Rubio

La traducción del japonés

Carlos Rubio

 

Introducción

La traducción del japonés en España presenta cuatro o cinco destacados perfiles. En primer lugar, está la servidumbre de terceras lenguas: lo que también se llama «traducción indirecta». La mayoría de las traducciones del japonés provenían de lenguas mediadoras, por lo general el inglés. Esta circunstancia, nada infrecuente a la hora de verter lenguas vivas consideradas exóticas (también mal llamadas «minoritarias»), parece hallarse en feliz retroceso a medida que nos adentramos en el siglo XXI. La abundancia de traducciones indirectas camufladas dificulta a veces la detección de una traducción directa, normalmente más valorada por el lector, aunque más costosa económicamente para el editor, e hipotéticamente superior a una directa al carecer del filtro de una tercera lengua. Un método de detección común es la existencia o no de observaciones metalingüísticas, en el mismo texto o en notas al pie, que prestan visibilidad al original japonés.1

Otro perfil, que es de justicia reconocer a pesar de que el presente artículo se limita a la traducción en España, es que autores o géneros fundamentales de la literatura japonesa vieron la luz por primera vez no en España, sino en América Latina o en Japón. Ilustra este hecho la historia en español de la obra más célebre de las letras clásicas niponas, el Genji monogatari, escrita a comienzos del siglo XI por la cortesana Murasaki Shikibu (véase Takagi 2016). Una historia que jalonan tres fechas: el año 1941, momento de aparición de una versión fragmentaria e indirecta con el título de Romance de Genji (Barcelona, Juventud), en traducción de Fernando Gutiérrez, y que fue reeditada en 2004 (Palma de Mallorca, J. J. Olañeta); el bienio 2005–2006, cuando aparecen dos versiones completas pero también indirectas, La novela de Genji (Barcelona, Destino, 2 vols.) en traducción de Xavier Roca a partir de un texto mutilado traducido al inglés en la década de 1920 y La historia de Genji (Vilaür, Atalanta, 2 vols), ilustrada y anotada, en traducción de Jordi Fibla, a partir también de un texto igualmente inglés aunque moderno; los años 2014–2017, cuando se publica El relato de Genji (Lima, Fondo Editorial de la Asociación Peruano–Japonesa, 3 vols.), en traducción de Hiroko Izumi Shimono e Iván Pinto Román, y que constituye la primera versión completa y desde el original japonés.

Otro caso fue el de Kazuya Sakai, el primero en traducir directamente desde el japonés o, al menos, con actividad sostenida, que desplegó su labor en editoriales mexicanas y argentinas a lo largo de la década de 1950. O el de la aclimatación del haiku en lengua española, realizada desde el puente de versiones francesas por poetas o periodistas latinoamericanos. O los casos de Jesús González Vallés, al final de los 60, o de Montse Watkins, al final de los 90, que tradujeron y publicaron en editoriales japonesas obras reeditadas después en España.

En tercer lugar, está el dominio cuantitativo de la traducción japonesa no literaria sobre la literaria en la última década del siglo xx y primeros años del XXI debido a la irrupción que en los noventa realizan el manga y el anime en el mercado editorial español. En el saco variopinto de la traducción no literaria incluimos la infantil o juvenil, mayoritariamente representada por el manga, el anime y los videojuegos, la de las artes marciales, pujante en la década de los 70, la religiosa o filosófica (véase Heisig), la ensayística, la empresarial, la técnica, la jurídica, la turística, la de catálogos de exposiciones de arte, de manualidades, la agrícola, entre otras de menor representación. Esta categoría de la actividad traductora no será objeto de enfoque del presente artículo, debido al menor impacto cultural de sus publicaciones y a la menor visibilidad social de sus traductores, en muchos casos difíciles de rastrear. Con una excepción que comentamos acto seguido.

En cuarto lugar, aunque en esta presentación el idioma de origen de las publicaciones que se tratarán es el japonés, haremos una excepción con tres libros que originalmente fueron escritos en inglés por sus respectivos autores, si bien estos eran japoneses. Además, los hemos rescatado del saco de la traducción no literaria, ya que los tres son ensayos: Bushido. El alma de Japón de Inazō Nitobe, El libro del té de Kakuzō Okakura y El zen y la cultura japonesa de Daisetz Suzuki. Justificamos esta doble salvedad por la repercusión de que gozaron y gozan estos tres clásicos de la cultura nipona, como lo demuestran sus sucesivas ediciones y retraducciones, y porque fueron instrumentos decisivos en desarrollar la imagen aún hoy percibida como arquetípicamente japonesa en el ámbito, respectivamente, del samurái, de la estética y del zen.

El presente capítulo sigue una secuencia cronológica y por las limitaciones de espacio, sobre todo a la vista de la explosión de publicaciones japonesas producidas en el periodo 2005–2020, no abarca todo lo traducido del japonés en España, sino solo aquello que nos ha parecido más relevante (véanse Cabezas 1990 y Falero 2014). El estimable trabajo de Serra–Vilella (2016) ofrece una relación exhaustiva de las publicaciones hasta el año 2014, incluyendo reproducciones de las cubiertas de las mismas. También pueden consultarse Bouso (2009) y Rubio (2014 y 2019), el último trabajo de este con una relación de las publicaciones aparecidas hasta comienzos de 2019.

 

Periodo 1879–1920

La historia moderna de la traducción del japonés en España tiene una infancia: data del periodo 1879–1887 cuando aparecen las primeras muestras de poesía y prosa. Desde unos diez o quince años anteriores a ese periodo la cultura europea se veía barrida por las olas de una vistosa marea que genéricamente se viene denominando «japonismo». Las sucesivas exposiciones universales en diferentes ciudades europeas, norteamericanas y australianas celebradas en las décadas de 1860 y siguientes (como la de Barcelona en 1888), así como las crónicas de los primeros viajeros occidentales por el Japón moderno, se hicieron eco de una cultura caracterizada ecuánimemente de refinada y misteriosa. Envuelta en el sugerente humo del exotismo, nos hablaban de una nación con unas condiciones sociales y unos parámetros estéticos percibidos como llamativamente ajenos a los dominantes en Occidente. Este interés coincidió con la voluntad del gobierno reformista de Meiji (1868–1912) de abrir al exterior puertas y puertos de un país que, tal vez por su largo (1603–1868) aislamiento, mostraba una atractiva singularidad cultural a los artistas, a los comerciantes de obras de arte y antigüedades y, en general, a la burguesía de los países europeos. Si la pintura fue el ámbito cultural de mayor repercusión, otros, como la ópera, la decoración, la cerámica, la moda y hasta la publicidad quedaron igualmente expuestos a la marea del japonismo, los efectos de cuyas aguas aún se dejaron notar en las primeras décadas del siglo XX.

La literatura tampoco se libró de las caricias de estas olas, siendo dos de sus géneros más breves, la poesía y el cuento tradicional, los primeros en ser conocidos (Almazán 2000 y 2011). Ambos, por su brevedad, se avenían bien al formato de diarios y revistas. Además, abundaban colecciones de cuentos populares japoneses en lenguas más accesibles, como el inglés y el francés (Ezama). En el diario vespertino madrileño La Época aparece el breve cuento «Los jarrones del daimio. Cuento japonés» (n.º 3, julio de 1879). Está firmado por V. y, aunque humilde, pasa por ser la primera manifestación moderna de literatura japonesa en España. Un año después, insertado en un artículo de su «Sección Literaria», el Diari Catalá (1/7/1880) publica la versión catalana de un poema de Ono no Komachi (Ono–no–Koma–Ti), una poetisa de mediados del siglo IX. El artículo lo firma P. R. y contiene el correspondiente texto japonés de este famoso poema, el número 113 de la antología Kokinshū. La tercera muestra data de 1887 y se debió al diplomático Juan Valera. Consta de dos cuentos tradicionales titulados «El espejo de Matsuyama» y «El pescadorcito Urashima» que se publicaron en La Ilustración Artística, traducciones de la selección Japanese Fairy Tale Series impresa en Japón un año antes. Después de Valera, hubo una sucesión de traducciones en español de cuentos en la misma revista y en otras, como Hispania, La Esfera, Alrededor del Mundo (Almazán 2011: 5). En catalán aparecen uno de los dos cuentos mencionados, «Urashima», además de «El gorrión de la lengua cortada» (Shitakiri suzume), en la revista barcelonesa Pèl & Ploma (n.º 94, 1903); y al año siguiente, firmado por E. de R., Jaume Massó i Torrents publica «El espejo de Matsuyama», «Urashima» y once cuentos más en el libro de L’Avenç Contes populars del Japó.

Aparte de la versión catalana de un poema japonés de 1880, la difusión del haiku, un poema de solo diecisiete sílabas en tres versos, fue veloz. «Alrededor del novecentismo, del Art Déco y de las vanguardias artísticas y literarias nació el haiku en catalán y en castellano» (Bru 2013: 189). El haiku, que propone una visión impresionista, concisa de la naturaleza y es de composición aparentemente sencilla, fue acogido con fervor por parnasianos, simbolistas, modernistas y, en los años 20, por los imaginistas. Los poetas modernistas latinoamericanos Julián del Casal, Efrén Rebolledo y José Juan Tablada –este había viajado a Japón en 1900– fueron decisivos en su divulgación y posterior cultivo en forma y fondo en español. A esta difusión se sumaron las páginas de El Nuevo Mercurio, revista editada en Barcelona de enero a diciembre de 1907 y dirigida desde París por el periodista guatemalteco Emilio Gómez Carrillo (Aullón de Haro, Rodríguez-Izquierdo  y Rubio Jiménez). Las versiones de haikus japoneses difundidas por estos autores casi siempre provenían de traducciones francesas. En catalán, a lo largo de la segunda y tercera décadas del nuevo siglo, el haiku fue difundido y cultivado por Josep Maria Junoy, Joan Salvat–Papasseit y Carles Riba (Kobayashi y Julià).

Si por géneros el cuento tradicional y la poesía fueron las primeras muestras de textos japoneses en ser conocidos y vertidos en España, por temas lo fueron la emancipación de la mujer japonesa y dos iconos culturales: la geisha y el samurái. A favor del interés por estos temas obraron varios factores históricos, como la perplejidad que en Europa suscitaron las victorias de Japón sobre China y Rusia en 1895 y 1905, y culturales, como el impacto mediático de la gira artística de la actriz y ex geisha Sada Yacco Kawakami (Sada Yakko), con actuaciones en París en 1900 (en Barcelona y Madrid dos años después), las noticias sobre la sociedad japonesa y, en concreto, sobre la mujer, difundidas por viajeros, periodistas y diplomáticos (Almazán 1999 y Bru). En el contexto de este interés se explican la aparición en las páginas de Pèl & Ploma de la primera muestra dramática japonesa en España, «La ghesha i’l samurai» (n.º 62–63, 1900), subtitulada «La ballarina i’l caballer», debida a «un dels pocs catalans que saben el japonés» cuyo nombre se omite por «delicadeses que debém respectar», así como la de Nami–ko de Kenjirō Tokutomi (Barcelona, Maucci, 1904), la primera novela japonesa aparecida en España, cuyo título en el original japonés era Hototogisu, basada en el hecho real de una joven esposa victimizada por la estructura familiar japonesa; hubo años después una nueva versión, firmada por Q. Quintanilla, con el título de ¡Antes la muerte! (Madrid, Rivadeneyra, 1923). Y en 2012 apareció otra traducción, esta vez directa, debida a Rumi Sato (Namiko, Gijón, Satori).

En lo que atañe al tema del samurái, en 1909 apareció la traducción de Bushido. El alma de Japón de Inazō Nitobe (Madrid, Daniel Jorro), ensayo originalmente escrito en inglés, como ya hemos indicado, con el cual el autor pretendía explicar Japón a los extranjeros. El traductor fue Gonzalo Jiménez de la Espada, profesor de español en la Escuela de Idiomas de Tokio entre 1907 y 1914. Este traductor vertió, también desde el inglés, veinte cuentos tradicionales del mencionado Japanese Fairy Tale Series, en dos colecciones de diez tomos tituladas «Cuentos del viejo Japón» y «Leyendas y narraciones japonesas», editados por T. Hasegawa en Japón en 1914; y dejó incompleta la versión española del libro Things Japanese (1890) de Basil Chamberlain, donde figura la obra dramática «Un manto de plumas» (Ha–goromo), la primera en español. El libro de Chamberlain ha sido recientemente editado y «retraducido» por José Pazó Espinosa con el título de Cosas de Japón (Gijón, Satori, 2014); y los cuentos vertidos por Jiménez de la Espada han visto la luz en la reciente versión titulada Leyendas y narraciones japonesas (San Lorenzo de El Escorial, Langre, 2013). Pero antes de Jiménez de la Espada, a Jaume Massó i Torrents le debemos en 1904 la antología, ya mencionada, Contes populars del Japó vertidos desde el inglés al catalán. Del mismo compilador japonés, del mismo traductor, con la colaboración de Eduard Vallès, y a la misma lengua es O–Shichi, la filla del Yaoya i altres balades i contes japonesos (Barcelona, Llibreria Catalònia, 1904), versión reeditada en 1993 bajo el sello de la Abadia de Montserrat.

El icono cultural del samurái halló eco en otra traducción primeriza: Los 47 capitanes, «novela trágica» de Shunsuy Tamenaga (Madrid, Librería de Fernando Fe, 1909), «traducida por Ángel González, intérprete de Legación en Tokyo» y, antes (en la revista Blanco y Negro XVII, n.º 828, 16 de marzo de 1907), en la versión del capítulo IV del Libro Undécimo, titulado «Nasuno el Samurai. Leyenda japonesa», extraído del clásico de la literatura samurái Heike monogatari. De este mismo clásico, se publicó en la revista ilustrada madrileña La Esfera (año VI, n.º extraordinario, marzo de 1907) otro capítulo, el VIII del Libro Séptimo, titulado «Por qué Sanemori se teñía los cabellos» (Almazán 2011).

 

Periodo 1920–1960

Las cuatro décadas de este periodo jalonan la adolescencia de la traducción japonesa en España. En la primera, la de los años veinte, sobre el icono de las geishas hay que consignar En el país de las geichas (sic) (Tokio, Kyoto, Osaka), traducida por Rafael Cansinos Assens (Madrid, Editorial América, 1922), una versión abreviada de la edición inglesa The Nightside of Japan de Taizō Fujimoto. En 1925 se imprimen en catalán dos obras dramáticas: una de teatro noh vertida desde el inglés, La tomba de la donzella (Revista de Poesia I, n.º 3–4, mayo–julio de 1925), cuyo título original es Otome–zukara; y otra de teatro kabuki en versión adaptada desde el alemán por Joaquim Pena con el título de L’escola del poblet (Barcelona, Universal Edition A. G., 1925) de la obra original Terakoya. Nuevamente en la revista La Esfera (XIV, n.º 684, febrero 1927) documentamos fragmentos de otra obra clásica japonesa, esta en prosa, titulada Tsurezuregusa, de Yoshida Kenkō. Estos fragmentos de carácter misceláneo debieron de ser traducidos desde el francés, pues aparecían en una antología de Michel Revon publicada en 1910 y que en el año 2000 apareció en castellano (Antología de la literatura japonesa, Barcelona, Círculo de Lectores, 2000). Mucho tiempo después, la citada obra de Kenkō habría de ser vertida al español como Ocurrencias de un ocioso (Madrid, Hiperión, 1986) en traducción de Justino Rodríguez, Otra publicación de la década de 1920 digna de mencionarse, aunque sea ensayo, por sus muchas reediciones y retraducciones (la última la de Barcelona, Angle Editorial, 2019, por Ricard Vela), fue El llibre del te de Kakuzō Okakura (revista D’Ací i d’Allà, vol. XV, n.º 104–108, agosto–diciembre de 1926), en versión del poeta Carles Soldevila. «Una de las primeras ediciones que aparecieron en España de este afamado libro [El libro del té] fue en Barcelona y en catalán. Un hecho que no es en absoluto extraño» (Barlés 2019: 119) por dos razones principales: porque la vía de entrada del japonismo en España había sido Cataluña y porque en la Barcelona finisecular y del primer tercio del XX existían, en feliz combinación, una burguesía culta y una pujante industria editorial. Hay constancia de una versión en castellano de El libro del té en la década de 1930 editada por Alejandro Pueyo (Madrid), y de otra en 1944 bajo el sello editorial de la barcelonesa Ánfora.

La década de 1930 se inaugura con una nueva publicación dramática, ahora en español. Fue el volumen Teatro japonés. «Amor». Drama del Japón contemporáneo en tres actos, de Jun’ichirō Tanizaki, y Yoshitomo. Tragedia del Japón antiguo en tres actos y un epílogo, de Tarahiko Kori, en «traducción directa del japonés por Antonio Ferratges» (Madrid, Aguilar, 1930). La literatura proletaria, que conoció en Japón cierto desarrollo en la década de 1920 y primeros años de la siguiente, estuvo representada en las librerías españolas por la obra de Sunao Tokunaga, de gran éxito comercial en Japón, La calle sin sol con el subtítulo «Novela de una huelga en el Japón» (Madrid, Cenit, 1931, colección «La novela proletaria») traducida desde el alemán por E. R. Sadia. También desde el alemán parece haber sido traducida una obra que, aunque no literaria, mencionamos por su influencia en configurar, como El libro del té, las ideas sobre estética japonesa (Bru 2013: 193): El arte japonés (Barcelona, G. Gili, 1932), de Tsuneyoshi Tsuzumi, publicada «bajo los auspicios del Instituto Japonés de Berlín». Dos años posterior es Leyendas y cuentos del Japón (Barcelona, Luis Gili, 1933), «traducidos directamente del japonés» por José María Álvarez, «misionero durante treinta y cinco años en el Japón», probablemente el primer traductor al español en trabajar directamente desde el japonés.

Se puede afirmar que la Guerra Civil española corrió el telón al segundo acto de la historia de la traducción del japonés en España, un telón seguido por el largo interludio de las dos primeras décadas del periodo franquista en el cual domina una ausencia general, con algunas salvedades, de publicaciones de literatura japonesa. Registramos cuatro, todas de autores menores y, hasta donde llega nuestro conocimiento, en versiones indirectas: la obra del escritor naturalista Hakuchō Masamune titulada Lágrimas frías (Madrid, La Rosa de Piedra, 1940) por Alfonso Nadal; la del autor de novelas bélicas Ashihei Hino con el título de La guerra y el soldado (Barcelona, Juventud, 1941) por José Lleonart; los melodramas de Kikou Yamata, francesa de padre japonés, de la cual en los años 40 se publican en España Masako (Barcelona–Madrid, Cristal, 1941) por Berta Curial y La trama del Milano de Oro (Barcelona, Ediciones de la Gacela, 1942) por Alfonso Nadal, ambas desde el francés; y, en cuarto lugar, dos obras de Tasaki Hanama publicadas por Luis de Caralt, Ruta imperial (1953) por Mario Bartolomé y Las montañas permanecen (1960) por M.ª Concepción Salvat. La editorial Juventud, además de la obra consignada, publicó en 1943 Cuentos japoneses, de diversos autores modernos, entre ellos, Ryūnosuke Akutagawa, en versión de M. Banet.

De mucha más enjundia literaria, y en versiones directas desde el japonés, eran las obras que ya en los años 50 se publicaban al otro lado del Atlántico, notablemente las volcadas al español por el pionero de la traducción directa, el argentino de origen nipón ya mencionado Kazuya Sakai. El autor era Ryūnosuke Akutagawa, uno de los cinco o seis escritores japoneses de mayor calidad del siglo XX y el más tempranamente traducido. Así, solo del relato Rashōmon, exitosamente llevado a la pantalla por Akira Kurosawa en los años 50, hay más de sesenta versiones, entre ellas, una gallega de Gabriel Álvarez (Vigo, Xerais, 2008) y otra catalana de Joaquim Pijoan y Ko Tazawa (Barcelona, Lapislàtzuli, 2017). Pocos años después de la labor de Sakai, del mismo autor aparece en España El biombo infernal (Madrid, Arión, 1961), en versión del poeta Vicente Gaos, y que se tradujo de nuevo como Las puertas del infierno (Barcelona, Luis de Caralt, 1965) por Luis Alberto Pérez.

 

Periodo 1960–1990

Las tres décadas de este periodo señalan la juventud de la traducción del japonés en España: más traducciones y primeros atisbos de continuidad en el ejercicio de la traducción directa. Un comienzo tímido coadyuvado por varios factores, no siempre literarios. Por ejemplo, el despegue económico de España en los 60, una leve relajación en la censura estatal, la concesión del Nobel a Yasunari Kawabata en 1968, el impacto de los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964, el suicidio espectacular del mediático escritor Yukio Mishima en el 70, la Expo de Osaka en el mismo año, la difusión del zenismo y del cine japonés en círculos culturales de Estados Unidos y Europa en la década de los cincuenta. Un factor más directo fue la iniciativa de dos editoriales barcelonesas, Plaza & Janés y Seix Barral, comprometidas en dar a la estampa en esos años novelas de Kawabata (véase Nolla 2009), Mishima (véase Takagi 2009) y Tanizaki, los tres autores más editados en esas tres décadas y, junto con Akutagawa, probablemente los más traducidos de todo el siglo XX. La primera editorial mencionada publica sucesivamente de Kawabata Kioto y La bailarina de Izu (1965), El clamor de la montaña (1969) y Diario de un muchacho (1971). Antes, en 1961, las editoriales Zeus y Vergara, también de Barcelona, habían publicado del mismo autor País de nieve (1961) y Una grulla en la taza de té (1962). Igualmente fue Plaza & Janés la editora de la obra de literatura infantil El hijo de Hiroshima (1964), de Isoko Hatano e Ichiro Hatano. Todas, a excepción de El clamor de la montaña que fue vertida desde el japonés por Jaime Fernández (más tarde traducida como El rumor de la montaña, por Amalia Sato), parecen ser traducciones indirectas. También de Kawabata, pero en el siglo XXI, cuando se generalizan las versiones directas, es la traducción catalana La casa de les belles adormides (Barcelona, Viena, 2007) por Albert Mas–Griera y Sandra Ruiz Morilla. La misma obra fue vertida al gallego por Mona Imai (A casa das belas adormentadas, Cangas, Rinoceronte, 2007). Una de las novelas más aclamadas de Kawabata, País de nieve (Barcelona, Zeus, 1961) por César Durán, reeditada por Emecé en 2004, es ejemplo de traducción indirecta camuflada (Serra–Vilella 2016: 111). La primera versión directa publicada en España parece haber sido en catalán: País de neu (Barcelona, Viena, 2009) por Albert Nolla, mientras La bella durmiente halló voz en euskera con el título de Loti ederrak (Irún, Alberdania, 2006) por Ibon Uribarri. Por su parte, la editorial Seix Barral dio a conocer a otro de los autores canónicos japoneses del siglo XX, Jun’ichirō Tanizaki, a través de Hay quien prefiere las ortigas (1963), Las hermanas Makioka (1965) y Cuentos crueles (1968), libro este último que conoció un notable éxito comercial. Las versiones provenían también de terceras lenguas.

Tanizaki, editado por Siruela en versiones indirectas, finalmente ha encontrado en la segunda década del nuevo siglo traductores que lo vierten desde el japonés, como Makiko Sese, Aiga Sakamoto, F. Javier de Esteban, Akihito Yano y Ryūkichi Terao bajo los sellos de Satori, Alfaguara (Cuentos de amor, 2016, con varias reediciones) y finalmente también Seix Barral (Muerte por agua, 2015). Al gallego lo han traducido también desde el japonés Mona Imai y Gabriel Álvarez (O eloxio da sombra, Cangas, Rinoceronte, 2010). Asimismo, Seix Barral había publicado en 1962 Ya no humano de Osamu Dazai, autor ya conocido en español por la versión de El sol que declina publicada por la editorial argentina Sur en versión de Kazuya Sakai, ya mencionado como decano de la traducción directa. Estas dos obras serían de nuevo traducidas por Montse Watkins y reeditadas en España. El mismo sello Seix Barral acogió en 1970 la traducción, esta vez desde el japonés, de la obra en prosa lírica titulada Sendas de Oku de Matsuo Bashō, uno de los grandes poetas del haiku. La versión utilizada fue la de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, que habían publicado en México en 1957. L’estret camí de l’interior es la versión catalana de Jordi Mas (Barcelona, Edicions del 1984, 2012).

En cuanto al otro gran autor del siglo XX, Yukio Mishima, encontró también en Seix Barral la casa que lo dio a conocer en España, esta vez desde el francés, con una de sus obras más emblemáticas, El pabellón de oro (1963), en traducción de Juan Marsé. Carlos Rubio se ocupó de traducir esta obra mucho después (Madrid, Alianza, 2017). Alianza tiene en su haber una «Biblioteca Mishima», con el doble objetivo de rescatar al autor y de volver a traducirlo desde el japonés; así ha hecho con El rumor del oleaje (2006) y Una vida en venta (2018) por Keiko Takahashi y Jordi Fibla, y con otros títulos, como La escuela de la carne (2012) y Vestidos de noches (2014), ambas vertidas por C. Rubio. Entre estos destaca Confesiones de una máscara, la novela quizá con más reediciones de la literatura japonesa en España e impresa bajo más sellos editoriales: Planeta (1979), Seix Barral, Espasa–Calpe, El País –que en 2003 llegó a vender cada ejemplar a 2,95 euros acompañando a un periódico– y, por fin, Alianza (2012), donde volvió a ser traducida desde el japonés por Rumi Sato y C. Rubio. También Alianza ha publicado las dos únicas obras existentes en español de la autora Fumiko Enchi, Los años de espera (2011) y Máscaras femeninas (2012), vertidas a cuatro manos por el productivo tándem Takahashi-Fibla. Otra casa editorial, junto con Seix Barral, que dio a conocer a Mishima al español desde el inglés en los años setenta, fue Noguer y Caralt. Como ejemplo, Nieve de primavera (1972) por Domingo Manfredi Cano. Sin abandonar la producción de Mishima, hay que destacar la versión en euskera y directa de El marino que perdió la gracia del mar, con el título de Arratsaldeko atoiuntzia (Durango–Eubal, Ibaizabal, 1994) por Hiromi Yoshida y dos versiones catalanas: La remor de les onades y El temple del pavelló daurat en sendas traducciones directas de Joaquim Pijoan y Ko Tazawa bajo el sello de Ara Llibres (2008 y 2010).

Además de la iniciativa de Plaza & Janés y Seix Barral, un tercer factor que explica el arranque sostenido de la traducción del japonés en estas décadas finales del siglo pasado fue la existencia de una docena de misioneros españoles que, tras una prolongada estancia en Japón en los años 60, volcaron su energía y saber en la traducción desde el japonés. De este grupo, en el ámbito de la traducción hay que destacar a Jesús González Vallés, Antonio Cabezas, Jaime Fernández y Fernando Rodríguez–Izquierdo. El primero vertió Botchan y Yo soy un gato de Sōseki Natsume, el patriarca de la modernidad literaria de Japón, en sendas traducciones directas de 1969 y 1974 aparecidas en Japón y editadas, respectivamente, por la Sociedad Latinoamericana de Japón y por la Universidad de Seisen. Cabezas, que vivió treinta y nueve años en Japón y publicó casi toda su obra traductora en la editorial madrileña Hiperión, pionera en versiones directas, vertió obras clásicas, especialmente poéticas, como Un puñado de arena (1976) de Takuboku Ishikawa, las antologías Cantares de Ise (1979), Manioushu. Colección para diez mil generaciones (versión incompleta, 1980), Jaikus (sic) inmortales (1983) y las obras en prosa Sendas hacia tierras hondas (1998) de Matsuo Bashō, y Hombre lascivo y sin linaje (Madrid, Laertes, 1982) de Ihara Saikaku. Al año siguiente de la publicación de esta última obra apareció una nueva versión de la misma, titulada Amores de un vividor, traducida por Rodríguez–Izquierdo, que fue reeditada por Alfaguara en 2003. A este traductor debemos el conocimiento de un buen número de obras de clásicos modernos, como Sōseki Natsume, Kōbō Abe (El rostro ajeno, Premio Internacional Noma de Traducción en 1996), Ōgai Mori, Kenzaburō Ōe, Jun’ichirō Tanizaki, Haruki Murakami, así como la edición y traducción de la colección «Maestros del Haiku» que edita Satori desde el año 2013. También en poesía cabe reseñar dos antologías en catalán: Poesia japonesa contemporània (Barcelona, Enciclopèdia Catalana–Proa, 1988) por Felícia Fuster y Haoyuki Sawada y Marea baixa: haikús de primavera i d’estiu (Barcelona, La Magrana, 1997) por Jordi Pagès y J. N. Santaeulàlia; y, entremedias, otra en gallego titulada 77 haikus. (A Coruña, Espiral Maior, 1993) por Consuelo García Devesa.

De modo simultáneo a la irrupción de la mencionada generación de pioneros, en los años 70, el novelista católico Shusaku Endō era ya conocido por su obra Silencio (Salamanca, Sígueme, 1972), en traducción del japonés por Jaime Fernández y José Miguel Vera. Posteriormente, Endō fue publicado por la editorial Edhasa a través de otras como El samurái, El escándalo y por Ático de Libro con Cuando silbo, El mar y el veneno, todas en versiones indirectas. La circunstancia de ser católico tal vez contribuyó a que autores nipones hallaran voz en español. Fue el caso, por ejemplo, de Sumie Tanaka con una obra de teatro, «La mujer del tambor», incluida en la selección traducida desde el original por Josefina Keiko Ezaki Teatro japonés contemporáneo (Madrid, Aguilar, 1964). Aunque nos salimos del siglo XX, otra obra de un autora cristiana, Ayako Miura, fue Un samurái cristiano. Relato de una conversión (Madrid, Palabra, 2006), la única obra editada en España perteneciente a la magnífica pléyade de literatas que publican en Japón en los años sesenta y setenta.

 

Periodo 1990–2020

La última década del siglo XX y la primera del XXI señalan la edad adulta de la traducción del japonés en España. Una mayoría de edad tal vez fortalecida por la inyección de publicaciones japonesas no literarias, en especial sobre artes marciales y, en los 90 y el nuevo siglo, sobre anime y especialmente del manga, en la traducción de cuyo género hay que destacar la labor de Marc Bernabé. En lo que a traducciones literarias se refiere, es un periodo de estabilidad durante el que rinde fruto el trabajo de la generación de los exmisioneros españoles ya mencionados. Empiezan a no ser infrecuentes las traducciones directas y surgen editoriales (Anagrama, Edhasa, Emecé, Hiperión, Miraguano, Siruela, Trotta) que apuestan por obras de autores nipones. Hiperión, a pesar de estar centrada en la poesía, publica dos clásicos medievales de prosa: en 1986 el ya mencionado Ocurrencias de un ocioso (Tsurezuregusa) de Yoshida Kenkō y Un relato desde mi choza (1998) de Kamo no Chōmei, en traducción de Jesús Carlos Álvarez Crespo, y que sería vertido de nuevo como Pensamientos desde mi cabaña (Madrid, Errata Naturae, 2016) por Kazuya Sakai, y al catalán como Crònica de la cabana (Girona, L’Art de la Memòria, 2014) por Jordi Mas. Hiperión también ha publicado el clásico premoderno de Ihara Saikaku, Cinco mujeres apasionadas (1993) por Javier Sologuren y Akira Sugiyama. Entre las ediciones de poesía de esta editorial madrileña, destacan el volumen Haijin. Antología del haiku (1992) por Ricardo de la Fuente y Yukio Kawamoto y, ya en el nuevo siglo, las versiones de Hyakunin isshhū tituladas Cien poetas, cien poemas (2004), por José María Bermejo y Teresa Herrero, que también cuenta con traducción al catalán, Cent de cent (Girona, Vitel·la, 2011) por Jordi Mas; así como la antología Kokinshū (2005), por Carlos Rubio, la colección Haikus contracorriente, traducidos por Seiko Ota y Elena Gallego, y la obra Midaregami («Cabello alborotado») de la poeta Yosano Akiko titulada en esta edición Poeta de la pasión (2007), de los mismos traductores que la de Cien poetas, cien poemas, y de la cual nuevamente existe versión catalana, Cabells enredats (Lleida, Pagès, 2014) por Mercé Altimir Losada, a quien también debemos, en la misma editorial leridana, el relato de Ichiyō Higuchi El darrer any de la infantesa (2012). En la nutrida bibliografía de traducciones de haikus, destaca la antología de Vicente Haya Haiku tsumami–gokoro: 150 haikus inmortales (Barcelona, Shinden, 2009).

La editorial madrileña Trotta fue otra de las pioneras en publicar directamente desde el japonés. En su colección «Pliegos de Oriente» ha dado a la estampa obras clásicas, como El cuento del cortador de bambú (1998), obra anónima vertida por Kayoko Takagi, después reeditada por Cátedra (2004); Fūshikaden. Tratado sobre la práctica del teatro nō y cuatro dramas nō de Zeami (1999) por Javier Rubiera y Hidehito Higashitani; Yo, el gato de Natsume Soseki (1999) por Jesús González Vallés, reedición del texto editado en Japón en 1974; Vita sexualis de Ōgai Mori (2001) por Fernando Rodríguez–Izquierdo; Cuentos de lluvia y de luna de Ueda Akinari (2002) por Kazuya Sakai (reedición del texto publicado en 1969 por la editorial mexicana Era y que con el título de La luna de las lluvias, la editorial barcelonesa Matéu había publicado en 1971 en versión indirecta); Poesía clásica japonesa (2005) por Torquil Duthie; el libro más antiguo conservado de Japón y fuente principal de su mitología, Kojiki. Crónicas de antiguos hechos de Japón (2007) por Carlos Rubio y Rumi Tani, que alcanzó una tercera edición en 2018; Cuentos de Ise (2010) por Jordi Mas López, el cual también se ocupó de la versión catalana; y dos clásicos medievales de la literatura samurái Historia de los hermanos Soga (2012) por Rumi Tani y Carlos Rubio y La gran pacificación. Taiheiki (2016) por Akihito Yano, Twiggy Hirota y Carlos Rubio.

Anagrama, de Barcelona, se distinguió por ser la primera en verter una obra de Haruki Murakami en español. Lo hizo Rodríguez–Izquierdo con La caza del carnero salvaje (1992). También dio a conocer, en traducción de J. G. Berlanga, Azul casi transparente (2006) de Ryū Murakami, mucho menos popular que el otro Murakami. Esta editorial se ha distinguido por publicar la mayor parte de la obra de Kenzaburō Ōe, nobel en 1994. Por ejemplo, Carta a los años de nostalgia (2004) y El grito silencioso (2009), en ambos casos por Miguel Wanderbergh; Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura por S. Suzuki y E. Vilageliu (2008); La presa y Una cuestión personal, en ambos casos por Yoonah Kim en 2011. Esta última ha conocido la versión catalana de Albert Noya Una qüestió personal (Barcelona, Edicions de 1984, 2012), a quien también debemos la traducción española de Piercing (Madrid, Escalera, 2011) del mencionado Ryū Murakami. Traductor destacado de Ōe en los últimos años es Ryūkichi Terao, publicado por Seix Barral: ¡Adiós, libros míos! (2012), Muerte por agua (2014) y La bella Annabel Lee (2016). La editorial Siruela, con sede en Madrid, que nos tenía acostumbrados a versiones indirectas de autores canónicos, muestra recientemente señales de recurrir a traductores que trabajan desde el original japonés como, precisamente, el último mencionado, Terao: El hombre caja de Kōbō Abe (2012). Del mismo autor japonés Siruela rescató la traducción de La mujer de la arena (2008) sobre una versión realizada casi sesenta años antes por Kazuya Sakai; también El rostro ajeno (2007), del mismo autor, en versión de Rodríguez–Izquierdo, lleva el sello editorial de Siruela.

Pero con la mayoría de las versiones de Anagrama y Siruela estamos ya en la década final de este periodo: la plena madurez de la traducción japonesa en España. Cubre desde las postrimerías de la primera década del presente siglo hasta 2020. Es el periodo de la explosión editorial de títulos japoneses literarios, tan numerosos que han dejado a la zaga a los no literarios e inabarcables en las páginas de este artículo. Las editoriales empiezan a apostar por las versiones directas, primando la imagen y el sentido común sobre el beneficio económico; y surge una nueva generación de jóvenes traductores, así como las traducciones a cuatro manos en las cuales puede haber un nativo. Son los casos de Jun’ichi Matsuura, en tándem con Lourdes Porta (una muestra primeriza de esta asociación fue la versión Confesiones de amor [Madrid, Grijalbo Mondadori, 1992], de la autora Chiyo Uno, reeditada en 2019 por la barcelonesa Alpha Decay), y de los dúos Higashitani–Rubiera o Tazawa–Pijoan, ya mencionados; o, más frecuentemente, equipos formados por un español y una japonesa (así, Yoko Ogihara con Fernando Cordobés; Rumi Tani o Akiko Imoto o Rumi Sato con C. Rubio; K. Takahashi con J. Fibla; o, en lengua gallega, Mona Imai con Gabriel Álvarez). Una razón plausible de la espectacular cascada de publicaciones puede encontrarse en el vendaval que en los últimos años del siglo XX y primera década del nuevo siglo levantó el fenómeno editorial Haruki Murakami. Un hecho destacable desde el punto de vista de la traducción es que este autor ha sido el primero importante en verse traducido íntegramente desde el original japonés y no desde la servidumbre de terceras lenguas. Debemos esta circunstancia al compromiso de la editorial Tusquets y a la labor de sus principales traductores, con Lourdes Porta a la cabeza (suyas son, entre otras obras, Tokio blues, 2005; Kafka en la orilla, 2006; Sauce ciego, mujer dormida, 2008; El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, 2009; Pinball, 2015), a veces en colaboración con Jun’ichi Matsuura (Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, 2001). Otros traductores de la obra de Haruki Murakami han sido Francisco Barberán con el libro de ensayo titulado De qué hablo cuando hablo de correr (2010); Gabriel Álvarez con 1Q84 (vol. 1-3, 2011-2012), Los años de peregrinación del chico sin color (2013), Hombres sin mujeres (2015); y el tándem Ogihara-Cordobés con El elefante desaparece (2016), el ensayo De qué hablo cuando hablo de escribir (2018) y La muerte del comendador (2018-2019, 2 vols.). Albert Nolla firma la versión catalana de esta obra (La mort del comanador, 2018-2019). A Gabriel Álvarez se le deben también versiones de Murakami al gallego, frecuentemente en colaboración con Mona Imai (1Q84: libros 1 e 2, Tras o solpor, De que estoy a falar cando falo de correr). La popularidad de este escritor de masas y el efecto arrastre pueden explicar tanto el interés de las casas editoriales por hallar un nuevo filón comercial comparable, como la curiosidad de miles de lectores murakamianos por adentrarse en las obras de otros autores japoneses.

Llama la atención entre estos la presencia creciente de voces femeninas. Las obras de Banana Yoshimoto, Yoko Ogawa, Hiromi Kawakami, Natsuo Kirino –y más recientemente de Yukiko Motoya, Mitsuyo Kakuta, Sayaka Murata, Yoko Tawada (escribe en alemán), Aki Shimazaki (escribe en francés)– figuran en los anaqueles de las librerías españolas. La primera ha sido llevada a la estampa en España, también por Tusquets y por el esfuerzo traductor del dúo Porta–Matsuura, desde el éxito comercial de Kitchen (1994) hasta El lago (2011). Asimismo, a Porta le debemos las versiones castellana y catalana, publicadas por Alfaguara, de Kyōichi Katayama. Este autor ha hallado voz en euskera con Maitasunezko oihua, munduaren erdian (Berriozar, Denonartean, 2010) por Keiko Suzuki. Otro traductor de Banana ha sido Gabriel Álvarez, con los títulos Tsugumi (2008) y Recuerdos de un callejón sin salida (2011). Mona Imai firma la versión gallega de Kitchen (2008) publicada por Rinoceronte, un sello activo en temas nipones, y Rumi Sato la de Un viaje llamado vida (Gijón, Satori, 2014). Desde el año 2006 en que se publicó su primer título (El embarazo de mi hermana), la abundante novelística de Ogawa ha tenido como editorial a la madrileña El Funambulista y como traductora principal a Yoshiko Sugiyama. En cuanto a la obra de Kawakami, desde el éxito El cielo es azul, la tierra blanca (2009), la ha publicado la barcelonesa Acantilado gracias a la labor traductora de Marina Bornas, que también ha vertido a Seichō Matsumoto (El expreso de Tokio, 2014, y La chica de Kyushu, 2017), ambas en Asteroide (Barcelona), y a Sayaka Murata (La dependienta, 2019, y en su versión catalana La noia de la botiga 24 hores), en Doumo, además de otras piezas en lengua catalana. Al gallego, Mona Imai ha traducido la obra de Kawakami O maletín do mestre (Cangas, Rinoceronte, 2012).

En catalán, aparte de las obras mencionadas en las anteriores páginas, hay que destacar las versiones de clásicos y modernos que, en lo que va de siglo, han llevado a cabo Jordi Mas, Albert Nolla, Mercé Altimir y Ko Tazawa (en colaboración con Joaquim Pijoan). Del primero de estos traductores ya hemos reseñado varios trabajos, principalmente clásicos, entre ellos, la traducción de Tres veus lligades a Minase (Barcelona, Jardins de Samarcanda y Eumo Editorial, 2018) de los poetas del siglo XVI Sōgi, Shōhaku y Sōchō. A Nolla se le deben versiones de autores de la talla de Ōgawa, Sōseki, Tanizaki, Banana, Akutagawa, Kawabata y los dos Murakami; algunas de Altimir ya han sido indicadas, mientras que del tándem Tazawa–Pijoan son, entre otras, las versiones publicadas todas por Lapislàtzuli de A veure qui és més alt. Midori, una petita geisha (2015) de Ichiyō Higuchi; Harakiri. El cas de la família Abe (2015) de Ōgai Mori; Història de Shunkin (2107) de Tanizaki; y los cuatro relatos que componen Un aprenent i el seu déu (2019) de Naoya Shiga, un autor apenas conocido en España a pesar de su alta estima en Japón. De la autora de novelas policiacas Natsuo Kirino hay tres títulos publicados en español: Out (trad. A. Barguñó, Barcelona, Booket, 2009), Grotesco (trad. A. Barguñó, Barcelona, Emecé, 2012) y Crónicas de una diosa (trad. Y. Togo, Barcelona, Duomo, 2013); de Yoko Tawada se ha publicado Memorias de una osa polar (trad. B. Santana, Barcelona, Anagrama, 2018); de Yukiko Motoya, Mi marido es de otra especie (Madrid, Alianza, 2019) vertida por el equipo Takahashi-Fibla; y de Mitsuyo Kakuta, La cigarra del octavo día (2014) y Ella en la otra orilla (2016), ambas publicadas por Galaxia-Gutemberg y traducidas por el dúo Ogihara-Cordobes, que también ha firmado Miro al cielo impotente de Misumi Kubo (Satori, 2014).

Puede haber más motivos que expliquen el auge sostenido de las publicaciones literarias niponas desde finales de la primera década de este siglo. Por ejemplo, la existencia de un público joven fidelizado a temas de Japón desde su adolescencia gracias al manga y al anime que, cuando se hace adulto, consume literatura de este país. La proliferación de salones del manga –como el de Barcelona que en 2019 celebró su vigesimoquinta edición– y de semanas culturales de Japón en un buen número de ciudades españolas no parece una demostración desdeñable de que tal tendencia continúe.

Tampoco lo es la apuesta de media docena de editoriales, algunas pequeñas, volcadas recientemente en la publicación de títulos japoneses. Y, la mayoría, desde el original. Una es la madrileña Impedimenta, responsable de dar a conocer gran parte de la producción de Natsume Sōseki (Rubio 2009), gracias particularmente al esfuerzo traductor del activo tándem Ogihara–Cordobés. Otra es la asturiana Satori Ediciones, dedicada en exclusividad a temas nipones. Suyas son las colecciones «Maestros de la Literatura Japonesa», actualmente por el volumen 40, y que ha dado a conocer a un buen número de autores inéditos en España, tanto modernos como clásicos, en cuya traducción se han distinguido Jesús Carlos Álvarez Crespo (entre otros La familia Abe, La dama que amaba los insectos, Si pudiera cambiarlos y el clásico El libro de la almohada), Iván Díaz Sancho (Rashomon, Laberinto de hierba, Kappa y otras fábulas), Virginia Meza (Una flor, Cerezos en la oscuridad, Diario de una vagabunda), Rumi Sato (Una extraña historia al este del río) y Kayoko Takagi (Nubes flotantes); la colección «Maestros del Haiku», ya mencionada; y «Clásicos Satori», que ha acogido títulos como el monumental Heike monogatari (2019), en traducción de Rumi Tani y Carlos Rubio, obra originalmente editada por Gredos en 2005 y reeditada por RBA cinco años después; y la retraducción del famoso Elogio de la sombra (2016) de Tanizaki, que F. Javier de Esteban ha realizado desde el original. De este mismo traductor es una versión abreviada del clásico Konjaku monogatari titulada Cuentos de un pasado lejano (2019). Otra editorial de solo temas japoneses es la valenciana Chidori Books, especializada en formato digital, aunque recientemente también trabaja el impreso. En el catálogo de la madrileña Quaterni predominan los temas nipones, especialmente de samuráis, juveniles y de novela policiaca en su colección «Grandes Detectives». La editorial Atalanta, con sede en Vilaür (Girona), ha dado a conocer asimismo un buen número de obras de autores japoneses, entre ellas la monumental La historia de Genji, ya reseñada al comienzo de este capítulo, y Estoy desnudo y otros cuentos (2009) de Yasukata Tsutsui, en versión de Jesús Carlos Álvarez Crespo, otro de los traductores más activos en el nuevo siglo.

 

Conclusiones

No cabe duda de que la actividad de estas y otras editoriales desde finales de la primera década del nuevo siglo, así como la aparición de una nueva generación de profesionales de la traducción directa, algunos españoles con residencia en Japón como Iván Díaz Sancho, Javier de Esteban Baquedano y Jesús Carlos Álvarez Crespo, han contribuido al estado de madurez de la historia de traducción japonesa en España. Este logro no ha sido nada fácil si se tienen en cuenta tanto la relativa joven vida de dicha historia, como la complejidad de la lengua japonesa y la lejanía cultural de sus parámetros. Hoy día, en consecuencia, podemos apreciar el exuberante follaje del joven árbol de la traducción japonesa en España. Este árbol, retoño del decimonónico japonismo y con raíces en el fértil suelo de la atracción que la cultura japonesa despierta hoy en sectores dinámicos de nuestra sociedad, parece estar a punto de desprenderse por fin de las hojas muertas de las versiones indirectas, debilidades naturales de la infancia y adolescencia de tan vigoroso organismo.

 

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  1. A título personal, David Almazán, Ricard Bru y Mona Imai han proporcionado al autor información valiosa sobre versiones castellanas de final del siglo XIX, catalanas de final del XIX y primeras décadas del XX, y gallegas en el siglo XXI, respectivamente.