Antonio de Capmany: «Prólogo del autor»
A. de Capmany, Nuevo diccionario francés–español. En este van enmendados, corregidos, mejorados, y enriquecidos considerablemente los de Gattel, y Cormon, Madrid, Imprenta de Sancha, 1808, I–XXI.
Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 367–368.
[II] Esta obra era de absoluta necesidad y más en estos últimos tiempos, en que la moda, o manía, de traducir del francés hasta el arte de ayudar a bien morir hacía más indispensable el verdadero conocimiento de aquella lengua para no desfigurar o descastar la nuestra, como se ha conseguido con tan infieles guías; y lo más lastimoso, sin que los traductores lo conozcan ni los lectores lo lloren.
Un extranjero, por talento que se le suponga, nunca podrá desempeñar esta obra, a causa del profundo conocimiento, estudio y práctica de la lengua castellana que exigen las correspondencias o equivalencias en la versión del francés. En cierto modo debemos darles las gracias a los que hasta aquí nos han abastecido de un género que por culpa nuestra recibíamos de sus manos y en la mala calidad que se debía esperar de ellas. Tiempo era, pues, de que saliera algún laborioso y celoso español a sacudir al fin este vergonzoso yugo extranjero, sacando a sus compatriotas de tan humillante tutela. […]
[VIII] En la formación del presente diccionario, tal como se ofrece al público, no solo se ha trabajado con tesón para que a cada voz francesa correspondiese la genuina española, huyendo de las explicaciones vagas o insignificativas, sino que, a costa de un extremado esmero, se ha procurado conservar en la correspondencia castellana el mismo sentido en que se toma y el mismo estilo en que se usa la palabra francesa. Siguiendo el rigor de esta regla, se ha aplicado a la voz culta o poética otra culta o poética; a la vulgar o familiar otra vulgar o familiar; a la irónica o jocosa otra irónica o jocosa; a la metafórica o proverbial otra metafórica o proverbial, y hasta a la anticuada otra anticuada, aclarada luego por la usual y corriente: circunstancia la más esencial en todo diccionario bilingüe y de que carecen los dos arriba referidos. […]
[XIV] Algunos han creído que gran parte de las dificultades que sentencian en la traducción de los libros franceses procedía de la pobreza del castellano, cuando debían atribuirlo a su pereza o impericia antes que echar la culpa a su lengua, por no confesar su ignorancia. Este era el medio más fácil y pronto de cortar la dificultad para eximirse de entrar en paralelos. Los más desafectos a nuestra lengua hallan, según dicen, más exacta y copiosa la francesa para las materias filosóficas y científicas, en cuya traducción tocan la esterilidad de las castellana. [XV] Estos españoles bastardos confunden, en primer lugar, la esterilidad de su cabeza con la de su lengua, sentenciando que no hay tal o tal voz porque no la hallan. ¿Y cómo la han de hallar si no la buscan ni la saben buscar?