La traducción de la poesía griega en el siglo XIX
Marta González González (Universidad de Málaga)
Las traducciones de los líricos griegos a finales del siglo XVIII
Para poder valorar mejor la labor de los traductores de poesía griega antigua en el siglo XIX en España parece aconsejable hacer una mención a un par de trabajos que se publicaron a finales del siglo anterior (sobre esta época, veáse Hernando 1975). Aunque de calidad desigual, son una referencia imprescindible para situar la labor de los helenistas del XIX. Los hermanos José y Bernabé Canga Argüelles publicaron en el año 1795 el volumen titulado Obras de Anacreonte traducidas del griego en verso castellano y en 1797 una colección de poemas bajo el título de Obras de Sapho, Erinna, Alcman, Stesicoro, Alceo, Ibico, Simonides, Bachilides, Archiloco, Alpheo, Pratino, Menalipides. Traducidas del griego en verso castellano, en ambos casos en la imprenta de Antonio de Sancha.1
En estas traducciones no encontramos ninguna información acerca de la edición griega que sus editores utilizan; sí, en cambio, vemos en las introducciones breves y convencionales biografías de cada uno de los poetas traducidos. Estas tempranas versiones destacan por su sencillez, por el esfuerzo en la literalidad pese a tratarse de traducciones en verso, algo a lo que los propios traductores se refieren en las palabras introductorias y que puede hacer pensar que, a pesar de la falta de información, están realizadas a partir del original griego, sin descartar que se hayan consultado otras traducciones al castellano. De hecho, en la Oda II de Safo los hermanos Canga Argüelles reproducen literalmente varios versos de la traducción de Luzán, de la primera mitad del siglo XVIII, tal como señaló en su momento Marcelino Menéndez Pelayo (1952: 368).2
En el mismo año en que ve la luz la traducción de los líricos griegos de los hermanos Canga Argüelles, se publican las Poesías de Saffo, Meleagro y Museo, traducidas del griego (Madrid, Benito Cano, 1797). Las versiones de José Antonio Conde, en verso, pecan de excesiva amplificación y no son demasiado acertadas. Tienen como mérito ser las que mayor número de poemas ofrecen en castellano (treinta y dos odas en el caso de Safo), aunque muchos de ellos están tan alejados del original que apenas se reconocen. La edición tampoco es en este caso bilingüe y casi nada dice Conde acerca de los poetas traducidos: «Nada digo de la vida de Saffo, como ni dixe de las de Anacreon, Teocrito, Bion y Mosco; porque además de que no me agrada repetir lo que otros han dicho, mucho ménos quando son fábulas infundadas, referidas por unos, y copiadas por otros sin otra razon que por hallarlas escritas. La suerte de los grandes hombres ha sido siempre no dexar á la posteridad sino su nombre» (p. 7 de la Introducción).
J. A. Conde ya había publicado con anterioridad otras traducciones, tanto de Anacreonte como de los bucólicos griegos: Poesías de Anacreón, traducidas del griego (Madrid, B. Cano, 1796) e Idilios de Teócrito, Bión y Mosco traducidos del griego (Madrid, Benito Cano, 1796). Por lo que se refiere a Anacreonte, traduce noventa y una odas siguiendo el texto de Henri Estienne (1554); en el caso de los idilios, traduce veintitrés idilios y seis epigramas de Teócrito, nueve idilios de Bión y nueve de Mosco.
Estas traducciones de finales del siglo XVIII, pese a su mérito, tienen poca calidad filológica, lo que permite apreciar mejor la obra de José del Castillo y Ayensa, una edición bilingüe y anotada que marcó un hito en la historia de la traducción de los líricos griegos al castellano
La traducción en prosa y verso de Anacreonte, Safo y Tirteo de José del Castillo y Ayensa (1832)
En el año 1832 se publica en la Imprenta Real de Madrid el volumen Anacreonte, Safo y Tirteo, traducidos del griego en prosa y verso. En este caso sí hay indicación de la edición griega utilizada, que, para el caso de Anacreonte y Safo es la de Richard Brunck (1786), como el mismo traductor declara: «He traducido el texto de Brunk últimamente corregido por él para una edición muy bella que se hizo en Strasburgo el año de 1786. Sígolo también en la traducción de Safo». Sobre la necesidad de esta nueva traducción, reconoce que de Ancreonte ya existían tres traducciones al castellano (las que he mencionado en el epígrafe anterior, de Conde y los hermanos Canga Argüelles, además de la de Villegas, de inicios del siglo XVII), pero defiende que se haga una más teniendo en cuenta que en otras lenguas hay muchas, dada la fama de este poeta; por lo que se refiere a Tirteo, señala Ayensa que todavía no había ningún poema suyo traducido a nuestra lengua.
De Anacreonte traduce Castillo y Ayensa cincuenta y siete odas y, como curiosidad, añade la transcripción musical de la Oda XXX que él titula «Del amor y la abeja». Por lo que a Safo respecta, el autor traduce las dos famosas odas conservadas completas (Oda I, «A Afrodita», Oda II, «A una mujer amada») y un par de poemas más, los que aparecen en la edición de Campbell con los números 55 y 168B (Campbell 1982). De Tirteo, para el cual utiliza la edición de Klotzio (1767), encontramos la versión de cuatro odas, pero hay que tener cuidado porque en realidad lo que aparece como Oda IV de Tirteo es la Oda I de Calino. En cuanto al resto, la equivalencia con las ediciones modernas es la siguiente: Oda I = Frs. 6 y 7, Oda II = Fr. 8, Oda III = Fr. 9.
Por lo que se refiere al grado de literalidad de estas versiones, se observan las lógicas diferencias entre las traducciones en verso y las realizadas en prosa. Estas últimas están muy ajustadas al texto griego de Brunck que Castillo y Ayensa reproduce en su edición. El autor demuestra también que conoce otras ediciones, ya que en nota cita, por ejemplo, la de Tanneguy Le Fèvre, de 1660, que fue la que empleó su hija Anne Le Fèvre, Mme. Dacier, Les Póesies d’Anacréon et de Sappho (París, 1681). La de T. Le Fèvre era una edición greco–latina de Anacreonte y Safo; la de su hija, una traducción francesa que reproducía el texto griego de la edición anterior.
En las traducciones de Castillo y Ayensa, tanto en la versión en verso como en la versión en prosa, se sigue con la costumbre de referirse a los dioses griegos con los nombres latinos. También tiene interés ver cómo defiende el autor la gran adecuación de la lengua castellana (frente a la francesa) para traducir del griego y del latín. Recuerda Ayensa cómo Boileau se disculpaba por no traducir «sudor frío», aduciendo que «sudor» es palabra siempre sucia en francés. «Melindrosa es por demas –afirma Ayensa– la lengua francesa para la poesía. Mas franca procede la nuestra, á imitacion de la griega y latina, no asqueando la expresion del sudor cuando es un signo del afan». La edición de Castillo y Ayensa se completa, además de con la transcripción musical de una oda de Anacreonte, que ya he mencionado, con un «Índice de nombres históricos y mitológicos», que hace las veces de diccionario enciclopédico, con toda seguridad muy útil para el lector de la época.
Los Estudios poéticos de Menéndez Pelayo (1878)
En el volumen de Menéndez Pelayo Estudios poéticos (Madrid, Imprenta Central, 1878) se incluyen algunas traducciones de poetas latinos y griegos. El contenido de esta obra, en cuanto a poesía griega, incluye las siguientes piezas: Oda primera de Safo, Oda segunda de Safo, Oda de Erina de Lesbos a la diosa de la fuerza, A Asópico Orcomenio vencedor en el estadio, Odas anacreónticas, La hechicera, Idilio de Bión a la muerte de Adonis, Idilio de Bosco a la muerte de Bión. Todas estas versiones fueron reproducidas posteriormente en el volumen Poetas líricos griegos traducidos en verso castellano directamente del griego por los señores Baráibar, Menéndez Pelayo, Conde, Canga–Argüelles y Castillo y Ayensa (Madrid, Librería de Perlado, Páez y Compañía–Sucesores de Hernando, 1911). Se trata de unas traducciones que, aunque en verso, están muy ajustadas, en general, al texto griego. Es en esta versión de Menéndez Pelayo en donde por primera vez leemos «Afrodita» y «Zeus» en la primera oda, en lugar de las formas latinizadas «Venus» y «Jove» (aunque en el caso del padre de los dioses, ambas denominaciones alternan), práctica acorde con la postura defendida por Menéndez Pelayo en otros lugares y que contrasta con la tradición anterior.
A continuación de las bien conocidas odas primera y segunda de Safo, Menéndez Pelayo traduce, si hemos de creer lo que se dice en el índice, un poema de Erina, poeta sobre la que se ha debatido mucho en torno a qué época adscribirla, probablemente el siglo IV a. C. Su obra más famosa era «La rueca», que presenta afinidades temáticas con Safo y de la que solo se conservan fragmentos. En cuanto al poema que Menéndez Pelayo traduce, se trata, en realidad, de una oda adscrita por Estobeo, doxógrafo del siglo V d. C., a Melino de Lesbos, autora de la que nada más se sabe.
Bajo el título de A Asópico Orcomenio vencedor en el estadio, Menéndez Pelayo traduce la Olímpica XIV de Píndaro. De Anacreonte traduce cinco poemas: «La Cigarra», «Á un disco que representa á Afrodita saliendo de la espuma del mar», «La Rosa», «La yegua de Tracia» (estos cuatro traducidos en verso romance) y «Á una doncella» (traducido como soneto). De Teócrito traduce el idilio «La hechicera», aunque eliminando los versos eróticos, de Bión el idilio «Á la muerte de Adónis» y, finalmente, el idilio atribuido a Mosco, «Á la muerte de Bión».
Las traducciones de Ignacio Montes de Oca: los poetas bucólicos (1880) y Píndaro (1909)
Los poetas bucólicos griegos, que ya antes habían sido traducidos parcialmente, fueron puestos en lengua castellana de manera más completa a finales del siglo XIX por Ignacio Montes de Oca, aunque con omisiones y retoques debidos, quizá, a su condición de obispo: Poetas bucólicos griegos. Traducidos en verso castellano por Ignacio Montes de Oca y Obregón. Obispo de Linares, Individuo correspondiente de la RAE (entre los árcades) Ipandro Acaico, con notas explicativas, críticas y filológicas, en Madrid, Imprenta Central, a cargo de Víctor Sáiz, 1880. Esta obra había sido publicada en 1877 en México; la versión publicada en Madrid lleva un prólogo de Menéndez Pelayo.
No se trata de una edición bilingüe, pero Montes de Oca sí indica cuál es la edición griega utilizada: la de Boissonade (París, 1823). Traduce el obispo los idilios de Teócrito, con las salvedades de las que se da cuenta infra en el apartado dedicado a la censura, además del «Canto fúnebre de Adónis» y ocho idilios más de Bión y siete idilios de Mosco. Muy poco después aparecen nuevas versiones suyas de los poetas griegos en un volumen publicado en Madrid en 1896 y que, de nuevo, había sido publicado previamente, en México en 1878: Ocios poéticos. En concreto, traduce diecisiete odas de Anacreonte, diez epigramas (entre ellos alguno de Filipo de Tesalónica y Leónidas de Tarento, aunque no siempre hay indicación de autor) y varios idilios de Teócrito en versión métrica.
Montes de Oca tradujo también a Píndaro: Odas de Píndaro traducidas en verso castellano con carta–prólogo y notas por el Ilmo. Señor D. Ignacio Montes de Oca, Obispo de Linares (Madrid, Luis Navarro, 1883). El prólogo, dedicado a Menéndez Pelayo, da cuenta del proceso de traducción y alude a los deseos de Menéndez Pelayo de que las odas de Píndaro fueran por fin puestas en castellano. En cuanto a la edición seguida, Montes de Oca dice unas palabras que merece la pena reproducir, ya que en ellas deja ver la dificultad de traducir a uno de los autores más difíciles entre los poetas griegos de la Antigüedad:
No sabré decir á V. precisamente qué texto he seguido. La edición que más me ha acompañado es la de Londres de 1814; pero he tenido también á la vista otras dos de Londres, dos de Leipzig, una de Padua y otra de Glasgow. Me han servido mucho las versiones latinas en prosa de Heyne y de Boeck, la paráfrasis Benedictina, las traducciones inglesas de Turner, Moore y West, y la italiana de Borghi. He consultado algunas otras en diversos idiomas, que han caído á mis manos, y si más hubiera logrado reunir, más habría estudiado. Si al traducir á los Bucólicos me bastó muchas veces la pequeña edición de Boissonade, para interpretar á Píndaro me habrían parecido pocas cuantas se han dado á la estampa, y cuantos manuscritos encierran las bibliotecas europeas. (pp. xii-xiii del «Prólogo»)
La labor de Montes de Oca como traductor es muy meritoria. Trabaja sobre el texto griego original, manejando diferentes ediciones y traducciones y acompañando sus traducciones con extensas notas explicativas. En cuanto a su técnica, puede ponerse en contexto recordando lo que decía Menéndez Pelayo en el prólogo a la traducción del obispo de los bucólicos griegos:
Dos maneras hay de traducir en verso á un poeta de la Antigüedad: una y otra tienen ventajas é inconvenientes. O se calca el texto, en cuanto lo permite la diferencia de lenguas, sin amplificar ni desleír ni parafrasear nada, y para esto es forzoso traducir en verso suelto; ó se procura hacer una traducción agradable áun á los profanos, y entónces cabe la paráfrasis y se tolera todo linaje de primores y aliños métricos. El Ilmo. Montes de Oca está por el segundo de estos procedimientos: yo me inclino más al primero, pero respeto su opinión, y sobre todo me agradan sus versiones. No se asusta de leves infidelidades ni de dar á las cosas un color demasiado moderno, pero siempre es fiel al pensamiento: para popularizar los clásicos este es el modo de traducir más seguro. (pp. xii-xiii del «Prólogo»)
Los líricos griegos de Ángel Lasso de la Vega (1884)
Finalizando ya el siglo, vio la luz la obra Antiguos poetas griegos. La musa helénica, traducida en verso por Ángel Lasso de la Vega (Madrid, Perlado, Páez y Compañía–Sucesores de Hernando), 1884). Se trata de una traducción que se sitúa muy por debajo del nivel de las anteriores, nada fiel al original y muy poco filológica. No hay referencia a la edición o ediciones griegas empleadas y apenas notas, y se tiene, ciertamente, la impresión de que se trata de una versión rimada de otras traducciones, no una traducción hecha a partir del original.
Traduce Lasso de la Vega catorce odas de Píndaro, que, aunque en ningún lado se diga, son las Olímpicas, con una transcripción no siempre correcta de los nombres propios.3 Lasso de la Vega presenta la traducción de «cuatro cantos guerreros» de Tirteo. No es fácil identificar sus traducciones, tan poco literales y tan amplificadas; sin embargo, podemos afirmar que esos cuatro textos se corresponden, aunque en diferente orden, con los traducidos por Castillo y Ayensa y estudiados más arriba.4
De Safo traduce Lasso de la Vega el «Himno á Vénus» ( = Fr. 1), el «Diálogo de Alceo y de Safo» ( = Fr. 137), «Á una hija de Lesbos» ( = Fr. 31), y nueve fragmentos más, entre ellos los epitafios que se atribuían a Safo y transmitidos en la Antología Palatina (AP VII 489 y 505). Incluye Lasso la traducción de la Heroida de Safo a Faón, obra de Ovidio.
También se encuentran en este volumen traducciones de los bucólicos, aunque no del más conocido, Teócrito. Lasso traduce una serie de poemas y fragmentos de Bión, entre los que él destaca «El canto fúnebre en honor de Adonis» y el «Epitalamio de Aquiles y Deidamía». De Mosco se traducen siete idilios y, de entre ellos, a Lasso le parecen los más destacables «El Amor fugitivo», «El rapto de Europa», «El canto fúnebre en honor de Bión». El volumen se cierra con la versión de cincuenta y dos odas de Anacreonte.
Versiones de diferentes poemas y poetas publicadas en colecciones y revistas
A lo largo del siglo XIX aparecieron también versiones de los líricos griegos en revistas y colecciones escolares. Anacreonte fue seguramente el lírico griego más traducido al castellano en el siglo XIX. Aurelio Querol traduce cuatro anacreónticas en La Abeja. Revista científica y literaria ilustrada, tomo VI, 1870; Federico Baraibar traduce las trece primeras anacreónticas en El Ateneo (revista del Ateneo de Vitoria), en los números 19 y 21 de 1873; Manuel Corchado traduce cuatro anacreónticas en la Revista de Andalucía en varios números del año 1876; Vicente Coronado publica «Odas de Anacreonte» en Día de Moda, de junio de 1880.
La Revista de Instrucción Pública, en su número de agosto de 1858 publica el Idilio XV de Teócrito, «Las Siracusanas» en traducción de Genaro Alenda. En el caso de Safo, en El Museo de las Familias, en un número del año 1838, se publicaron, insertas en un trabajo titulado «Mujeres griegas», algunas traducciones de la lesbia. No hay indicación de quién es el autor, pero bien pudiera ser el helenista catalán Bergnes de las Casas, en cuya imprenta barcelonesa se editaba la mencionada revista (Olives Canals 1947: 107, Clúa i Serena 1995: 42). Estas versiones se insertan en un trabajo que pretende acercar a los lectores la figura de Safo y de otras escritoras griegas. No se dice si se trata de traducciones directas o indirectas, pero los excesos de estas versiones, más bien exageradas paráfrasis, son evidentes, y no sería extraño que se hubiera tomado como fuente alguna traducción a otra lengua.
Víctor Balaguer publica en 1878, dentro de un volumen titulado genéricamente Tragedias, la pieza titulada Safo. No es una tragedia, sino un largo poema inspirado en la tradición de la Safo ovidiana, muerta por el amor no correspondido de Faón. La pieza fue escrita originalmente al catalán y, según se señala en la introducción, tuvo un enorme éxito cuando fue llevada a la escena, además de ser traducida a otras lenguas, como el francés o el alemán. En este volumen aparecen las versiones castellanas del propio autor de las odas «Himno a Venus» e «Igual a un dios», es decir, de las famosas dos odas traducidas ya antes por otros autores, así como de una larga serie de fragmentos. Balaguer reconoce que no traduce directamente del griego e indica que ha tomado los textos de la que considera una de las mejores traducciones de Safo, que es la de M. Moutonnet de Clairfons, Anacréon, Sapho, Bion et Moschus, publicada en París en 1780.
A mediados del siglo XIX Gertrudis Gómez de Avellaneda recrea el fragmento 31 de Safo (Oda II) en un soneto publicado en la edición de sus poemas en 1841 y Carolina Coronado reproduce algunos versos de ese mismo poema en «Los genios gemelos: Safo y Santa Teresa de Jesús» incluido el Semanario Pintoresco Español (24 de marzo de 1850). Las dos autoras, como Lasso de la Vega, se inspiran en la traducción francesa de Boileau.
Si este estudio comenzaba con un repaso de las versiones publicadas a finales del siglo XVIII para contextualizar los esfuerzos de los traductores de XIX, vamos a cerrarlo con la mención de una colección que se sitúa ya en los inicios del XX. Entre 1891 y 1929 el Órgano de la Academia Calasancia de las Escuelas Pías de Barcelona, vinculado a los padres Escolapios, publicó la revista La Academia Calasancia. A partir de 1910 la publicación regalaba a sus abonados el suplemento Biblioteca de Autores Griegos y Latinos. En esta serie se publicaron varios volúmenes dedicados a los líricos griegos, uno de ellos es el titulado Safo y Erina. Odas, en el que se encuentran versiones de las Odas I y II de Safo y la titulada «A la fuerza» de Erina. El libro no presenta fecha de edición, pero puede situarse en enero de 1910. Es una edición bilingüe y junto al texto griego de las odas de Safo se ofrecen las versiones en prosa de José Jordán de Urríes Azara y las versiones en verso de Castillo Ayensa y de Menéndez Pelayo. También se ofrece una versión al catalán de Antonio Rubió Lluch. En cuanto a Erina (véase lo que ya se ha dicho sobre la oda «A la fuerza»), las traducciones reproducidas son una versión literal en prosa de José Banqué Faliú y las traducciones de Menéndez Pelayo y Antonio González Garbín. Otro de los volúmenes de la Academia Calasancia, titulado Teseo, contiene la traducción de los sesenta versos de la Oda XVII de Baquílides, en los que hablan el coro y Egeo (cuatro estrofas). Al texto griego lo acompañan la traducción literal en prosa de Pedro Bosch Gimpera, la traducción al castellano en verso de Joaquín Montaner Castaño, al catalán en verso de Vicens Solé de Sojo, al gallego en verso de José Gigirey Rodríguez y al euskera en prosa de Azkue–tar Josu. De Mosco, se publica el volumen Amor fugitivo (Idilio), con el texto griego original y la versión castellana literal en prosa de Luis Nicoláu de Olwer, las traducciones castellanas en verso de J. A. Conde e I. Montes de Oca, la catalana de J. Franquesa Gomis, la gallega de Juan Barcia Caballero, la vasca de Olaziregi–tar Polentzi y una paráfrasis portuguesa de Antonio Ferreira. El último volumen publicado en esta colección dedicado a un lírico griego contiene es Las Olímpicas. Oda I de Píndaro. Aparece el texto griego junto con la traducción en prosa castellana de Francisco Barjau Pons y la escrita en castellano en verso por fray Luis de León y en catalán en verso por Joan Maragall. Sobre la importancia de esta colección, es imprescindible González Delgado (2006), de donde está tomada la información que aquí se ofrece.
Censura moral en las versiones de los autores griegos
El carácter erótico de una gran parte de la poesía lírica griega es bien conocido; la literalidad no siempre se respeta y merecen estudiarse tanto los prólogos, en los que a veces se anuncia y justifica la censura, como los recursos empleados para eludir los términos y expresiones tenidas por problemáticas (véase González González 2006 y 2010).
La versión del obispo Montes de Oca de los bucólicos griegos es un buen ejemplo de cómo se practicaba la censura, en este caso de un modo abierto que es muy de agradecer, ya que sabemos exactamente qué se ha eliminado y por qué. Se omiten en su edición los Idilios XII, XXVII y XXIX de Teócrito, además de suprimirse el inicio del XIII y hacerse modificaciones en este y en el XIV. Así se justifica el propio traductor: “Lo que sí debemos hacer, es suprimir de las ediciones de sus obras (fuera de aquellas destinadas tan sólo á los eruditos y en el idioma original) todos los pasajes que ofendan al pudor; y hechas las supresiones y cambios necesarios, aprovecharnos de sus bellezas, y darlas á conocer á la juventud estudiosa” (p. lvi del Prólogo).
Señala también Montes de Oca que, además de las supresiones a las que ya me he referido, omite palabras y frases completas y atenúa muchos conceptos practicando, en sus propias palabras «otras laudables infidelidades». Llega incluso a prescindir, por razones morales, de traducir el Idilio XXX, recientemente descubierto («y cuando por cortesía del erudito Bibliotecario de la Laurenciana, tuve en mis manos el nuevo Idilio recien descubierto, me abstuve de traducirlo, á pesar de lo lisonjero que me habría sido el ser el primero en incorporarlo á las demás obras»). Menéndez Pelayo en el prólogo a este volumen pone un ejemplo de hasta qué punto ha llegado el celo puritano del traductor:
Ha expurgado nuestro Ipandro los Bucólicos, quizá con rigor nimio (pero que se comprende bien en un varón constituido en tan alta dignidad eclesiástica), sacrificando íntegros el Oarystis y otros idilios, bajo el aspecto literario muy agradables, y suprimiendo en Bion hasta el beso de Venus á Adónis, que por ser dado á un muerto ó moribundo, y en medio de una escena de lágrimas y duelo, en nadie puede despertar reminiscencias pecaminosas. (p. ix de la «Introducción»)
Por supuesto, tampoco escaparon a la censura los poemas de Safo. No voy a entrar en el problema, que en este caso sí tiene base filológica, sobre quién era el destinatario o la destinataria de la famosa Oda I. Los traductores del siglo XIX no hilaban tan fino. Sin embargo, con un ejemplo de otro poema, absolutamente neutro desde el punto de vista de la Sapphofrage («cuestión sáfica»), podemos ver cómo las amplificaciones pueden servir para introducir también sesgos de tipo moral. Se trata del Fr. 168B. Una traducción muy literal podría ser la siguiente: «La Luna y las Pléyades se han puesto / y es media noche / y pasa el tiempo, / pero yo duermo sola». Si reproducimos la versión de los hermanos Canga Argüelles vemos qué poco se ajustan a la literalidad del texto griego: «La luna luminosa / huyó con las Pleyadas, / la noche silenciosa / ya llega á la mitad / l’hora pasó, y en vela / sola en mi lecho», en tanto / sin esperar piedad. Ahora bien, si nos fijamos en la traducción de J. A. Conde podremos ver cómo, además de las amplificaciones, la introducción de un verso final de su propia invención traiciona completamente el sentido del poema: «La plateada luna / Parece ya traspuesta, / Y las vagas Pleyades / Acaban su carrera. / Es ya la medianoche / Ay! que las horas vuelan, / Ay de mí! yo duermo sola / y el pérfido no llega».
Conclusiones
La traducción de los poetas griegos al castellano en el siglo XIX no fue muy abundante, aunque sí de gran importancia y presenta hitos significativos. El principal fue la aparición de una edición bilingüe, aunque solo fuera de Anacreonte, Safo y Tirteo y ni siquiera integral. Otro hecho destacable es la aparición de ediciones que partían del original griego, aunque siguieran conviviendo con otras de origen más dudoso. En tercer lugar, es relevante también la aparición, a caballo entre ese siglo y el siguiente, de una colección como la de la Academia Calasancia, que incluía el texto griego y traducciones a las diferentes lenguas peninsulares.
De todas las traducciones mencionadas en este capítulo, las de José Antonio Conde, los hermanos Canga Argüelles, Castillo y Ayensa, Montes de Oca, Menéndez Pelayo, Lasso de la Vega y otros, pueden encontrarse ejemplos comentados y versiones comparadas en González González (2003 y 2005) y González González & González Delgado (2005). En esos trabajos podrá comprobarse la calidad y literalidad de algunas de ellas, las deficiencias de otras y las diferentes opciones elegidas por los traductores en cuestiones como elección de verso, transcripción de nombres propios, o aplicación o no de la censura moral.
Bibliografía
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González González, Marta & Ramiro González Delgado. 2005. «La lírica griega. Safo, Anacreonte, Tirteo y los Bucólicos» en F. García Jurado (eds.), La historia de la literatura grecolatina en el siglo XIX español: espacio social y literario, Málaga, Universidad de Málaga, 181–204.
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