M_1945

M. [sin identificar]. «El bochorno de las traducciones»

La Vanguardia Española (2 de agosto de 1945)

Fuente: Raúl de Toro Santos & Pablo Cancelo López (eds.), Teoría y práctica de la traducción en la prensa periódica española (1900–1965), Soria, Diputación Provincial de Soria, 2008, 139–140 (Vertere. Monográficos de la revista Hermēneus 10).

 

Acabo de leer el quinto o sexto libro que se publica en España de un joven novelista inglés, y que –si no me equivoco– es una traducción directa, ya que no perfecta, del italiano. El nombre del traductor, un apellido compuesto, huele a seudónimo y no coincide –como sería lógico esperar– con el de las demás novelas publicadas por la misma casa editorial. Parece que el introductor de Shaw debiera ser uno, y siempre el mismo quien tradujera a Pirandello, pero no hay tal; la explotación intensiva y a corto plazo de las firmas de éxito obliga a los editores a repartir a destajo las obras de un mismo autor entre varios traductores, con el galimatías consiguiente. Y aún si los traductores fueran tales… En tiempos las novelas rusas se vertían del francés (y los franceses, tan cucos como sus colegas de este lado del Pirineo, las habían traducido, a su vez, del alemán), las inglesas y alemanas del francés también: todo del francés. Los nombres de Tatiana Enco de Valero, Revész, Tasin y alguno más eran nobles excepciones a esta regla general, para prestigio de las editoriales que utilizaban sus servicios. De la guerra acá se prefirió el italiano como intermediario. ¡Los destrozos que se han hecho sobre una conocida colección de Mondadori! Y ahora prospera un sistema mixto: un húngaro, ruso, polaco o rumano traduce malamente de su lengua a un francés de aficionado, y un español que «chamela» algo aquellos idiomas y un poco más el francés, trae el todo al castellano. Y que luego venga el lector español a discutir acerca del estilo de los pobres autores traicionados.

Por una vez que Dámaso Alonso, Salinas o Marichalar se han impuesto tareas de traducción, ¿cuántos son los buenos escritores españoles cuyos nombres estén ligados a esos menesteres? Porque traductores, en sus respectivos países, han sido Claudel y Gide, Valery Larbard, Cassou, Miomandre y Supervielle; Marinetti y Cecchi y Montale, Baldini, Longanesi y Cuasimodo; Stefan George, Gundolf y Curtius; y los grandes poetas ingleses, de Browning a T. S. Eliot. Sería injusto decir que no haya aquí traducciones firmadas por escritores pulcros, como un Astrana, un Cansinos, un Vázquez–Zamora, por citar alguno. Pero convengamos en que, mientras las traducciones se paguen como trabajos humildes de la literatura, el ejemplo de esos escritores no cundirá. Y esto, a la hora de la invasión de nuestro mercado por el libro hispanoamericano (con traducciones buenas o malas, pero directas), es por lo menos tan importante como el abaratamiento del papel, la cuestión batallona de los editores españoles.