Diego 1970

Gerardo Diego: [Prólogo a] «Tántalo (versiones poéticas) (19191959)»

Versos escogidos, Madrid, Gredos, 1970, 223–224.

 

[223] El amplio período de tiempo que suponen estas fechas ya ilustra sobre mi constancia en practicar el atrevido y desesperante deporte de la traducción poética. Muy pronto me di cuenta que el trabajar en verter poesía de lenguas próximas o de lenguas lejanas a la lengua de uno, es, en el peor de los casos, un utilísimo ejercicio. Nuestros clásicos lo practicaron constantemente con los poetas latinos y, los que pudieron hacerlo, con los griegos, así como también con los italianos, que era el idioma de ellos más conocido y próximo. La decadencia de los estudios humanísticos ha hecho menos frecuente en nuestro siglo la versión de los poetas de la antigüedad clásica, y yo nunca me he atrevido a intentarla, aunque no fuera más que por respeto a las maravillas que lograron los poetas del Renacimiento: un Fray Luis, un Medrano, un Villegas, etc.

No presumo de conocer bien ningún idioma, ni siquiera el castellano. Sin embargo, me he atrevido a lo largo de mi vida a intentar versiones poéticas de hasta siete lenguas, ayudándome en los casos en que mi conocimiento era imperfecto, de otras versiones preexistentes a lenguas mejor conocidas por mí, y asegurándome con consultas de mi trabajo a personas que dominasen esas lenguas y que a la vez tuviesen sensibilidad de poetas.

El título Tántalo me parece expresivo del suplicio de la traducción de poesía en verso. Parece que vamos a tocar con las manos, que ya está apresada, que ya está, y resulta que se nos aleja y nos burla. Mi creencia en este punto es que, dentro de lo relativo, es posible la traducción poética de unos poemas, y [224] es en cambio imposible en la de otros. El que se compromete a traducir un libro entero o un poeta entero necesariamente fracasará muchas veces. La dificultad es más tantálica cuando la lengua sea más próxima. El gallego o el portugués torturan más que el francés o el italiano, y cuando ya se sale del círculo de las lenguas romances, el camino es completamente inverso. Mi traducción del El Cementerio Marino de Paul Valéry es una de las pocas que se han hecho en verso contado y rimado, en estrofa igual a la del original. Otro tanto puedo decir de la traducción de Aurora, que me valió una entusiasta felicitación de Juan Ramón, yo creo que más que por halagarme por molestar al poeta francés, al cual le presenté yo mi versión de la que él aprovechó un verso para dedicarme un ejemplar de una preciosa edición suya.