Economía

Las traducciones de textos de Economía

Los estudios sobre las traducciones españolas de economía –abundantes para el siglo XVIII y menos numerosos para el XIX y el XX– han abordado generalmente la relación entre traducción y circulación internacional de las ideas económicas y han analizado el consiguiente papel de los textos traducidos en el avance o atraso del pensamiento económico español. Esas relaciones no son simples, entre otras razones porque siempre han existido traducciones sin influencia e influencia sin traducciones. Además, el análisis de las traducciones económicas no es autosuficiente: necesita conocer las vías alternativas de penetración, la propia historia de las ideas y la evolución social e intelectual del país receptor para cobrar pleno significado. Al ser España –en el pasado y en el presente– un país periférico en términos de la evolución de la ciencia económica, aunque perteneciente a una primera periferia que no está al margen de los intercambios científicos, las traducciones forman una vía notable de importación de conocimientos económicos desde los países de ciencia más avanzada. Una importación imprescindible para tratar de diagnosticar y resolver adecuadamente los problemas económicos y para no acrecentar el grado de atraso científico. Desde tales perspectivas se ha enfocado el estudio de las traducciones españolas de economía, un estudio que incluye también algunos ensayos de catalogación para el siglo XVIII y parte del XIX y, naturalmente, análisis de las traducciones de algunas obras relevantes. Aunque existen precedentes de traducciones de obras total o parcialmente económicas desde tiempos remotos, limitaremos el panorama al período moderno, que se inicia a mediados del siglo XVIII.

El florecimiento sostenido de las traducciones económicas brotó en España durante la segunda mitad del siglo XVIII. La época moderna de las traducciones de economía se inició efectivamente en la época de Carlos III y tiene su propia evolución y vicisitudes, hasta hoy en día relacionadas con los cambios intelectuales y sociales experimentados en España. El florecimiento inicial estuvo emparentado –sin notable demora– con el amplio proceso europeo de auge de las traducciones económicas y de intensa circulación internacional de las ideas, así como con la expansión de la literatura económica y la aparición de nuevas aportaciones teóricas provenientes de tradiciones intelectuales y nacionales diversas. El nacimiento de la economía como ciencia social fue en buena parte resultado de estos procesos, y puede decirse que culminó hacia 1776 con la publicación de An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations de Adam Smith (1723–1790), siempre que no se olviden las contribuciones de otros muchos autores franceses, italianos y escoceses.

El primer aspecto sobresaliente de las traducciones económicas españolas radica en la fuerte intensificación de la actividad traductora en la segunda mitad del siglo XVIII. Según el último catálogo disponible, mientras que en la primera mitad sólo se tradujeron tres obras de economía, en la segunda fueron ochenta y uno los títulos traducidos (ochenta y siete ediciones), además de veinticinco obras agronómicas y veinticuatro de temas industriales. Centrándonos en las traducciones de economía política, puede afirmarse que la «nueva época» diferenciada del pasado inició un tímido despegue hacia 1753 con las traducciones de Joshua Gee (1667–1730) sobre el comercio y navegación británicos y de Carlo Targa (1614–1700) sobre los contratos marítimos, seguidas entre otras obras por la primera traducción del influyente ensayo de Claude–Jacques Herbert (1700–1758) sobre el libre comercio de los granos en 1755 (un ensayo traducido nuevamente en 1765 y 1795). La trayectoria creciente se acelera hacia 1763 con traducciones como el Elogio de Sully (M., Imprenta Real, 1763) de Antoine–Léonard Thomas (1732–1785), la Disertación sobre el trigo (M., J. Ibarra, 1764; trad. de Serafín Trigueros) del fisiócrata marqués de Mirabeau (1715–1789), los Elementos de comercio (M., F. J. García, 1765; trad. de Carlos Lemaur) del anti–fisiócrata Véron de Forbonnais (1722–1800), las Instituciones políticas (Burdeos, F. Mor, 1781; trad. de Valentín de Foronda) del cameralista Jakob Friedrich von Bielfeld (1717–1770) y varios títulos más, que elevarían ya de forma sostenida el volumen de actividad traductora.

En la década de 1770 esa actividad aumentó ligeramente, publicándose los polémicos y brillantes Diálogos sobre el comercio del trigo (J. Ibarra, 1775) del abate Ferdinando Galiani (1728–1787), traducidos por J. A. D. L. C.; El comercio y el gobierno (M., P. Marín, 1778–1780), una de las notables aportaciones teóricas del siglo, de Étienne de Condillac (1714–1780) en versión de Miguel Jerónimo Suárez, y la Aritmética política (Vitoria, Robles y Navarro, 1779) de Charles Davenant (1656–1714), que abría paso a los estudios cuantitativos en economía. La máxima cosecha traductora se alcanzó en la década de 1780 con una treintena de títulos, entre los que sobresalen los cuatro textos del banquero ginebrino, ministro francés de finanzas y enterrador de las reformas de Turgot, Jacques Necker (1743–1804), otros dos del jurista ilustrado napolitano Gaetano Filangieri (1753–1788), las Lecciones de economía civil (J. Ibarra, 1785–1786; trad. de Victorián de Villava) –el principal manual de economía del siglo– de Antonio Genovesi (1713–1769) y los Elementos de policía (B., E. Piferrer, 1784) del cameralista Johann Heinrich von Justi (1717–1771) traducidos por Antonio F. Puig y Gelabert. La traducción anónima de los Discursos políticos de David Hume (1711–1776) en 1789 (M., González), que logró esquivar la condena inquisitorial decretada sobre todas las obras del escocés, abrió el período cimero de las traducciones españolas de economía, que se extiende hasta 1794.

Ese periodo se caracteriza por la publicación de cinco traducciones de gran relieve desde el punto de vista de la historia del análisis económico: además de los Discursos de Hume, formados por ocho ensayos económicos, se editaron en castellano las Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas de Anne–R.–J. Turgot (1727–1781), traducidas por Miguel J. Suárez Núñez (M., P. Marín, 1791); el Compendio de la Riqueza de las naciones del marqués de Condorcet, por Carlos Martínez de Irujo (M., Imprenta Real, 1792); las Máximas generales de un reino agricultor de François Quesnay (1694–1774), traducidas por Manuel de Belgrano (M., R. Ruiz, 1794), y la Riqueza de las naciones de Adam Smith por José Alonso Ortiz (Valladolid, Vda. e Hijos de Santander, 1794). Fue la última gran hornada de traducciones económicas importantes del siglo, bien orientada respecto a la calidad de las obras y bien resuelta respecto a la calidad de las traducciones, por lo que desde el punto de vista cualitativo el período de 1789–1794 representa el momento álgido del proceso traductor español en economía en el siglo XVIII.

De todas las traducciones, la de la Riqueza de las naciones de A. Smith constituye la estrella de las versiones españolas de economía. En cierta manera representa la culminación del proceso traductor dada la importancia crucial de la obra y las dificultades e incertidumbres que tuvo que atravesar el traductor debido a la censura gubernamental, ejercida a través de la Academia de la Historia, y a la inquisitorial. No sorprende, pues, la decena de estudios modernos de que ha sido objeto y la reedición facsimilar de 1996 (Salamanca, Junta de Castilla y León). Alonso Ortiz tuvo que gestionar durante más de dos años bajo su propia responsabilidad una traducción de buena factura pero que apareció con ciertos recortes impuestos por los censores, en especial sobre educación religiosa, que afortunadamente no eran esenciales para la argumentación económico–política. También introdujo Alonso, tras la dedicatoria estratégica a Godoy, numerosas notas aclaratorias y discrepantes, sobre todo en cuanto al pleno librecambio exterior, y tres apéndices sobre los precios y tasas de los cereales en España y sobre el Banco de San Carlos. La traducción se reeditó, sin la dedicatoria a Godoy y con ligeras variaciones, en 1805–1806. Asimismo, el excelente Compendio de la Riqueza de las naciones elaborado por el marqués de Condorcet, que permitía una aproximación sencilla a las ideas de A. Smith, fue reeditado en 1803 y en 1814. Aunque la presencia directa o indirecta de Smith en España a través de las traducciones no es desdeñable, los datos disponibles no permiten hablar de una plena hegemonía en los últimos años del siglo. Su presencia en las traducciones, en la enseñanza y en otras vías de difusión directa fue compartida con diversos autores económicos, sin que la estrella de la Riqueza de las naciones ensombreciera del todo las otras fuentes de ideas.

A menudo se ha considerado que tres corrientes de pensamiento económico –el mercantilismo, la fisiocracia y el liberalismo económico– se habían sucedido como influencias dominantes en la España de la segunda mitad del XVIII. El análisis de las traducciones no viene a corroborar ese esquema simple. Por el contrario, subraya el pluralismo de las obras traducidas provenientes de muy distintos y, en ocasiones, muy dispares orígenes. La única corriente con especial relieve a efectos de traducción fue la formada por el denominado grupo de Gournay. Entre 1755 y 1795 se editaron en castellano once obras del grupo, sobre todo en los años 60 y 70, en los que adquirieron cierta preponderancia, a las que cabe añadir las trece ediciones traducidas del agrónomo–economista Duhamel de Monceau (1700–1782), miembro también del grupo. La fisiocracia, escuela contraria, sólo generó cuatro traducciones y todas ellas de obras fisiocráticas menores, excepto la tardía versión castellana de Manuel Belgrano en 1794 de las Máximas de Quesnay.

El liberalismo económico, si se personalizara el ambiguo término en Adam Smith, estaría acompañado por otras corrientes e ideas hasta final de siglo y, a menudo, las ideas de Smith se reinterpretaron desde una perspectiva proteccionista. Lo que sí puede afirmarse es que a través de las traducciones y de otras vías, y a pesar de la ausencia de algunas obras importantes del siglo, como el Essai sur la nature du commerce de Richard Cantillon (¿1680?–1734), el Tableau économique de Quesnay, los Principles of Political Economy de James Steuart (1712–1780), las Meditazioni sulla economia politica de Pietro Verri (1728–1797), etc., buena parte del pensamiento económico europeo de la época estaba disponible y era conocido y utilizado, con ligero retraso en la mayor parte de los casos. Ello pudo servir de inspiración y estímulo a los propios escritores económicos españoles, que consiguieron un nivel estimable de conocimientos para un país periférico pero próximo a las tendencias europeas.

El francés fue con mucho el principal idioma traducido, como ocurre y seguirá ocurriendo en otras áreas literarias: un 77% de las ediciones traducidas de economía lo fueron de ese idioma, aunque sólo un 60% eran obras escritas originalmente en francés. La diferencia se explica por las obras inglesas e italianas traducidas al francés y de ese idioma al castellano. Del inglés se tradujeron sólo nueve obras, mientras que las originalmente inglesas traducidas fueron veintitrés. Y en cuanto al italiano, son doce las obras traducidas directamente y quince las traducciones de obras italianas originales. En cualquier caso, esas tres fueron las lenguas de procedencia de las traducciones españolas de economía. El alemán, el portugués u otros idiomas europeos tuvieron una presencia mínima o residual. Los estudios que se han realizado sobre traducciones al castellano de economía política en el siglo XIX demuestran que, con unos 170 títulos traducidos y unas 240 ediciones publicadas, se mantuvo aproximadamente la intensidad de resultados alcanzados en la segunda mitad del siglo anterior, aunque con algunas particularidades. No se dio un crecimiento progresivo a lo largo del siglo, sino un moderado aumento en el conjunto de la primera mitad (95 títulos y 137 ediciones) y un apreciable declive en la segunda (76 y 107 respectivamente).

En realidad, la intensificación efectiva de las traducciones se inició no en 1801 sino a partir de 1821 –en el Trienio Liberal– y se mantuvo en alza hasta el final de la década de 1840, la de mayor actividad traductora. Y el declive, que comenzó con el doblar del siglo, fue más intenso en las décadas de 1860 y de 1890. Desde el punto de vista de las obras y los autores traducidos, de su difusión y de la presencia o ausencia de circulación de las corrientes principales de pensamiento económico pueden distinguirse tres grandes períodos. El primero, la denominada «era de Say», entre 1804 y 1845; el segundo, el predominio de Bastiat, durante los años de 1845 a 1870, y por último una tercera etapa de diversidad y debilidad doctrinal durante las tres décadas finales del siglo que trataremos junto con la primera mitad del siglo XX.

La irrupción de Jean–Baptiste Say (1804–1845) en la escena española se inició con la edición castellana, un año después de la original francesa, del Tratado de economía política entre 1804 y 1807 (M., Caballero y Gómez Fuentenebro), obra de Manuel María Gutiérrez y Manuel Antonio Rodríguez. Desde esos años y hasta 1838 el Tratado fue objeto de cuatro traducciones distintas, con un total de ocho ediciones, y alcanzó la doble faceta de ser la obra económica más traducida del siglo y la que marcaría con mayor intensidad y durabilidad las tendencias del pensamiento económico en España. Se tradujeron también otras obras de Say como el Epítome de los principios fundamentales de la economía política (M., Collado, 1816), la Cartilla o Catecismo de economía política (M., C.ª de impresores, 1816), De la Inglaterra y de los ingleses (Collado, 1817), las Cartas a Malthus (París, Librería Americana, 1827) y Los hombres y la sociedad (M., Imprenta de Boix, 1839): en su conjunto suman unas veinte ediciones en castellano.

Se ha discutido sobre las razones y las consecuencias de la inusitada fortuna de Say en España y en otros países, así como acerca de su contribución al progreso del análisis económico. Inicialmente se le consideró como un divulgador sistemático de la Riqueza de las naciones de Smith, a quien vendría a reemplazar con cierta continuidad de ideas, pero con mayor claridad y capacidad didáctica. Sin embargo, ni Smith era oscuro y asistemático, como denunció con éxito el propio Say, ni la continuidad era cierta en aspectos teóricos importantes, como, por ejemplo, la introducción de la teoría del valor basada en la utilidad, el entusiasmo por la industria y el empresario, el optimismo sobre el futuro de la sociedad y la concepción reducida de la economía política como el estudio de la producción, distribución y consumo de los bienes, todo lo cual produjo una asepsia política e institucional de la economía política que obvió en su análisis los factores históricos, sociales y políticos tan importantes para Smith y los economistas ilustrados.

La fortuna española de J.–B. Say radicó tanto en las traducciones como en la enseñanza de la economía y en el fuerte impacto sobre los escritos de los economistas españoles durante la primera mitad del siglo. La enseñanza fue una sustancial promotora de esas ediciones castellanas al generar una demanda creciente de libros de texto que no estaba bien atendida. Pero, además, las directrices gubernamentales entre 1808 y 1836 recomendaron reiteradamente la preferencia en la docencia del Tratado de Say y en ocasiones también el Catecismo de economía política, con lo que se creó un fuerte predominio docente de los textos de Say hasta mediados de siglo. Pero en la difusión de las obras de Say no sólo contaron las recomendaciones oficiales para la enseñanza, ni tampoco la ausencia de dificultades con la dura y oscilante censura –quizás por la asepsia política de los textos– sino que la propia vocación didáctica de Say, su orden y sistemática, la engañosa superficialidad, el optimismo y el industrialismo, la posibilidad de fragmentar las obras para cuestiones concretas o de adaptarlas en todo o en parte a la realidad económica española, son elementos que contribuyen a explicar la fortuna de Say entre los economistas españoles de la primera mitad del siglo, incluso entre aquellos que por ser más intervencionistas y proteccionistas discrepaban de muchos corolarios de Say. Su influencia se reforzó durante los años 40 a través de las traducciones de los manuales de economía de varios de sus discípulos como Adolphe Blanqui, Pellegrino Rossi y Joseph Droz.

En la era de Say, que abarca la primera mitad del siglo, se publicaron naturalmente otras traducciones de interés, pero de menor impacto. Tras la temprana traducción de los Principios de economía política (M., Vega, 1800; trad. de Juan Smith) del suizo Paul–Jean Herrenschwand (1728–1811), reflexiones poco profundas sobre los determinantes de la población, y los Principios (M., Vda. de López, 1804; versión de Francisco Escolar) de Nicolas–François Canard (1750–1833) donde se formula una curiosa teoría no fisiocrática de la circulación económica basada en las leyes físicas de equilibrio de los fluidos, cabe situar a dos autores como Jeremy Bentham (1748–1832) y Gaetano Filangieri, con un número apreciable de traducciones en materias políticas y jurídicas que contemplan también cuestiones económicas. Así, las quince ediciones españolas de las obras de Bentham entre 1820 y 1843, algunas realizadas por juristas–economistas como Ramón Salas y Toribio Núñez, entraron con fuerza en el debate constitucional español. La Ciencia de la legislación de Filangieri, obra de naturaleza jurídica, pero con interesantes reflexiones y propuestas de reforma económica, fue traducida por Jaime Rubio (M. González, 1787–1789) y prohibida por la Inquisición el año siguiente. Otras versiones de relieve son las tres ediciones de obras de Destutt de Tracy entre 1817 y 1822, y la versión castellana de los Nuevos principios de economía política del ginebrino heterodoxo Sismonde de Sismondi en 1834, que tuvieron cierta difusión. Por último, aparecieron traducciones de textos de autores importantes del siglo XVIII como Verri y Cantillon. Los economistas clásicos británicos (Ricardo, James Mill, Malthus, John McCulloch, Nassau William Senior, Robert Torrens, John Stuart Mill), que tras el legado de A. Smith fueron los principales impulsores de la innovación teórica en economía durante la primera mitad del siglo XIX, recibieron reducida o tardía atención.

El peso de la tradición optimista francesa pudo restringir las posibilidades de difusión de una alternativa británica de gran consistencia teórica. No obstante, aparecieron ciertas traducciones, a menudo tardías, como los Elementos de economía política de James Mill (1773–1836) publicados en Madrid en 1831 (M. de Burgos), aunque precedidos por ediciones en Buenos Aires y París; la primera traducción completa del Ensayo sobre el principio de la población de Thomas Malthus (1776–1834) en 1846 (M., L. González y C.ª); una rara y controvertida edición incompleta de los Principios de economía de David Ricardo (1772–1823), publicada en forma de folletos para los suscriptores del periódico El Amigo del País entre 1848 y 1850 y de muy escasa circulación; dos traducciones tardías del ricardiano John McCulloch (1789–1864), los Principios de economía (M., Sanz y Gómez, 1855) y un Tratado hacendístico (M., H. Reneses, 1857), y algunas obras literarias de divulgación. Uno de los grandes ausentes fue John Stuart Mill (1806–1873), cuyos Principles of Political Economy, la gran síntesis de la economía clásica y el principal libro británico de referencia en la segunda mitad del siglo, no se tradujo en España hasta 1943. Analizado en detalle, las traducciones de las principales obras de la economía clásica fueron muy escasas y circularon poco, lo que indica un primer grado de alejamiento de la principal tendencia de progreso analítico en economía, que sólo fue superado personalmente por algún economista como Álvaro Flórez Estrada en su exilio forzoso.

De 1845 a 1870 transcurre el segundo período del siglo XIX en la evolución de las traducciones bajo la hegemonía de Frédéric Bastiat (1845–1870) y la denominada escuela economista francesa. De Bastiat –hábil escritor, polémico periodista y economista ultraliberal– se publicaron entre 1846 y 1880 diecisiete ediciones españolas de siete de sus obras, lo que significa un éxito editorial cercano al de Say y una reiteración de las ediciones de los mismos títulos, como ocurre con dos de sus principales obras: los Sofismas económicos y las Armonías económicas, con seis y cinco ediciones respectivamente. Como se ha demostrado, la recepción española de Bastiat fue intensa y duradera, y no sólo como ensayista polémico, pues se le llegó a considerar una fuente doctrinal en los medios académicos y a utilizar por Laureano Figuerola con fines docentes.

Al mismo tiempo, se publicó un conjunto de traducciones de obras de la denominada escuela economista francesa, continuadora de la tradición de Say, pero con mayor énfasis en el liberalismo económico. Así, entre 1848 y 1870 se editaron cinco veces en castellano los Elementos de economía política de Joseph Garnier (1813–1881), dos traducciones de Gustave de Molinari (1819–1912) sobre el comercio de granos y en defensa de la propiedad, dos ediciones del Manual de economía política de Henri Baudrillart (1821–1892), el caso de las seis ediciones de las obras de Jean Gustave Courcelle–Seneuil (1813–1892) y otros libros franceses de menor relevancia. La hegemonía francesa en las traducciones económicas y en la correspondiente influencia en España durante la era de Bastiat se vio acompañada por la presencia de otras traducciones aisladas de diferente procedencia, como La política comercial de Friedrich List (1789–1846) en 1849, las Cartas sobre la política interior y exterior de la Unión de Henry Carey (1793–1879) en 1860, la Ciencia de querer y de ser querido en la sociedad de Melchiorre Gioia (1767–1829) en 1868, y, ya al final del período, las traducciones de Luigi Cossa (1831–1896) desde 1878 y el Libre–cambio y la protección de Henry Fawcett (1833–1884) en 1879.

También sería necesario referirse a las dos versiones españolas de De la nature de la richesse et de l’origine de la valeur (aparecidas en 1850 y 1857) de Auguste Walras (1801–1866), padre del célebre fundador de la Escuela de Lausana, que confrontaban la teoría del valor–utilidad de Say y ofrecían una alternativa fundamentada en la «rareza». Aunque parece que no fueron empleadas en la docencia –como tampoco lo fueron en Francia– resulta llamativo que un economista marginado en su tierra y en su tiempo mereciese tanta atención en España. Tal vez deban insertarse en un conjunto más amplio de oposición a la hegemonía de Say, donde también tendrían su lugar, aunque por razones diferentes, las traducciones de textos del ultracatolicismo francés de Villeneuve–Bargemont (1794–1850) –así, por ejemplo, el de Droz podría incluirse en esta categoría– y de la reacción frente al socialismo, como las de Adolphe Thiers (1797–1877) y de Alfred Sudre (1820–1902), todas aparecidas a mediados de siglo.

Durante las tres décadas finales del siglo XIX, el grado de dispersión de las traducciones fue mayor y no aparece una autoridad dominante ni una dirección clara en la tendencia principal de las ediciones, a no ser la continuidad de un influjo francés en fase de agotamiento y decadencia frente a las nuevas realidades teóricas y políticas. El número de traducciones económicas disminuye; también lo hace la calidad de los textos traducidos, y la siempre difusa línea que separa la economía de la política, de la cuestión social o de otros conocimientos afines se hace aún más borrosa. Entre 1871 y 1874 se inició en Europa la llamada revolución marginalista en economía, que supuso la introducción de un nuevo paradigma subjetivista y metodológicamente individualista. Trazado originalmente por Carl Menger en Viena, William S. Jevons en Inglaterra y Léon Walras en Lausana, tuvo importantes continuadores en décadas posteriores (Böhm–Bawerk, von Mises, Alfred Marshall, Edgeworth, Pareto, Barone, Wicksell, Fisher, etc.) y un fuerte impacto en la corriente principal de la teoría económica hasta la actualidad. Asimismo, y con un relieve distinto, las décadas finales del XIX contemplan también el auge del historicismo económico alemán (el Verein für Socialpolitik) y la expansión, comenzada años antes, de las ideas socialistas, anarquistas y marxistas con repercusión diversa en las ideas económicas europeas y americanas.

En sentido propio, el marginalismo no fue objeto de traducción alguna en el siglo XIX: los Principios de economía política de Carl Menger (1841–1921) no se tradujeron hasta 1983 (M., Unión Editorial); los Elementos de economía política de Léon Walras (1834–1910), hasta 1987 (M., Alianza), y la Teoría de la economía política de William S. Jevons (1835–1882), hasta 1998 (M., Pirámide). Este asombroso retraso de más de cien años en la traducción de las obras pioneras del marginalismo no es del todo generalizable al proceso de recepción, pues, por una parte, se realizaron algunas traducciones anteriores, como la de los Principios de economía de Alfred Marshall (1842–1924) por Pío Ballesteros (hacia 1900–1910), La teoría monetaria de Friedrich A. von Hayek (1899–1992) por Luis Olariaga en 1936 (M., Espasa–Calpe) y dos obras menores y no marginalistas de Jevons (traducidas en 1879 y 1892).

Por otro lado, funcionaron distintas vías de difusión –la lectura directa, la estancia en universidades extranjeras o la asistencia a reuniones o congresos– que permitieron adquirir ciertos conocimientos y proporcionar algunas noticias sobre el marginalismo, pero que no alcanzaron un relieve considerable hasta después de la Guerra Civil y de la creación de la primera Facultad de Económicas en 1943. El historicismo alemán de Wilhelm Roscher y Gustav Schmoller se integró en el congreso de Eisenach en 1872 en el amplio movimiento del «Verein für Socialpolitik», que rechazaba tanto el individualismo liberal de los clásicos como el naciente socialismo obrero y afirmaba el papel intervencionista del Estado para la reforma social y el bienestar.

Aunque en España se ha hablado de una «oleada historicista» a partir de la figura de Antonio Flores de Lemus y sus discípulos, lo cierto es que respecto a las traducciones nos encontramos sólo ante cuatro escasas y aisladas gotas. La primera es la versión dirigida en 1894 por el profesor krausista y moderadamente historicista Adolfo Álvarez Buylla de parte del primer volumen del gran tratado de economía en el que participaron economistas alemanes de prestigio como Friedrich J. Neumann, Friedrich von Kleinwächter, Adolph Wagner, Theodor Mithoff y Wilhelm Lexis. La segunda traducción fue la Política social y economía política de Gustav von Schmoller (1838–1917) realizada por Lorenzo Benito en 1905 (B., Henrich y C.ª). Las otras fueron dos manuales historicistas: la Historia de la economía de Johannes Conrad (1839–1915), traducida por Jaime Algarra (M., Vicente Suárez, 1914 y B., Bosch, 1924), y la Economía política de F. von Kleinwächter (1838–1927), traducida por Gabriel Franco en 1925 (B., G. Gili; reed. en cuatro ocasiones entre 1929 y 1946). Si bien en este caso existían también otras vías de penetración, la cosecha de traducciones parece bien reducida para obtener una difusión de relieve, máxime al tratarse de un idioma muy minoritario en España como el alemán.

Respecto al papel de las traducciones en la introducción de las ideas económicas socialistas, es preciso distinguir entre los diferentes tipos de socialismo no marxista (asociativo, sansimoniano, anarquismo, etc.) y el marxismo, que tuvo un impacto mayor, aunque no siempre inmediato en el pensamiento económico y social. Los diferentes tipos de socialismo no marxista y el anarquismo produjeron una serie desigual de traducciones en España: el asociacionismo y los falansterios de Charles Fourier (1772–1837), el comunismo de Étienne Cabet (1788–1856) y el anarquismo incipiente de Pierre Proudhon (1809–1865) fueron los que tuvieron más éxito. De Fourier fueron publicadas en castellano dos obras hacia 1837 y en 1842 sobre el falansterio y sobre el manifiesto de la escuela societaria, así como los libros de Isabelle Gatti de Gamond (1839–1905) y de Abel Transon (1805–1876) sobre las teorías de Fourier (en 1840 y 1842). El Viaje por Icaria de Cabet se publicó en castellano en 1848 (B., Librería Oriental) por los catalanes Francisco Orellana y Narciso Monturiol, en el mismo año en que aparecieron en Barcelona dos opúsculos sobre su visión del comunismo. Resulta preciso citar la traducción sevillana de El socialismo de Louis Blanc (1811–1882) en 1850, un intento de integrar socialismo y democracia.

Unos años después, el padre del anarquismo moderno, Proudhon, cosechó amplio éxito con unas once ediciones castellanas de nueve de sus obras entre 1860 y 1890, con lo que ocupó así un lugar destacado entre los autores traducidos en materias económico–políticas. La primera traducción, en 1860 (M., La Tutelar), fue la polémica con Bastiat sobre Capital y renta en la que Proudhon defendía su propuesta de un banco del pueblo que eliminara el interés monetario; fue realizada por Roberto Robert, quien en 1862 vertió su Teoría de la contribución (M., B. Carranza). Por su parte, Francisco Pi y Margall fue el traductor de dos obras notables de Proudhon: la Solución del problema social (M., J. Fortanet, 1869) y la Filosofía de la miseria (J. Fortanet, 1870), actuando como propagador de un sistema proudhoniano revisado y adaptado. Durante los años siguientes se tradujeron otras cinco obras.

Ningún otro autor socialista o anarquista despertó tanto interés en España y, de hecho, Proudhon dejó una importante huella en economistas como Ramón de la Sagra y, sin duda, en el anarquismo español del siglo XX. Por otro lado, el socialismo cooperativo británico de Robert Owen no dio lugar a traducciones, en consonancia con la escasa influencia en España, y el peculiar movimiento socialista sansimoniano, con cierta repercusión en España a través de José Andrew Covert–Spring (seudónimo de José Andreu Fontcuberta) o Andrés Díaz Morales y Santaella, sólo produjo algunas traducciones por entregas en publicaciones periódicas, como la editada anónimamente por Covert–Spring en la revista barcelonesa El Propagador de la Libertad (1836–1837), y que, bajo el título de Economía política, recogía textos de dos seguidores destacados de Saint–Simon: Prosper Enfantin (1796–1864) y Michel Chevalier (1806–1879).

La noticia detallada de la amplia y variada secuencia de textos de Karl Marx (1818–1883) en castellano, y a partir de 1960 en catalán, euskera y gallego, supera los límites del presente panorama. Los especialistas han indicado las dificultades y peculiaridades del fenómeno. La lucha sindical y obrera, los cambios en la censura, la coyuntura política, la sovietización del marxismo en el siglo XX y el variable impacto de las ediciones americanas en épocas de dictaduras afectaron a un proceso traductor oscilante que se desarrolla durante más de cien años. Dicho proceso se inició en 1869 con la publicación del «Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores» en la revista La Federación de Barcelona, y con mayor relieve en 1872 con la primera traducción del Manifiesto comunista, junto con otros textos de Marx, por la revista madrileña La Emancipación. Desde 1884 adquirieron cierta presencia los textos económicos e históricos: apareció la traducción inicial –aunque incompleta– del primer libro de El Capital en 1886 por Pablo Correa y poco después la versión completa de ese primer libro en 1898, publicada en Madrid y traducida por el argentino Juan Bautista Justo. Durante esos años e igualmente con posterioridad abundaron ediciones castellanas de El Capital que eran malas traducciones de resúmenes o extractos de versiones –a menudo francesas– realizadas por divulgadores como Gabriel Deville y en las que resultaba bien difícil entender la economía crítica de Marx.

Después de la dictadura de Primo de Rivera, entre 1930 y 1939, se produjo un avance considerable de las traducciones favorecido también por la aparición de nuevas editoriales. En 1931 Manuel Pedroso publicó en Aguilar la primera traducción completa de El Capital y en 1934–1935, una nueva traducción de Wenceslao Roces del primer volumen de esa obra en la editorial Cénit, que iría completando hasta publicar en Fondo de Cultura Económica de México los tres volúmenes en 1946. Objeto de revisión y nuevas ediciones en 1959 y 1999, cuenta numerosas reimpresiones, las últimas de 2009. La de Roces es la versión más conocida de la principal obra de Marx y ha sido objeto de fuertes críticas por incurrir en numerosos errores y lapsus. Hasta la Guerra Civil fue abundantemente traducido, editado y difundido el Manifiesto comunista, texto programático de gran calidad, pero en el que Marx aún no había desarrollado plenamente sus concepciones económicas. Además, las muy diversas ediciones de El Capital no deben ocultar que en el campo económico los textos más difundidos fueron las conferencias sobre Salario, precio y ganancia y sobre Trabajo asalariado y capital, que alcanzaron dieciocho ediciones cada uno. La difusión del Marx revolucionario y político fue más intensa que la del Marx economista y filósofo, aunque esta faceta no fue despreciable, a pesar de la calidad de algunas traducciones.

Por otra parte, entre 1911 y 1936 el economista y reformador social estadounidense Henry George (1839–1897), autor de Progress and Poverty, tuvo una retardada, aunque apreciable resonancia en España, tanto a favor de sus propuestas reformistas –el llamado georgismo– como en contra de ellas. Las traducciones de sus obras fueron una de las vías de difusión junto con los esfuerzos divulgadores del movimiento georgista español. Los dos personajes centrales del movimiento fueron Antonio Albendín, fundador de la Liga Española del Impuesto Único, autor de varios ensayos y de dos traducciones de textos de George hacia 1911, y el granadino Baldomero Argente, diputado, ministro, académico, traductor del conjunto de obras de George y autor de un sinfín de ensayos de explicación y defensa del georgismo. Insistía Argente en que el georgismo no era socialismo y que para combatir la miseria y la desigual distribución de la riqueza no había que nacionalizar la tierra, sino nacionalizar la renta de la tierra mediante un impuesto sobre el valor del suelo. Argente tradujo diligentemente las obras de George y publicó entre 1912 y 1924 ocho títulos, entre los que se encuentran ¿Protección o librecambio? (M., L. Faure, 1912), Progreso y miseria (M., Imprenta Artística, 1922) y El problema del trabajo (M., F. Beltrán, 1924), con algunas reediciones posteriores.

No puede darse por terminado este panorama sin una referencia al caso del principal economista de la primera mitad de siglo XX, John Maynard Keynes (1883–1946). Una primera paradoja del caso radica en el contraste entre los abundantes testimonios sobre el amplio conocimiento y la habitual presencia de Keynes en los periódicos y revistas españolas en las tres décadas anteriores a 1950 y el escaso número de traducciones de sus obras. En realidad, de los diez libros publicados por Keynes sólo se tradujeron dos: las Consecuencias económicas de la paz, por Juan Uña y publicado en 1920 (M., Alcoy), y la obra fundamental de madurez, la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, traducida por Eduardo Hornedo (México, FCE, 1943, con varias reediciones). Cabría preguntarse, pues, si se dio el caso de amplia influencia y escasa traducción, o bien si podría existir traducción encubierta o menor influencia real de lo que se venía considerando. Asimismo, tiene utilidad este caso para no sacralizar el papel de las traducciones en los procesos de difusión de las ideas, sobre todo conforme nos acercamos a la época actual, en la que aumentan los conocimientos lingüísticos en inglés de los potenciales receptores y la utilización de revistas científicas como primeros canales de comunicación.

Una parte de la explicación de la paradoja ha quedado resuelta con la localización de unos treinta y cinco artículos de Keynes traducidos al castellano en periódicos y revistas españolas y americanas entre 1921 y 1950, lo cual constituyó un espaldarazo importante al renombre y a la circulación de sus ideas, y una muestra notoria de vías alternativas de penetración. Por otro lado, la relativa ausencia de traducciones de libros de Keynes guarda relación con la debilidad de la organización de la economía científica en España de aquellos años –mercado editorial, tradiciones teóricas– y con el hecho de que el conocimiento de la literatura keynesiana de madurez estuvo condicionado por la Guerra Civil y sus consecuencias y por la Segunda Guerra Mundial: cabe recordar que The General Theory se publicó en el año poco propicio para España de 1936.

A pesar de las debilidades internas y los condicionantes externos, la recepción de las ideas de Keynes en España fue amplia y se desarrolló en dos etapas: 1920–1936 y 1941–1960, y afectó de forma variada al ámbito de la teoría económica, de la política económica –como el Plan de Estabilización de 1959– y de las discusiones sobre la ordenación del sistema económico. La segunda etapa fue la más intensa y productiva, pudiendo hablarse de una hegemonía de las ideas de Keynes a partir de 1945 hasta 1960. Surge así una última cuestión: la relación de las ideas de Keynes en España con las de los marginalistas o neoclásicos frente a los que se había rebelado. La tesis más general es que no existió resistencia, como en otros países, a sus obras por la debilidad de la tradición marginalista–neoclásica en España.

El repaso de las principales traducciones de obras económicas de los años 40, coetáneas con la difusión de la Teoría general de Keynes, puede ser de utilidad al respecto. Se puede detectar un número bastante elevado de traducciones neoclásicas, como las tres ediciones de Arthur C. Pigou (1877–1959), las dos de Friedrich von Hayek, dos de Gustav Cassel (1866–1945), además de las de Alfred Marshall, Eugen von Böhm–Bawerk (1851–1914), Knut Wicksell (1851–1926), Enrico Barone (1854–1924), Frank Hyneman Knight (1885–1972), Dennis Robertson (1890–1963), Lionel Robbins (1898–1984) y Heinrich von Stackelberg (1901–1946). No es una lista exhaustiva, pero esas quince traducciones parecen indicar con nitidez que la misma década de intensa recepción de la economía de Keynes fue un tiempo de viva introducción de la economía neoclásica que, en buena parte, era una tarea pendiente. Las traducciones como indicadores de difusión apuntan a que los procesos de recepción de Keynes y de los neoclásicos fueron simultáneos, más complementarios que sustitutivos, en la última década que contemplamos en este trabajo. Pero, además, se tradujeron en esos años otros economistas no keynesianos ni neoclásicos, como Thorstein Veblen (1857–1929), Max Weber (1864–1920), Werner Sombart (1863–1941) o Joseph A. Schumpeter (1883–1950).

Quizás lo que ocurrió en los años 1940, a pesar de las graves dificultades políticas y de la falta de libertad de expresión, fue una fuerte aceleración de la importación de ideas económicas, un aumento de traducciones y de revisiones de textos foráneos, que trataban de cubrir importantes vacíos pasados y de atender una demanda creciente de ideas económicas que comenzaba a surgir desde las nuevas Facultades universitarias y desde otros medios. Tal vez, todo ello pueda entenderse como un avance en condiciones políticas represivas hacia la moderna configuración de la ciencia económica en España, caracterizada por la necesidad de importar ciencia internacional y en la que las traducciones de las diferentes corrientes forman un componente importante y habitual de la literatura económica disponible.

Se han analizado hasta aquí la evolución desde el tiempo de los mercantilismos, las eras de Say y de Bastiat, esta última coincidiendo con la hegemonía de la «escuela economista»; la emergencia del socialismo –utópico y científico– y una época de transición al siglo XX. No obstante, desde 2010, las investigaciones sobre el fenómeno de la traducción de textos económicos han mostrado progresos notables. Se han descubierto algunas adaptaciones y traducciones parciales de textos ilustrados (de Craywinkel, Melon, Cantillon, Abeille, Scrofani, Morellet y Condorcet, las más destacadas), en su mayor parte manuscritas o emboscadas en obras ya conocidas. También se han emprendido algunos trabajos de calado sobre la influencia de autores económicos con un peso específico en el pensamiento ilustrado español (sobre Genovesi, Necker y Schmid D’Avenstein). Hoy podría revisarse la cronología hasta aquí ofrecida, de tenerse en cuenta la distinción, ya establecida historiográficamente, entre los contenidos doctrinales de la «economía política» y la «economía civil». Una vez asumidos los preceptos de la «ciencia del comercio» en la etapa de Ensenada, los planteamientos económico–políticos del mercantilismo liberal francés –e indirectamente, británico– tuvieron una espléndida acogida mientras el conde de Aranda conservó la presidencia del Consejo de Castilla.

Sigue destacándose el peso decisivo del grupo de Gournay en España durante las décadas centrales del siglo de las Luces y, en consonancia, la debilidad del influjo fisiócrata. Sin embargo, cabe señalar que tales preferencias se desdibujaron a partir de 1778, con el ascenso de Floridablanca a la Secretaría de Estado, en favor de la economía civil italiana y con un interés selectivo por algunas ideas de los «économistes». Esta larga transición explicaría, entre otros enigmas, el lapso de casi dos décadas transcurrido entre la publicación de The Wealth of Nations (1776) de Adam Smith y su primera traducción íntegra al castellano (1794). Hubo que esperar a Godoy para la apertura al pensamiento de A. Smith. En ese sentido, cabe señalar, igualmente, el concepto «civil» de la felicidad pública y su contraste con la noción «política» de la riqueza, así como el debate sobre el pretendido liberalismo smithiano de Gaspar M. de Jovellanos.

Otros estudios recientes han destacado la persistencia del ideario neofisiócrata al menos hasta el Trienio Liberal –Garnier, Herrenschwand, Canard–, y revelan la necesidad de reevaluar a estos dos últimos autores. Por otra parte, algunos trabajos han revaluado la incidencia del krausismo, el marginalismo y el pensamiento neoclásico, en particular wickselliano, más allá del estricto fenómeno de la traducción. De igual modo, el ordoliberalismo, de inspiración alemana, merece una atención creciente para explicar la rápida evolución del pensamiento económico español en los años del tardofranquismo, coincidiendo con la progresiva asimilación del ideario keynesiano. La señalada ausencia de un catálogo sistemático de las traducciones de economía para el siglo XX –solo parcialmente emprendida en materia hacendística (2003)– todavía dificulta una visión más precisa de la reciente historia nacional de las ideas económicas en España.

 

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Vicent Llombart (†)

[Actualización por Pablo Cervera Ferri]