Dionisio Solís: «El traductor»
Vittorio Alfieri, Orestes. Tragedia en cinco actos, representada por la primera vez en el Coliseo del Príncipe día 30 de mayo de 1807, Madrid, Imprenta que fue de García, 1815, VIII-XXXIII.
Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 377–378.
[XXXI] El honor, pues, de este teatro es el que solicita al traductor de Orestes a ofrecérselo al público, aunque medroso de que su insuficiencia debilite y aniquile [XXXII] en mil casos la perfección de su modelo; no solo por defecto de capacidad y de estudios, si no es porque a la precisión de la dicción de Alfieri, más admirable que imitable, se añade la dificultad que procede de la diferencia del idioma y de la libertad de sus metros. Con efecto, nuestras monótonas y trabajosas asonancias obligan aun a los más acostumbrados a su uso, o a omitir circunstancias, indicadas por lo común en un epíteto, que son necesarias al intento, o bien a alterar las metáforas del autor, dando de esta manera una fisonomía muy distinta a su estilo; o a traducir de un modo difuso y parafrástico los conceptos, que en el original se circunscriben a más sucintos términos. Con relación a la libertad de los versos, es claro que unida esta a la facilidad que ofrece la terminación sin letras consonantes de las palabras italianas para el uso frecuente de sinalefas y de apócopes, le dan al autor en esta parte una superioridad bien decidida sobre sus traductores, por mucha diligencia y talento que manifiesten estos en la traslación [xxxiii] de sus obras. Esta y no otra es, a mi parecer, la superioridad que tiene el Taso sobre el traductor castellano de su drama pastoral del Aminta; y ¿cuál es, sin embargo, la traducción que entre nosotros osa competir con la de Aminta?
Con todo eso, el traductor del Orestes confía que los muchos defectos cometidos por él no serán suficientes para desfigurar de tal manera la bondad intrínseca y esencial de esta obra, que el público instruido no note, a pesar de ellos, el mérito de Alfieri y confiese que, entre los títulos que tiene a la inmortalidad como poeta, no es el de menos monta, ni el menos indudable, la presente tragedia.