Ranz 1821

Antonio Ranz Romanillos: «Prólogo»

Plutarco, Las vidas paralelas de Plutarco, traducidas de su original griego en lengua castellana por el Consejero de Estado D. Antonio Ranz Romanillos, individuo de número de las Academias Española y de la Historia, y consiliario de la de Nobles Artes de San Fernando &c., Madrid, Imprenta Nacional, 1821, VII-XXIII.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 382–387.

 

[XVI] Moviéronme pues varios amigos, cu­yas exhortaciones son conmigo de gran [XVII] poder, a que emprendiese su traducción y no permitiera que por más tiempo estuviese privada la España, con mengua en alguna manera, de tener en su idioma una obra que con repetición está traducida a casi todos los que se hablan en Euro­pa y que es común, por tanto, y anda en las manos de todos en los demás países. En el ocio de los negocios públicos en que me he hallado había vuelto a los estudios de las letras humanas, que siempre han sido el primer objeto de mi afición, en­contrando en ellas un placer nuevo y un recreo de la vida, de que no pueden tener idea los que por su mal las desdeñan; y re­conociendo ahora prácticamente con cuán­to juicio había dicho Cicerón, que no podía haber cosa más contenta y alegre que la vejez pertrechada con los estudios de la juventud. El principal de algunos tra­bajos que traía entre manos era la ver­sión de los diálogos de Platón relativos a la acusación y muerte de Sócrates, con la versión así mismo de la apología de este, escrita por Jenofonte, y un extracto de los cinco libros del propio Jenofonte de las cosas memorables de Sócrates, que llenan más cumplidamente el objeto de la apología; trabajo que tenía ya concluido y podría darse también a la estampa, si [XVIII] no fuera porque me había propuesto ilustrar con notas varios pasajes que hacen alusión a sucesos de la historia antigua, o a usos y costumbres de los pueblos de Grecia, y más especialmente del de Ate­nas. Cuando estaba ocupado en recoger materiales para estas notas, fue cuando aquellos amigos me hicieron en cierto modo cargo de que no estando traducidas al castellano las Vidas de los hombres ilustres de Plutarco, me entretuviese en la versión de otras obras que, aunque útiles, no lo son nunca en el grado que esta. Ce­dí a sus reflexiones y deseos; y desde en­tonces, abandonado todo lo demás, no he levantado mano de la obra, ni la levantaré hasta darle cabo. En pocos meses he for­mado este primer tomo; y espero, si ac­cidentes imprevistos no lo estorban, que cuando un tomo se imprima estará siem­pre pronto para la estampa otro de los cin­co en que con mucha igualdad viene a dividirse.

La versión va tan ajustada a la letra del original, que los que hagan cotejo en­tre aquella y este, apenas hallarán otra diferencia que la material de las voces: ¡tanto es lo que en su estructura, en su gi­ro y en el orden de la frase se parecen ambas lenguas! Mas no porque sigo tan [XIX] rigurosamente la letra, sacrifico a este cuidado la claridad, antes más bien lo subor­dino todo a esta dote y por ella tal vez o invierto algo el orden de los períodos contra mi costumbre, o les doy alguna más extensión: como la claridad no exija una de estas alteraciones, se correspon­den estos exactísimamente. Estoy cierto de que en ninguna otra de las lenguas vul­gares podría hacerse otro tanto. Con res­pecto a su versión de los Morales se expli­có del mismo modo el secretario Gracián, porque no se piense que trato de dar más valor del que corresponde a mi diligencia: «He traducido, dice, estos Morales del original griego, siguiendo en todo sin me desviar de la letra dél, correspondiendo prosa a prosa; y los ver­sos de poetas que alega Plutarco, así mis­mo los he vuelto en metro y rima castellana, a ejemplo de los otros intérpretes que con diligencia han traducido algo de griego en latín, o en otra cualquier lengua vulgar; no me apartando punto del sentido literal griego, así por­que la traducción fuese más verdadera, como porque la propiedad y manera de hablar de la lengua griega responde mejor a la nuestra castellana que a otra ninguna». También aquí van traducidos [XX] en verso los que frecuentísimamente en­treteje Plutarco en su narración, por estar cierto de que a nadie le parecería que traducía versos intercalados por el autor, si la versión guardaba el contexto de la pro­sa, por más cuidado que pusiera en ha­cerlos imprimir con letra cursiva, co­mo lo ejecutó en su traducción francesa Mr. Dacier. Se pierde en ella enteramente toda la gracia y sazón que Plutarco da a su historia con este género de adorno. No diré que en la mía se perciba de lleno, pe­ro a lo menos la conservo hasta donde me es posible.

Mr. Dacier ilustró su traducción con muy frecuentes y extensas notas. Son a la verdad eruditas y dice en ellas muchas cosas muy buenas; pero, aunque merezcan aquella calificación, yo no puedo darles la de necesarias. Plutarco, a mi juicio, de­ja muy poco que anotar con oportunidad; antes tiene como cuidado de prevenir las notas, diciendo cuanto un lector juicioso podría apetecer para no quedar con an­siosa curiosidad en los puntos que toca: pueden por tanto excusarse muy bien en la versión de sus obras las notas doctrina­les y de interpretación, y solo puede ha­ber necesidad cuando más de advertir li­geramente la correspondencia de los [XXI] pesos, medidas y monedas de los griegos y los romanos con los nuestros; de dar la significaciónde algunas voces griegas y latinas, que es preciso dejar en la ver­sión como están en el original; de indicar algunas lecciones conocidamente viciosas que se echen de ver en el mismo; y de expresar con más claridad algún hecho de la fábula o de la historia, para la mejor inteligencia de lo que se traduce. De este género de notas he puesto algunas, muy contadas, al pie de mi versión, tan con­cisas que con una ojeada están percibi­das, sin casi detener la lección: y estoy persuadido de que se tendrán por bas­tantes.

Otra cosa hizo Mr. Dacier en que tam­poco le imito, porque no me siento con fuerzas para ello. Determinóse a suplir las cuatro comparaciones que faltan de Temístocles y Camilo, de Pirro y Mario, de Foción y Catón, de Alejandro y César. No sé cómo se atrevió a tomar a Hércu­les la clava y contender con Plutarco en aquello en que más se echa de ver la pro­fundidad de sus ideas y en que es más único y singular que en todo lo demás. Yo no he presumido así de mí; y pues que en el día no tenemos estas comparaciones de mano de Plutarco, lleven a bien el [XXII] carecer de ellas enteramente los que leen las versiones, como carecemos los que leemos el original.

La edición de Plutarco que sigo es la que de las Vidas de los varones ilustres se hizo en Londres con el mayor esmero y diligencia el año de 1729 en cinco tomos en cuarto mayor, bajo el cuidado y dirección de Mr. Brian, que murió antes de la publicación. Es de una gran belleza en los caracteres y, sobre todo, sumamente correcta, tanto que es muy rara en ella la falta tipográfica que se nota: así hemos podido fijar mejor el sentido en los luga­res dudosos y oscuros, que siempre que­dan muchos en los autores antiguos, porque las repetidas copias los alteraban y viciaban sobremanera; y aunque los ma­yores eruditos han trabajado en su corrección y enmienda con el mayor suceso, es imposible que puedan sanarlos en to­das partes; y además de esto los autores mismos no siempre estuvieron tan aten­tos que alguna vez no pecasen contra la corrección y perspicuidad. Por tanto hay siempre pasajes en que es preciso que el lector o traductor use de su propio juicio y adopte el sentido que le parezca más conforme con lo que antecede y subsigue, o con el modo de decir y de pensar del [XXIII] escritor que se tiene entre manos. Por es­tos principios, pues, me conduzco cuando algun período en Plutarco induce todavía perplejidad y duda, para que en la ver­sión salga corriente y libre de este defec­to. En fin, pongo cuanto esmero me es da­do en que Plutarco pierda lo menos que sea posible en mi traducción, para que re­presentándole fielmente se consiga el fin que él mismo dijo haberse propuesto en escribir esta obra, de mover e inflamar al ejercicio de la virtud, que es el mismo que a mí también me ha estimulado para to­mar sobre mí esta empresa.