Interpretación

La interpretación

Por interpretación se entiende la tarea de traducir oralmente a un idioma, de forma simultánea o consecutiva, discursos pronunciados en otro idioma, pero la oralidad se apoya también en el lenguaje no verbal y, además, el intérprete realiza a veces también traducción a la vista (versión oral instantánea de un texto escrito). Por otro lado, existe la interpretación del lenguaje de signos, que merece análisis independiente. El concepto de intérprete se ha confundido históricamente con el de traductor y la delimitación de las dos profesiones no está clara en España ni siquiera hoy, a pesar de que su figura aparece con frecuencia en los medios de comunicación y también en la literatura y el cine españoles, además de que existen desde comienzos de los años 1990 numerosos programas universitarios de traducción e interpretación. Algunos de los términos que se han empleado históricamente para definir esa función son, aparte de intérprete, trujamán, truchimán o dragomán, lengua o lenguaraz, nahuatlato o naguatlato, faraute. Pero la opinión pública sigue pensando que intérprete tiene que ver sobre todo con escenarios, ya sea de la canción o del cine, y todo lo más habla de traductor para referirse a este oficio. Eso denota que la tipificación de la profesión está todavía por consolidarse, y a ello no ayuda la indefinición que se ha planteado desde fechas recientes con la presencia de la figura del intérprete –o mediador, según los casos– en los servicios públicos.

La interpretación resulta necesaria siempre que dos partes que no hablan el mismo idioma quieren comunicarse entre sí. La humanidad se ha comunicado desde siempre oralmente y sólo desde fechas históricamente muy recientes por escrito, pero la expresión oral no ha quedado registrada salvo en raras ocasiones y, por lo tanto, reconstruir la historia de la interpretación es tarea ardua por la escasez de fuentes directas e incluso indirectas. Por esta razón, y por el hecho de que la interpretación como disciplina académica es muy joven, es una labor que, en gran medida, está por hacer.

La interpretación en España se podría ver desde dos perspectivas: la interna y la externa. Hemos de pensar que siempre que haya habido dos personas o dos grupos con culturas diferentes han debido de existir individuos, conocedores en mayor o menor medida de ambas, que hayan permitido la comunicación. En España, como en otros muchos países que han sido encrucijada de pueblos y culturas, la mediación interlingüe debió de existir desde época prehistórica. Sin embargo, sólo nos quedan referencias desde la época histórica, es decir, desde que hay documentos, y esas referencias son muy escasas, y por lo general fragmentarias y a menudo indirectas.

Lo que hoy es geográficamente España fue objeto de distintas colonizaciones, de mayor o menor alcance en el espacio y en el tiempo, a lo largo de la historia. Fenicios, griegos y cartagineses se establecieron en diversas zonas y fundaron núcleos con toponimia de sus regiones de origen. Sabemos que los cartagineses utilizaron intérpretes para entenderse con los romanos en la Península Ibérica y podemos suponer que durante la dominación romana tuvo que haber habitualmente mediadores entre los romanos y los nativos, hablantes de lenguas distintas del latín. Los visigodos siguieron utilizando el latín como idioma culto.

La llegada de los musulmanes en el año 711 significó el comienzo de una larga historia de ocho siglos de coexistencia dialéctica entre el árabe como lengua culta del Islam y las lenguas habladas en nuestro territorio, sobre todo el latín y más tarde el castellano, sin olvidar la presencia de núcleos de judíos que mantuvieron el hebreo como lengua de oración y de cultura ni los hablantes de los otros idiomas peninsulares, en particular el catalán. Por circunstancias geográficas e históricas el árabe ha sido, a partir de entonces y hasta la actualidad, un idioma recurrente en momentos distintos en el diálogo entre quienes habitan España. La presencia de los alfaqueques o rescatadores de cautivos fue necesaria en el vaivén secular de fronteras y su función llegó a regularse en el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. A este rey se le asocia con una ingente labor de traducción, pero los intercambios no se limitaron a la llamada escuela de Toledo ni a las obras cultas que legaron los traductores medievales. Cabe decir que aquellas traducciones se realizaban mediante lo que podríamos definir como intérpretes, frecuentemente judíos, con la modalidad de lo que hoy llamaríamos «traducción a la vista». Pero no hay que olvidar la importancia que tuvieron las traducciones cotidianas (con frecuencia sólo orales, entre el latín y la lengua romance) durante la Edad Media y también después. Cuando los reinos de la España medieval se proyectaron al exterior tuvieron necesidad de mediadores para entenderse con sus interlocutores, por ejemplo, en el caso de las primeras visitas y posterior asimilación del archipiélago canario gracias a intérpretes de habla catalana. Las relaciones comerciales, estructuradas durante siglos mediante los consulados del mar y tierra, también generaron necesidades de mediación lingüística, cuyos servicios se regularon detalladamente.

Podemos tomar 1492 como un año simbólico en lo que respecta a nuestros idiomas y culturas. La toma de Granada significó un paso fundamental hacia la unificación cultural y lingüística de España, si bien las lenguas y culturas propias de los distintos territorios y grupos sociales siguieron en contacto durante siglos: de hecho muchos moriscos continuaron empleando el árabe hasta la expulsión de comienzos del siglo XVII e incluso después. La expulsión de los judíos fue otro de los pasos hacia esa unificación cultural y, por los azares de la historia, tendría consecuencias en la génesis de futuros intérpretes entre la diáspora a veces muchos siglos después: por ejemplo, algunos judíos sefarditas acabaron siendo intérpretes en los comienzos de las Naciones Unidas. La unificación religiosa bajo el control de la Inquisición, creada durante el reinado de los Reyes Católicos, trajo consigo una larga historia de procesos en tribunales religiosos que a menudo requirieron la presencia de intérpretes dentro y fuera de la Península.

En 1492 se produjo el descubrimiento de América, con lo que empezó uno de los capítulos más ricos de encuentro entre culturas de la historia de la humanidad. Que aquel año fuera el de publicación de la Gramática de Nebrija significó un fortalecimiento extraordinario del castellano tanto en Europa como en otros continentes, durante los siglos XVI al XVIII, aunque el latín siguió siendo idioma de comunicación diplomática. Isabel y Fernando no tenían profundos conocimientos de latín. Enrique VII y su hijo recibieron a Catalina de Aragón dándole la bienvenida en inglés, ella respondió en castellano, pero los discursos formales fueron en latín; Felipe II utilizó con soltura el latín en sus conversaciones para casarse con María Tudor. Bajo los Austrias –y bajo los primeros Borbones después– hubo un aumento considerable de la demanda de comunicación interlingüe en dos esferas. En primer lugar, la de la comunicación del Estado con el resto de Europa y con el Imperio otomano (creación de la Oficina de Lenguas en época de Carlos V), que se realizaba habitualmente a través del latín. En segundo lugar, la de la comunicación con los habitantes de los territorios descubiertos y conquistados desde 1492 en distintos continentes, en una enorme variedad de idiomas hasta entonces desconocidos, aunque la política lingüística no fue siempre idéntica desde la metrópoli ni se aplicó por igual en las colonias.

La necesidad de los intérpretes la expresó ya el propio Colón, aunque Luis de Torres, que fue quien lo acompañó en su primera expedición, no le sirviera por no tener la combinación lingüística adecuada. Colón y otros que le sucedieron se apoyaron en la experiencia de los reinos peninsulares medievales y en particular en la de Portugal en sus exploraciones por las costas africanas y recurrieron a sus mismos métodos: la interpretación realizada por el otro, mediante el secuestro de niños indígenas para enseñarles la lengua y que sirvieran como intérpretes después, y la realizada autónomamente, con el aprendizaje de las lenguas indígenas por los propios europeos. En la experiencia colonial se dan todas las situaciones de interpretación, desde la diplomática de alto nivel hasta la más habitual, que hoy llamaríamos de servicios públicos: judicial, religiosa, incluso médica. Se recurre a todo tipo de soluciones para comunicarse, incluido el relais cuando no queda más remedio (como es el caso de las primeras fases del avance de Cortés por México, utilizando a Jerónimo de Aguilar y a doña Marina). Los conquistadores y los administradores emplean, según las circunstancias, la interpretación realizada por los indígenas que han aprendido en mayor o menor medida la lengua castellana (Malinche y Felipillo son ejemplos conocidos) o la interpretación realizada por los propios europeos cuando son ellos quienes aprenden los idiomas de los distintos lugares, como fue el caso de numerosos religiosos en América y en Asia. Es la experiencia colonial de los siglos XVI al XVIII la que genera una abundante legislación que regula la actividad de los intérpretes hasta en los más mínimos detalles del código deontológico. Más borrosos quedan en dicha legislación los aspectos cognitivos del intérprete, es decir, los relacionados con la capacidad de hacer una prestación de calidad, que resultaban más difíciles de determinar.

El latín fue idioma de la diplomacia durante la Edad Media y la Edad Moderna en lo que a España –y al resto de Europa– respecta, si bien no pocos embajadores en misión en España y otros viajeros se quejaban del conocimiento limitado de ese idioma en la Corte. No obstante, el poder adquirido por los primeros Austrias, particularmente en el siglo XVI, hizo que el castellano fuera un idioma utilizado internacionalmente. Es famoso el discurso de Carlos V –que dominaba varios idiomas– en 1536 ante el Papa, cardenales y embajadores.

En la época más cercana a nosotros hay algunos ejemplos simbólicos relacionados también con el ámbito colonial. Aquel imperio secular se derrumba en un conflicto que termina en una negociación diplomática interpretada: la hispano–estadounidense en 1898, que pone fin a la presencia española en los territorios de Filipinas, Puerto Rico y Cuba se realizó gracias un intérprete de habla inglesa aportado por la delegación estadounidense, ya que los negociadores españoles pensaron que iban a poder comunicarse con sus interlocutores en francés. En paralelo a la progresiva pérdida del imperio ultramarino, se iniciaba la expansión española en el norte de África, que acabaría consolidándose en un Protectorado sobre Marruecos y en la conquista de otros territorios, donde la administración civil y militar necesitó de intérpretes para comunicarse con los habitantes locales. En 1870, apoyándose en la experiencia de los siglos anteriores, la administración española reguló la figura de los intérpretes jurados, que existen aún hoy y que suelen conocerse con ese nombre, aunque en su mayoría realizan tareas de traducción escrita y no oral.

En las organizaciones internacionales creadas después de la Primera Guerra Mundial el español no fue designado como idioma oficial y sólo se utilizó en ocasiones especiales, como la conferencia fundacional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y en sus conferencias generales, en la modalidad de simultánea a partir de 1928. En aquellos primeros ensayos tanto de consecutiva como de simultánea se contó con intérpretes espontáneos, entre los cuales aparecen varios nombres de origen español, sin especificar la nacionalidad.

De algunos mandos militares del ejército colonial en Marruecos partió la idea del golpe de julio de 1936, que desembocó en la guerra civil. En ella intervinieron potencias y fuerzas extranjeras, con las que fue necesaria la comunicación interlingüe en ambos bandos. Nos han quedado referencias sobre las labores de interpretación de los soviéticos (entre ellos muchas mujeres) que vinieron acompañando a los asesores y de los intérpretes de la Legión Cóndor, así como los políglotas que actuaron en calidad de intérpretes improvisados en las Brigadas Internacionales, entre otros ejemplos. Gracias a un conjunto de trabajos de investigación sobre esos temas, empieza a haber ya una bibliografía de referencia sobre los intérpretes en la Guerra Civil española. Particular interés tienen las memorias publicadas por intérpretes que participaron en la Guerra. Hay referencias sobre las relaciones del régimen de Franco con el de Hitler y datos sobre la entrevista de Franco con Hitler en Hendaya, que se hizo con dos intérpretes, Gross y el Barón de las Torres. La guerra trajo el exilio para muchas personas y algunas hicieron tareas de interpretación en circunstancias diversas: Semprún en un campo de concentración; Ruiz Vilaplana en organizaciones internacionales.

Los ecos de la historia contemporánea se han visto reflejados en la presencia de intérpretes en el exilio. Cabe citar el caso de los relativamente numerosos «niños de la guerra» que, evacuados en 1937, permanecieron durante muchos años fuera de España –en particular los de la Unión Soviética–, manteniendo el idioma y la cultura españoles a la vez que se formaban en diversas disciplinas y profesiones en ruso. Algunos de ellos acabaron siendo intérpretes en Cuba o en las Naciones Unidas. Las guerras, las revoluciones y los cataclismos de todo tipo han sido siempre fuente de demanda y también de oferta de intérpretes, durante los propios acontecimientos y también después. El acontecimiento más influyente en nuestros días en este aspecto es probablemente el de la pobreza, que, unida a las facilidades de comunicación actuales, está generando corrientes de población extranjera a una escala desconocida en este período contemporáneo.

Debido a la dictadura de Franco, España accedió tarde a la democracia tal como la conocemos hoy y a las organizaciones internacionales. La Constitución de 1978 resolvió el primer aspecto y ello trajo consigo, entre otras cosas, la cooficialidad de los idiomas regionales en las comunidades autónomas correspondientes: catalán o valenciano (Cataluña, Valencia, Islas Baleares), euskera o vascuence (Comunidad Autónoma Vasca, Navarra) y gallego (Galicia). El bilingüismo oficial en esas regiones ha generado la demanda de servicios de interpretación en los parlamentos y otras instituciones regionales, así como en sus medios de comunicación. También se ha reflejado en la creación de asociaciones profesionales específicas de las zonas hablantes de esos idiomas. Por ejemplo, la Associació Professional de Traductors i Intèrprets de Catalunya (APTIC), la Asociación Galega de Profesionais da Tradución e da Interpretación (AGPTI), la Asociación de Traductores, Correctores e Intérpretes de Lengua Vasca (EIZIE), la Red de Traductores e Intérpretes de la Comunidad Valenciana (Xarxa).

España entró en las Naciones Unidas diez años después de su fundación, cuando el español estaba establecido como idioma oficial y los puestos de interpretación cubiertos esencialmente por intérpretes latinoamericanos. Excepciones fueron, entre otros, Antonio Ruiz Vilaplana y Félix Vejarano, pero poco a poco se fueron incorporando intérpretes españoles en las diferentes sedes de la organización y hoy la representación española es superior a su proporción demográfica en el conjunto de países de habla española.

España se incorporó a las Comunidades Europeas (hoy Unión Europea) en 1986 y fue entonces cuando el español pasó a ser idioma oficial en las instituciones europeas. Ese año significó un viraje importante en lo que respecta a los servicios de interpretación, ya que hubo que crear la plantilla de intérpretes en Bruselas y en otras sedes. La inmensa mayoría de ellos son españoles, como lo son los que trabajan como intérpretes independientes en cabina española para esas instituciones. La demanda percibida a partir de entonces abrió la espita de la creación de programas de Interpretación en numerosas universidades en España (hasta la orden de 1991 sólo había Escuelas Universitarias de Traducción e Interpretación en Granada, Barcelona y Las Palmas), cuando en realidad la demanda de intérpretes permanentes se saturó en pocos años.

Desde hace varias décadas España es un destino turístico importantísimo para los europeos (aunque no sólo para ellos). Los contactos corrientes de los turistas con la población local requirieron desde el principio personas que manejaran los idiomas de los visitantes y eso hizo surgir, entre otras cosas, la figura del guía–intérprete turístico, cuya génesis administrativa se remonta estrictamente hablando a finales de los años 1920. Muchos de esos turistas han acabado estableciéndose en España de manera más o menos definitiva, lo que ha generado necesidades considerables de contactos multilingües, como las que se dan en zonas como la Costa del Sol, las Islas Baleares y las Canarias, etc., donde hay una gran demanda de interpretación bilateral.

En cuanto a la interpretación de conferencias, España es desde hace muchos años un país en el que se organizan numerosos congresos y encuentros internacionales, patrocinados por organizaciones públicas y privadas tanto nacionales como internacionales. Madrid es la sede de la Organización Mundial del Turismo (del sistema de las Naciones Unidas), y también están en España las sedes de dos organismos de la Unión Europea: la Oficina de Armonización del Mercado Interior (Marcas, Dibujos y Modelos) en Alicante y la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo en Bilbao.

España pasó a ser en muy pocos años un país con un saldo migratorio positivo, lo que hizo aumentar enormemente los contactos multilingües, en particular en los servicios públicos. Aunque la depresión económica de los últimos diez años haya hecho mella en ese balance, sigue habiendo en España una cifra considerable de hablantes de idiomas extranjeros. Se respondió a ese fenómeno con soluciones a menudo improvisadas y aún queda mucho por hacer en cuanto a la profesionalización, entre otros motivos por la dificultad de encontrar personas preparadas con la combinación lingüística adecuada (cuya demanda, por otro lado, cambia continuamente) y por la falta de sensibilización de las administraciones afectadas. La promulgación de directivas europeas como la 2010/64/UE relativa al derecho a interpretación y a traducción en los procesos penales ha supuesto una exigencia de oferta de servicios de interpretación de las instituciones públicas interesadas (desde el Ministerio del Interior al de Justicia) y, por tanto, una creciente demanda, que se ha solventado hasta hoy sobre todo mediante licitaciones a empresas y mediante el uso, en algunos sectores, de la interpretación telefónica, que ofrece una gran variedad de idiomas al alcance de un dispositivo telefónico diseñado para esa función.

La larga historia de los intérpretes jurados se ha hecho más compleja con la evolución que se acaba de mencionar, que ha traído consigo la creación de asociaciones como la APTIJ (Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes Judiciales y Jurados), la ATIJC (Asociación de Traductores e Intérpretes Jurados de Cataluña), y la ASETRAD (Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes). Esas asociaciones y otras están velando por la defensa de un perfil de profesional acreditado diferente al que suelen ofrecer los planes de estudio de las licenciaturas en traducción e interpretación de nuestras universidades, más enfocados a la interpretación de conferencias. Con el fin de remediar esta situación han surgido programas muy heterogéneos de formación, entre ellos algunos de postgrado, y se han multiplicado los trabajos de investigación sobre la interpretación en los servicios públicos, a menudo liderados por equipos de investigación y de formación.

La proliferación de medios de comunicación, muchos de ellos con participación exterior, así como la influencia de los medios de comunicación anglófonos (aunque no sólo) ha hecho cada vez más frecuente la presencia de intérpretes en televisión y en radio. Al no haber hoy por hoy un perfil profesional específico, son los intérpretes de conferencias los que se ocupan de esas tareas. Las tecnologías de la información y de la comunicación, así como una mayor sensibilidad hacia las personas con discapacidad auditiva, están abriendo posibilidades para actividades relacionadas con la interpretación, tales como el revoicing.

Además de la figura de los intérpretes jurados y de los guías–intérpretes existen en España dos asociaciones de intérpretes de conferencias: la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencia (AIIC) y la Asociación de Intérpretes de Conferencia España (AICE). La primera se fundó en 1953 y tiene una representación regional española de la sede central de Ginebra; edita un boletín periódico en papel y numerosos materiales en formato electrónico, incluidos los relativos al código profesional de la profesión. La Asociación de Intérpretes de Conferencia de España, creada en 1968, reúne varias decenas de intérpretes. Pero hay muchos otros intérpretes que no encajan en esas figuras ni asociaciones, como sucede con el grupo ECOS, marcado por el compromiso social y el voluntariado.

Han surgido, sobre todo en los últimos años, en muchos casos con un título de Máster o de Grado en Traducción e Interpretación y en otros muchos sin él. Si bien las instituciones supranacionales e internacionales tienen bien reguladas las condiciones de trabajo de los intérpretes, ese no es el caso de otros sectores del variado mercado interior. Con una oferta creciente de graduados en Traducción e Interpretación en busca de trabajo y con unas necesidades en las que no siempre prima la exigencia de calidad, sino más bien una vaga satisfacción del cliente, en España se dan en estos momentos situaciones sumamente variadas en cuanto a condiciones de trabajo en el mercado de la interpretación de conferencias. Peor es aún la situación en el mercado de los intérpretes en los servicios públicos, donde muy a menudo se recurre a cualquiera capaz de entender y de manejarse en los idiomas correspondientes para situaciones tan delicadas como juicios, entrevistas médicas, interrogatorios policiales, etc.

Con la proliferación de programas de traducción e interpretación en universidades españolas se ha empezado a desarrollar la investigación teórica y empírica sobre interpretación. Además de los materiales producidos por los grupos de investigación mencionados más arriba, son ya numerosas las tesis doctorales defendidas en distintas universidades españolas, algunos de cuyos temas tienen que ver con la historia de la profesión o la situación de la misma en la época reciente. Así pues, aunque una historia estructurada de la profesión en España está todavía por hacer, cada vez es mayor el número de pinceladas del cuadro que se van dando. Siendo como es una profesión joven en sus perfiles actuales, una de las fuentes para su estudio debe ser la historia vivida por los propios intérpretes mediante la aplicación de las herramientas de la historia oral y el uso de fuentes variadas, entre otras las audiovisuales.

 

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Jesús Baigorri Jalón