Díez-Canedo 1918b

Enrique Díez–Canedo: «Poetas y poemas» [Reseña de Russian Poets and Poems, de Nadine Jarintzov]

España 166: 9 (13 de junio de 1918), pp. 9-10.

 

[9] […] Es indiscutible que la verdadera fisonomía de un poeta se ha de buscar no sólo en lo que dice, sino en cómo lo dice. Sus palabras se unen para expresar ideas, sensaciones, conceptos determinados; pero se unen guardando unas leyes rítmicas, que las condicionan y prestan fisonomía peculiar. Prescindir de estas leyes o acomodarlas y cambiarlas buscando el genio propio del idioma a que se traduce, viene a ser lo mismo. Si se transcribe sencillamente en prosa una poesía cualquiera, sabremos lo que dice el poeta; si se traslada en verso, lo que se suele hacer es recordar las poesías nacionales que se parecen a la composición vertida. En nuestros intérpretes nacionales de Horacio, el recuerdo de Fray Luis de León pesa de tal modo que la historia de nuestra poesía horaciana, escrita fervorosamente por Menéndéz y Pelayo, se podría considerar como una serie de aproximaciones y desviaciones de la manera asentada por el autor de la Noche serena. Cuando se trata de poetas, traducir, significa muy a menudo sacrificar. Ahora bien, ¿es justo imponerles tal sacrificio? ¿No hay manera de lograr una equivalencia en que nada resulte sacrificado, en que lo nacional se sustituya a lo exótico en perfecta correspondencia? Para Mr. Wilfrid Blair, poeta inglés que ha coadyuvado, en parte, al logro de muchas versiones de Mme. Jarintzov, eso es posible y en ello no ve más que una «cuestión de tiempo». Pero Mme. Jarintzov no opina lo mismo. Y, entre la reproducción ajustada a las estrictas leyes del inglés del metro, de la rima y de la «atmósfera» de una poesía rusa, posible según su consejero a costa de tiempo y paciencia, o la conservación de esas cualidades, a costa de alguna violencia al genio de la lengua receptora, prefiere esto último. Para ella, lo esencial es que «suene» a ruso, una poesía rusa traducida. Y, por esta razón, opina que sólo un ruso puede traducir convenientemente al inglés las poesías de su país; teoría que no tiene duda en generalizar, saboreando anticipadamente lo curioso que sería el contraste de las versiones hechas por un inglés con las de poesías inglesa, abundantísimas y admirables, trabajadas por los poetas rusos.

[…] Se ha intentado, casi siempre, entre nosotros, «españolizar» la [10] inspiración extraña: españolizar el Fausto, por ejemplo. Los metros más característicos de nuestra poesía, los que nacieron con ella y moldearon su espíritu, han sido empleados sin recelo en la versión de obras de muy distinta condición. Preferible es, en tales casos, una pobre y honrada versión en prosa. Pero ¿se ha de renunciar por ello a enriquecer la versificación original con esquemas de otras literaturas? La adoptación de formas italianas en Europa entera llevó, indudablemente, una transformación a todas las literaturas: fue el Renacimiento, movimiento espiritual más amplio que las variaciones locales del gusto, el que pasó a todos lados con aquellas formas aun productivas; y pasó sin matar Ios gérmenes que granaban y florecían en los moldes antiguos. Luego en esas mismas formas el alma nacional se hizo patente, diversificándose en lo mismo que parecía tender a la unificación. El resucitar de los metros clásicos, tan fuerte en algunas literaturas modernas –Italia, Alemania– y con ejemplos en todas, trae algo análogo. La traducción poética, sujetándose ceñidamente a las formas originales, ha servido y puede servir de mucho para ensanchar el campo de la versificación; y el que no sienta la necesidad de esto, no ha puesto nunca los ojos en la historia literaria.

No somos los españoles más refractarios que otros pueblos al cambio en la técnica literaria; pero, a no dudar, lo somos bastante. No podemos concebir que un cambio en la técnica signifique ensanchamiento: no se anula con ello lo anterior, sino que se instaura algo nuevo. Y, limitándolo a la traducción versificada, ya que se haya de intentar ¿por qué no intentarla íntegramente, en el ritmo, en la rima, en la «atmósfera», para usar la palabra que emplea Mme. Jarintzov? Si dijéramos que el castellano es la lengua más dúctil y flexible a este propósito, nadie nos creería. La escasez de palabras cortas, la abundancia de la acentuación llana, lo limitado de los sonidos vocales, son otros tantos inconvenientes: para traducir del portugués, catalán, italiano, que por su misma semejanza gramatical exigen paridad absoluta de formas y ponen al castellano, más tieso, más amplio, en trances de dificultad casi insoluble, compensadas por lo semejante de la cadencia y de la rima. A través del estudio de Mme. Jarintzov advertimos que la adaptación de las formas métricas y del sistema general de versificación ruso había de ser fácil y de producir resultados nada incómodos para nuestro oído. Abundan, en ruso, las palabras largas, que dificultan la traducción al inglés; el acento es aún más rígido que en la poesía española, y está, por lo tanto, en la dirección que lleva la nuestra desde la absorción de las formas italianas. Desde que el romanticismo aumentó considerablemente la disposición en estrofas, quedó el paso abierto a nuevas combinaciones análogas a las que ocasiona en ruso la combinación de los pies métricos acentuales. Resta el empleo del encasílabo, poco asequible a nuestra costumbre de versificar; pero no se olvide que ha producido ya, en la literatura reciente, obras maestras. […]