Hermenegildo Giner de los Ríos, [Prólogo]
Edmundo de Amicis, Ideas sobre el rostro y el lenguaje. Trad. de H. Giner de los Ríos, Madrid, Agustín Jubera, 1889, V–XII.
He aquí otro libro de Amicis, y otra traducción más o menos desacertada: muy desacertada seguramente; porque, ¡quién puede enorgullecerse de traducir bien el pensamiento de un escritor genial!
Traducir a Zola es obra dificilísima, y de paciencia ante todo. Pero precisamente porque su procedimiento es el adecuado a una labor simétrica, mecánica y enteramente natural (dejando a un lado los relámpagos del inmenso talento del tan discutido novelista), la versión de sus [vi] escritos, más que nada, requiere el manejo constante de todos los diccionarios imaginables, desde el de las artes liberales hasta el de las serviles. Palabras de todas las ciencias, frases de todas las industrias, interjecciones de todas las jergas populares, proverbios, refranes y adagios; medicina y tintorería, hermenéutica y culinaria, lo más opuesto, lo más antitético, lo menos afín, va surgiendo en cada página de las obras del insigne representante del nuevo rumbo. Así que, aparte la mayor o menor corrección, puede hallarse la fidelidad con el amparo material de un rico arsenal de libros, y donde ellos no alcancen, con la colaboración de doctos peritos. De todas maneras, trabajar así da una cierta tranquilidad y cierta garantía también de no equivocarse.
Mas ¿dónde hallar auxilio para traducir al ilustre escritor italiano?
Sorprender el chispazo del genio, [VII] aquilatar las luces de las mil facetas de un estilo abrillantado por variadísimos matices, cuyo fulgor aturde y cuya originalidad trastorna; reducir a la pobreza de servil copia las bellezas constantes que se suceden sobreponiéndose las unas a las otras, cuyo conjunto parece el cabrilleo de esos mosaicos orientales de vidrios irisados con metálicos reflejos, que el Oriente nos ha legado en Córdoba y en San Marcos de Venecia, es tarea que abruma y que se hace ingrata por la .conciencia perenne de no salir airoso de la empresa.
Inefable es el placer que se experimenta leyendo al autor; pero al traducir sus conceptos y tratar de que encarnen en nuestro idioma (léase en el estilo del que escribe estos renglones), romperíamos la pluma contra el papel, irritados con nosotros mismos por haber ido lentamente echando sobre los hombros la responsabilidad de dar a conocer en España a Edmundo De Amicis, [VIII] convenciendo hoy a este editor, mañana a aquel.
Claro está que no nos duele la mortificación de las dificultades de fuera y de la impotencia propia, pues a vanagloria tiene el traductor haber vertido mal que bien al español veintiún tomos, encontrándose en estos momentos navegando En el Océano, volumen que será dentro de pocos días el número 22.
Y no sabemos por qué; pero es el caso que, como si nuestro trabajo perjudicase a editores, a autor o al público, más de un enemigo nos va saliendo al encuentro en la tarea: enemigos que hasta ahora no habíamos creído tener, por ser achaque de poderosos; más que sin duda la sombra de Amicis, a cuyo preclaro nombre va unido el oscuro nuestro, como el sello del carpintero que hace el bastidor, al lienzo firmado por pintor insigne, nos ha acarreado la enemiga de tal cual persona.
[IX] Todo lo damos por bien empleado, con haber prestado a la patria un servicio, pequeño, si se atiende a nuestro trabajo; señaladísimo si se mira a la obra del autor.
Si razones para ufanarse fueran precisas, bastaría señalar el ejemplo de que no ha mucho solamente los libros del Amicis viajero se buscaban, y hoy, como en el caso presente, hasta aparecen en España antes que en Italia reunidas en un volumen las impresiones del Amicis psicólogo, del gramático, del folklorista, del biógrafo. Este tomo, con efecto, lo mismo que el titulado Impresiones de América, acuarelas y dibujos, sale a luz en nuestro país antes que en la propia patria del autor.