Maimónides

Maimónides: «Epístola a ibn Tibbón» (1199)

Fuente: Nora Catelli & Marietta Gargatagli, El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traducción en España y América: relatos, leyes y reflexiones sobre los otros, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1998, 41-43.

 

[41] «El hombre será elevado según su inteligencia» (Prov. 12, 8).

Yo, Moseh, hijo de Rabi Maimon, de bendita memoria, el sefardí, he recibido las cartas de mi más distinguido, querido, inteligente y erudito discípulo, corona de los estudiosos, gloria de los sabios, del respetado Rabi Semu’el, hijo del sabio Rabi Yehudah ibn Tibbon, de bendita memoria. Desde hace muchos años hemos oído hablar del noble y respetado sabio Rabi Yehudah, conocemos su [42] extraordinaria sabiduría y la pureza de su lengua, tanto en árabe como en hebreo, según afirman los hombres más sabios e instruidos de Granada, descendientes de al-Fakhar, como el anciano ibn Matka.

Cuando me llegó tu carta en lengua árabe y hebrea, comprendí su contenido y la belleza de tu estilo. Vi los lugares de nuestro extenso tratado Guía de perplejos que te han planteado dudas, y aquellos que te han sorprendido por los errores del escriba. Digo lo mismo que el antiguo poeta: «El que conoce a los antepasados puede decir que la grandeza del padre ha pasado al hijo». ¡Bendito sea el que recompensó a tu sabio padre dándole un hijo como tú! Y no sólo a él sino a todos los sabios, pues nos engendró y nos dio un hijo. Él fue «fruto intachable del árbol de la vida», «su mejor manjar», «placer para nuestros ojos, delicia del árbol de la sabiduría». Ahora nos ha llegado uno de sus frutos, regalo y «golosina, será en la boca como dulce miel». Has preguntado de forma apropiada; estás en lo cierto respecto a los lugares en los que has encontrado una o varias palabras equivocadas. Al final de esta carta te comentaré todas las cuestiones en lengua árabe, te indicaré tu tarea, los libros que debes leer y aquellos con los que puedes hacer una excepción.

Conviene que traduzcas de una lengua a otra según la inteligencia que te dio el Creador, bendito sea, para comprender metáforas y alegorías, las palabras de los sabios y sus enigmas. Reconozco a través de tus palabras que tu corazón desciende a lo más profundo del significado y te revela sus secretos.

Te explicaré en lengua árabe cómo has de hacer la traducción. «Da al sabio y será sabio.» La sabiduría de mi hijo alegra mi corazón, yo también me alegro. ¡Por tu vida que mientras oía tus palabras, percibía la belleza de tu discurso, comprendía la profundidad de tu análisis y el conocimiento que tu boca lúcidamente expresaba, me alegraba y disgustaba a un tiempo por haber encontrado un hijo tan sabio!

Me sorprendió el que alguien nacido entre tartamudos se interesara de este modo por la sabiduría, que tuviera tanta facilidad en la lengua árabe –que es tan sólo un hebreo algo corrompido–, y que comprendiera todos los matices gramaticales de la lengua hasta sus últimos significados; no es «como una raíz en tierra árida».

Me he detenido en cada una de las dudas que tienes en la traducción, he visto todos los lugares en que se equivocó el escriba, he tomado nota de las proposiciones y capítulos cuyo sentido no has entendido y deseas su interpretación. Te lo explicaré todo después de recordarte una regla: todo aquel que quiere traducir de una lengua a otra y pretende transcribir palabra por palabra, preservando tanto el orden del texto como el de los términos, se esfuerza mucho pero su traducción resulta confusa y corrupta. No conviene hacerlo así, sino que para traducir es necesario en primer lugar comprender el sentido y después escribirlo, comentarlo y explicarlo bien en la otra lengua. Esto no es posible sin alterar el orden de las palabras, escribir una palabra en lugar de varias o viceversa, ni sin añadir o suprimir términos hasta que se fije el sentido, se explique bien y se comprenda en la lengua a la que se ha traducido. Así lo hace Hunain ben Yishaq con el libro de Galeno y su hijo Yishaq con el de Aristóteles. Por eso sus interpretaciones quedan muy claras; así pues, es conveniente traducir como ellos y olvidar a los otros. Esto debe hacer la Gran Academia con todo lo que comenta y traduce para los señores [43] respetados, los responsables de la comunidad. El Nombre, bendito sea, da prestigio con estos trabajos al resto de las asambleas de sabios de Israel. Él te ayudará y aumentará tu recompensa.

Toma la precaución de estudiar las obras de Aristóteles con sus comentarios, los de Alejandro y Temistius y la explicación de Averroes. De los libros que dices tener, verdaderamente el Sefer ha-Tappuah (Libro de la manzana) y el Sefer Beth ha-Zahab (Libro de la casa del oro) son ilusos, pesados y vanos. Estos dos libros forman parte de los atribuidos a Aristóteles no siendo suyos. El libro de teología compuesto por Razes sí es suyo, pero no es útil considerando que Razes era solamente médico. Por la misma razón, el Libro de las definiciones y el Libro de los elementos de Yishaq Yisra’eli son ilusos, pesados y vanos, ya que Yishaq Yisra’eli también era sólo médico. El libro El microcosmos de Yosef ha-Zaik no lo he leído, pero conozco al autor y su pensamiento y, aunque ignoro la altura de sus méritos y su obra, sin duda hará un tratamiento cualificado.

En general te digo que no te ocupes de los libros de lógica, excepto los del sabio Abunazar al-Fãrãbí, porque todo lo que compuso, y especialmente el Libro de los principios de la existencia de todo, es como harina blanca. Ordena sus palabras para que las entienda y comprenda el hombre, dado que es un destacado sabio. También Abunazar ben al-Za’ig es un gran filósofo; sus palabras y obras son justas para el hombre inteligente y rectas para el que quiere alcanzar el conocimiento.

Los libros de Aristóteles son básicos y esenciales para todos los escritos filosóficos, pero no se comprenden si no es con sus comentarios, los de Alejandro y Temistius, o la explicación de Averroes. Realmente, excepto los escritos recordados, tales como los libros de Empédocles, Pitágoras, Hermes y Porfirio, el resto son filosofía antigua. No conviene perder el tiempo ni profundizar en ellos.

Las palabras de Platón, maestro de Aristóteles, en sus libros y escritos son profundas y simbólicas. Son, incluso, de las que no sólo enriquecen al hombre inteligente. Según los libros de Aristóteles, su alumno, enseñan especialmente las que compuso ante ellos. Conocerle fue conveniente para la comprensión de Aristóteles, pues el suyo era el más perfecto conocimiento del hombre, a excepción de aquellos sobre los que fluye la Emanación Divina hasta que alcanzan la altura de los profetas, no habiendo mayor altura que ésta.

Respecto a los libros de Avicena, aunque hay en ellos buenas conclusiones y reflexiones agudas, no son como los de Abunazar al-Fãrãbí. Sin embargo, sus libros ayudan y él es un hombre del que conviene atender sus palabras y comprender sus escritos.

Te he dirigido e instruido sobre lo que debes estudiar y en lo que has de interesar tu atenta inteligencia. Que tu bienestar, amigo, hijo y alumno mío, crezca y aumente, y la liberación se acerque a nuestro pueblo, afligido e indigente.

Escribe Moseh bar Maimon, el sefardí. En el día 30 de septiembre (5 de tisre) de 1199. (Para recibo y fin.)