Gil

Luis Gil Fernández: «La enseñanza de la traducción del griego»

Estudios Clásicos 13 (1954), 324–340.

 

Tradicionalmente se ha asignado a la traducción el puesto de honor en la enseñanza de las lenguas clásicas. Así ha sido y así debe ser, si lo, que se pretende con dicha enseñanza es poner al alumno en condiciones de «leer» en su lengua original a los autores griegos y latinos. Por desgracia, los resultados obtenidos en gran parte de los casos son tan desconsoladores que suscitan no sólo el problema de su metodología –el del cómo enseñar a traducir–, sino también el de la misma sustantividad de la traducción. «¿No es traducir, sin remedio, un afán utópico?», se preguntaba Ortega y Gasset años atrás en su ensayo titulado Memoria y esplendor de la traducción. Evidentemente sí, si se tienen en cuenta las dificultades que tal labor presenta. La traducción no es un simple traslado o trasplante expresivo de un sistema especial de signos lingüísticos a otro sistema diferente. No se trata de un mero μεταχαρακτηρισμός, de un tránsito de clave a clave: cada idioma, como cada pueblo, tiene su genio y su duende, y así como en el arte, en la religión y en la filosofía, cada época, cada nación y cada cultura imprime la impronta de su propio sello, otro tanto ocurre con el lenguaje. Toda lengua tiene su propio, estilo, particularísimo e inconfundible, que responde a un estilo propio de ver las cosas, a determinados esquemas mentales. Asimismo todo autor presenta en sus formas de expresión una fisonomía propia e individualísima que le distingue, incluso, de quienes emplearon su misma lengua. ¿Es, pues, posible reproducir en una traducción [325] todo lo que quiso decir determinado autor y en la misma forma en que lo dijo? Es indudable que no. La traducción se nos presenta como una utopía, como una meta lejana e inaccesible a la cual tan sólo podemos acercarnos cada vez más. Nunca se podrá hacer una traducción perfecta, pero eso sí, todas las realizadas son susceptibles de perfeccionamiento. En este sentido definió Wilamowitz el fin a que debe tender el traductor de un idioma clásico: el establecer un texto en un idioma moderno que en el lector u oyente produzca sentimientos y pensamientos lo más cercanos posibles a los que suscitó el original entre los contemporáneos y conciudadanos del autor. También Marouzeau concibe la traducción de manera análoga: el texto establecido ha de servir de base para un comentario, al menos aproximativo, del texto original, y el lector debe encontrar en él, no sólo el contenido exacto del texto primitivo, sino también, en la medida de lo posible, la forma que lo envuelve. Como se ve. si la traducción perfecta es imposible de realizar, el hacer una buena ya es cosa difícil de conseguir. De ahí que las traducciones nunca puedan suplantar a la lectura de los textos en la lengua original, y de ahí también la necesidad de renovar constantemente las versiones de los clásicos. Cada versión nueva, en efecto, pone de relieve aspectos del texto que la anterior pasó por alto y nos acerca un poco más al original. Por otra parte, las traducciones pronto envejecen, y no tanto por arcaísmo en nuestra propia lengua como por el hecho de que cada época busca en los clásicos determinados aspectos que no son sino una proyección de su propio mundo espiritual. Si en el Renacimiento se fue a la Antigüedad en busca de conocimientos positivos, en pos de una norma que se daba como válida e insuperable, en la actualidad las cosas han cambiado. Si se reconoce, como hace Ortega, la conveniencia de acercarse a griegos y romanos, ya no es «en cuanto modelos, sino en cuanto ejemplares errores». ¿Cómo no habrán de manifestarse en la interpretación de un texto dos enfoques tan distintos?

[326] Hasta aquí hemos hablado de un tipo de traducción ideal, con ansias de perfección, que supone como algo previo la facultad de leer en su lengua original a los autores griegos. La traducción concebida en ese sentido tiene de común con la lectura la exigencia de comprensión del texto, y se diferencia de esta última por el hecho de dar forma en otra lengua distinta a su contenido, lo que implica la necesidad de interpretar, es decir, de escoger un solo sentido entre los múltiples que pueda tener una palabra, o una frase, y que se ofrecen al lector de un solo golpe en su haz inmenso de posibilidades hermenéuticas. La traducción así entendida es una línea descendente que parte de una altura –la lectura del texto– para descender a un llano –la expresión del contenido de aquélla en una lengua diferente–. Pero no es ésta la única faceta que ofrece la traducción. A la manera de una montaña posee dos vertientes: una de descenso, que es la ya tratada, y otra ascendente, ardua, que conduce a la cima de la plena comprensión del texto. En este sentido la traducción puede concebirse como el aprendizaje de la técnica de leer e interpretar los textos griegos: es un método en su más pura acepción.

¿Cuál de estos aspectos debe predominar en la clase de griego? ¿A qué tipo de traducción nos vamos a referir al tratar de la metodología de su enseñanza? Desde este momento adelantamos que, en nuestra opinión, ambos aspectos no pueden separarse en la práctica. La enseñanza de la traducción no ha de servir tan sólo de propedéutica para la lectura de los autores griegos: ha de atenderse también a la más correcta expresión del contenido de aquélla en nuestra lengua, y con tanta mayor razón, cuanto que el dar con el término justo de expresión es la mejor manera de ver con claridad un concepto, y el encontrar la frase adecuada, el medio mejor para que resplandezca un pensamiento.

Por consiguiente, al tratar de la metodología de la enseñanza de la traducción debemos previamente realizar un análisis de las condiciones requeridas para la comprensión [327] perfecta del sentido de un texto (o lectura) y para su expresión en nuestra lengua (traducción) Dichas condiciones son las siguientes:

1.ª Conocimiento morfológico de los elementos que integran el párrafo.

2.ª Comprensión de la relación sintáctica que guardan entre sí.

3.ª Recta intelección del sentido de los términos.

4.ª Valoración del orden de palabras desde el punto de vista retórico.

5.ª Captación de los recursos estilísticos y matices poéticos. Integración del texto traducido dentro del todo de la obra literaria.

En lo que sigue trataremos sucintamente de los problemas que entraña cada uno de estos puntos.

 

I. El análisis morfológico y la llamada traducción literal

El conocimiento de la morfología es la base previa de la traducción. Tan obvio es esto, que para no incurrir en verdades de Perogrullo no insistiremos sobre esta cuestión nada más que para señalar el acierto de las orientaciones metodológicas dadas por el Ministerio de Educación Nacional, que disponen que la enseñanza de la morfología se alterne con los ejercicios de traducción. Para ello no hay otro camino que el de simultanear la enseñanza de declinaciones y verbos a fin de que el alumno se encuentre capacitado desde un primer momento para la traducción de frases sencillas. Este tipo de traducción que el alumno realiza en sus primeros pasos por las lenguas clásicas, sin poseer apenas conocimientos gramaticales salvo los elementalísimos de flexión nominal y verbal, es la llamada «traducción literal», entendida normalmente en el sentido del «mot à mot», por seguir a un riguroso análisis morfológico del texto. El alumno se acostumbra pronto a ella: tan sólo se trata de ir encontrando equivalencias [328] castellanas a las distintas palabras del texto, buscadas las más de las veces «à coup de dictionnaire», sin haberse molestado, en la mayoría de los casos en leer siquiera previamente la totalidad del texto. Dicho método, que por desgracia arraiga en la mentalidad del estudiante dados los buenos resultados que le dio en un primer momento, cuando las dificultades de los textos que se le ofrecían eran mínimas, le conduce indefectiblemente en un período más avanzado del estudio de la lengua a un rotundo fracaso. […]

Es decir, desde un primer momento no debe acostumbrarse al alumno a captar el sentido de las palabras aisladas, sino el de los grupos de palabras. miembros de frase, o frases enteras. La comprensión del sentido de un párrafo mediante lectura, por más que venga precedida de un proceso deductivo, debe ser, como lo es la audición del idioma, fundamentalmente intuitiva, y la intuición sólo puede operarse en la totalidad expresiva de la frase.

A nuestro juicio, pues, la «traducción literal» no debe entenderse como el ir de palabra en palabra, en busca de las [329] correspondientes equivalencias, sino como el ir de los grupos o complejos de palabras. al todo de la frase, y de los grupos de frases al todo de la oración compuesta.

 

II. La sintaxis y la traducción

El método antedicho, que presupone la comprensión de los nexos ideológicos de los componentes de la frase entre sí, nos hace abrazar de lleno el problema del papel que la sintaxis debe desempeñar en la enseñanza de la traducción, y en general en la clase de griego de bachillerato, La experiencia nos dice que éste ha de ser fundamentalmente el de cooperar en la enseñanza de la traducción. Toda explicación teórica que no tenga una inmediata aplicación práctica carece de interés para el alumno, y las nociones de sintaxis deben darse según éste vaya encontrándose sucesivamente con las dificultades en los textos. Mejor, pues, que anticipar la teoría es graduar con arreglo a un plan los textos que debe traducir el alumno. Así, y sin sentir, éste aprenderá los rasgos sintácticos característicos de la lengua griega: las construcciones personales, los usos del optativo, las construcciones del participio, etc. La idea que debe presidir en toda explicación teórica es la de acostumbrar el sentido lingüístico del estudiante a las construcciones para él insólitas, haciendo en lo posible que dejen de serle extrañas. Para lograr esto no vemos medio mejor que recurrir a la consideración científica del idioma. En sintaxis, más aún que en morfología o fonética, la comparación con otras lenguas conocidas por el alumno, el latín y el castellano ante todo juntamente con los idiomas modernos, puede producir excelentes resultados. […]

Una vez comprendida la estructura sintáctica de un párrafo, ¿debe acostumbrarse el alumno a respetarla en su traducción al castellano? En lo posible, si el traductor, pongo por caso, de un Platón o un Demóstenes que ofrezca un texto castellano de frases cortas, períodos breves y estructura fundamentalmente paratáctica, dará al lector moderno una impresión completamente falsa del estilo del autor. Existen construcciones, como la de la negación compuesta seguida de la simple, equivalente por el sentido a una afirmación, que pierden toda su fuerza en el caso de ser traducidas por su equivalencia. […] [331] Empero, no debe olvidarse que la sintaxis castellana es fundamentalmente distinta de la griega y que hay, por consiguiente, construcciones que conviene alterar, como son las de participio, que es preciso resolver en oraciones en la versión a nuestra lengua, y otras también que es imposible mantener, como es el caso del acusativo interno o el acusativo de relación. La norma a seguir será la del respeto a la sintaxis del texto original siempre y cuando no se fuerce la sintaxis del castellano.

 

III. La traducción de los términos

Problema de importancia capital en la traducción es el de que el alumno sepa encontrar el recto sentido de los términos. Los vocablos en las distintas lenguas no se corresponden exactamente. Su esfera .de aplicación y los matices conceptuales y afectivos que expresan varían enormemente de idioma a idioma: λóγος no puede ser traducido sin más por «palabra», el término francés «esprit» no es un simple paralelo del castellano «espíritu», pese a tener ambos la misma ascendencia y a coincidir parcialmente en la esfera de sus significados. Esta falta de coincidencia entre los contenidos y representaciones mentales que suscitan los vocablos paralelos de los distintos idiomas hace que sea un arduo problema, tal vez el más peliagudo de la traducción, el llegar a encontrar la equivalencia castellana de los términos griegos.

Si bien la ignorancia del vocabulario por parte del alumno se suple en un primer momento por el uso de léxicos adecuados a los textos, quedando de este modo soslayadas las dificultades, no ocurre lo mismo cuando el alumno, una vez adquirido un cierto dominio del léxico, comienza a usar el diccionario. La cuestión no se plantea del mismo modo para el latín que para el griego. En el caso de esta primera [332] lengua, la pervivencia de los vocablos latinos en nuestra lengua con un sentido a veces muy distinto del originario puede dar pie a comprensibles equívocos. En una frase latina como abi hinc cum immaturo amore ad sponsum, el alumno español se resiste a traducir immaturo por «extemporáneo» y sponsum por «prometido», tendiendo a interpretar immaturo por «temprano» o noción similar y sponsum por el inevitable «esposo». Nada de esto puede ocurrirle en griego: la única dificultad que se plantea al estudiante en el momento de traducir una palabra es la de la elección del sentido acertado entre el cúmulo de significados que le ofrece el diccionario. ¿Cómo ayudarle a resolver sus dudas? Creemos que el único modo de enseñarle a enfrentarse en debida forma con tales perplejidades es el obligarle a reflexionar sobre el sentido general del término y el caso particular, concreto, en que se aplica. Es de todo punto necesario suprimir esa inercia mental que hace que se busquen y se vuelvan a buscar en el diccionario palabras archisabidas con el prurito de encontrar en él la solución de todas las dificultades de los textos. El alumno tiene que adquirir confianza en sus propios conocimientos de léxico y pensar que una detenida reflexión sobre el sentido de un término que se resiste vale más que una infructuosa búsqueda en el diccionario. […]

[333] La lucha contra la inercia mental en la traducción de los términos reviste múltiples aspectos. Hemos hablado del pecado por exceso, vamos a hablar ahora de los pecados por defecto. Uno de ellos se comete especialmente en la traducción de las partículas de más uso, como, por ejemplo, μέν, δέ. El alumno cree conocer de sobra el significado de ellas y tiende a traducir en todos los casos «por una parte», «por otra parte», sin que se le haya ocurrido echar una mirada al diccionario donde también se encuentra con la acepción de «pero».

Otro caso típico de inercia mental se presenta en la traducción de los demostrativos: ταῦτα, τοῦτο, οί μένοί δέ se traducen, respectivamente, por «estas cosas», «esto», «los unos… los otros» de una manera puramente maquinal, sin que el alumno se pare a pensar en quiénes son «los unos» y quiénes «los otros», y sin preguntarse si «esto» se refiere a algo ya dicho anteriormente o a algo que se va a decir a continuación. En tales casos el profesor deberá obligar al alumno a prestar atención al texto y, si es preciso, porque la versión castellana resulte ambigua, reclamar la sustitución de la forma pronominal por el sustantivo correspondiente.

Problemas especiales dentro del léxico constituyen las palabras polivalentes, los nombres propios (especialmente de divinidades, geográficos y gentilicios), los nombres técnicos y los términos poéticos. […]

[334] En cuanto a los términos poéticos, lo fundamental es el no emplear una equivalencia prosaica en la traducción. Si Homero dice en A 439 ἐκ δε Χρυσηίς νηος βή ποντοπόροιο, procuremos no traducir «y Criseida desembarcó de la nave que recorre el mar», sino más bien «y desembarcó Criseida de la nave surcadora del ponto».

Punto muy importante dentro de este apartado es el de que el alumno tenga claras nociones, no ya sobre el léxico, cuya adquisición y enseñanza representa uno de los problemas capitales de la metodología del griego, sino sobre la fraseología griega: expresiones formularias y estereotipadas y giros castizos, que adquieren a veces la categoría de una muletilla dentro de un determinado autor. […]

 

IV. El orden de palabras

En lo que respecta al orden de palabras, en la traducción hay que mantenerse en un justo término medio entre los [335] prejuicios pedagógicos bastante extendidos: por una parte, la manía de ordenar previamente el texto antes de pasar a traducir, y por otra, el afán de mantener a ultranza el orden de palabras griegas en el texto moderno, prejuicio éste enormemente extendido entre los traductores franceses. Poco hemos de decir sobre la ordenación del texto, método tradicional de traducir basado en prejuicios lógicos y actualmente en absoluto descrédito, pese a lo cual aún sigue empleándose. Un texto previamente «ordenado» con arreglo a ese criterio, aparte de perder toda la belleza original y de no ajustarse al sentido primitivo, no es por ello más claro en nuestra lengua, donde el orden de palabras dista mucho de ser fijo y riguroso. ¿Qué quedaría de aquellos famosos versos de Góngora

 «Estas que me dictó rimas sonoras

culta sí, aunque bucólica Talía»

si un traductor sin ángel les diera previamente una prosaica ordenación lógica?

Igualmente un epigrama como el citado por Hdt. VII 228

μυριάσιν ποτὲ τῇδε τριηκοσίαις ἐμάχοντο

ἐκ Πελοποννάσου χιλιάδες τέτορες

queda traducido mejor sin alterar en lo posible el orden

«Con trescientas miríadas un día aquí lucharon

del Peloponeso cuatro millares»

que siguiendo una ordenación estrictamente lógica. Es un error, pues, el ordenar el texto, pero también lo es el caer en el extremo opuesto, el de seguir, valiéndose de mil rodeos y perífrasis, el orden que presenta la frase en el original griego. De sobra es sabido que las palabras se ordenan en la frase griega según su importancia retórica o en el lugar que exige el encadenamiento con la frase anterior. Pero en la determinación de la importancia relativa de los componentes de la frase muchas veces intervienen criterios subjetivos del [336] traductor, que se expone a equivocarse si, mediante una perífrasis más o menos ingeniosa, resalta cualquiera de dichos elementos en detrimento de los demás sin haberse percatado plenamente de la intención del autor. […]

De todo lo dicho se deduce que se debe enseñar al alumno a respetar en la traducción el orden de palabras griego siempre y cuando no se quebrante con él el orden normal del castellano o se violente el estilo mediante forzadas perífrasis. La estructura de la frase castellana es bastante diferente de la griega y es de todo punto imposible pretender que una traducción se convierta en un calco. Si el genitivo atributivo puede normalmente en la lengua de la Hélade anteponerse al sustantivo, en castellano, tratándose de prosa, será necesario posponerlo; si las determinaciones atributivas se colocan en dicha lengua en el enclave artículo–sustantivo, igualmente será necesario ponerlas en español a [337] continuación del sustantivo y hacer preceder inmediatamente a éste el artículo. De manera especial habrá de alterarse el orden griego en la traducción castellana cuando interviene el hiato, sobre todo en Demóstenes, como recurso estilístico.

 

V. Los recursos estilísticos

Según Schleiermacher, el ilustre traductor de Platón que cita Ortega en su ensayo arriba mencionado, la versión es un movimiento que puede intentarse en dos direcciones opuestas: o se trae el autor al lenguaje del lector, o se lleva al lector al lenguaje del autor. Así, p. ej., ante un refrán tal como παδὠν δέ τε νἡπιος ἔγνω se puede traducir por un refrán castellano de sentido análogo como «nadie escarmienta en cabeza ajena» o bien respetar la letra del texto. Es obvio que una traducción que se precie de tal y no pase a la categoría de mera adaptación debe intentarse siempre en el segundo de los sentidos mencionados. Para ello es preciso reproducir en la versión castellana las características estilísticas de determinado autor. Casi de antemano podríamos afirmar que toda tentativa en esta dirección está condenada al fracaso. […]

En lo que atañe a las metáforas e imágenes de los textos poéticos el traductor deberá mantenerlas sin sustituirlas en ningún caso por una equivalencia prosaica. Si Píndaro llama a las nubes doradas «áureos cabellos del aire» y Sófocles al sol «el ojo del día» debemos respetar la imagen y entenderla con la misma intuición poética que nos exige la de García Lorca «los jinetes se acercaban tocando el tambor del llano» o aquella de «la luz jugaba al ajedrez de las celosías» o las atrevidísimas de un Góngora cuando dice «peinar el viento» por «galopar con los cabellos al aire» y «fatigar la selva» por «cazar en el bosque con ruido de trompas».

Es evidente que esta fase de la enseñanza de la traducción es la más difícil y la que requiere mayor esfuerzo por parte del alumno y del profesor. No obstante, creemos que [339] podría ser una útil experiencia para el preuniversitario el realizar ejercicios de versión al castellano sobre textos poéticos o de prosa artística previamente analizados y comentados en clase. El estudiante se habría de esforzar por dar una forma pulida y perfecta a determinado pasaje de un autor procurando ceñirse lo más posible a las características estilísticas del trozo en cuestión y empleando el mejor castellano de que fuera capaz. De esta forma daría rienda suelta a su ingenio e imaginación y tendría la inmensa satisfacción de recrear en su lengua una obra maestra adquiriendo al mismo tiempo, soltura y gracilidad en el manejo de su propio idioma.

 

VI. La integración del texto en el todo de la obra literaria

Uno de los mayores inconvenientes que presenta la enseñanza de la traducción de las lenguas clásicas es el del necesario fraccionamiento de los textos literarios que impone la limitación de tiempo. El alumno a quien se pone a traducir el capítulo tercero del libro segundo de la Anábasis de Jenofonte se encuentra, como es natural, en el mismo caso de quien abre al azar una novela de un autor del que sólo conoce el nombre: los personajes y sus problemas le son totalmente desconocidos, el marco histórico y geográfico en que se desenvuelve la acción le resulta extraño. No es motivo de asombro, pues, que el alumno se desoriente y cometa errores que de estar en antecedentes de la acción no cometería. ¿Cómo resolver, p. e., acertadamente una anfibología como λέγουσιν Ὴρακλέα τὸν Λῖνον sin estar en conocimiento del mito? Para la plena comprensión de un texto es necesaria la integración del mismo dentro del todo de la obra literaria, lo cual no se consigue sin unas explicaciones previas sobre la figura del autor que se traduce y la obra que se considera. Y ni aun esto siquiera es suficiente, en ocasiones, que a veces es preciso detallar el ambiente institucional, histórico, geográfico o mitológico del párrafo que se ofrece a traducir al alumno. El comentario históricoliterario es, por consiguiente, tan [340] necesario como el análisis gramatical y estilístico en la enseñanza de la traducción. Problema fundamental es lo que llamamos la integración del texto en el todo de la obra literaria. Y fundamental no sólo en lo que afecta a la técnica de traducir, sino también, y esto es lo más importante, a la formación humanística del alumno. Si el estudio del griego tiene en último término un valor, no es por sus dificultades intrínsecas ni por su traído y llevado aspecto de gimnasia mental, sino por todo lo que en dicha lengua, en la que se han expresado los más finos matices del sentir y pensar humano, se ha escrito. «Hay que insistir –decía el Sr. Pabón años atrás– en la imposibilidad de distinguir entre la lectura de los clásicos griegos y latinos y la asimilación espiritual del ser antiguo». Pues bien, para que dicha asimilación no se malogre se debe prevenir un grave peligro: el de la atomización del texto. Importa, ante todo, salvar el texto literario, que el detenido y minucioso análisis gramatical desmenuza, tritura y descompone como cuerpo sometido a análisis químico. EI profesor, como la Isis del mito, deberá recoger sus desperdigados trozos, coserlos e infundirles aliento de vida mediante una cuidada traducción que ofrezca el párrafo en su armonía de conjunto y no diluido en sus componentes, y asimismo encuadrar éste debidamente en el marco de la obra literaria a la que las necesidades de la praxis mutilan como cadáver en la sala de disección.

De esta forma, es nuestra esperanza, habráse hecho en la clase de griego una fructífera labor y el estudiante aprenderá no sólo a traducir, sino también a hacerlo con gusto y sentido literario.