Hickey 1789

Margarita Hickey: «Prólogo»

M. Hickey, Poesías varias sagradas, morales y profanas o amorosas; con dos poemas épicos en elogio del Capitán General D. Pedro Cevallos, el uno dispuesto en forma de diálogo entre la España y Neptuno: concluido éste y el otro no acabado por las razones que en su Prólogo se expresan; con tres tragedias francesas traducidas al castellano: una de ellas la Andrómaca de Racine, y varias piezas en prosa de otros autores, como son algunas cartas dedicatorias y discursos sobre el drama, muy curiosos e instructivos. Obras todas de una Dama de esta Corte, Madrid, Imprenta Real, 1789, I, III–XVI.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 238–240.

 

[III] Hace algunos años que, deseando ver como parecerían y si agradarían en España las tragedias, compuestas en el gusto y método francés (tan celebradas en las demás naciones), emprendí traducir dos, de los dos más estimados autores trágicos de este tiempo: la Andrómaca de Racine y la Zaira de V… Concluida mi traducción la remití a D. Agustín de Montiano y Luyando, secretario de Cámara de Gracia y Justicia, para que su mucha instrucción, buen gusto e inteligencia en estas materias se sirviese darme su parecer y corregir y enmendar en la obra todo lo que su buen juicio hallase necesitar de enmienda y corrección. Y después de algunos días que tuvo en su poder la Andrómaca me la devolvió acompañada de la carta que sigue a este prólogo, con [IV] algunas leves y reducidas notas al margen de la misma traducción […]. [v] En este estado se hallaba mi traducción de la Andrómaca y por él pensaba yo ya en darla a una de las compañías de cómicos de esta Corte para verla representada, cuando empezó por aquel tiempo a salir tal multitud de traducciones de piezas trágicas del francés y del italiano, singularmente de las óperas del famoso Metastasio, que me hicieron mudar de intento o, por lo menos, me detuvieron y suspendieron el ánimo hasta ver si con la representación de alguna de las que frecuente y sucesivamente iban saliendo al teatro lograba satisfacer mi curiosidad, expresada en el principio de este prólogo; y habiendo visto que por ninguna de las que hasta ahora han llegado a mi noticia podía conseguirlo, pues las más de ellas se apartan infinito de sus originales (dejando a cada una en su lugar y mérito) por haber querido sus traductores, usando de sus ingenios, añadir y quitar en sus traducciones a su arbitrio lo que les [VI] ha parecido conveniente, a impulsos de aquella misma curiosidad, que aún subsiste en mí, y a persuasiones de algunas personas que se hallan movidas de la misma, me he determinado por fin a dar al público la Andrómaca del celebrado Racine, traducida al castellano tan fielmente que ni en pasaje ni en expresión alguna he querido alterarla, sin embargo de que algunos me aconsejaban lo contrario cuando la traducía, pareciéndome que sería no solamente demasiada satisfacción y aun avilantez atreverme a querer enmendar, corregir y mudar obra de un autor tan justamente alabado y celebrado como Racine, pero aun también que no lograría en ejecutarlo sino desfigurar acaso, afear y echar a perder la hermosura del original, como acontece frecuentemente a los que emprenden corregir y enmendar obras ajenas, que en lugar de hermosearlas suelen quitarles la hermosura y naturalidad de sus originales.

Ejemplar y prueba de lo que aquí se expresa es la Andrómaca que comúnmente se representa en estos teatros, la que es tan desemejante de la francesa [VII] de Racine que no es posible, cotejándolas, poderse persuadir que su autor o traductor (si se le puede dar este nombre) la tomase y sacase de aquel (como el insinuado parece manifestarlo en su prólogo y se infiere de algunos pensamientos y expresiones de la copia parecidos a los del original), pues está alterada y desfigurada en lo más principal y esencial de este género de composiciones, que es en la precisión de que sus personajes guarden y observen el carácter heroico hasta el fin y hasta el último extremo a que este puede llegar para que su representación pueda ser útil. […] [XIV] He reducido a tres actos los cinco del original por estar más en uso esto en España que lo otro y en esto solamente me he determinado a no seguir el original, porque la frecuente interrupción de la trama o enlace que resulta de los cinco actos me parece que hace algo confusa la acción.