M. [sin identificar]. «Al margen (I)»
La Vanguardia Española (8 de junio de 1955), 11.
Fuente: Raúl de Toro Santos & Pablo Cancelo López (eds.), Teoría y práctica de la traducción en la prensa periódica española (1900–1965), Soria, Diputación Provincial de Soria, 2008, 142–144 (Vertere. Monográficos de la revista Hermēneus 10).
El hecho no tiene en sí mismo excesiva importancia pero es de los que, en obsequio al poder reverencial de la publicidad, se revuelve contra quien lo lanza y tórnase en factor de contrapropaganda; perjudicando cabalmente a aquel a quien se quería favorecer. Y al devoto lector, que es lo más sensible. Se trata de las obras completas de Shakespeare, en nueva versión castellana. Nada hasta aquí –y menos, siendo buena– hay que objetar. Ni tampoco extrañaremos que el traductor revise la que realizó y publicara en otro tiempo, pues de sabios es reconocer los propios yerros y de discretos aprovechar la buena lección ajena. Pero no parece tan admisible que ese tal haga tabla rasa de todo su trabajo de entonces y manifieste que sólo la obra de hoy es satisfactoria. Que refiriéndose a su primera traducción llegue a decir que aquellas versiones fueron obras de juventud que no podían satisfacerle del todo en la edad madura. La traducción que ahora presenta –insiste– es nueva en absoluto, «para aprovechar el fruto de muchos años de constante consorcio con la obra shakesperiana y el resultado de las últimas conquistas de la investigación».
Ésta no pasa. En primer lugar, dista mucho de ser demostrable que las «últimas conquistas de la investigación» en torno al Cisne del Avon y a su obra, sean tales y tantas que obliguen a traducir de nuevo, Macbeth, y demás obras. Pero allá cada cual con sus pruritos. Lo sorprendente es que a diez o doce años de distancia, poca cosa para la edad más que madura del traductor, éste liquide como ligerezas juveniles unas traducciones suyas que –decantadas, también entonces, a bombo y platillos– formaron el Shakespeare completo y en castellano de una prestigiosa editorial. Y si en esas calendas el puntilloso traductor revisó, por ventura, su obra de juventud, ¿qué necesidad existía ahora de trabajar «ex novo»? O no hay tales carneros, y no se alcanza a saber quién pretende y quién consigue engañar a quien si no es al lector incauto. La más elemental norma de convivencia veda a cualquier escritor concertar con una editorial la reimpresión de un libro suyo publicado por otra casa, mientras en determinado plazo subsistan en mercado ejemplares de esa edición anterior. Y si así se observa con las obras originales, con mayor motivo cabrá predicarlo de las traducciones y adaptaciones de otra lengua y otro autor, máxime si sobre el respeto debido a la obra ajena se añade que el prójimo adaptado es un clásico del porte de William Shakespeare. ¿Se imaginan ustedes que en dos teatros de la misma ciudad se representaran contemporáneamente dos adaptaciones distintas de Hamlet, pero debidas a la misma mano adaptadora?
Pues bien; no otra cosa está sucediendo con las obras completas de Shakespeare, por obra del escrupuloso traductor. Pueden ustedes adquirirlas en la más purgada y barata, versión actual; o que se las coloquen con encuadernación en piel, y es la versión juvenil tan desdeñada por su autor. Tan apreciada en cambio, por el público si, al cabo del tiempo, se continúan imprimiendo con éxito. Y aquí está el busilis. Uno, que quiso tener completo a Shakespeare en castellano, compró hace algún lustro la edición que se ofrecía como la mejor, y no única. La ha manejado con frecuencia, pero los tomos siguen en buen uso.
Mas, extremando la cosa, ¿podrá hacerlo de aquí en adelante? Porque bien pudiera suceder que su Shakespeare no sea Shakespeare, que se trate de un Shakespeare cualquiera. En la duda, ¿repudiará al traductor en gracia a la segunda traducción del mismo? ¿O perderá su confianza en quien, a tan contados años vista es capaz de inventar una segunda traducción de las mismas obras?
No somos tan ingenuos como para no entender que traductor y editores, lo que persiguen con las frases arriba transcritas es que carguemos otra vez con el Shakespeare en equis tomos. Pero han elegido mal la propaganda. Dispuestos estaríamos a hacerlo, dos y cien veces a pacto que el traductor no fuese hamlético escritor que tan dispuesto se muestra a templar los primeros fríos de la senectud con los testimonios escritos de su dedicación juvenil. A menos, también, y por salir de dudas, que de hoy en adelante nos atengamos sólo al texto inglés, el único no sujeto a las últimas conquistas de la investigación.