción que se dé puedan derivarse consecuencias graves (por ejemplo, un contrato legal, un tratado internacional o las bases para la fabricación de un preparado), entonces es preciso analizar minuciosamente los textos traducidos, a fin de lograr el significado más preciso posible. Como vemos, no es exagerada la afirmación de la UNESCO según la cual la traducción, especialmente la técnica, que implica investigación y consultas, está muy lejos de ser una rutina.

No cerramos este apartado sin antes haber hecho mención de uno de los instrumentos del traductor: el diccionario. Las diversas ramas del saber han desarrollado un vocabulario específico, una jerga, si se quiere, que escapa a su inclusión en los diccionarios habituales. De ahí que la UNESCO haya recomendado que se dedique más interés a mejorar la precisión en el uso de los términos técnicos y de sus equivalencias en las diversas lenguas, animado a las organizaciones internacionales interesadas en llevar a cabo la publicación de glosarios con definiciones y diccionarios plurilingües de equivalencias. Así, han aparecido diccionarios poliglotos de técnicas y ciencias en los idiomas y especialidades más diversas.

 

Las máquinas de traducir

Los comienzos y desarrollo de la traducción electrónica preocuparon considerablemente a los traductores profesionales. Por el momento, y posiblemente también en el próximo futuro, el traductor bien [273] preparado seguirá siendo insustituible. En primer lugar, la máquina no puede matizar significados, tarea que incluso muchos diccionarios no resuelven correctamente y que requiere no poco de aportación personal. Por otro, como ha sucedido con las calculadoras electrónicas, que no han suprimido a los matemáticos, es muy posible que se requiera siempre personal especializado para lograr el rendimiento adecuado en la programación y en la interpretación de los textos. Seguramente las máquinas de traducir liberarán al traductor de algunas de sus misiones más mecánicas e ingratas y terminarán siendo algo así como los innumerables aparatos electrodomésticos, que han mejorado la situación y condiciones de trabajo del ama de casa, sin suprimirla.

 

Traducción y desarrollo científico

La masiva producción científica obliga al cultivador de la ciencia a realizar un esfuerzo considerable para intentar acercarse al utópico «estar al día». Si pertenece a una comunidad lingüística de poco relieve científico, ha de dedicar parte de su esfuerzo al aprendizaje de uno o varios idiomas. La situación es difícil, porque ha de buscarse un equilibrio entre el tiempo dedicado al estudio de lenguas extrañas, que solamente son un medio, y el aplicado a la actividad investigadora. Esta situación reclama, cada vez con más insistencia, los servicios de traductores de garantía. Así ha nacido el traductor científico, graduado en un ciencia determinada, conocedor de idiomas y dedicado a esta actividad. Hasta ahora no son numerosos los científicos dispuestos a dedicar su inteligencia y entusiasmo a un trabajo que no tiene gran consideración ni remuneración, cuando pueden emplearse en tareas de investigación, mucho más gratas y meritorias. Y es lástima, porque se necesitan. El problema está agravado también por la actitud de algunas editoriales –casi la mayoría–, para las cuales es poco menos que indiferente la calidad de la traducción.

Antes ya hemos indicado la existencia de un velado colonialismo científico y señalado el papel que la traducción puede tener en el acortamiento de las distancias que separan a los pueblos en este campo. Pues bien, aunque resulte incomprensible, las naciones que producen más ciencia son, precisamente, las más interesadas en disponer de traducciones de las obras aparecidas en lenguajes extraños.

En el plano privado, son muchas las empresas que dedican amplios capítulos de su presupuesto a esta misión. La American Cyanamid Co., de Stanford, Connecticut (USA), tiene un equipo completo de traductores en su Central Research Division. La firma Merck & Co., de Rahway (USA), posee, igualmente, un Scientific Information Department. Y así muchas más. En todos los casos, los servicios están a cargo de expertos en los idiomas respectivos, que además son científicos preparados en los campos concretos en que traducen.

[274] No se han considerado suficientes los esfuerzos privados, por lo que han nacido agencias nacionales encargadas de cubrir el vacío. Posiblemente los Estados Unidos de América constituyen uno de los ejemplos más ilustrativos a este respecto. La National Science Foundation, aparte de patrocinar traducciones, que se realizan en el propio país, lleva a cabo programas con naciones de ultramar, empleando para ello fondos obtenidos en la venta de excedentes agrícolas, según la Public Law 480 (Agricultural Trade Development and Assistance Act, 1954). Así han nacido, por ejemplo, los programas de traducciones científicas que se llevan a cabo en Israel, Polonia y Yugoslavia.

Es más, en 1958, el Comité de Relaciones Exteriores del Senado Norteamericano reformó la disposición HR 12181, que ampliaba la Mutual Security Act de 1954, introduciendo en el título I de la PL 480 ya citada un párrafo que literalmente autoriza a «recoger, traducir, extractar y difundir información científica y técnica». En ese mismo año, el Bureau of the Budget solicitó que se hiciera cargo del programa la National Science Foundation. Posteriormente, la Cámara de Representantes (29 de abril de 1964), por la disposición HR 11069, aprobó que la Biblioteca del Congreso estableciera una oficina de traducción al inglés de todos los artículos de naturaleza científica que aparecieran en periódicos, revistas u otro tipo de publicaciones extranjeras, recibidos en dicha biblioteca. Al propio tiempo, autorizó la preparación y publicación de un índice de artículos científicos, para su difusión mundial en régimen de intercambio.

Aparte de estas iniciativas, en los Estados Unidos existían ya dos importantes fondos de traducciones: The Office of Technical Services del US Department of Commerce, en Washington DC y la Special Libraries Association, en la John Crerar Library, en Chicago (Illinois).

En Inglaterra nació la National Lending Library for Science and Technology (Boston–Spa). En Alemania se creó la Bibliographie Deutscher Uebersetzungen aus den Sprachen der Völker der Sowjet–union und der Länder des Volksdemokratie, que publica el Institut für Dokumentation, en Berlín Oeste. En Francia, el Centre National de la Recherche Scientifique, de París, publica un «Catalogue mensuel des traductions effectués dans les services et centres français de documentation». En fin, en España, el Centro de Información y Documentación, del Patronato «Juan de la Cierva», del CSIC, ejerce una actividad semejante.

Pero no termina aquí el interés internacional por las traducciones científicas. En Delft (Holanda) se ha creado el Centro Europeo de Traducciones, que reúne a catorce países europeos (entre ellos España), dos americanos (Estados Unidos y Canadá) y uno asiático [275] (Israel). Su misión es informar de las traducciones de obras científicas y técnicas de idiomas poco accesibles, principalmente orientales, a los idiomas occidentales de Europa. Se nutre de las aportaciones de las naciones miembros y publica los fondos disponibles en Technical Translations, que edita el Ministerio de Comercio de los Estados Unidos.