Marquina 1921

Eduardo Marquina: «Autores y traductores»

El Sol (7 de febrero de 1921).

Fuente: Raúl de Toro Santos & Pablo Cancelo López (eds.), Teoría y práctica de la traducción en la prensa periódica española (1900–1965), Soria, Diputación Provincial de Soria, 2008, 99–105 (Vertere. Monográficos de la revista Hermēneus 10).

 

ANTECEDENTES

La guerra y los trastornos revolucionarios de algunas naciones de Europa, después de la guerra, han llenado las capitales españolas de extranjeros. Yanquis, ingleses, alemanes, suecos, daneses, austriacos, rusos, y los franceses y los italianos, que en todo tiempo, han sido, para nosotros, habituales huéspedes. Un rinconcito de nuestras tiendas de libros, gracia a este nuevo público está ostensiblemente adscrito a novedades de fuera de casa: colecciones inglesas, tratados alemanes, versos italianos, novelas francesas, revistas y cuadernos de arte o de modas húngaros, polacos, norteamericanos: un poco de abigarramiento cosmopolita que, en definitiva sacude nuestro ánimo y le ayuda a explayarse.

Aparte de eso, en una que otra tienda el fondo lo constituyen obras extranjeras. Y el rinconcito, apenas apreciable, se destina al leve peso de algunas primicias nacionales.

En los puestos de los grandes hoteles y en las delanteras de varios kioscos pueden leerse, como en los puestos del boulevard –y a veces, con ventaja–, los títulos de casi todos los grandes periódicos europeos, de todas las procedencias.

La calle, los cafés–bar, los patios de los hoteles, los grandes comercios –firmas extranjeras, muchos de ellos–, rezuman y fluyen exotismo por todos sus poros y salientes.

En la escena de algunos de nuestros teatros, un cuerpo estable de artistas cosmopolitas mantiene encendido el fuego sagrado del arte o los intereses sagrados de la empresa, recurriendo, en caso necesario, a todas las profanidades de la coreografía y de la carne.

Este conjunto de hechos innegables ha abierto ligeramente los ojos de los españoles, y ha despertado a la curiosidad el alma dormida de Iberia. Parte de nuestra sociedad, por dejo fecundo de las filias y fobias del tiempo de la guerra o porque este diario irrumpir de lo cosmopolita la estimula, propende a manifestar por la vida mundial un interés que hasta hoy no sintió. Y esta propensión de cierta parte de nuestra sociedad, favorece, a su vez, el punto y tufillo de exotismo amable que, como resultado de los hechos anteriormente citados, comunica nuevo sabor y calidad a la vida, en Madrid y en otras pocas ciudades españolas.

 

CONSECUENCIAS

Las curvas de pulsación de la vida de un pueblo, en un momento dado, quedan inscritas, como en un gráfico indeleble, en el movimiento literario de aquel pueblo en aquel momento.

El movimiento literario actual de España deriva, en efecto, hacia un cosmopolitismo acogedor y benévolo que no fue nunca característico de nuestras letras.

Numerosas casas editoriales, reformadas o surgidas desde el segundo año de la guerra, nutren sus almacenes casi exclusivamente de traducciones de obras extranjeras, no sólo científicas, que era hábito antiguo, sino literarias, ligeras, artísticas y de puro pasatiempo. La producción intensiva y el concurso de tanta firma editorial obliga a singularizarse en la presentación, y la rebusca de formas, tamaños, telas o papeles para las cubiertas, portadas, viñetas y requilorios ornamentales ha hecho del libro de amena literatura un pequeño y delicioso objeto de arte.

Nuestros dibujantes, relegados ayer a la caricatura, apenas política, de algunos periódicos y revistas, y al cartel del tipo industrial, han conquistado así un nuevo campo para el noble ejercicio de su profesión.

Está, además, el teatro. Con cierto retraso, que fue siempre peculiar de la escena, con respecto al libro, las mismas tendencias que acusa la producción puramente literaria se marcan y manifiestan en la actual producción teatral.

Apenas desviados de la influencia exclusivamente francesa, y cuando ya se desvanecían en el aire, un poco monótonos, los últimos acordes de vals de la pauta vienesa, surgieron, casi al mismo tiempo, para nosotros, los “Bailes rusos” y la guerra: fueron la brocha, chorreante de color, abierta en nuestra escena, y el torrente de lo universal cosmopolita, entrando por ella.

A tono con los apremios y preferencias del público, nuestras empresas de teatro amplían y diversifican sus listas de obras, como los negociantes en libros su fondo editorial, y sucesivamente vemos privar, en el repertorio de las compañías más avisadas y sensibles a la influencia del tiempo, lo norteamericano, lo inglés, intermitentes balbuceos rusos, y hoy, por lo menos en la escena lírica, lo alemán. Italianos y franceses menguan así en su influencia, casi única, de antes de la guerra, y ello, en definitiva, es bienhechor.

La prensa coadyuva a este impulso. No sólo sería difícil citar un crítico de teatros que, desde que se inició la oleada, se haya singularizado en la defensa terca de lo nacional, sino que, de acuerdo con la tónica dominante de que estoy hablando, la tendencia en nuestros mas juiciosos mentores y monitores es favorable, en cierta medida, a la invasión de lo exótico. La razón, seguramente, será que, en este pujar y bullir de varios y muchas tendencias, la sensibilidad pública se afina, se adiestra, y ofrece a la inventiva nacional, pasado el tumulto, posibilidades, perspectivas y campos de acción insospechados antes.

Pero, además, como insensiblemente la Prensa coadyuva a esta influencia en la vida, y, por consiguiente, en las letras españolas, por medio de mil detalles sueltos, mínimos, al parecer; pero que, en definitiva, están abriendo el matorral de sus rúbricas y columnas al soplo del oreo universal. Cada día es más amplio el espacio y más viva la atención que nuestros periódicos consagran a los sucesos, episodios y anécdotas de la política y la vida fuera de España. Ya esta actitud no se limita al telégrafo. Son varios los periódicos que mantienen corresponsales propios en diversas capitales de Europa y de América. Por entre las mismas filas de sus colaboradores se han filtrado nombres de ingleses, franceses, rusos, austriacos, conocedores de nuestra lengua, y que hasta la manejan con cierta cruda familiaridad, no exenta de imprevisto. Claro que ya no es la crónica diaria del corresponsal de guerra, fechada sucesivamente en todos los puntos salientes del frente europeo. Pero hoy es la Asamblea de la Liga de Naciones, que reclama el comentario inmediato del enviado especial, y mañana, la Conferencia interaliada que ha de extractarse al terminar la sesión, y otro día, la cuestión de Irlanda, que pone a vibrar, de consuno con el alma irlandesa, nuestras almas, y otro, el hecho, poco frecuente en los fastos periodísticos, de un escritor como Wells, que, regresando de la Rusia roja, publica simultáneamente sus impresiones en la Prensa española y en la de su país de origen.

El libro, la escena, el periódico, reflejan, pues, fidelísimamente esta privanza de lo exótico en la literatura, consecuencia lógica de las mil concausas citadas al principio de este artículo, que determinó la guerra europea, y que han alterado y matizado sensiblemente el aspecto y el modo de ser de la vida española.