Horacio

Horacio (Venusia, 65 a. C.–Roma, 8 a. C.)

Poeta latino. Vivió en época de Augusto, a cuya exaltación política contribuyó con su obra literaria; gozó de la amistad y protección de Mecenas, colaborador estrecho del príncipe, y formó parte, junto con Virgilio y otros, de su selecto círculo literario. De él se conservan cuatro obras, diversa cada una en su género: Sátiras, Epodos, Odas y Epístolas. En las Odas se incluye el llamado «Canto secular», que Horacio compuso, por encargo del príncipe, para ser cantado en la ceremonia pública de los juegos seculares del año 17 a. C.; y en el segundo libro de las Epístolas figura una, especialmente influyente, la Epístola a los Pisones o Arte poética, que trata sobre la poesía, sus géneros y sus normas y que, debido a su especial materia y longitud, ha recibido por parte de críticos y traductores atención como obra autónoma.

Horacio –al contrario de Virgilio y, sobre todo, de Ovidio– no tuvo presencia en la literatura española medieval. Su obra comenzó a fecundar las letras hispanas a partir de mediados del XVI, y Garcilaso de la Vega fue pionero en dar signos de tal recepción. Tanto en aceptación modélica como en traducciones, las obras más exitosas fueron las Odas, el Beatus ille, segundo de sus Epodos, y la Epístola a los Pisones. La frontera entre lo que se entiende actualmente por traducción y lo que es imitación y recreación no está siempre tan nítida y clara en la recepción horaciana como sería deseable, aunque conviene distinguir lo uno de lo otro. Para estudiar las traducciones españolas de Horacio hasta fines del siglo XIX se cuenta con una obra de inestimable ayuda, el Horacio en España de M. Menéndez Pelayo, que luego formó parte de su Bibliografía hispano–latina clásica. En los siglos XVI y XVII abundan las traducciones horacianas de piezas sueltas e incluso hay conjuntos –sobre todo de odas– vertidos por algún autor, pero a duras penas podemos hablar de un Horacio completo en castellano. No es propiamente tal, aunque Menéndez Pelayo así lo sostiene, el Horacio de Juan Villén de Biedma (Granada, 1599). Se trata de una «declaración magistral en lengua castellana», a saber, un comentario corrido de cada una de las piezas, al que se subordina y en el que se subsume –sin deslinde ninguno– la presunta traducción; sin embargo, para los poemas más obscenos de los Epodos (que aquí figuran como libro quinto de las Odas) no hay declaración alguna; y en la interpretación de las odas se observan errores manifiestos. De las otras dos versiones presuntamente completas de los siglos XVI y XVII, mencionadas por Menéndez Pelayo, una de ellas, anónima, manuscrita y en verso suelto, obra probablemente de un jesuita, acabó perdiéndose; y la otra, igualmente manuscrita y versificada, que fue propiedad de Luis Usoz, se conserva en la Biblioteca Nacional de España.

Las traducciones parciales o de piezas concretas son, sin embargo, abundantísimas y entre ellas hay logros encomiables y verdaderas joyas en su género. Son las Odas las que han atraído la mayor atención de los poetas–traductores. Entre todos sobresale fray Luis de León, quien, aparte de las imitaciones horacianas en sus poesías originales, vertió con gran fidelidad al menos veintidós odas y el segundo epodo; vieron la luz tales versiones cuarenta años después de la muerte del autor, publicadas por Quevedo (1631), que quiso con ellas «oponer un dique al torrente del culteranismo», en sentir de Menéndez Pelayo; son unánimemente reconocidas como las mejores traducciones españolas de lírica horaciana, aunque pueden señalarse aisladamente ciertas malas comprensiones del texto. Pero algunas de ellas ya habían aparecido insertas en las Anotaciones a Garcilaso del Brocense (de 1574), que también, como algunos otros ingenios salmantinos, hizo las suyas propias en estilo no muy disímil al de fray Luis. La escuela sevillana de poesía cuenta, a su vez, como ilustres muestras las que Fernando de Herrera –a ejemplo del Brocense– insertó en sus Anotaciones a las obras de Garcilaso (1580), entre las que se cuentan algunas originales y otras de Francisco de Medina, Diego Girón, Gutierre de Cetina y otros. El antequerano Pedro de Espinosa, en su antología lírica Flores de poetas ilustres (Valladolid, 1605), incluyó a su vez un apartado de traducciones poéticas horacianas –un total de dieciocho piezas–, compuestas por autores de distinta época que van desde Hurtado de Mendoza hasta el contemporáneo Bartolomé Martínez; siendo casi todas estas versiones de fines del XVI, pecan de excesivamente amplificadoras y se insertan ya estilísticamente en la corriente manierista. Las odas trasladadas por el sevillano Francisco de Medrano (Palermo, 1619), otro de los grandes poetas horacianos españoles, están en la frontera de la traducción y la imitación: son cerca de treinta los poemas suyos que se ajustan muy estrictamente a otros de Horacio, pero con notables modificaciones y adiciones.

Una larga nómina de poetas hicieron esporádicos ensayos de versión horaciana a lo largo de los siglos XVI y XVII: Vicente Espinel, Mateo Alemán, Baltasar de Alcázar, Juan de Jáuregui, el propio Lope de Vega, los Argensola, Villegas, etc. Aparte de las versiones de lírica, son de destacar las de la Epístola a los Pisones realizadas por Vicente Espinel (Madrid, 1591) y Luis de Zapata (Lisboa, 1592), más conocida y apreciada la primera de ellas. A fines del XVII tradujo también esa epístola el jesuita José Morell (Tarragona, 1684) con notable corrección.

Son igualmente legión en el siglo XVIII los escritores que tradujeron parte de la obra horaciana. Van apareciendo ya algunos traslados de sátiras y epístolas, y no sólo de poemas líricos. El Arte poética o Epístola a los Pisones fue puesta en castellano por Tomás de Iriarte (en silvas), Pedro Bés y Labet (en prosa), Fernando Lozano (en romance) y José Antonio de Horcasitas (en endecasílabos libres y con el empeño, conseguido, de traducir la epístola en menos sílabas que el original latino). Son destacables las traducciones de odas aisladas por Nicolás y Leandro Fernández de Moratín, Juan Meléndez Valdés, José Cadalso, Juan Pablo Forner, Manuel María de Arjona y José Sánchez Barbero.

El siglo XIX ha ofrecido la traducción más completa, en verso, de Horacio hasta el momento: la del también político ilustrado Javier de Burgos (M., Collado, 1819–1821; reed. en 1844). No es sólo traducción de toda la obra (salvo dos epodos eróticos), sino propiamente dos traducciones sucesivas, ampliamente mejorada la segunda, aparte de edición y comentario completo. La obra es ensalzada justamente por Menéndez Pelayo como «la mejor traducción de clásicos» hecha en España. El mérito lo tiene no sólo por su correcta y elegante versificación de las Odas, para lo que ya tenía señeros precedentes, sino por su traducción de las Sátiras y las Epístolas, en la que se habían hecho todavía escasos intentos. Aparte de la de Burgos, hay que citar la también versificada de sólo las Odas por Felipe Sobrado (La Coruña, Caja Tipográfica, 1813), a la que se censura su prosaísmo; y muchas otras parciales, especialmente de la obra lírica, de nombres insignes de la literatura del momento, como el mismo José de Espronceda, Gabriel García Tassara, Dionisio Solís, Alberto Lista o Francisco Martínez de la Rosa, que mostraban con ello su educación neoclásica, a pesar de seguir algunos en el resto de su obra las consignas románticas. Trasladaron en verso el Arte poética Rafael José de Crespo; el docto humanista Juan Gualberto González, traductor brillante también de otros poetas antiguos; el canónigo canario Graciliano Afonso, y el conocido latinista Raimundo de Miguel.

Por lo que se refiere a Hispanoamérica fue grande el interés a fines del XIX por traducir a Horacio. Pueden citarse como los más señeros traductores, especialmente de las Odas, los siguientes: en Argentina, Bartolomé Mitre; en Colombia, Miguel Antonio Caro y Rafael Pombo; en Cuba, José Martí y Enrique José de Varona; en Ecuador, José Joaquín Olmedo; en Venezuela, Andrés Bello; en México, Cayetano de Cabrera, Francisco Javier Alegre, Manuel M. Flores, José M.ª Roa, José Joaquín Pesado, Joaquín Arcadio Pagaza, Ambrosio Ramírez y Joaquín D. Casasús; y en Uruguay, Francisco Acuña y Víctor Pérez Petit.

En el siglo XX se imponen ya, por criterios filológicos histórico–positivistas, las traducciones en prosa que procuran rendir cuenta del contenido con la mayor precisión y fidelidad, desentendiéndose, en su caso, de la forma poética del original. Se cuenta así en España con las traducciones completas de Horacio por Germán Salinas (M., Perlado, Páez y Cía., 1909), Julio Cejador y Frauca (M., Vda. e Hijo de J. Ratés, 1928), Lorenzo Riber (M., Valencia del Cid, 1941) y Alfonso Cuatrecasas (B., Planeta, 1986). De los Epodos y Odas es la de Vicente Cristóbal (M., Alianza, 1985; varias reed.); sólo de las Odas, la de Jaime Juan (B., Bosch, 1988); de las Sátiras y Epístolas, la de Horacio Silvestre (M., Cátedra, 1996); de las Sátiras, la de José Guillén Cabañero (M., Akal, 1991, junto con las de los otros satíricos latinos). Del Arte poética, la de Aníbal González (M., Editora Nacional, 1977, junto con las Poéticas de Aristóteles y Boileau) y la de Manuel Mañas (Cáceres, U. de Extremadura, 1998). A fines de siglo ha renacido, no obstante, el afán por recuperar la dimensión estética de la forma, y a tal afán obedece la traducción de Odas y Epodos por Manuel Fernández–Galiano (Cátedra, 1990), que reproduce los ritmos horacianos originarios, y la del poeta Enrique Badosa de la obra lírica (Granada, Comares, 1999). También con ocasión de la celebración en Salamanca del bimilenario de la muerte de Horacio, los poetas Luis Javier Moreno, Francisco Castaño y Paco Novelty versificaron, con actualizada belleza y desenfado, un ramillete de odas y epodos horacianos, recogido en las Actas del evento (Salamanca, U. de Salamanca, 1994).

En Hispanoamérica durante el siglo XX han de señalarse las siguientes traducciones: en Argentina, la de Odas y Epodos por varios autores; en Colombia, las de Ismael Enrique Arciniegas y Roberto Jaramillo; en Ecuador, las de Aurelio Espinosa Pólit y Remigio Romero; en México, las de Rubén Bonifaz Nuño, Francisco Montes de Oca y Tarsicio Herrera; y en Perú, la de Fernando Tola. El siglo XXI, por lo que parece, comienza por aunar las dos aludidas tendencias. Y así, traducción versificada de veinticinco odas es la del poeta Luis Javier Moreno (B., Debolsillo, 2000); traducción prosística de las Sátiras es la de Jerónides Lozano (Alianza, 2001); traducción filológica, en prosa pero manteniendo la línea versal, de las Epístolas, acompañada de edición del texto latino y copiosas notas, la de Fernando Navarro (M., CSIC, 2002). Ha sido objeto de varias reediciones la traducción completa por José Luis Moralejo en dos tomos, Odas y epodos y Sátiras. Epístolas. Arte poética (M., Gredos, 2007 y 2008): en una prosa cuidada y poética, de suprema corrección y gran fidelidad al original latino, esta reciente versión –equipada con un completísimo bagaje de introducción y notas– aúna rigor y sensibilidad. Más recientes son las traducciones, en edición bilingüe, del Arte poética, por Juan Gil (M., Dykinson, 2010) y por Juan Antonio González Iglesias (Cátedra, 2012).

Existen versiones parciales de la obra horaciana al euskera, en especial de las Odas por Santiago Onaindia (Odak eta epodoak; Amorebieta, Onaindia Baseta, 1992) pero no traducción completa, parece, de ninguna obra. En gallego es completa la traducción de las Odas por Aquilino Iglesia Alvariño (Q. Horatii Facci Carmina; Santiago de Compostela, Instituto P. Sarmiento de Estudios Galegos, 1951); las demás que existen son de poemas sueltos, como sucede en la antología de Avelino Gómez Ledo Escolma de poetas líricos gregos e latinos voltos en linguatxe galego, publicada en 1973 por el citado Instituto P. Sarmiento.

Las primeras traducciones de Horacio realizadas en Cataluña se remontan a los tiempos de la Universidad de Cervera, donde se formaron intelectuales como Manuel de Cabanyes, Jaume Balmes o Manuel Milà i Fontanals, todos ellos autores de versiones castellanas, a los que hay que añadir a Joaquim Roca i Cornet, quien hacia 1840 exponía la necesidad de traducciones de autores de la Antigüedad. El eco de los clásicos antiguos pasó casi desapercibido en el País Valenciano de los tiempos de la Renaixença. No ocurrió lo mismo en Mallorca, donde Tomàs Aguiló, Josep Lluís Pons i Gallarza, Miquel Victorià Amer y Josep Tarongí traducían o imitaban al clásico de Venusia. No fue hasta el año 1885, en que M. Menéndez Pelayo publicó la segunda edición refundida de su Horacio en España, cuando adquirió carta de naturaleza el interés por la traducción de este autor. Entre los primeros que lo intentaron figuran Francesc Pons, Tomàs Forteza, Joan Montserrat i Archs, Joan Sardà, Joan Planas i Feliu, Artur Masriera i Colomer, Ramon Siscar, Joaquim Maria Bartrina, Pau Bertran i Bros, Lluís B. Nadal, Joan Duran i Espanya, Ramon E. Bassegoda, Josep Franquesa i Gomis, Joaquim Batet y Antoni Rubió i Lluch, todos ellos traductores de escasos poemas horacianos. Una relevancia especial tuvo la personalidad del mallorquín Miquel Costa i Llobera, quien, después de un proceso iniciado en 1879, con la composición de la oda A Horaci, publicó en 1906 un poemario de Horacianes, en que se encuentra su traducción de la oda xvi del libro ii de los Carmina.

Sin embargo, a principios del siglo XX la obra de Horacio no había sido todavía traducida en su integridad al catalán: hubo que esperar a los años 20 para ver publicadas sus Sátiras y Epístolas en la Fundació Bernat Metge (1927), de la mano de Llorenç Riber, y a los 80 para la edición de las Odas y los Epodos en la misma colección (1978–1981), elaborada por Josep Vergés. En 1975 apareció, además, en Sabadell (Academia Católica), una versión poética, con imitación de los ritmos originales, de la obra íntegra de Horacio, realizada por Josep Maria Llovera. A lo largo del siglo pasado fueron muchos los autores que se acercaron a Horacio para trasladar parte de sus obras al catalán. Entre ellos figuran el mallorquín Gabriel Alomar, quien en 1906 se dirigía a Menéndez Pelayo para hacerle entrega de sus traducciones del Carmen saeculare y de las odas i, xx y xxxviii. Durante los años 1904 y 1905 Lluís Gispert i Casellas publicó en la revista Catalunya sus traducciones de Beatus ille, del poema segundo de los Epodos y de las odas i-xi del libro primero. En 1926 Jeroni Zanné publicó en Buenos Aires (Tragant) su traducción poética íntegra del libro I de las odas y dejó inéditos catorce poemas del libro II. Pero la fiebre horaciana y, en especial, la labor traductora de su obra, culminó en 1922, año en que Isidre Vilaró i Codina publicó en Barcelona (N. Poncell) unas Obres de Quint Horaci, que recogen sus versiones poéticas de las Odes, los Epodes, el Càntic secular y la Epístola als Pisons. En otro libro publicado por este mismo autor se encuentran las traducciones de las Odas i, 31, 34; ii, 3, 18; iii, 3, 16, 24; iv, 2, 3, 7; Epodos ii, vii y el Cant Secular. Por su parte, Joaquim García i Girona publicó en el Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura (1921–1929) un buen número de traducciones de las odas horacianas. Asimismo en 1935, con ocasión del bimilenario horaciano, se publicaron numerosas versiones, entre las que cabe destacar la de la oda xxx del libro iii por Josep Maria Casas i Homs.

 

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Vicente Cristóbal López (traducciones al castellano) & Jaume Medina (†) (traducciones al catalán)

[Actualización por Francisco Lafarga]