José Francisco Pastor: «El problema de las traducciones»
La Gaceta Literaria (15 de agosto de 1929), 6.
Et j’adopte volontiers sa formule finale: «Le but auquel nous aspirons c’est une large intégration». A. Gide.
Recientemente la revista que aparece en París intitulada La Coopération intellectuelle ha publicado las respuestas enviadas por escritores españoles –Díez Canedo–, franceses –A. Gide–, alemanes –Stefan Zweig, Max Richner–, italianos, ingleses, etc., a su encuesta sobre la significación y valor de las traducciones. La encuesta, inspirada en el espíritu internacional de Ginebra, tiende a relacionar las diversas culturas para formar una unidad cultural: Paneuropa.
Al mismo tiempo, Marcel Brion ha escrito para la revista de Zurich Die Neue Schweizer Rundschau un ensayo sobre Francia y las literaturas extranjeras, en el que estudia y analiza la ética y la estética de las traducciones. ¿Qué puede aportar España como planteamiento y solución a dicho problema? ¿A dicho tema?
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En España –que desde hace unos siglos expresa el deseo de dejar extraviarse sus esencias: esencias ecuménicas, humanas– la voluntad de traducción es insignificante, como lo ha sido, también, durante los siglos XVIII y XIX.
España es una de las culturas más aptas a una integración de los distintos valores humanos.
Viceversamente a Francia, que orgullosa de sí misma –como dice Brion– coloca en un plano externo las obras extranjeras, España tiene la magna facultad de una rápida y profunda asimilación. No mera copia. Ejemplos actuales: el fenómeno literario ruso, el fenómeno filosófico alemán, el fenómeno moral italiano.
La lengua española –al contrario de la francesa– es una lengua viva con la facultad neologizadora y renovadora de formas sintácticas: de formas gramaticales. Es decir: de una parte, la lengua española es apta para lo que simplistamente se ha llamado una traducción fiel; de otra parte, esa aptitud le permite, al traducir, la creación y formación de nuevos estros estilísticos.
Y se puede afirmar que la lengua española del quinientos y del seiscientos se originó en una voluntad de traducción. Pero en siglos posteriores dicha voluntad se agotó. No se integró a Pascal; la traducción de Shakespeare fue superficial; Schiller y Goethe fueron vanos nombres.
Gundolf ha captado en toda su profundidad y extensión el problema de las traducciones. A ese problema ha dedicado uno de sus mejores libros: Shakespeare und der deutsche Geist, en el que la traducción de los libros del dramaturgo inglés es una extensión e integración totalizadoras de la materia y forma artísticas alemanas. Gundolf ha podido, pleno de claridades, contemplar los valores éticos, estéticos e intelectuales encerrados en una traducción, porque pertenece a un círculo cuyo vate comenzó su vocación artística traduciendo a Baudelaire y Dante. Y Gundolf también ha dedicado una parte de su vida a la traducción completa de las obras de Shakespeare.
Para traducir no basta sólo conocer la lengua que se traduce. Es necesario también dominar la propia. Los buenos traductores han sido los grandes escritores. Gundolf, el crítico más profundo de la época actual, tiene un intenso conocimiento de las posibilidades de la lengua alemana; Gide, cuya maestría idiomática es indudable; G. Papini; Rainer María Rilke…
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Gide ha integrado a Francia Shakespeare, Conrad, R. M. Rilke, Tagore… Papini ha italianizado a Unamuno. Y en España, ¿qué escritor, gran escritor, se ha dedicado a la traducción? Unamuno no nos ha dado ninguna. Kierkegaard, Shakespeare, Goethe, Dante, son en sus libros alusiones, altas; pero sus traducciones hubiesen tenido para nosotros una profunda significación.
En España, para poder formar un espíritu de integración es necesario un espíritu crítico –horizonte, ventana– de las literaturas modernas. Las literaturas francesa, italiana, inglesa, alemana, son arcanos y misterios. Gide, Drieu La Rochelle, Reverdi, Breton, Soupault, son sólo vacías palabras. Lo novísimo italiano nos es desconocido. Las literaturas inglesa –Bennet, Chesterton, Conrad, Joyce– y alemana –Klaus Mann, Klabund, Glaesser, Kaiser– son paisajes extraños. (*)
Sus causas son muy complejas: ausencia de la Universidad, superficial enseñanza, la falta de interés en el público por la vida moral. Y, sobre todo, la ignorancia de los editores españoles, que deseando convertir la traducción en un negocio rápido, entregan los libros más superficiales, lo menos alusivos a una literatura, a manos inexpertas.
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Es innegable que en toda traducción existe una arista internacional, un problema europeo. Pero el perfil nacional es más interesante y perentorio para España, que sufre de una mutilación de su esencialidad. El cauce de la Historia no ha pasado últimamente por ella. Es necesario tornar a abrir el cauce y que mane el agua profunda de universalidad. Sólo la nacionalización, el adentramiento, puede influenciar Europa. Y sólo una vida europea, o universal, puede adensar los rasgos de los perfiles nacionales.
Gide ha definido bien. Es un profundo error creer que se labora con obras desnacionalizadas en la estructuración de la cultura europea. Antes al contrario. Cuanto más particular sea la obra tanto más útil será a la Humanidad. Es necesario repetirlo sin cesar, pues se tiende a establecer una confusión entre cultura europea y desnacionalización. Así como el escritor más individualizado también presenta el interés humano más general, la obra más digna de formar la cultura europea será la que represente más específicamente su país de origen.
Ejemplo: Miguel de Unamuno, cuya afirmación española ha sido una respuesta de salvación para Europa.
Y viceversa. Cuanto más los perfiles de una nación están en contacto con los perfiles extranjeros, tanto más la nación íntima con su ser y con su historia. Ortega y Gasset ha aludido a la desvertebración de España, iniciada con la pérdida de la posibilidad de captación del espíritu universal.(**)
(*) Debido a la ausencia de críticos es posible que pase por una obra simbólica de la literatura alemana la novela «Sin novedad en el frente», de E. M. Remarque, obra de escaso valor literario y que no representa el moderno espíritu de la juventud alemana. Su éxito ha sido causado por el simiesco espíritu internacional.
(**) Excepciones han sido las traducciones de Proust, por Pedro Salinas, y las de Oscar Wilde, por Ricardo Baeza.